Dom 6. 10.19: Si tuvierais fe como un grano de mostaza Fe que mueve montañas: eso es (ha de ser) la iglesia

Mientras sigue el enredo fatal del dinero

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Hablé ayer de la fe que mueve montañas,
desde el templo de Jerusalén hasta el valle de los desperdicios o Gehenna, basurero del desastre “ecológico” del hombre, convertido en símbolo de los “infiernos”, esto es, de aquello que Dios “debería” desechar para completar su obra.

Hoy sigo hablando (con el evangelio : 6.10.19) de esa misma fe, en un contexto en que muchos nocreen (no creemos) en Dios sino en Mammón‒Dinero (cf. Mt 6, 24). Por eso, los discípulos piden a Jesús “auméntanos la fe…”, y él les responde: “si tuvierais fe como un grano de mostaza…”.

           Jesús no les pide que tengan un orden de iglesia, ni celibato de clero (ni clero), ni un papa de Roma, ni una cruz sobre el Valle, sino solamente “fe”, pues con ella moverán montañas. Y en ese contexto pregunta: Cuando venga el Hijo del Hombre ¿hallará fe en la tierra?” (Lc 18, 8)…

       Esa  fe es la que más falta, y le hace falta en especial a la misma “iglesia organizada” que discute sobre temas “posteriores” (que se resuelven después por sí mismos, si es que hay fe). Pero allí donde olvidamos la “fidelidad primera” (con la justicia y la misericordia) nos "trabamos" en temas menores, por miedo a la libertad, por autoritarismo legal, por exclusión pastoral de las mujeres etc., de forma que Jesús ha podido decir: Coláis el mosquito, tragáis el camello  (cf. Mt 23, 23‒24).

            Desde ese fondo evocaré  de nuevo las primeras palabras del evangelio de hoy (6.10.19), poniendo de relieve el don y tarea de la fe, como identidad cristiana, para recordar de nuevo, al fin, el riesgo del dinero (que es lo contrario a la fe cristiana).

Evangelio del Domingo: Lucas 17, 5-10

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¡Si tuvierais fe... !En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: "Auméntanos la fe." El Señor contestó: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.... 

Que unos hombres crean en otros, eso es Dios

Israel, un camino de fe. La esencia de la identidad israelita (el argumento de su Biblia), es la confianza entrañable en el Dios de amor que dice amarás al Señor, tu Dios… (cf. shema Dt 6, 5, en el sentido radical de ámame). Como añade Mc 12, 28‒35, este amor de (y a) Dios resulta inseparable del amor al prójimo, en el sentido de creer confiar y compartir la vida con los hombres, pues la fe bíblica es, por esencia, fe y confianza inter‒humana como sabe Hab 2, 4 (cf. Gal 3, 11; Rom 1, 17 y Hbr 10, 38) cuando afirma: el justo vive por la fe[1].

Jesús, testigo de fe. Frente a la falsa “justicia” de unos imperios que identifican la verdad con su fuerza, emerge la más alta fe de (en) Dios, que es la fe en la vida, que culmina en Jesucristo (cf. Sant 2, 1), quien empezó a proclamar su misión diciendo a los hombres ¡Creed en el evangelio, es decir, en la buena nueva de la vida! (Mc 1, 14‒15). En esa línea, también nosotros debemos empezar presentando a Jesús como creyente (cf. Ap 14, 12) y animador mesiánico de fe, que dice a los que él cura: “tu fe te ha salvado” (cf. Mc 10, 52; Lc 7, 50; 8, 48 etc.), una fe que mueve montañas (cf. Mc 11, 23), para añadir, tras el signo de la higuera seca (destrucción del templo): ¡Tened fe de Dios...! (Mc 11, 22).

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‒ Fe de Jesús, Biblia cristiana. Esa palabra (¡tened fe en Dios!) es la clave del NT: Ha caído el templo material (se ha secado la higuera del viejo Israel), pero se abre y despliega una “fe de Dios” (pistis theou), que mueve montañas. Sigue siendo esencial “la fe de los hombres en Dios” (confiar en él), y en Jesús, Hijo de Dios, con las cosas que él dice y realiza (creer en él), pero de tal forma que ellos (los creyentes cristianos) comparten la misma fe de Dios (ekhete pistin theou, Mc 11, 22), y se identifiquen con Jesús (cf. Jn 10, 30‒33, cap. 22), compartiendo la vida unos con otros, en comunión de amor (cf. Mc 12, 28‒34)[2].

 Dios es según eso la fuente y contenido de la fe, siendo el primero de los creyentes (él cree en los hombres). Decía un pensador latino: “Que un mortal ayude a vivir a otro mortal, eso es Dios” (Deus est mortali iuvare mortalem, frase atribuida a Plinio el Viejo, y citada por varios pensadores latinos, paganos y cristianos). Que un hombre tenga fe en los hombres, y les acompañe y ayude en la vida, eso es Dios.

 En esa línea, frente a un templo que tiende a convertirse en “cueva de bandidos” (santuario del dinero, cf. Mc 11, 17), volviendo a las raíces de la profecía, como verdadero israelita, Jesús identifica la presencia de Dios con la fe en el Reino, es decir, la fe de unos hombres en otros, la fidelidad mutua, la búsqueda del Reino, entendido como presencia de Dios[3].

 Fe, esencia y razón de la vida

 El argumento de la Biblia cristiana es la fe de Dios en Jesucristo, como ha destacado el NT, y especialmente San Pablo. En esa línea él ha contrapuesto la actitud de un judaísmo (judeo-cristianismo) que interpreta la vida del hombre por sus obras (desde lo que hace) y la experiencia radical del evangelio, que se define por la fe. Esa oposición entre ley y fe mesiánica en el Dios de Cristo constituye el centro del evangelio de Pablo (cf. Gal 3, 1-10; Rom 3, 20-24, cf. cap. 18), como cuando dice a los de Tesalónica que recuerda “la obra de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la perseverancia de vuestra esperanza” (1 Tes 1, 3)[4].

De esa forma, ha descrito Pablo las tres virtudes (actitudes) del cristiano como expresión (acogida) de la revelación de Dios en Cristo, que es «obra de fe» (ergon tês pisteôs), pero, al mismo tiempo, es despliegue o trabajo de amor (kopos tês ágapes) que se manifiesta en el don de la vida, al servicio de los demás, siendo finalmente perseverancia activa (hypomonê), un camino de esperanza (tês elpidos) que se abre al reino. Más que virtudes en sentido clásico (de vir, obra de varón), esos gestos son la esencia de la vida cristiana[5].

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La fe no es sumisión ante un poder que decide las cosas de antemano, de un modo fatal, ni es dependencia pasiva, ni credulidad ante lo desconocido, ni aprobación ciega de verdades, sino presencia (experiencia) de Dios en la vida del hombre, que, como sabemos, “vive de la fe”, esperando de manera activa la culminación de los tiempos (Rom 1, 17; Gal 3, 11; Hbr 10, 38. Cf. Hab 2, 4). Así entendida, ella constituye el argumento central de la Biblia, atravesando todos sus estratos, de manera que podemos presentarla como punto de partida y centro de la teología.

Ciertamente, el hombre es animal racional (pienso, luego existo: Descartes), alguien que puede organizar y dirigir el mundo, produciendo bienes de consumo (en la línea de Gen 1, 28-29), pero en su raíz la Biblia le define como creyente, amante y esperante: puede vivir porque acepta el don de la vida, confía en ella, y la comparte (cf. Hab 2, 4, con Rom 1, 17 y Heb 11, 1). Por eso, el principio de la experiencia bíblica es creo, luego existo, Dios cree en mí y por eso vivo[6].

 ‒ Sólo por fe sabemos quiénes somos, porque nuestros padres (educadores) nos han dicho quienes somos y en ellos confiamos, aceptamos su palabra y su conocimiento. Sólo por fe, porque acogemos la vida que otros nos han dado, podemos existir, pues todo lo que somos es regalo, palabra sembrada en nosotros; por eso, allí donde rechaza la palabra y se niega a responder a ella, el hombre muere o queda como larva sin desarrollar (desde un tipo de autismo, hasta una forma de disociación personal).

‒ Sólo por fe existimos, porque nos fiamos de otros (y porque en el fondo confiamos en el “poder” de la vida). Antes de buscar demostraciones, en el ejercicio mismo de su despliegue, el ser humano existe porque confía en la realidad, y en último término en el Dios que se la ofrece. Éste es el mensaje central de la Biblia. La fe es, por tanto, el primer conocimiento, hypostasis o fuente de las cosas que esperamos, argumento o garantía de aquello que “no vemos” (Hbr 11, 2), es decir, que no podemos controlar con nuestra “obras”. En esa línea, la Biblia ha surgido y recibe su sentido como libro de fe de los hombres (israelitas, cristianos).

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Sólo por fe en la vida, es decir, fe en los hombres, en la nueva humanidad (por encima del poder y del dinero, de la religión y el pensamiento técnico) puede llegar el Reino, la nueva humanidad, como resurrección.    En contra de la confianza en los “ídolos” que dominan al hombre desde fuera (como poderes cósmicos), o le cierran en aquello que él mismo realiza, la fe bíblica es confianza en la realidad y, de un modo especial, en el despliegue de la historia, entendida como presencia de Dios.

 En esa línea, como he dicho, la vida es imposible sin fe, pues el hombre no es “alma” superior (hecha ya antes de nacer), sino un viviente que nace de Dios porque de él "se fía", fiándose a la vez de otros hombres[7].

Desde un plano científico no existe respuesta para el enigma del hombre, tampoco en un nivel de ideas generales (de tipo ontológico), y mucho menos desde una perspectiva de poder (por conquista y posesión, a costa de otros). Sólo por fe personal, como apertura mutua y solidaridad entre los hombres podremos vivir, conforme al testimonio de la Biblia. Si dejamos de fiarnos en los otros, si queremos dominarles y ser por lo que tenemos (obtenemos) de ellos por la fuerza les utilizamos a ellos y nos destruimos a nosotros mismos.

En ese sentido, la misma vida se sitúa y nos sitúa ante la alternativa de la vida en fe (confiar en Dios, confiando unos en otros, en amor) o la lucha de todos contra todos, que conduce a la destrucción. No podemos ser “dioses” posesivos, que luchan para apoderarse cada uno de aquello que tienen los otros (en afán conquistador: militar, político o económico), y si intentamos serlo nos acabaremos destruyendo.

Sólo por fe en Dios (la realidad) y por confianza mutua podremos existir. La vida del hombre no es una tragedia (no somos seres caídos, condenados a vivir en un mundo de violencia/dolor o de apariencia), sino un acto de confianza radical: Vivimos porque, confiando en la vida como don de Dios, dialogamos unos con los otros, optando en conjunto por la vida (no nos suicidamos).

Unos funcionarios de Iglesia que no creen en Dios

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Toda la prensa ha contado estos días la historia de cinco altos funcionarios del Vaticano que el Papa Francisco ha sido cesados fulminantemente porque se dice que hacían negocios “sucios” con el dinero de la “iglesia” (en relación con bancos o con instituciones financieras de una City “importante” del mundo (cf. https://www.diarioinformacion.com/internacional/2019/10/02/vaticano-destituye-cinco-altos-funcionarios/2192635.html). Evidentemente, esos “altos” funcionarios iglesia no creen en Dios, ni en la humanidad, sino en el anti‒dios que es el dinero.

Esa historia parece haberse acallado, no sé hasta qué punto es cierta. Pero me han impactado mucho más otras que me ha contado muy en particular un “bróker” (intermediario económico de cierto standing) que me ha dicho que “funcionarios del Vaticano” están viniendo por Madrid y otros lugares a comprar “oro”, lingotes de oro (a tocateja y con sigilo) para el “banco de la iglesia” (es decir, para su banco), pues no confían demasiado en otro tipo de “divisas” de papel o de electrónica.

            El “amigo” que me lo ha contado (y que está implicado en ella) es para mí muy de fiar, aunque como dice el refrán castellano “de dinero y santidad la mitad de la mitad”. Quizá no es tanto como me dice (como se dice en gallego: non e tanto como se di, ni menos do que se pensa…), pero el río suena, y la fe de las gentes del Vaticano y del conjunto de la Iglesia se encuentra en entredicho.

Notas

[1] El justo es tzadik, hombre de tzedaka, es aquel que responde a la llamada de Dios, y confía en él y en los hombres, sobre la violencia y amenaza de la historia, abriendo así espacios de comunión inter‒humana. Esta es la certeza originaria de la profecía israelita (desde Isaías I y II, cf. cap. 5-6), en medio de la catástrofe de pueblos del VIII al VI a.C., con invasión y destrucciones de egipcios y asirios, babilonios… Sobre este principio se fundó (se empezó a redactar) la Biblia, desde el Pentateuco (cf. cap. 1) hasta los últimos escritos del AT, siglo III-II a. C., en medio de una historia enloquecida y satanizada, como ha destacado Hbr 11 que interpreta la Biblia como historia de fe de los israelitas perseguidos.

[2] Algunos manuscritos posteriores (א D N Θ…) formulan el texto de Mc 11, 22 (tened fe de Dios) de un modo potencial: ei ekhete… (¡si tuvierais…!). Pero resulta preferible mantener (con el GNT) el imperativo: ekhete pistin Theou ¡Tened fe de Dios! Cf. C. D. Marshall, Faith as a Theme in Mark's Narrative (SNTSMS 64), Cambridge 1989; H. Urs von Balthasar, La foidu Christ: Cinq approches christologiques, Aubier, Paris 1968. Frente al templo que estaba vinculado a la fe, pero respondía también a otros impulsos e instancias de poder económico‒social (y que caerá al final por ser casa de negocios, Jn 2, 16, en manos de la gran violencia humana), Jesús destaca la fuerza de una fe que no puede destruirse, apareciendo como elemento clave del mismo Dios que “cree”, es decir, confía en los hombres (en Israel, en Jesús, en sus discípulos…) y de esa forma actúa (crea). El NT retoma así la confianza radical de los profetas (Is 7, 9; Hab 2, 4) que identifican la fe con la vida, pues sin ella acabaríamos muriendo (destruyéndonos) todos.

[3] Este motivo de “la fe de Dios” ha sido poco elaborado, pues los teólogos han tenido dificultades en admitir la “fe de Jesucristo. Sobre la “relación” entre Dios y los hombres, en línea de “moción” divina o concurso mutuo, cf. N. de Malebranche, Reflexion sur la premotion physique, M. David, Paris 1715; Th. de Regnon, Bañes et Molina. Histoire, doctrines, critique, metaphisique, Paris 1883; V. Beltrán de Heredia, Domingo Báñez y las controversias sobre la gracia. Textos y documentos, CSIC, Salamanca 1968; A Queralt, Libertad humana en Luis de Molina, Facultad Teología, Granada 1977. Así lo he puesto de relieve en Teodicea. Itinerarios del hombre a Dios, Sígueme, Salamanca 2013.

[4] Lutero dijo que los católicos habían vuelto a fundar la religión en obras, en línea moralista, pero el Concilio de Trento respondió que las obras no son expresión del orgullo del hombre, sino signo de fidelidad a Dios. Esa controversia, que oponía la visión de Pablo y una interpretación parcial de Sant 2, 14-26 (cf. cap. 23), sigue estando en la base de la hermenéutica católica y protestante de la Biblia.

[5] El Apocalipsis ha destacado el tema, cuando contrapone dos fidelidades: la de Roma (aceptar su esquema social de honor, clientela, comidas, comercio) es prostitución; la fidelidad (pistis) a Dios y/o a Jesús, en resistencia contra Roma, es salvación (cf. Ap 2, 13.19; 13, 10; 14, 2). Frente al Dragón-Diablo que separa (mata), Cristo es fiel (pistos) y verdadero, alguien que une, vincula a los hombres: podemos fiarnos de su testimonio, en su fidelidad triunfamos y vivimos (1, 5; 3, 14), uniéndonos en comunión. La lucha y triunfo del Cristo fiel constituye el tema central de Ap (19, 11); a partir de ella se mantienen y viven para siempre los cristianos (2, 10.13; 17, 14; 21, 5; 22, 6).

[6] Otros vivientes existen por imposición “externa”, de manera que no necesitan creer para vivir. Los hombres, en cambio, surgiendo de Dios y de/por la historia humana, nacen de sí mismos porque, en un momento dado, acogen (escuchan, asumen) una palabra de otros (de Dios) que les dice “vive”, y la hacen suya, respondiendo a ella, como han descubierto los profetas en una historia de gran lucidez, culminada en Jesús, “autor y consumador de la fe” (Heb 12, 2).

[7] La Biblia en su conjunto sabe que el hombre (como humanidad y persona individual) sólo ha podido surgir escuchando la palabra de Dios y respondiendo a ella, en una historia dramática y compleja, como decía K. Rahner, Oyente de la Palabra (Hörer des Wortes, 1937). Los filósofos griegos tendían a tomar el conocimiento como sabiduría racional, en una línea que se ha expresado después por la ciencia: Conocer es desvelar lo que está en el fondo (aletheia), para contemplarlo y dominarlo. Pues bien, en contra de eso, la actitud original del hombre bíblico es la fe, emuna, fiarse de la realidad (de su fundamento divino), y dejarse sorprender y enriquecer por ella, en un camino personal y comunitario.

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