Mensaje en la botella…para el Papa Francisco (04) Padre Francisco ¿Puede un laico presidir la Eucaristía?

Padre Francisco ¿Puede un laico presidir la Eucaristía?
Padre Francisco ¿Puede un laico presidir la Eucaristía?

“ya lo ha hecho a lo largo de la historia de la Iglesia, por qué no hacerlo hoy en situaciones extraordinarias”

Ya no se trata de acudir en ayuda de una falta de vocaciones, sino de recuperar a la comunidad como sujeto eclesial

Esta cuestión podría ser una pregunta para el Papa Francisco, pero es una pregunta realmente para todos, para debatir en sinodalidad. Quizá para poner sobre la mesa en el Sínodo. Una primera y rápida respuesta sería: no.

¿Pero de dónde me viene la pregunta?

Hace poco leí el testimonio de un obispo español en África que relataba cómo en su extensa diócesis había comunidades que llevaban años y años sin sacramentos de ningún tipo. Es un testimonio que me ha impactado y que he citado para varias cuestiones ya.

Este es el texto al que me refiero:

“En una hora y pico hemos conseguido llegar a Koulou a 13km de Bossako. Una comunidad de unas doscientas personas nos recibe. Celebramos con fervor la Eucaristía... Al final, dialogamos más de una hora, y es allí que me cuentan que llevan ocho años sin Eucaristía... El último sacerdote que pasó fue el p. Vianney en 2016. Se me cae el alma a los pies, pero esta misma canción la oiré en las siguientes comunidades.”

“Cuando hemos llegado a Karabara nos esperaba toda la población, unos doscientos cincuenta, de los cuales 70 católicos. Aquí no llega nadie de fuera. Los he escuchado contar la historia de su capilla nacida en 1960, cuando los misioneros venían en bicicleta... Recitan de memoria la lista de los misioneros que han llegado a su localidad..., unos siete, o sea, unas siete Eucaristías en 65 años; pero ahora ningún padre viene desde 2016, me dicen.”

Hace pocas semanas me “crucé” con un artículo de Tomás Muro Ugalde en la revista Scriptorium Victoriense  “Sobre la presidencia de la eucaristía” (Año 2020). Y la primera pregunta que se hace precisamente es esa: si un laico puede presidir la eucaristía. La respuesta que tras la lectura he deducido sería que: “ya lo ha hecho a lo largo de la historia de la Iglesia, por qué no hacerlo hoy en situaciones extraordinarias”. 

El artículo hace un repaso por el pensamiento de varios autores, teólogos de renombre, que han estudiado el tema y concluyen que en el origen de la Iglesia no había ministros ordenados, y que a lo largo de la historia la Eucaristía y todos los sacramentos se han ido convirtiendo en  asunto de competencia exclusiva de la jerarquía eclesiástica. Si antes, en el principio,  el sujeto eclesial era la misma comunidad, pronto se desplaza a la jerarquía creando un poder y una dependencia que sigue vigente hasta nuestros días. Así a través de los diversos concilios y hasta el Vaticano II la Iglesia ha ido consolidando ese poder de los ministros ordenados. 

El Concilio Vaticano II vuelve a reivindicar el papel del laicado en la vida de la Iglesia. Y hoy, el Sínodo que nos ocupa lo grita.

Ya no se trata de acudir en ayuda de una falta de vocaciones, sino de recuperar a la comunidad como sujeto eclesial y con ello la posibilidad de que quienes presidan esa comunidad se les considere habilitados para administrar los sacramentos que son la vida de la Iglesia. De esa manera casos como el que relata el obispo de la diócesis africana no tendrían que producirse, o las demandas de la Iglesia en la Amazonía tendrían la respuesta que solicitan. 

Si algo sostiene con fuerza Muro en su artículo es que sin la Eucaristía es muy difícil la vida de la Iglesia, lo que nos lleva a decir que la pervivencia de algunas comunidades y de la fe de algunas personas se mantiene de milagro. 

Según se recoge en el artículo de Muro a lo largo de la historia de la Iglesia han sido muchas las veces y ocasiones en las que personas cualificadas han sido designadas para presidir la Eucaristía incluso en nombre del obispo. 

De la mano de algunos autores añade argumentos a favor como el del sacerdocio común que se adquiere por el bautismo. 

En varios párrafos se repite la figura de los “ministros extraordinarios”, es decir, entiendo yo, que sin entrar en colisión con el sacerdocio ministerial se pueda habilitar a personas de probada fe y con un papel relevante en la comunidad la posibilidad de ser ministros de algunos sacramentos, incluso de sacramentos concretos: la Eucaristía, el Bautismo, el matrimonio, … 

Al fin y a la postre esta es la demanda de algunas Iglesias en Latinoamérica y en África, retomemos el testimonio del principio. O miremos la realidad de nuestras diócesis hoy.

Otra argumentación que aparece es la presencia real de Cristo en el encuentro de la comunidad, “donde dos o más se reúnan en mi nombre allí estaré Yo”. Ello traslada, entiendo, el poder de la consagración del pan y el vino a la Comunidad reunida en el nombre del Señor y no en exclusiva al sacerdote oficiante. 

En el artículo he encontrado también una propuesta alternativa, la celebración de la Cena del Señor, se asemejaría más a las celebraciones de las iglesias anglicanas, protestantes, creo. La propuesta recoge una celebración que prescinda de las fórmulas y guión de la Misa y que sea “otra cosa”, pero que garantice la presencia de Cristo Eucaristía en medio de la comunidad.  Sería, podríamos decir, una celebración de la Palabra, que ya tenemos, con una consagración por parte de la comunidad consentida y admitida. 

La tesis en la que se enmarca toda esta teoría de la capacitación de no ordenados para presidir la Eucaristía es que la Eucaristía es una cuestión de toda la comunidad y no en exclusiva de solo los ministros ordenados. 

Nos recuerdan como en el principio de la Iglesia no había templos, iglesias, la comunidad se reunía en las casas. ¿Serían los anfitriones quienes presidían las celebraciones? ¡Y estos serían laicos! 

El mismo guión de la misa que conocemos nos sugiere una concelebración por parte de todos los asistentes, cuya expresión más simple es el “Amén” que se dice en varios momentos. 

Esta reflexión de la presidencia de la Eucaristía abre también otros melones como es la administración de otros sacramentos por parte de personas estrechamente ligadas a la situación: es decir por ejemplo ¿las personas vinculadas a la pastoral sanitaria no serían idóneas para administrar la unción de enfermos en hospitales y residencias de ancianos?

Detrás de todas estas reflexiones, y más hoy, subyace la necesidad de que la Iglesia dé respuesta a su misión de Celebrar la fe en comunidad, de celebrar la Eucaristía como algo irrenunciable en la vida de la Iglesia, y a lo que hoy muchas comunidades, y no sólo ya en “tierras de misión”, (que lo son todas), sino en la vieja Europa, en la cuna de la cristiandad esta necesidad ya es un hecho. 

Y esta situación nos lleva a poner sobre la mesa en el Sínodo el tema de los ministerios laicales como recuperación de lo que ya en su día fue, pero sobre todo como respuesta a la Iglesia del siglo XXI que precisa hacerse presente y despojada de todo vestigio medieval o tridentino. 

Todos los autores coinciden en la habilitación de ministros extraordinarios ante situaciones extraordinarias, la pregunta quizá hoy sea si en el primer cuarto del siglo XXI estamos ante situaciones extraordinarias: El relato del obispo misionero; las demandas de ordenación de viri provati en la Amazonía, el descenso de vocaciones al sacerdocio, la demanda de una revisión del mismo sacerdocio, del celibato y de la ordenación de mujeres, la clandestinidad en la que viven cristianos perseguidos, … ¿de verdad que hacen falta más argumentos?

Otro aspecto en el que los autores coinciden es en la necesidad de una idoneidad del candidato, incluso de una formación. Como mínimo debe ser un líder reconocido por la comunidad. 

El artículo no olvida exponer la postura “oficial” de la Iglesia sobre esta cuestión, y lo hace a través del documento de la sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que publicó el 8 de septiembre de 1983.

En este documento se empieza marcando las distancias entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio del Pueblo de Dios, es decir de los laicos. Y esa diferencia radica en la cuestión sacramental, en la exclusividad de la administración de ciertos sacramentos por parte del sacerdocio ministerial.  Y esta exclusividad se sustentaría en la sucesión apostólica que no está en manos de la comunidad sino de la jerarquía. 

La argumentación de la SC para la Doctrina de la Fe concluye diciendo que el sacerdote: tiene carácter sacramental, actúa en In persona Christi; no recibe esta potestad de la comunidad; y no puede ser sustituído ni delegar.  Por lo tanto la Eucaristía sólo puede ser presidida y celebrada por un sacerdote ordenado.

¿Cómo encaja esto con todas las argumentaciones históricas que nos hablan de que en el principio no fue así la cosa?

¿Y las situaciones extraordinarias de falta de ministros cómo lo solventa el documento? Diciendo que la Gracia de Dios suple la ausencia, siempre y cuando vivan en comunión con la Iglesia (romana). Y concluye con la demanda de rogar más obreros para la mies. 

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Non solum sed etiam 

Aun cuando ya he incluido algunas aportaciones personales en el texto, me parece oportuno añadir lo siguiente:

A lo largo de mi pertenencia a la Iglesia desde mi niñez he vivido muy tranquilo y despreocupado por esta cuestión. La posibilidad de acceder a la eucaristía dominical siempre la he tenido garantizada. 

Fue a partir de abrir mi mente a la realidad de otras comunidades, primero en otros continentes, y más recientemente en localidades de nuestro propio entorno, y descubrir que no todo el mundo puede ir a misa los domingos. 

Esta realidad se fue haciendo más escandalosa a medida que uno iba conociendo con más detalle la historia de cristianos perseguidos, gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada, o de rincones del mundo a los que llega un sacerdote cada siete años; o la historia de algunos de nuestros pueblos que han ido viendo cerrar sus iglesias y tener que acudir al pueblo más grande de la zona los domingos, o cómo en esos pueblos lo que se celebra es una misa al mes y el resto son celebraciones de la Palabra. 

Todo ello sumado a las demandas de un papel más relevante de las mujeres, de los laicos en la Iglesia dan como resultado plantearse si no ha llegado la hora de hacer algunos cambios. 

Y entre esos cambios estarían la apertura de los ministerios a los laicos y la reformulación de un nuevo modelo sacerdotal. Cambios a los que hay que llegar sin miedo, sin violencia, con esperanza, con fe. Por lo tanto, mis preguntas son: ¿Podría llegar un laico, una laica a presidir una Eucaristía? Ojalá no fuese necesario, pero si lo es ¿por qué no?

Y permitidme hacer una pregunta más: ¿Qué pasaría si hoy un obispo, valiente añadiría yo, en el marco de sus atribuciones en su diócesis, diese un paso al frente y buscase soluciones prácticas para garantizar el acceso a los sacramentos a toda su feligresía, capacitando a consagrados y laicos según las circunstancias lo exigiesen? Ahí  lo dejo.

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