Ética, interculturalidad y encuentro inter-religioso con Francisco
El Papa Francisco y el Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyib, han realizado un importante e imprescindible “documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común… Al-Azhar y la Iglesia Católica piden que este Documento sea objeto de investigación y reflexión en todas las escuelas, universidades e institutos de educación y formación, para que se ayude a crear nuevas generaciones que traigan el bien y la paz, y defiendan en todas partes los derechos de los oprimidos y de los últimos”. Pues bien esto es lo que nos proponemos con este artículo, que asimismo tiene su raíz en mi viaje y estancia en la querida Colombia, en la bella ciudad de Bucaramanga, con motivo de mi conferencia en las V Jornadas Internacionales de humanidades y educación. Organizadas por la Universidad de Santander (UDES), con la temática-cuestión "educación y cultura", en donde estuve invitado como ponente internacional. Y en la Universidad Industrial de Santander (UIS), impartiendo clases de ética.
Empezaremos tratando de exponer el sentido de la cultura que, como indica su etimología (similar a la de “agricultura”), es la realidad por la que nos cultivamos como seres humanos. El pensamiento y la filosofía nos transmite que la cultura nos humaniza como los animales (seres) racionales que somos. Efectivamente, la personas es un animal (ser) cultural. Más allá de nuestros impulsos instintuales, la cultura es lo que nos diferencia del resto de animales y lo que nos hace propiamente humanos. Gracias a nuestra capacidad cultural, nos convertimos en personas y damos sentido a la existencia mediante las creencias, costumbres, tradiciones, estilos de vida, ciencias u otras formas de conocimiento, leyes, instituciones…que conforman la cultura. Por la cultura vamos realizando nuestras formas de pensar, sentir y hacer, los diversos proyectos vitales, sociales e históricos que promovemos con la vida cultural. Las relaciones humanas, sociales e históricas se van plasmando por las culturas que van dando sentido y significado a la realidad del ser humano.
Aunque en ocasiones se han contrapuesto natura y cultura, como nos van mostrando los estudios del pensamiento y de las ciencias humanas o sociales, no hay tal oposición o dualismo, sino distinción o diversidad en la unidad estructural entre naturaleza y cultura. Y es que la cultura tiene una base física, biológica y psico-corporal sobre la que se desarrolla la vida cultural del ser humano. Desde una adecuada antropología integral, se puede observar la inter-acción fecunda entre los sentidos y la razón, por la que el ser humano se constituye como una “inteligencia sentiente” (Zubiri), entre el cuerpo y psique-alma.
El pensamiento y la antropología, o las mismas neurociencias, nos muestran la denominada “unidad psíquica” del género humano: toda la humanidad comparte una serie de características universales, que nos constituyen como humanos; como personas, todos tenemos las capacidades racionales, de buscar la verdad y establecer el diálogo, éticas para discernir el bien o el mal y estéticas en el anhelo de belleza.
Todos amamos, sentimos o nos indignamos ante el mal e injusticias. Estas dimensiones universales, propias de toda persona, hacen posible el diálogo y encuentro con los otros de diferentes áreas culturales y, evidentemente, no niegan la diversidad cultural. Las diversas culturas expresan estas constitutivas dimensiones racionales, éticas y estéticas, como el amar y sentir o la pasión por la justicia, de diversas formas, expresiones y tradiciones que son complementarias y se fecundan entre los distintos pueblos.
De ahí que es propio del ser humano establecer el diálogo y encuentro inter-cultural, para que los pueblos vayan compartiendo y fecundándose entre sí, gracias a esta diversidad de cauces culturales. Acogiendo así lo verdadero, bello y bueno de los otros con lo que nos fecundamos y en este sentido, como ya hemos indicado, ir uniéndonos en lo compartido y común con la humanidad a la que pertenecemos. No es sano ni adecuado un relativismo cultural que no permita el diálogo y el encuentro con los otros seres humanos, a los que estamos unidos por nuestra propia naturaleza personal y humana compartida, universal que no se puede negar. Ni tampoco un etnocentrismo o uniformismo cultural que quiera dominar o excluir a las otras culturas, con pretensiones de superioridad sobre los otros que llevan al racismo, o a la negación de esta esta vitalidad fecunda y belleza de la diversidad cultural.
En esta línea, nuestras capacidades racionales, críticas y éticas nos permite rechazar y liberarnos todo aquello de inhumano e injusto que haya en las culturas, que nunca se pueden sacralizar, para que se respeten la vida, dignidad y derechos humanos de las personas. El cuidado y protección de la vida en todas sus formas, desde la fecundación-concepción, dimensiones y aspectos, de la familia con el amor fiel entre un hombre y la mujer abiertos a la vida, a los hijos, a la solidaridad y al bien común. La vida y la familia son pilares de toda sociedad-mundo que quiera ser humanizadora, cultural, ética y espiritual.
De esta forma, mediante una educación (formación) integral, podemos y debemos ir promoviendo todo este sentido de la persona con sus capacidades culturales e inter-culturales para un desarrollo humano, social, liberador y global. Tal como se impone actualmente, la educación y formación no puede caer en el individualismo posesivo e insolidario, en la razón tecnocrática, mercantilista e instrumental. Al contrario, en su propia entraña, la educación debe cultivar toda esta formación cultural e integral del ser humano que engloba todas estas inherentes dimensiones humanas, sociales y culturales de la persona.
La educación pues se encarna en la vida y cultura de los pueblos, cultiva y potencia las diversas tradiciones culturales, espirituales (como es la religiosidad popular) y sociales de los pueblos por las que se van humanizando, desarrollando y liberando integralmente. Una educación razonable e inteligente que busca el conocimiento de la realidad, la verdad real, ética que promueve el discernimiento de lo bueno y justo u honrado, estética que se admira de la belleza en una ecología integral.
Una educación y cultura en los valores, principios y humanismo que nos constituyen como personas. Esto es, una educación y cultura para la solidaridad, la paz, la justicia liberadora con los pobres de la tierra, el trabajo decente con un salario justo y la economía ética, lo femenino que respeta la vida digna y el ser sujeto de la mujer, el cuidado y la ecología integral. En oposición a la deshumanización e in-cultura de la egolatría posesiva e individualista, del mercado y capital como ídolos, de las idolatrías de la riqueza-ser rico y del poder. Frente a la sinrazón e inhumanidad de las desigualdades e injusticia sociales-globales, de las guerras y violencias, la destrucción ecológica y de toda forma de vida en cualquier fase o dimensión, del machismo, racismo o cualquier “fobia” e (integr)”ismo” que dañe y excluya el otro. De ahí que las diversas tradiciones espirituales y religiones como las orientales, el budismo e hinduismo o confucionismo, la judía, cristiana e islámica: tienen mucho bueno, verdadero y bello que aportarnos.
Ahora se hace necesario, más que nunca, acoger y valorar todo lo bueno, bello y verdadero de los otros u otras religiones como el islam. Es un diálogo y encuentro inter-religioso para la búsqueda de la paz, la justicia y una convivencia fraterna entre todos los pueblos. No es cierto que las personas, culturas y religiones, cual fuera, sean malas por naturaleza. Al contrario, como nos muestran hasta las propias neurociencias junto a la filosofía o teología y las diversas ciencias, la persona por su propia naturaleza humana, social, cultural y espiritual está vocacionada, llamada y constituida por el amor, la empatía y la compasión; por la paz, solidaridad y justicia hacia el otro. En esa búsqueda común de la libertad, igualdad y fraternidad que promueva la civilización del amor.
La mundialización solidaria, equitativa y eco-pacífica en contra de la globalización neoliberal del capital, de la guerra y de la destrucción eco-cultural. Todo ello es lo que nos muestra la razón y la fe, por ejemplo la denominada ley natural, la iglesia y los Papas como San Juan Pablo II o Francisco en dicho documento que, junto al resto de su enseñanza, sigue el espíritu del Concilio Vaticano II.
Empezaremos tratando de exponer el sentido de la cultura que, como indica su etimología (similar a la de “agricultura”), es la realidad por la que nos cultivamos como seres humanos. El pensamiento y la filosofía nos transmite que la cultura nos humaniza como los animales (seres) racionales que somos. Efectivamente, la personas es un animal (ser) cultural. Más allá de nuestros impulsos instintuales, la cultura es lo que nos diferencia del resto de animales y lo que nos hace propiamente humanos. Gracias a nuestra capacidad cultural, nos convertimos en personas y damos sentido a la existencia mediante las creencias, costumbres, tradiciones, estilos de vida, ciencias u otras formas de conocimiento, leyes, instituciones…que conforman la cultura. Por la cultura vamos realizando nuestras formas de pensar, sentir y hacer, los diversos proyectos vitales, sociales e históricos que promovemos con la vida cultural. Las relaciones humanas, sociales e históricas se van plasmando por las culturas que van dando sentido y significado a la realidad del ser humano.
Aunque en ocasiones se han contrapuesto natura y cultura, como nos van mostrando los estudios del pensamiento y de las ciencias humanas o sociales, no hay tal oposición o dualismo, sino distinción o diversidad en la unidad estructural entre naturaleza y cultura. Y es que la cultura tiene una base física, biológica y psico-corporal sobre la que se desarrolla la vida cultural del ser humano. Desde una adecuada antropología integral, se puede observar la inter-acción fecunda entre los sentidos y la razón, por la que el ser humano se constituye como una “inteligencia sentiente” (Zubiri), entre el cuerpo y psique-alma.
El pensamiento y la antropología, o las mismas neurociencias, nos muestran la denominada “unidad psíquica” del género humano: toda la humanidad comparte una serie de características universales, que nos constituyen como humanos; como personas, todos tenemos las capacidades racionales, de buscar la verdad y establecer el diálogo, éticas para discernir el bien o el mal y estéticas en el anhelo de belleza.
Todos amamos, sentimos o nos indignamos ante el mal e injusticias. Estas dimensiones universales, propias de toda persona, hacen posible el diálogo y encuentro con los otros de diferentes áreas culturales y, evidentemente, no niegan la diversidad cultural. Las diversas culturas expresan estas constitutivas dimensiones racionales, éticas y estéticas, como el amar y sentir o la pasión por la justicia, de diversas formas, expresiones y tradiciones que son complementarias y se fecundan entre los distintos pueblos.
De ahí que es propio del ser humano establecer el diálogo y encuentro inter-cultural, para que los pueblos vayan compartiendo y fecundándose entre sí, gracias a esta diversidad de cauces culturales. Acogiendo así lo verdadero, bello y bueno de los otros con lo que nos fecundamos y en este sentido, como ya hemos indicado, ir uniéndonos en lo compartido y común con la humanidad a la que pertenecemos. No es sano ni adecuado un relativismo cultural que no permita el diálogo y el encuentro con los otros seres humanos, a los que estamos unidos por nuestra propia naturaleza personal y humana compartida, universal que no se puede negar. Ni tampoco un etnocentrismo o uniformismo cultural que quiera dominar o excluir a las otras culturas, con pretensiones de superioridad sobre los otros que llevan al racismo, o a la negación de esta esta vitalidad fecunda y belleza de la diversidad cultural.
En esta línea, nuestras capacidades racionales, críticas y éticas nos permite rechazar y liberarnos todo aquello de inhumano e injusto que haya en las culturas, que nunca se pueden sacralizar, para que se respeten la vida, dignidad y derechos humanos de las personas. El cuidado y protección de la vida en todas sus formas, desde la fecundación-concepción, dimensiones y aspectos, de la familia con el amor fiel entre un hombre y la mujer abiertos a la vida, a los hijos, a la solidaridad y al bien común. La vida y la familia son pilares de toda sociedad-mundo que quiera ser humanizadora, cultural, ética y espiritual.
De esta forma, mediante una educación (formación) integral, podemos y debemos ir promoviendo todo este sentido de la persona con sus capacidades culturales e inter-culturales para un desarrollo humano, social, liberador y global. Tal como se impone actualmente, la educación y formación no puede caer en el individualismo posesivo e insolidario, en la razón tecnocrática, mercantilista e instrumental. Al contrario, en su propia entraña, la educación debe cultivar toda esta formación cultural e integral del ser humano que engloba todas estas inherentes dimensiones humanas, sociales y culturales de la persona.
La educación pues se encarna en la vida y cultura de los pueblos, cultiva y potencia las diversas tradiciones culturales, espirituales (como es la religiosidad popular) y sociales de los pueblos por las que se van humanizando, desarrollando y liberando integralmente. Una educación razonable e inteligente que busca el conocimiento de la realidad, la verdad real, ética que promueve el discernimiento de lo bueno y justo u honrado, estética que se admira de la belleza en una ecología integral.
Una educación y cultura en los valores, principios y humanismo que nos constituyen como personas. Esto es, una educación y cultura para la solidaridad, la paz, la justicia liberadora con los pobres de la tierra, el trabajo decente con un salario justo y la economía ética, lo femenino que respeta la vida digna y el ser sujeto de la mujer, el cuidado y la ecología integral. En oposición a la deshumanización e in-cultura de la egolatría posesiva e individualista, del mercado y capital como ídolos, de las idolatrías de la riqueza-ser rico y del poder. Frente a la sinrazón e inhumanidad de las desigualdades e injusticia sociales-globales, de las guerras y violencias, la destrucción ecológica y de toda forma de vida en cualquier fase o dimensión, del machismo, racismo o cualquier “fobia” e (integr)”ismo” que dañe y excluya el otro. De ahí que las diversas tradiciones espirituales y religiones como las orientales, el budismo e hinduismo o confucionismo, la judía, cristiana e islámica: tienen mucho bueno, verdadero y bello que aportarnos.
Ahora se hace necesario, más que nunca, acoger y valorar todo lo bueno, bello y verdadero de los otros u otras religiones como el islam. Es un diálogo y encuentro inter-religioso para la búsqueda de la paz, la justicia y una convivencia fraterna entre todos los pueblos. No es cierto que las personas, culturas y religiones, cual fuera, sean malas por naturaleza. Al contrario, como nos muestran hasta las propias neurociencias junto a la filosofía o teología y las diversas ciencias, la persona por su propia naturaleza humana, social, cultural y espiritual está vocacionada, llamada y constituida por el amor, la empatía y la compasión; por la paz, solidaridad y justicia hacia el otro. En esa búsqueda común de la libertad, igualdad y fraternidad que promueva la civilización del amor.
La mundialización solidaria, equitativa y eco-pacífica en contra de la globalización neoliberal del capital, de la guerra y de la destrucción eco-cultural. Todo ello es lo que nos muestra la razón y la fe, por ejemplo la denominada ley natural, la iglesia y los Papas como San Juan Pablo II o Francisco en dicho documento que, junto al resto de su enseñanza, sigue el espíritu del Concilio Vaticano II.