Discernimiento espiritual y moral liberadora desde Francisco con Tomás de Aquino
Este artículo se inspira en mi última actividad académica, realizada en la Universidad Politécnica Salesiana (UPS, Cuenca). En donde estuve como invitado, para exponer la "dimensión espiritual del cristianismo". Asimismo, en este sentido, recoge mi última investigación y trabajos sobre el Papa Francisco, para valorar su cualificada y profunda enseñanza que continúa la fe y tradición la iglesia. Con Santos y Doctores como Santo Tomás de Aquino. Un buen momento para seguir ahondando y transmitiendo el mensaje del Papa. Ahora que ya se encuentra de nuevo entre nosotros, con su visita al cercano y querido Perú. Francisco con Tomás de Aquino, el teólogo y autor más citado por el Papa en su magisterio- después de San Juan Pablo II-, nos comunican una verdadera compresión y discernimiento espiritual para la fe con su vida moral.
Efectivamente, Francisco con Tomás van a la entraña del cristianismo: el verdadero rostro de Dios que es Amor-Caridad y Misericordia; y que nos libera de cualquier mal, esclavitud u opresión. De ahí que como se ha estudiado, por ejemplo en los muy buenos últimos libros de los dominicos J. Espeja y F. Martínez, la moral inspirada en la fe tiene un carácter humanista, humanizador, crítico, espiritual y liberador. La Ley Nueva es el Espíritu de Jesús, que nos regala la Gracia del Amor de Dios, y nos va liberando de la dominación opresora y de toda esclavitud. El don de la caridad y misericordia, real imagen de Dios, son las principales experiencias y valores o virtudes de la fe y nos liberan de toda deshumanización, alienación y maldad.
Por tanto, desde el Espíritu y su Ley Nueva de la Gracia Liberadora del Amor, la fe supone el discernimiento y valoración de la vida moral. Ajustando todo a este dinamismo del amor-caridad y misericordia, para el bien universal de los otros. El discernimiento, habitados por el Espíritu de Jesús, nos lleva a rechazar todo aquello que no promueva el amor, la misericordia, el bien, la honradez con lo real, la vida, paz y justicia con los otros. Es un discernimiento con un conocimiento con-natural y realista, que integra la razón con los deseos o vida afectiva en el amor y comunión con los otros, en hacernos cargo del ser de lo real, encargarnos de la realidad, mundo e historia. En sintonía con la filosofía y las diversas ciencias, la fe nos posibilita esta compresión e inte-relación de las diversas dimensiones de lo real, que se encuentran religadas en la comunión solidaria con Dios, con los otros y con todo el cosmos. Esta cosmovisión es la que sustenta una ecología integral, una verdadera mística fraterna, ecológica y ética de la solidaridad. Esto se enraíza en el Misterio de Dios, en las Personas Divinas que son Relación Subsistente en el Amor, Entrega y Solidaridad Mutua del Padre, Hijo y Espíritu. Este Dios Trinitario de Amor y Solidaridad es la entraña y modelo para la iglesia, la sociedad y el mundo con sus relaciones espirituales, humanas, sociales, políticas y económicas
La conocida como ley natural expresa toda esta ecología y antropología integral, con el valor sagrado e inviolable de la vida, dignidad y bien de la persona, siendo fundamento de los derechos humanos. En la afirmación de la naturaleza y significado del ser humano, con el respeto de las diversas e inherentes dimensiones de la persona como la física, corporal, ecológica, social, moral, espiritual y trascendente. Esta ley natural permite el discernimiento de lo más profundo de la conciencia moral, para hacer el bien y evitar el mal, para optar por lo justo y honrado frente a lo malo e injusto. Dicha ley natural, espiritual y moral con sus sentimientos, valores universales y principios firmes está grabada en lo más hondo de nuestra alma, corazón y conciencia. Lo cual, en esta naturaleza humana compartida y valores comunes propios de lo humano, posibilita el diálogo y encuentro entre las diversas culturas o religiones. Hace posible una ética civil, inter-cultural, inter-religiosa, universal y global, la vida ética, el bien común y el compromiso por la justicia. Desde la fe, creemos que está ley natural es reflejo de la Ley Divina. El Proyecto que Dios tiene para el ser humano y que, por el Espíritu que nos habita, nos llama al corazón y a la conciencia a madurar toda esta vida espiritual y moral en la santidad, amor, paz y justicia.
Frente a todo fundamentalismo o integrismo sectario, esta mirada global y comunional de la fe posibilita la valoración de todo lo bueno, verdadero y bello de los otros. Nos proporciona esta antropología integral, con una moral integradora e inclusiva de los diversos aspectos y matices de la realidad, que nos libera de los fanatismos e ídolos de la riqueza-ser rico, poder y violencia. Lo que, en este amor misericordioso y compasivo, nos lleva a amar y entregarnos por los otros, asumiendo solidariamente el sufrimiento, mal e injusticia que padecen. En la valoración de toda esa dignidad y trascendencia de las personas como son los pobres. La opción por los pobres tiene su esencia en este amor al valor trascendente de la persona, imagen y semejanza de Dios. Nos remite al Dios Padre con Entrañas Maternas que se encarna en lo humano, en Jesucristo su Hijo Unigénito que nos hace hijos y hermanos. Y lleva a la estima de la fecundidad de esa experiencia de la fe de los sencillos y humildes, como es la religiosidad popular, las tradiciones espirituales, culturales y morales de los pueblos. Por la que los pobres y pueblos expresan su fe, esperanza y amor fraterno en ese Dios compasivo de la vida y de la justicia liberadora.
De esta forma, la Gracia que supone la naturaleza e incluye lo humano, la fe y la razón que son las dos alas complementarias del cristianismo (sin contraposición), nos conducen al diálogo y encuentro con la ciencia o cultura, con la vida social y pública. La misericordia y constitutiva caridad política, que busca el bien común con la civilización del amor, orientan a la sociedad-mundo en el servicio de la fe y la justicia con los pobres. Frente a los ídolos del poder y la dominación, la política debe ser moral y promover todo este bien común con las condiciones sociales e históricas que hacen posible la vida, dignidad, felicidad y desarrollo humano e integral de los pueblos. La autoridad primera y principal, en una real democracia, reside en los pueblos y su ser sujetos protagonistas de la vida moral, sirviendo a la justicia y al bien común. Cuando las autoridades y leyes no son morales y justas, negando el bien común, dejan de ser legítimas. Y se tiene la responsabilidad de no obedecerlas, resistirlas y comprometerse para cambiarlas, para que hayan unas leyes con más humanidad y justicia, que posibiliten el bien común y más universal.
En este sentido, la economía verdadera se sostiene en la ética, para servir a la vida y necesidades de los pueblos con la justicia distributiva-social. Por la que se reparten con equidad los bienes que tienen este destino universal, para toda la humanidad. Esta finalidad comunitaria, social y universal de los bienes y propiedad, para todos los pueblos, está antes que la apropiación privada de la propiedad. Por lo tanto, los pobres tienen el derecho a tomar los bienes que necesiten para su vida, para sus necesidades vitales. Una auténtica justicia que restituye a los pobres todos esos bienes que, destinados por Dios para toda la humanidad, han sido robados por los ricos. En esta línea, hay que rechazar el mal e injusticia de la usura, que comercializa con el tiempo que es de Dios, sin equidad en el reparto de los bienes. Los pueblos y los pobres se tienen que liberar de la usura con sus créditos e intereses abusivos, injustos (usureros) que los endeudan y empobrecen de forma perversa.
Como se observa, este es el tesoro espiritual y moral de la fe tal como nos transmite el Papa Francisco con Santo Tomás de Aquino. Y que es cada día más actual, necesario e imprescindible en nuestro mundo y en la querida América Latina. Francisco y Tomás de Aquino nos muestran con su sabiduría, vida y testimonio: esa existencia de la santidad como iglesia pobre con los pobres. En la pobreza fraterna con la comunión de vida, bienes y compromiso por la justicia con los pobres de la tierra. Una moral liberadora de todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y del tener que se ponen por encima del ser y de la existencia (lo real); que se oponen a todo este humanismo espiritual e integral por el que nos abrimos a la trascendencia, a la vida en el amor que nunca muere.
Efectivamente, Francisco con Tomás van a la entraña del cristianismo: el verdadero rostro de Dios que es Amor-Caridad y Misericordia; y que nos libera de cualquier mal, esclavitud u opresión. De ahí que como se ha estudiado, por ejemplo en los muy buenos últimos libros de los dominicos J. Espeja y F. Martínez, la moral inspirada en la fe tiene un carácter humanista, humanizador, crítico, espiritual y liberador. La Ley Nueva es el Espíritu de Jesús, que nos regala la Gracia del Amor de Dios, y nos va liberando de la dominación opresora y de toda esclavitud. El don de la caridad y misericordia, real imagen de Dios, son las principales experiencias y valores o virtudes de la fe y nos liberan de toda deshumanización, alienación y maldad.
Por tanto, desde el Espíritu y su Ley Nueva de la Gracia Liberadora del Amor, la fe supone el discernimiento y valoración de la vida moral. Ajustando todo a este dinamismo del amor-caridad y misericordia, para el bien universal de los otros. El discernimiento, habitados por el Espíritu de Jesús, nos lleva a rechazar todo aquello que no promueva el amor, la misericordia, el bien, la honradez con lo real, la vida, paz y justicia con los otros. Es un discernimiento con un conocimiento con-natural y realista, que integra la razón con los deseos o vida afectiva en el amor y comunión con los otros, en hacernos cargo del ser de lo real, encargarnos de la realidad, mundo e historia. En sintonía con la filosofía y las diversas ciencias, la fe nos posibilita esta compresión e inte-relación de las diversas dimensiones de lo real, que se encuentran religadas en la comunión solidaria con Dios, con los otros y con todo el cosmos. Esta cosmovisión es la que sustenta una ecología integral, una verdadera mística fraterna, ecológica y ética de la solidaridad. Esto se enraíza en el Misterio de Dios, en las Personas Divinas que son Relación Subsistente en el Amor, Entrega y Solidaridad Mutua del Padre, Hijo y Espíritu. Este Dios Trinitario de Amor y Solidaridad es la entraña y modelo para la iglesia, la sociedad y el mundo con sus relaciones espirituales, humanas, sociales, políticas y económicas
La conocida como ley natural expresa toda esta ecología y antropología integral, con el valor sagrado e inviolable de la vida, dignidad y bien de la persona, siendo fundamento de los derechos humanos. En la afirmación de la naturaleza y significado del ser humano, con el respeto de las diversas e inherentes dimensiones de la persona como la física, corporal, ecológica, social, moral, espiritual y trascendente. Esta ley natural permite el discernimiento de lo más profundo de la conciencia moral, para hacer el bien y evitar el mal, para optar por lo justo y honrado frente a lo malo e injusto. Dicha ley natural, espiritual y moral con sus sentimientos, valores universales y principios firmes está grabada en lo más hondo de nuestra alma, corazón y conciencia. Lo cual, en esta naturaleza humana compartida y valores comunes propios de lo humano, posibilita el diálogo y encuentro entre las diversas culturas o religiones. Hace posible una ética civil, inter-cultural, inter-religiosa, universal y global, la vida ética, el bien común y el compromiso por la justicia. Desde la fe, creemos que está ley natural es reflejo de la Ley Divina. El Proyecto que Dios tiene para el ser humano y que, por el Espíritu que nos habita, nos llama al corazón y a la conciencia a madurar toda esta vida espiritual y moral en la santidad, amor, paz y justicia.
Frente a todo fundamentalismo o integrismo sectario, esta mirada global y comunional de la fe posibilita la valoración de todo lo bueno, verdadero y bello de los otros. Nos proporciona esta antropología integral, con una moral integradora e inclusiva de los diversos aspectos y matices de la realidad, que nos libera de los fanatismos e ídolos de la riqueza-ser rico, poder y violencia. Lo que, en este amor misericordioso y compasivo, nos lleva a amar y entregarnos por los otros, asumiendo solidariamente el sufrimiento, mal e injusticia que padecen. En la valoración de toda esa dignidad y trascendencia de las personas como son los pobres. La opción por los pobres tiene su esencia en este amor al valor trascendente de la persona, imagen y semejanza de Dios. Nos remite al Dios Padre con Entrañas Maternas que se encarna en lo humano, en Jesucristo su Hijo Unigénito que nos hace hijos y hermanos. Y lleva a la estima de la fecundidad de esa experiencia de la fe de los sencillos y humildes, como es la religiosidad popular, las tradiciones espirituales, culturales y morales de los pueblos. Por la que los pobres y pueblos expresan su fe, esperanza y amor fraterno en ese Dios compasivo de la vida y de la justicia liberadora.
De esta forma, la Gracia que supone la naturaleza e incluye lo humano, la fe y la razón que son las dos alas complementarias del cristianismo (sin contraposición), nos conducen al diálogo y encuentro con la ciencia o cultura, con la vida social y pública. La misericordia y constitutiva caridad política, que busca el bien común con la civilización del amor, orientan a la sociedad-mundo en el servicio de la fe y la justicia con los pobres. Frente a los ídolos del poder y la dominación, la política debe ser moral y promover todo este bien común con las condiciones sociales e históricas que hacen posible la vida, dignidad, felicidad y desarrollo humano e integral de los pueblos. La autoridad primera y principal, en una real democracia, reside en los pueblos y su ser sujetos protagonistas de la vida moral, sirviendo a la justicia y al bien común. Cuando las autoridades y leyes no son morales y justas, negando el bien común, dejan de ser legítimas. Y se tiene la responsabilidad de no obedecerlas, resistirlas y comprometerse para cambiarlas, para que hayan unas leyes con más humanidad y justicia, que posibiliten el bien común y más universal.
En este sentido, la economía verdadera se sostiene en la ética, para servir a la vida y necesidades de los pueblos con la justicia distributiva-social. Por la que se reparten con equidad los bienes que tienen este destino universal, para toda la humanidad. Esta finalidad comunitaria, social y universal de los bienes y propiedad, para todos los pueblos, está antes que la apropiación privada de la propiedad. Por lo tanto, los pobres tienen el derecho a tomar los bienes que necesiten para su vida, para sus necesidades vitales. Una auténtica justicia que restituye a los pobres todos esos bienes que, destinados por Dios para toda la humanidad, han sido robados por los ricos. En esta línea, hay que rechazar el mal e injusticia de la usura, que comercializa con el tiempo que es de Dios, sin equidad en el reparto de los bienes. Los pueblos y los pobres se tienen que liberar de la usura con sus créditos e intereses abusivos, injustos (usureros) que los endeudan y empobrecen de forma perversa.
Como se observa, este es el tesoro espiritual y moral de la fe tal como nos transmite el Papa Francisco con Santo Tomás de Aquino. Y que es cada día más actual, necesario e imprescindible en nuestro mundo y en la querida América Latina. Francisco y Tomás de Aquino nos muestran con su sabiduría, vida y testimonio: esa existencia de la santidad como iglesia pobre con los pobres. En la pobreza fraterna con la comunión de vida, bienes y compromiso por la justicia con los pobres de la tierra. Una moral liberadora de todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y del tener que se ponen por encima del ser y de la existencia (lo real); que se oponen a todo este humanismo espiritual e integral por el que nos abrimos a la trascendencia, a la vida en el amor que nunca muere.