Ecología, ciencias y antropología: paradigmas en la ética con la espiritualidad

En la actualidad, se están renovando la formación ética y social con la actualización o profundización de realidades como la ecología, las nuevas ciencias y los horizontes de la antropología. Tal como está mostrando muy bien el Papa Francisco, por ejemplo, con su relevante encíclica “Laudato Si (LS), sobre el cuidado de la casa común". Y se está estudiando e investigando, con diversas publicaciones o seminarios, en el ámbito de la sociedad e iglesia. He tenido la posibilidad de presentar algunas de estas cuestiones y claves en la Universidad Politécnica Salesiana (Cuenca, Ecuador), con la ponencia de apertura que he impartido en las III Jornada de Reflexión Salesiana. Lo que agradezco en el alma a la querida familia salesiana y organización de dichas Jornadas, a la Pastoral Universitaria a través del Área Razón y Fe. A continuación, quiero presentar dichas cuestiones y claves.

Como podemos observar o estudiar, y ya desde su propio enfoque nos trasmitía el jesuita T. de Chardin, los nuevos paradigmas de pensamientos, filosóficos, teológicos y científicos. Por ejemplo, en la física y mecánica o nuevas disciplinas como las ambientales, ecológicas y las neurociencias nos van mostrando unas renovadas cosmovisiones. Las cuales nos posibilitan conocer, comprender y transformar la realidad. En donde las diversas realidades, con sus distintas dimensiones, están inter-relacionadas e interaccionado mutuamente de forma cooperativa y solidaria (cf. LS 138-155). La realidad personal, social, histórica y ecológica se co-relacionan en la colaboración, solidaridad y comunión fraterna. Manifestando, así, un desarrollo y ecología solidaria e integral.

Las personas contemplan la realidad de forma sentiente y afectiva, con el pathos (pasión) y afectos del corazón. Es la razón y ética cordial por la que se asume la realidad, el bien o el sufrimiento, el mal e injusticia y se ejerce una praxis transformadora sobre esta realidad. En la línea de Einstein, Ortega o Zubiri, el espacio y el tiempo con las cosas o realidades se encuentran en respectividad. Con el tiempo (respectivo) de las cosas y de lo real que cualifican a esta temporalidad o dinamismo y que pertenece, de suyo, a la realidad que da de sí en sus capacidades y posibilidades. La realidad muestra su diversidad de dimensiones o aspectos, en su co-respectividad y unidad estructural.

En este sentido, se nos presenta una antropología integral, que abarca e inter-relacionan las diversas y constitutivas dimensiones de la realidad humana. Tales como la personal, moral, cultural, comunitaria, social, política, económica, histórica, ecológica y espiritual. Tenemos así una ética del cuidado y desarrollo personal. Una ecología (inteligencia) mental que busca establecer unos pensamientos, emociones y sentimientos positivos, humanizadores y liberadores de toda patología, mal e injusticia. Con una conciencia crítica, humana y moral que busca la verdad, el bien y la justicia. Lo que se relaciona con el cuidado, desarrollo y ecología (inteligencia) espiritual que se abre a la trascendencia, a la mística. En la experiencia y comunión con el todo, con los otros y el Otro, con Dios mismo. Por tanto, esta ecología mental y espiritual se va realizando en la ética del cuidado y desarrollo humano con la ecología social. Las relaciones y justicia social-global con los otros, con los pobres de la tierra. Y con la justicia y ecología ambiental, que cuida el desarrollo sostenible del hábitat natural con el respeto a la naturaleza, a esa casa común que es nuestro planeta Tierra.

Desde lo anterior, se nos presenta una ecología y bioética global. Es el cuidado de toda la vida del planeta y de todas las personas en todas sus fases (cf. LS 91, 119-120), desde el inicio en la concepción-fecundación hasta la muerte, o dimensiones inherentes. La vida biológica, corporal, económica, política, social, cultural, ambiental y espiritual. Tenemos así una ecología y antropología integral que, por una parte, no cae en un antropocentrismo que desprecia a la naturaleza. Y que, por tanto, solo la considera una materia a dominar o a explotar, sin respetarla ni cuidarla. Por otra, evita un biocentrismo que le quita al ser humano su especial valor y ser singular con respecto al medioambiente, que no se puede divinizar (cf. LS 89-90; 118-19). En esta línea, hay que reconocer la ecología (naturaleza) humana. En el regalo de las culturas, con el don de la diversidad y complementariedad sexual-corporal de un hombre con una mujer abierto a la vida con el matrimonio, familia e hijos (cf. LS 155). Una ecología femenina que cuida de la vida en todas estas fases y dimensiones con la sagrada e inviolable dignidad, igualdad y protagonismo de la mujer en todos los ámbitos de la existencia y sociedad-mundo.

En la línea de lo que venimos exponiendo, vemos pues que la ecología y la antropología integral, con la naturaleza u orden y dinamismo del ser humano (cf. LS 221), sostienen los derechos humanos con sus sucesivas generaciones y ámbitos. La persona es por naturaleza un ser libre que se realiza en los derechos civiles-políticos, asociados al valor de la libertad. En la participación y gestión democrática de todo ser humano como sujeto protagonista de la sociedad/mundo, en la responsabilidad y compromiso por el bien común (cf. LS 156-158). Las personas están llamadas a impulsar la capacitación y posibilidades del dinamismo de lo real, de transformación y trascendencia de la realidad. La ecología integral tiene como clave básica esta democracia real, al servicio de bien común, que se lleva a cabo por ese amor civil y caridad política que es esencial para la ética, la fe y la espiritualidad (cf. LS 230-232). Es la caridad política que promueve la civilización del amor, el bien más universal y la justicia cosmopolita con los pobres de la tierra. Y que va a las raíces y causas de los males e injusticias, con la transformación de las estructuras sociales de pecado. Los sistemas políticos y económicos injustos, los mecanismos comerciales y financieros perversos.

De esta forma, por la inherente naturaleza sociable del ser humano, es constitutivo de la ecología integral los derechos sociales y económicos, que llevan a la realidad el valor indispensable de la justicia social e internacional. El principio ético-social fundamental del destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, que está por encima del derecho secundario de propiedad (cf. LS 93-95). La propiedad sólo es moralmente legítima si cumple con su intrínseca dimensión social, en el reparto con equidad de los bienes. En estos derechos y justicia social, que constituyen la ecología integral, es clave el valor del trabajo, la vida-dignidad del trabajador y de cada persona, que está por encima del capital, del beneficio y la ganancia (cf. LS 124-129). La dignidad y los derechos del trabajador, un trabajo decente con unas condiciones laborales humanizadoras- como es el criterio moral básico de un salario justo-, siempre tienen la prioridad sobre el capital y mercado que, como falsos dioses e ídolos, sacrifican la vida.

De esta forma, se van efectuando los derechos de los pueblos como es el desarrollo humano, la paz e interculturalidad y la ecología integral. Con un comercio justo y una banca ética. Un sistema comercial y financiero moral con equidad que promueve la economía real, con la ética-política que controle el mercado al servicio del bien común. Sirviendo a la vida y necesidades reales de las personas, los pueblos y los pobres (cf. LS 189-19). Todo lo anterior, supone ineludiblemente una vida austera, sobria, en el decrecimiento y pobreza solidaria con la comunión de vida, de bienes y de justicia con los pobres (cf. LS 222-225). Frente a los ídolos de la riqueza-ser rico y del poder, a la idolatría del poseer, consumir y tener por encima del ser solidario. Es la conversión ecológica integral en esta vida austera, sobria y de crecimiento hacia abajo. La pobreza solidaria en la opción por la justicia con los pobres, que nos libera de estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poder o de la tecnocracia. Y, por tanto, nos lleva a la paz y la felicidad, al sentido y realización humana, moral y espiritual. En contra de la globalización de la indiferencia y cultura del descarte, los falsos dioses de la competitividad, de la guerra y la violencia.

Sin esta conversión y espiritualidad ecológica, no habrá paz ni justicia verdadera. La santidad ecológica, moral y espiritual, como nos testimonian los santos como por ejemplo San Francisco e Ignacio Loyola o Don Bosco, es el camino hacia otro mundo posible. En esta vida fraterna, pobre y compasiva en la misericordia con el grito (clamor) de los pobres y de la tierra. Es la fraternidad y pobreza solidaria en la comunión con Dios, con los pobres y con el planeta en un compromiso por la justicia social, global y ecológica. El cuidado y acogida del don de la vida humana, cósmica, plena y eterna con el Dios de la vida, del universo e historia.
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