Ley natural, antropología y moral con el Papa Francisco
Como es sabido y se ha evidenciado en su último viaje a América Latina, el Papa Francisco es un testigo de la fe y de la moral, muy valorado por la gente de distinta condición. Tanto por creyentes religiosos de diversas confesiones, como por no creyentes. En la línea de la tradición filosófica con sus maestros (autores clásicos) y moral de la fe e iglesia, Francisco nos está transmitiendo una sólida y profunda enseñanza espiritual, antropológica y ética. En donde nos muestra la denominada ley natural: la real naturaleza humana que está constituida por las diversas dimensiones que conforman a la personas como son la espiritual, corporal, moral y social. La ley natural expresa una antropología integral que nos comunica la naturaleza trascendente, vital, corpórea, ecológica, familiar y sociable del ser humano que hay que respetar. Nos manifiesta la conciencia moral que humaniza y trasciende al ser humano en la búsqueda de la verdad y belleza, de la vida y el bien común con la vida social. En la diversidad y complementariedad antropológica, sexual y afectiva del hombre con la mujer en su unión para un amor fiel que da vida y se abre a los hijos, a la solidaridad y al compromiso por la justicia con los pobres.
Tal como enseña el Papa Francisco, “la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo». En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).
La ley natural expresa pues los sentimientos y valores trascendentes que, grabados en lo más profundo del alma y corazón del ser humano, la razón con la conciencia moral reconoce para ir dando sentido a su existencia. En el camino del bien, la verdad y la belleza, de la justicia y santidad en el amor. Para la fe, esta ley natural es la misma Ley de Dios que, en su Espíritu que nos habita, hace posible el conocimiento de su proyecto salvador, liberador, humanizador, espiritual y moral que tiene para toda la humanidad. La ley natural, con esta enseñanza de la vida moral, lleva a la razón humanizadora e inteligencia ética con el reconocimiento del otro. En la alteridad solidaria que se estremece ante la sagrada e inviolable vida y dignidad de la persona, de los pueblos y de los pobres. Esta vida y dignidad trascendete que, para la fe, está motivada en que todo ser humano: es imagen, semejanza e hijo de Dios; es sacramento (presencia) real de Cristo, sobre todo los pobres, del Dios que en Jesús se encarna en lo humano y en los pobres (Mt 25, 31-46). Y, por tanto, dicha ley es el fundamento (garante) de los derechos y deberes de la personas, de los conocidos como derechos humanos (DDHH) que quieren salvaguardar esta vida y dignidad de todas las personas. Son los derechos correspondientes a estas dimensiones de cada ser humano.
Derechos naturales que garantizan el bien común, respondiendo a dichas dimensiones y necesidades como las corporales, por ejemplo, el derecho a la alimentación, al agua y un hábitat saludable con una ecología integral. Las personales como la libertad de asociación, de educación y de creencias, como es la libertad religiosa. Las sociales con el destino universal de los bienes, que está por encima de la propiedad, y un trabajo digno con sus derechos, como es un salario justo, que está antes que el capital. Y la paz, frente a las guerras y violencias. Esta ley natural que visibiliza la naturaleza humana compartida y universal, los valores y principios morales comunes, hace posible el entendimiento y convivencia entre las personas o pueblos. El diálogo con los otros y encuentro inter-cultural e inter-religioso. De esta forma, posibilita una ética civil, mundial y cosmopolita en estos valores y principios universales que promueven la paz, la justicia y fraternidad solidaria entre las diversas culturas, religiones y pueblos.
Por todo ello, el Papa Francisco afirma que “el cientismo y el positivismo se rehúsan a «admitir como válidas las formas de conocimiento diversas de las propias de las ciencias positivas». La Iglesia propone otro camino, que exige una síntesis entre un uso responsable de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como la filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano hasta el misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque «la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios», y no pueden contradecirse entre sí. La evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos con la luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar que respeten siempre la centralidad y el valor supremo de la persona humana en todas las fases de su existencia. Toda la sociedad puede verse enriquecida gracias a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las posibilidades de la razón. También éste es un camino de armonía y de pacificación” (EG 190).
Como se observa, la fe no se contrapone a la razón sino que, al contrario, se complementan y fecundad mutuamente. La moral que la fe inspira y la iglesia propone es razonable, humanizadora y liberadora. Ya que se ajusta a la más profunda entraña de la persona con su ser, naturaleza e identidad humana. Por ejemplo, como ya hemos apuntado, la unión entre el hombre y la mujer en el amor con el matrimonio-familia e hijos, enseña el Papa, corresponde “al orden natural que ha sido asumido por la redención de Jesucristo” (AL 75).
De esta forma, continúa mostrando Francisco citando a la declaración de los DDHH, hay que proteger “el derecho a formar una familia, en cuanto «elemento natural y fundamental de la sociedad. Y que tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado» (Declaración Universal de los DDHH, Preámbulo). La roca, sobre la que se establecen cimientos sólidos, es esa comunión de amor, fiel e indisoluble, que une al hombre y a la mujer. Una comunión que tiene una belleza austera y sencilla, un carácter sagrado e inviolable y una función natural en el orden social. Considero por eso urgente que se lleven a cabo políticas concretas que ayuden a las familias, de las que por otra parte depende el futuro y el desarrollo de los Estados. Sin ellas, de hecho, no se pueden construir sociedades que sean capaces de hacer frente a los desafíos del futuro. El desinterés por las familias trae además otra dramática consecuencia, como es la caída de la natalidad. Estamos ante un verdadero invierno demográfico. Esto es un signo de sociedades que tienen dificultad para afrontar los desafíos del presente y que, volviéndose cada vez más temerosas con respecto al futuro, terminan por encerrarse en sí mismas” (Discurso ante el cuerpo diplomático en Roma, 8 de enero de 2018).
Por todo ello, nos sigue enseñando Francisco, hay que “ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque «una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación […] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente». Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo. La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo, de manera que la persona no pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»... Una ideología, genéricamente llamada “gender” (género), «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo”(AL 56, 285).
Tal como enseña el Papa Francisco, “la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo». En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).
La ley natural expresa pues los sentimientos y valores trascendentes que, grabados en lo más profundo del alma y corazón del ser humano, la razón con la conciencia moral reconoce para ir dando sentido a su existencia. En el camino del bien, la verdad y la belleza, de la justicia y santidad en el amor. Para la fe, esta ley natural es la misma Ley de Dios que, en su Espíritu que nos habita, hace posible el conocimiento de su proyecto salvador, liberador, humanizador, espiritual y moral que tiene para toda la humanidad. La ley natural, con esta enseñanza de la vida moral, lleva a la razón humanizadora e inteligencia ética con el reconocimiento del otro. En la alteridad solidaria que se estremece ante la sagrada e inviolable vida y dignidad de la persona, de los pueblos y de los pobres. Esta vida y dignidad trascendete que, para la fe, está motivada en que todo ser humano: es imagen, semejanza e hijo de Dios; es sacramento (presencia) real de Cristo, sobre todo los pobres, del Dios que en Jesús se encarna en lo humano y en los pobres (Mt 25, 31-46). Y, por tanto, dicha ley es el fundamento (garante) de los derechos y deberes de la personas, de los conocidos como derechos humanos (DDHH) que quieren salvaguardar esta vida y dignidad de todas las personas. Son los derechos correspondientes a estas dimensiones de cada ser humano.
Derechos naturales que garantizan el bien común, respondiendo a dichas dimensiones y necesidades como las corporales, por ejemplo, el derecho a la alimentación, al agua y un hábitat saludable con una ecología integral. Las personales como la libertad de asociación, de educación y de creencias, como es la libertad religiosa. Las sociales con el destino universal de los bienes, que está por encima de la propiedad, y un trabajo digno con sus derechos, como es un salario justo, que está antes que el capital. Y la paz, frente a las guerras y violencias. Esta ley natural que visibiliza la naturaleza humana compartida y universal, los valores y principios morales comunes, hace posible el entendimiento y convivencia entre las personas o pueblos. El diálogo con los otros y encuentro inter-cultural e inter-religioso. De esta forma, posibilita una ética civil, mundial y cosmopolita en estos valores y principios universales que promueven la paz, la justicia y fraternidad solidaria entre las diversas culturas, religiones y pueblos.
Por todo ello, el Papa Francisco afirma que “el cientismo y el positivismo se rehúsan a «admitir como válidas las formas de conocimiento diversas de las propias de las ciencias positivas». La Iglesia propone otro camino, que exige una síntesis entre un uso responsable de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como la filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano hasta el misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque «la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios», y no pueden contradecirse entre sí. La evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos con la luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar que respeten siempre la centralidad y el valor supremo de la persona humana en todas las fases de su existencia. Toda la sociedad puede verse enriquecida gracias a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las posibilidades de la razón. También éste es un camino de armonía y de pacificación” (EG 190).
Como se observa, la fe no se contrapone a la razón sino que, al contrario, se complementan y fecundad mutuamente. La moral que la fe inspira y la iglesia propone es razonable, humanizadora y liberadora. Ya que se ajusta a la más profunda entraña de la persona con su ser, naturaleza e identidad humana. Por ejemplo, como ya hemos apuntado, la unión entre el hombre y la mujer en el amor con el matrimonio-familia e hijos, enseña el Papa, corresponde “al orden natural que ha sido asumido por la redención de Jesucristo” (AL 75).
De esta forma, continúa mostrando Francisco citando a la declaración de los DDHH, hay que proteger “el derecho a formar una familia, en cuanto «elemento natural y fundamental de la sociedad. Y que tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado» (Declaración Universal de los DDHH, Preámbulo). La roca, sobre la que se establecen cimientos sólidos, es esa comunión de amor, fiel e indisoluble, que une al hombre y a la mujer. Una comunión que tiene una belleza austera y sencilla, un carácter sagrado e inviolable y una función natural en el orden social. Considero por eso urgente que se lleven a cabo políticas concretas que ayuden a las familias, de las que por otra parte depende el futuro y el desarrollo de los Estados. Sin ellas, de hecho, no se pueden construir sociedades que sean capaces de hacer frente a los desafíos del futuro. El desinterés por las familias trae además otra dramática consecuencia, como es la caída de la natalidad. Estamos ante un verdadero invierno demográfico. Esto es un signo de sociedades que tienen dificultad para afrontar los desafíos del presente y que, volviéndose cada vez más temerosas con respecto al futuro, terminan por encerrarse en sí mismas” (Discurso ante el cuerpo diplomático en Roma, 8 de enero de 2018).
Por todo ello, nos sigue enseñando Francisco, hay que “ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque «una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación […] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente». Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo. La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo, de manera que la persona no pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»... Una ideología, genéricamente llamada “gender” (género), «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo”(AL 56, 285).