Los testigos de la experiencia de la fe, como San Pablo y los santos, nos muestra una vida trascendente de deseo y nostalgia de Dios que nos ha creado, llamado y regalado la existencia para acoger su Presencia que nos hace ser, sostiene y trasciende hacia su encuentro. Experiencia humana y mística, en memoria de J. Martín Velasco
Este articulo quiere ser una memoria agradecida a Juan Martín Velasco, recientemente fallecido, un maestro del pensamiento y la teología. Autor clave en las materias de la fenomenología de la religión y la mística, con otros estudios relevantes sobre la misión y la fe, ámbitos donde era una persona muy significativa en la iglesia católica española. Nos centraremos en la experiencia humana y el fenómeno de la mística, asociado a otras realidades como la espiritualidad o la religión, que puede tener un carácter de ambigüedad, donde se pueden resaltar todas sus capacidades o virtudes. Y también sus posibles deformaciones o peligros. No obstante, la mística pertenece a lo más profundo del ser humano, hace referencia al carácter espiritual y trascendente de toda persona, por el que la humanidad busca el sentido y la realización de la vida, la acogida del don, dinamismo y significado más hondo de la realidad. La mística es, por tanto, la experiencia profunda que tiene el ser humano de la vida y de la existencia o realidad, los proyectos vitales, sentimientos y valores o principios para ir buscando y encontrando este sentido de la vida y de la historia.
Por lo que lejos de evadirnos o alienarnos de la realidad, de encerrarnos en un individualismo y relativismo nihilista, de deshumanizarnos o hacernos infelices, al contrario, la mística real nos fundamenta e implanta o nos religa en la realidad, posibilita la religación y con-versión a los (nos vierte con) otro/as, en lenguaje zubiriano. De esta forma, la auténtica mística es esta experiencia o proyecto de vida que se realiza en la inter-relación dinámica, profunda y trascendente con la realidad y con los otros, en los sentimientos y valores o principios antropológicos-éticos de la fraternidad y del amor, la compasión y el perdón, la paz y la justicia, regalada y debida a ese don que es la realidad, nosotros y los otros, con los que me encuentro re-ligado.
La mística se ejercita así en la vida y realidad cotidiana con los acontecimientos, a la vez, habituales y trascendentales de lo real y los otros, como son la alegría y el dolor o sufrimiento, la opresión o la fraternidad, la injusticia o la solidaridad, la exclusión o la justicia, la vida o la muerte… La experiencia mística nos abre y confrontan con todas estas experiencias tan constantes y significativas del mal o el bien, del sufrimiento e injusticia, de la muerte y el sin sentido. Y lejos del individualismo y del relativismo o nihilismo, una correcta mística cree que hay que optar y comprometerse por estas certezas o verdades: la compasión y la justicia hacia los otros, la paz y fraternidad humana; la confianza y esperanza de que el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra sino el amor, la vida y la felicidad plena en ese dinamismo trascendente, que busca siempre más realización y plenitud en los otros y en lo (El) Otro; que hay que hacer frente y oponerse a toda realidad que deshumanice, oprima y excluya a las personas.
En este sentido, la mística tiene un carácter universal, ético, social y político en cuanto que no hace distinciones entre los están a mi lado o lo de cerca y los de lejos, entre la solidaridad inter-personal o política (internacional-mundial), ya que se comprende y vivencia religada fraternalmente a la realidad global y a toda la humanidad. Es una mística compasiva e inteligente, que no busca solo remediar de forma asistencialista o paternalista e individualista el sufrimiento de uno (en uno). Ella discierne cuales son las raíces del mal e injusticia. La cultura y estructuras sociales que están de fondo y causando dicho dolor, deshumanización e injusticia en el mundo, para transformarlas profundamente e impulsar el protagonismo, la promoción y liberación integral de todas las personas, en especial, de los empobrecidos, oprimidos y excluidos.
Como se puede observar, la mística nos proporciona una razón e inteligencia espiritual y crítica-ética, social y política por la que nos vamos humanizando, por la que vamos alcanzado el desarrollo, la liberación integral y la felicidad en la medida en que experienciamos y acogemos el amor y el perdón que se nos regala. Y lo llevamos realmente a la practica en el compromiso por la reconciliación y la paz, la fraternidad y la justicia desde los pobres, los marginados y la víctimas de la historia. Y es que nada más profundo, humano y espiritual, ni más bello y hermoso, nada que proporcione más realización y felicidad que donde haya mentira se ponga verdad, donde haya sufrimiento justicia, desesperación esperanza…Uno se encuentra entregándose por los demás, donándose y comprometiéndose porque haya otro mundo posible, más justo y fraterno, como oraba de forma similar Francisco de Asís y como nos enseña la experiencia, el pensamiento y la diversas ciencias humanas o sociales.
La inteligencia mística-política pretende una razón o sabiduría cordial, compasiva y solidaria que promueva y se comprometa por unas sociedades y pueblos, por unas inter-relaciones, culturas y estructuras sociales que sean inteligentes. Esto es, humanizadas, fraternas y justas, donde se erradique el sufrimiento injusto y la violencia, la pobreza y exclusión social. En contra de la actual cultura y estructura social del neoliberalismo/capitalismo global, donde prima la razón individualista, economicista y mercantilista. El mercado, el beneficio y la competitividad convertidos en ídolos, que empobrece y excluye a la mayoría de la humanidad. Por lo que toda autentica educación y formación deberá promover esta inteligencia mística y política que busca la verdad, la belleza y el bien en la vida y praxis moral del compromiso solidario por la justicia y la paz en el mundo; en la defensa de la vida y dignidad de las personas o colectivos más excluidos y empobrecidos, que más sufren el mal e injusticia.
Y tal como reconocen hoy diversos y significativos pensadores, diremos que una fuente y caudal inagotable de esta mística son las diversas tradiciones espirituales y religiosas, que han ido manifestándose desde los principios de los tiempos hasta la actualidad. En nuestro contexto europeo es de reseñar que, junto a sus fallos o deformaciones, lo mejor de la tradición del humanismo judeo-cristiano, como por ejemplo el conocido contemporáneamente como personalismo comunitario, tiene mucho y bueno que aportarnos. Ya que se enraíza de forma muy fiel en lo que fue el Dios de la Primera y Segunda Alianza, revelado plenamente en Jesús de Nazaret y en su Evangelio (Buena Noticia) del Reino de amor, justicia y paz desde los pobres, de la salvación liberadora que nos regala y vence a todo mal, injusticia y muerte.
Los testigos de la experiencia de la fe, como San Pablo y los santos, nos muestran una vida trascendente de deseo y nostalgia de Dios que nos ha creado, llamado y regalado la existencia para acoger en lo más profundo de nuestro corazón su Presencia que nos hace ser, sostiene y trasciende hacia su encuentro. Es el “deseo abisal”, que transmite San Juan de la Cruz, con el abismo infinito del alma y sobre todo del Dios que la ha creado, Fuente primera de la que mana esta experiencia de encuentro y unión con el Amado. «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (San Agustín).
El Dios Amor que, revelado en la vida y pascua de Cristo Crucificado-Resucitado, nos busca primero, nos dona su Gracia salvadora y liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia.“No soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). Esta experiencia teopática, de pasión y encuentro con el Dios Amor en toda la realidad, abarca globalmente las capacidades cognoscitivas, afectivas y prácticas que son asumidas y plenificadas en la vida teologal de la fe, la esperanza y la caridad que nos une al Dios salvador y liberador. Las experiencias y virtudes teologales son el centro de la existencia que vive en (y de) la fe, esperando desde el amor de Dios. Y que nos lleva a la caridad, a amar a cada ser humano, a la misericordia compasiva ante el sufrimiento e injusticia que padece el otro, al compromiso ético y social por la justicia con los pobres, las víctimas y los excluidos.
Esta experiencia de encuentro con Dios en Cristo, con la Gracia de su Amor, nos conduce a anunciar y proclamar esta buena noticia (Evangelio) del Reino de Dios y su justicia liberadora. La mística ciertamente supone la misión evangelizadora con este anuncio del Evangelio, la denuncia profética de todo mal e injusticia y el testimonio del amor fraterno, la solidaridad y la justicia con los pobres que es el primer y principal camino de la evangelización.
Es pues, siguiendo a Metz, una mística de los ojos abiertos, que no rehúye de la realidad, que como Jesús ejerce la misericordia samaritana ante el dolor e injusticia del prójimo caído en la cuneta de la historia, de la víctima y del pobre. Uniendo así, como nos muestra San Ignacio, la contemplación en la acción por la justicia y la liberación integral de todo mal e injusticia, la mística y la política, el amor de Dios y del otro con la caridad política que busca el bien común, la civilización del amor y la justicia con los pobres. La mística nos lleva a la humildad y pobreza fraterna, como San Francisco y todos los santos, siguiendo a Jesús pobre y crucificado en esta comunión de vida, de bienes y acción por la justicia con los pobres para irnos liberando del pecado ególatra e idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia
Es una mística encarnada y de la cotidianeidad, como nos muestra Rahner de forma ignaciana, que busca y encuentra con el corazón a Dios en todas las cosas, con esta experiencia teopática de trascendencia y unión con Dios en todo momento o realidad, aun en medio de la noche oscura, del dolor, la soledad el mal y la muerte. "¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!" (San Juan de la Cruz). La iluminación y luz de Dios, fuente de agua que nos vivifica, mediante esta experiencia teologal de fe, esperanza y amor: hace que nos vayamos trascendiendo, incluso en medio de esta noche u oscuridad; acogiendo la salvación liberadora e integral que Dios nos regala y que nos lleva a la vida plena, a la belleza de la eternidad. Esa comunión total con Dios, con los otros y con toda la creación, donde Dios siempre habita, inundando con su Presencia todo el cosmos.