Misión cristiana, autoridad compartida (dual) Les envió de dos en dos. ¿Una diarquía eclesial?

7.7.19. Dom 14, ciclo C: De dos en dos, ana duo‒duo.

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 Conforme al evangelio del domingo anterior (Lc 9, 57‒62), Jesús, “hijo de hombre”, no tenía dónde reclinar la cabeza ni podía ofrecer ventaja alguna, social o material, a sus ministros.  De manera sorprendente, en la lectura que sigue, este domingo (Lc 12, 1‒12), Jesús envía sólo como delegados suyos a hombres y/o mujeres que puedan y quieren ir “de dos en dos”: ana duo‒duo (en griego), shenaym‒ shenaym (en hebreo). No les pone ninguna otra condición:

No dice si han de ser más jóvenes o ancianos, varones o mujeres, hermanos o amigos, letrados o de pueblo, casados o solteros, hetero‒ u homo‒sexuales

La única condición que les pone es que vivan y vayan “de dos en dos”, como testigos del evangelio (de Jesús que viene), sin más “cosa” o propiedad que el evangelio, y la mutua compañía (de dos en dos).

 Texto de Marcos

             Así ha formulado Mc 6, 7‒12 este envío, conforme a la tradición más antigua de la Iglesia, suponiendo que estos enviados, que van “de dos en dos”, son en principio los “doce”, como signo de la misión universal judía (doce tribus), pero abierta a todas las naciones, es decir, a la humanidad entera:

Llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos,  dándoles poder sobre los espíritus impuros. (a. Equipamiento) Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja. Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. Les dijo además:Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar etc. (Mc 6, 7‒30).

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 Una tradición posterior  de Lc 9,1‒5 (que parece tomar ese motivo del llamado documento Q) y la tradición de Mt 10, 5‒13 (que parece tomarlo  del Q y de Mc Q), ha recogido este envío de formas convergente, pero sin incluir la condición “de dos en dos”, que puede parecerles menos necesaria en su contexto.

Pues bien, de un modo muy significativo, el evangelio Lucas, que es el último de todos,retoma el motivo  de Mc 6 (de dos en dos) y lo reelabora probablemente, a partir del documento Q (y/o de la tradición antigua de la iglesia), para establecerlo como norma de la misión cristiana, abierta a todas las naciones, a principios del siglo II d.C. Éste es su texto, el evangelio de este domingo 14 del ciclo C (7.7.18):

Lc 10, 1‒12:

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario.

No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios...." 

  1. De los 12 de Israel a los 72, para todos los pueblos

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Jesús quiso refundar el Israel escatológico y para ello juntó a Doce discípulos y les envió, para preparar la llegada del Israel definitivo (del Reino de Dios), en misión de testimonio mesiánico. Pero este envío, centrado en los Doce y dirigido a Israel, fracasó por el asesinato de Jesús y queda superado por la pascua: los israelitas no se convirtieron, los Doce (que habían ido de dos en dos anunciando la llegada del Reino) desertaron de Jesús, y las autoridades de Israel le condenaron a muerte, siendo ajusticiado por los romanos.   Lógicamente, esa misión histórica de los Doce, dirigida a Israel, antes de la muerte de Jesús fue humanamente un fracaso.

Nuevo fondo histórico. Para mostrar pedagógicamente ese fracaso, con la nueva misión de Jesús dirigida a todos los pueblos escribió Marcos su evangelio, invitando a los discípulos de Jesús a reiniciar su anuncio y preparación del Reino en Galilea, abandonando para ello Jerusalén (Mc 16, 1‒8). De igual forma ha respondido el evangelio de Mateo, instituyendo el nuevo anuncio pascual del Reino en la montaña de Galilea (Mt 28, 16‒20), pero sin retomar expresamente el motivo del “de dos en dos”.

En esa línea, el evangelio de Lucas ha querido añadir este “segundo envío”, que estaría fundado en el mismo Jesús (que además de haber envidado una vez a los Doce: Lc 9, 1‒6), conforme a un mandato en el fondo fracasado, mandó después, de un modo más preciso, a 70 o 72 misioneros (según el texto citado de Lc 10, 1‒12). En número de los enviados varía, unos manuscritos ponen 70 (como los intérpretes de la biblia griega de los LXX), otros ponen 72, como indicando todos los pueblos de la tierra (según la división que establece Gen 10).

Evidentemente, (conforme al simbolismo de fondo del número 7) estos 70/72 enviados representan a toda la humanidad, apareciendo así como los auténticos apóstoles de la Iglesia (en una línea que ha sido retomada con variantes en el relato de los 7 “servidores” de Hch 6‒8 y de los siete “pescadores” del lago de Jn 21).

Se han hecho y se siguen haciendo averiguaciones sobre la identidad de esos 70/72 enviados de Lc 10, 1‒12, de forma que algunos Padre antiguos de la Iglesia han buscado nombres para cada uno de ellos (varones y/o mujeres), llamándoles “apóstoles” (lo mismo que a los 12 de la misión anterior) y celebrando su fiesta (algo que la Iglesia romana no se ha atrevido a hacer, quedando “fijada” en los doce primeros). Este intento de “nombrar” uno a uno a los 70/72 apóstoles de Lc 10. 1‒12 y darles fiesta como “santos” es piadoso y laudable, pues quiere indicar que en ellos están representados todos los “misioneros” de Jesús, enviados al conjunto de los pueblos.

Otra vez la condición básica: De dos en dos

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Como he dicho, otros textos de de envío de Lc 9 y de Mt 10 (o 28, 16‒20)  no incluyen la condición citada: No exigen expresamente que los misioneros vayan de dos en dos, aunque pueden suponerlo. Lucas en cambio, como último testigo de la tradición del envío y misión eclesial lo resalta expresamente: A su juicio, también los 70/72 fueron a realizar la misión de dos en dos, como han de ir todos los enviados de la iglesia.

Se puede discutir y se discute, exegéticamente, el origen textual de esta condición (de dos en dos). ¿De dónde la ha tomado Lucas? Algunos suponen que la ha tomado de Mc 6, 7, de manera que este mandato tendría solamente un testimonio/apoyo fuerte en la tradición de la iglesia antigua, por lo que algunos se atreven a decir que ese mandato de ir de dos en dos que no provino de Jesús (sino que fue creación particular de la Iglesia de Marcos). Pero otros (y a mi juicio con más razón) afirman que ese mandato o condición (ir de dos en dos) forma parte del material más antiguo, propio del documento Q, de donde lo tomó el Evangelio de Lucas.

            Conforme a esta opinión se puede afirmar que este mandato (ir de dos en dos) proviene del mismo Jesús histórico, de quien lo han tomado las dos tradiciones más antiguas de los evangelios, la de Mc y la del Q. Ésta es, a mi juicio, la mejor solución, la más verosímil: Jesús quiso que los enviados (portadores y testigos) de su evangelio fueran de dos en dos, vinculando de esa forma el anuncio del Reino con la vida‒compartida de sus enviados.  

Al insistir en esta cláusula (de dos en dos), tanto Jesús como los testigos de su evangelio (Marcos y el Q, con Lucas, e incluso Pablo a quien vemos realizando siempre misiones “duales” con Bernabé o con otros co‒apóstoles) insisten en eso que pudiéramos llamar la “diarquía”, el poder o autoridad que es dual, nunca de una persona por aislado (en línea de monarquía, como en los obispos posteriores), sino de dos o más personas que comparten palabra y vida.

(No puedo estudiar aquí el tema de la diarquìa, es decir, del establecimiento de dos poderes que asumen la máxima autoridad, que resulta, por tanto, compartida. Así se puede hablar de una diarquía del padre y de la madre, y también de una diarquía política, en muchos pueblos antiguos, con dos reyes, en Roma  con dos cónsules  etc. La misma iglesia católica aceptó por un tiempo (tras el concordato de Worms) el poder dual de emperadores y papas).

Una condición que es “norma” de evangelio

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             Significativamente, la iglesia posterior ha tendido a olvidar este mandato de Jesús, quizá por miedo a la “autoridades duales” (porque ellas pueden conducir a divisiones) , y ha insistido en la autoridad monárquica de los obispos, con el contrapeso “senatorial” (grupal) de los presbíteros, aunque después los mismos presbíteros/sacerdotes se han hecho “monarcas” de sus comunidades, sobre todo a partir de la ley del celibato, de manera que la autoridad de la iglesia se ha vuelto “unitaria”: Los misioneros van por aislado, los obispos gobiernan por aislado sus iglesias.

Es como si un tipo de iglesia hubiera querido ir a contrapelo del testimonio y mandato de Jesús, pues donde Jesús había querido que sus ministros fueran “duales” (que ejercieran su misión de dos en dos, con la autoridad de su comunión de vida y palabra…), la iglesia les obligó a tener una autoridad individual (monarcas), con los posibles valores “jurídicos”, pero con los grandes rasgos de evangelio que ello implica.

     Esta opción monárquica ha tenido sus valores (y se ha podido apoyar en grandes místicas de unidad‒soledad ante Dios, en línea quizá más helenista que bíblica) y no se puede rechazar sin más, pero puede y debe ser revisada, actualizada y completada, desde diversas perspectiva (no sólo desde el evangelio, que es lo primero), sino también desde la condición social de la iglesia en la actualidad.

Lo primero que queda claro en estos pasajes es que no puede ser enviado de Jesús y ministro de la Iglesia alguien que no sepa compartir la vida, y que no pueda ir/vivir de dos en dos, compartiendo experiencia, camino de evangelio y palabra, pues donde sólo hay un cristiano no hay todavía cristiano (como decían algunos Padre de la Iglesia). En otras palabras, no se puede ser testigo del amor de Dios si no se es testigo del amor al prójimo, como sabe y dice el evangelio.

Uno de los problemas graves de ciertos ministros de la iglesia está en el olvido de ir “de dos en dos”, pues se han creado a veces autoridades de iglesia con soledades vacías y a veces enfermizas (con sustituciones afectivas que pueden ser menos claras). No se trata de negar el celibato sin más (¡de ninguna forma!), sino de insistir en que el celibato sólo puede ser auténtico si está integrado en el modelo más alto del “de dos en dos…”. Nadie que no sepa y pueda vivir en compañía con otro (con otra persona) puede amar al Dios de Jesús y ser su ministro en la Iglesia.

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    Jesús no ha querido definir de un más preciso la “forma concreta” de ese vivir y actuar (caminar, proclamar la palabra) de dos en dos, ni lo han hecho Marcos, el Q y Lucas: No han dicho si debe tratarse de una pareja matrimonial (un hombre‒mujer bien casados), como en el modelo de Santiago y los hermanos de Jesús, de quienes habla Pablo, o como en el modelo del “patriarca” amoroso con esposa única (como suponen 1 Tim y Tito…).

Los recuerdos de Jesús y los escritos del NT no dicen si esos que han de ir en nombre de Jesús y ser ministros de su evangelio han de dos hombres bien varones (como ahora se dice), un varón y una mujer amigos (pero no casados), o dos mujeres, o una parece de amigos varones (o mujeres), maduros en amor, ricos de evangelio.

Todas las combinaciones son posibles, siempre que sean combinaciones de evangelio, es decir, de amor en gratuidad y de libertad creadora para un evangelio, que sólo en amor y vida de dos en dos puede anunciarse, con la palabra y con el testimonio.

Misión “dual”, una transformación intensa. 

Este evangelio del “de dos en dos” nos sitúa ante la exigencia de una transformación fuerte de la misión cristiana, algo que en general no han tomado en cuenta la grandes comunidades cristianas, y en especial la Iglesia católica. En esta línea es secundario el celibato de los “clérigos”, es secundaria también la “exigencia” de que los clérigos sean varones o mujeres, sean homo‒ o hétero‒sexuales. Lo que resulta esencial es que puedan ir y vayan “de dos en dos”, varones y o mujeres, en clave de evangelio.

            Esto es algo que la iglesia católica de hoy (año 2019) parece poco dispuesta a aceptar, aunque esté en un lugar central de su evangelio, como indicaré comentado, ya de manera más rápido este sorprendente evangelio de Lc 10, 1‒12:

— que vayan por doquier (todos los pueblos son iguales) y que saluden a la gente con la paz:invitándoles a compartir su proyecto de comunión social, de plenitud humana, desde Dios, ante la vida;

que coman lo que haya, que compartan todos, ofreciendo lo que tienen (el testimonio de su libertad y madurez evangélica), todo lo que tienen, lo que llevan, lo que logran conseguir, sin capitalizar dinero, sino sólo esperanza y vida compartida (pues un dinero capitalizado se vuelve principio de imposición y dominio que destruye a las personas);

que curen a los enfermos, que animen a los desanimados, que ofrezcan a todos una educación de paz, con su ejemplo de vida, más que con palabras… como avanzadilla de Reino entre los pueblos… 

Suenan estos días en Europa los tambores de la disensión, como un nuevo fascismo imparable, que llega poblado de miedos: No hay sitio para refugiados, cada en un su casa, sin pan para los otros, llega el Brexit de los pueblos (y sobre todo del Gran Capital), sálvese quien pueda y que se arreglen, si pueden, los restantes.

Suenen en España los tambores de unas elecciones mal digeridas, en las que casi nadie sabe de verdad lo que (lo que hemos) votado, con codazos, expulsiones…, amenazas, miedos, sin un norte que nos permita orientarnos o al menos compartir orientaciones, como si fuéramos súbditos de poderes externos y miedos interiores.

Con 72 para ponerse en camino de paz. Los estudios económicos y arqueológicos confirman que en los años de Antipas, etnarca o rey vasallo de Galilea (del 4 a C. al 39 d. C.), que fueron los años de Jesús, se produjo la mayor revolución social de Galilea y de toda la tierra de Israel. Gran parte de los antiguos propietarios perdieron sus tierras y quedaron sin trabajo. Creció la inestabilidad política y muchos empezaron a pensar y sentir que no había más solución que la muerte o la guerra.

En ese contexto se entiende el proyecto de paz de Jesús, que empieza de abajo y se expresa en forma de pacto entre itinerantes (sin casa ni tierra)  a los que él envía, en parejas diversas, para anunciar y preparar el reino y sedentarios (con casa). Los amigos y enviados de paz de Jesús eran itinerantes, portadores de un mensaje de Reino (Paz mesiánica), en medio de una sociedad duramente amenazada por la guerra. Así debían   según Lucas eran 70/72, enviados a todas las naciones y pueblos de la tierra.  

Estos 72, enviados de dos en dos, eran hombre y mujeres de paz y diálogo. Empezaron siendo judíos, pero pronto descubrieron que podían ser judíos y gentiles, promotores de una vida compartida. Así llegan y empiezan ofreciendo paz (su propia paz, la de Jesús) por casas y calles, no una paz puramente interior, sino la paz social, política, económica, que ellos, pobres itinerantes, querían ofrecer,  en nombre de Jesús, como expresión y signo del Reino que viene. No eran los únicos, había otros que decían ofrecer la paz, pero lo hacían con otros medios y otros fines.

Roma quiso imponer por entonces la paz de su imperio, con armas y soldados, con una economía al servicio de su programa de imposición social.  Pues bien, en ese contexto, Jesús envió a sus discípulos, casa por casa, de dos en dos, como portadores de un proyecto de paz mucho más hondo, llamado a crear una transformación personal, familiar y social abierta al mundo entero. Les mandó en una situación pre-bélica, sin seguridad externa (sin dinero, sin armas, sin garantías jurídicas).

Sus mensajeros de su paz eran precisamente aquellos pobres, que habían sido expulsados de los grandes proyectos de la pax/paz romana. Por eso iban sin nada: “No llevéis bolsa, ni alforjas, ni calzado; ni saludéis a nadie por el camino…”.  

 Por eso, Jesús elige y envía a sus “adelantados”, para que anuncien la paz con su vida (no sólo de palabra) en todo Galilea. Éste es el principio permanente, el punto de partida de la paz mesiánica, que Jesús entiende como Reino de Dios.

Estos discípulos de Jesús, adelantados de una paz social, en medio de un mudo conflictivo, dispuesto a la guerra, siguen siendo ejemplo para todos los cristianos posteriores.

 Iglesias y grupos cristianos han tendido a tomar el poder y a organizarse de forma jerárquica, imperial, olvidando la palabra clave de Jesús: “Id de dos en dos”. Con frecuencia las “autoridades cristianas” han pactado con las instituciones dominantes, en contra de los primeros cristianos fueron unos “objetores de conciencia”, promotores de paz, sin armas, ni seguridades (sin dinero, sin alforja).

Conclusiones:

 a) De dos en dos. Ésta sigue siendo la clave. Quizá es conveniente seguir manteniendo por un tiempo estructuras de poder “monárquico”, con obispos y presbíteros que van de uno en uno, y con poder… Pero en el fondo del evangelio sigue resonando la palabra “de dos en dos”, pues toda “autoridad cristiana” es un gesto de comunicación. Sólo allí donde existe verdadero amor, allí donde el que llama y convoca es el amor de Iglesia (de los que van de dos en dos) se puede hablar de una “nueva” (es decir “verdadera”) evangelización.

b) No entretenerse en cosas secundarias… No parar en el camino “despidiéndose” de unos y de otros, dejándose cambiar por todos, sino mantener la fidelidad al proyecto de Jesús, que se vive y cumple siempre “de dos en dos”, allí donde nadie es autoridad‒poder único, sino que la autoridad es la comunidad, como ha destacado de forma insuperable el evangelio de Mateo “donde dos o tres se reúnan en mi nombre…” (Mt 18, 19). De esa forma pasamos del “ir de dos en dos”, por el camino de la misión, al vivir y organizar la iglesia de dos en dos, es decir, siempre en comunión, sin unos poderes monárquicos superiores (cf. Mt 18, 15‒21)

c) Entrar en las casas diciendo con la propia vida “la paz sea con vosotros”. La paz es dialogar entre todos, desde abajo, no con el poder de algunos que lo tienen casi todo (políticos, dueños del sistema), sino con la palabra de aquellos que no tienen nada (o se han despojado de lo que tenían) para establecer las bases de la paz desde la palabra común, no desde instancias de poder más alto

d) Curad a los enfermos. La paz viene curando a los enfermos “del cuerpo”, pero, sobre todo, a los enfermos del “alma”, es decir, a los que viven aplastados por el deseo de tener y de dominar a los demás. Sin curar a los enfermos de “violencia” social, ideológica, económica o militar no es posible la paz. Hace falta un gran “hospital” de campaña (de campos y pueblos) de pacificación

e) La paz es trabajar y comer junto… Comed lo que es pongan, colaborad la tarea de la humanidad, en contacto directo, desde la misma calle de la vida… sin lugares resguardados, sin coches blindados, sin seguridades y más seguridades policiales… Hay que aprender a compartir la vida desde la calle, que es la palabra, la conversación, la casa abierta… trabajando y comiendo juntos…

Cf. M. Legido, La fraternidad apostólica de Jesús, en Varios: De dos en dos. Apuntes sobre la fraternidad apostólica, Sígueme, Salamanca 1980, 73-145.

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