Elegía de agradecimiento por Andrés Cabrera

Según te veía desplegaba sus brazos y te dabas cuenta que no tenías escapatoria, que te esperaba un abrazo sincero, como de oso con barba larga y canosa y, a los hombres a quienes no nos importaba, nos plantaba un par de besos.

Andaba deprisa, como si no pudiera o quisiera perder el tiempo. Quizá fuera alguna reminiscencia de sus años juveniles, al tener que poner los pies en polvorosa cuando le perseguían los grises.

Porque siempre había algo que hacer: una reunión en la asociación vecinal, una manifestación, un encuentro o una sesión de control en el Ayuntamiento, la asistencia al acto que estaba a punto de comenzar en la Quinta de los Molinos…

Andrés Cabrera era una persona que vivía por completo por y para los demás, sea en el aspecto político, social, reivindicativo, o en el plano personal. Porque toda su actividad socio-política no estaba al margen, sino en paralelo con su vida privada, familiar y de amistad.

Cuando te encontrabas con Andrés, sabías que no había otra persona en ese momento para él. Se interesaba por todo lo que te pasaba, por todo lo que vivías. Te preguntaba por tus amigos, por tu trabajo. Y por tus hijos, porque eran también parte de su vida, los había visto nacer, crecer e irse haciendo adultos. Se le iluminaba la cara cuando los veía y de nuevo les estrechaba en su fuerte abrazo de oso, con barba y todo. Y lleno de ternura.

Siempre tenía un chiste que contarte. No he conocido a nadie que pudiera hilar tantos chistes buenos uno detrás de otro. Era también un gran conversador, cercano, irónico, nunca hiriente; tenía una cultura impresionante y podía leer horas seguidas sin enterarse del tiempo transcurrido.

Amigo de sus amigos, sin peros ni demoras, dando a cada uno lo que estaba en su mano. La amistad era quizá lo que más valoraba, de lo que se alimentaba y lo que regalaba a manos llenas.

Era la alegría personificada, el grito estentóreo, la voz ronca, profunda, el canto elevado, la risa sincera, el silbido que anunciaba los fuegos artificiales en la caseta de Asociación Vecinal Amistad de Canillejas, durante las fiestas del barrio en septiembre.

Andrés tenía varios referentes a los que no renunció en toda su vida: era republicano, ateo y comunista (abierto, no ortodoxo). Nada de esto le separaba de las personas que no comulgaban con su ideología. Conversaba con franqueza y, a la vez, cordialmente, con los representantes de otras fuerzas políticas y sociales distanciadas de él ideológicamente. Por eso era tan querido por todos.

Su última lucha, esta vez con una victoria contundente, fue la que lideró junto con otros vecinos de Canillejas, mediante protestas y propuestas, contra la cesión de la Quinta de Torrearias a la Universidad de Navarra. Por ello le nombraron presidente de honor de la Plataforma en defensa de la Quinta. Los ciudadanos de Canillejas, de Madrid y quien lo desee de otras ciudades o países, pueden entrar ahora con toda libertad a pasear por este hermoso parque. Allí habrá siempre un lugar destacado en su memoria.

Los cristianos y cristianas de base, que trabajamos codo a codo con él contra las injusticias, discriminaciones, el racismo, la violencia nazi… en el barrio de Canillejas, nos sentíamos muy a gusto a su lado. Sentíamos que era de nuestra propia familia. Nos reíamos con él por sus finas ironías y sus firmes argumentos ante nuestras creencias, le rebatíamos hasta donde nos era posible, pero siempre en un tono alegre, distendido, cariñoso.

Nadie me podrá decir que Andrés no creía en nada, porque es mentira. Porque sus más profundas e íntimas creencias estaban asentadas en la amistad, en el amor de unos hacia otros, en la libertad, la paz, la justicia. En la utopía y la esperanza que se construyen en el día a día. En la ternura y el encuentro. Lo mismo que cualquier creyente. Pero con un ejemplo de vida difícil de superar, algo que muchos cristianos no podemos decir.

Andrés murió el pasado 24 de marzo. Coincidió con el 39 aniversario del asesinato, del martirio de monseñor Óscar Romero en San Salvador, recién nombrado santo, al fin con el papa Francisco. Creo que es una coincidencia muy sugerente.

Andrés Cabrera luchó por vivir durante varios años, de forma realmente heroica, contra el cáncer de garganta que nos ha privado de su presencia física. Para Manoli, su alegre, desprendida y fiel compañera, que le ha cuidado con un amor entrañable, conmovedor, hasta su último suspiro, esta separación es como un tajo inmenso en su vida, por donde se escapa cada día un océano de lágrimas. No hay nada para ella que pueda colmar esta ausencia. Porque nuestro querido amigo y compañero, su fiel amante, se ha ido demasiado pronto, solo tenía 65 años.

A su lado estamos muchas personas, pero nada ni nadie puede ocupar el lugar de su querido e inolvidable Andrés. La única respuesta por nuestra parte solo puede ser el cariño, el abrazo y el acompañamiento en silencio.

Los almendros de la Quinta de los Molinos lloraron pétalos blancos cuando sintieron cómo se desvivía su ser por los resquicios del aire, por las ventanas del tiempo, por los  corazones abatidos de sus amigas y amigos.

Pero sé que le volveremos a sentir acercándose después de recoger el periódico en el metro. O en la esquina de su calle esperando a Manoli, para besarla e irse a tomar una caña con sus amigos. Se nos hará presente en cada árbol y en el huerto de la Quinta de Torrearias. En la caseta de la Asociación en las fiestas del barrio.

Le sentiremos vivo cuando sigamos su ejemplo y continuemos comprometidos, luchando contra cualquier injusticia que se cometa con las personas más débiles, marginadas y excluidas en nuestro barrio, o en cualquier parte de nuestro mundo.

Elegía por Andrés Cabrera

Te queremos. Sabemos que seguirás estando siempre vivo en  nuestros corazones. Porque quien ha amado tanto es imposible que pueda morir.

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