Movimiento obrero, pensamiento social y fe: por un trabajo decente
Este artículo, lo hemos realizado con motivo del día internacional del trabajo decente, el 7 de Octubre. Y comenzaremos remontándonos a la historia. Como es sabido, en la edad moderna nos encontramos con que los ideales humanistas y espirituales de fraternidad, igualdad y libertad van siendo traicionados por el auge del estrato social conocido como la burguesía, primero comercial y después industrial. Con la generación de la perversa ideología burguesa del liberalismo económico, el inhumano e inmoral capitalismo con su individualismo posesivo. Efectivamente, como conocemos más que de sobra, en dicha época esta burguesía y su sistema capitalista ejercen la opresión y explotación sobre los trabajadore/as. A los obrero/as se les domina y padecen unas condiciones laborales, sociales y políticas deshumanizadoras e indignas.
Estamos ya en el nacimiento del conocido como movimiento obrero, en cuya aparición es imprescindible la aportación e inspiración de la fe, del cristianismo y catolicismo. Sin la cual no se comprendería adecuadamente dicho movimiento. Una fe cristiana-católica enraizada en sus renovadas congregaciones religiosas, con testimonios de la talla de Vicente de Paul, Alfonso M. de Ligorio o José de Calasanz y más tarde San Juan Bosco. Y, posteriormente, con testigos como el obispo Kettler y F. Ozanam, con Cardijn y su JOC, Mounier y el personalismo, S. Weil y L. Milani o E. Merino, Rovirosa, Malagón y la HOAC en España.
Toda esta situación e historia es conocida como el nacimiento de la cuestión social u obrera, la desigualdad e injusticia social que padecen los obreros y trabajadores, originada por el liberalismo económico y el capitalismo. Y en el que la fe e iglesia ha optado y se ha comprometido por los trabajadores y empobrecidos, por este movimiento obrero. El cual ha sido muy estimado y valorado por los Papas, por ser una profunda corriente solidaria. Tal como recogió y expresó todo ello, en cierta forma pionera, León XIII y su RN. Por ejemplo, San Juan Pablo II afirma que “precisamente, a raíz de esta anomalía de gran alcance surgió en el siglo pasado la llamada cuestión obrera, denominada a veces «cuestión proletaria». Tal cuestión —con los problemas anexos a ella— ha dado origen a una justa reacción social, ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria. La llamada a la solidaridad y a la acción común, lanzada a los hombres del trabajo —sobre todo a los del trabajo sectorial, monótono, despersonalizador en los complejos industriales, cuando la máquina tiende a dominar sobre el hombre— tenía un importante valor y su elocuencia desde el punto de vista de la ética social. Era la reacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra la inaudita y concomitante explotación en el campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de previdencia hacia la persona del trabajador. Semejante reacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran solidaridad” (LE 8).
En este sentido, continúa enseñando el Papa Santo, se realiza “el encuentro entre la Iglesia y el Movimiento obrero, nacido como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vasta situación de injusticia… La conciencia obrera, que ponen de manifiesto una exigencia de justicia y de reconocimiento de la dignidad del trabajo, conforme a la doctrina social de la Iglesia. El Movimiento obrero desemboca en un movimiento más general de los trabajadores y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación de la persona humana y a la consolidación de sus derechos… A quienes hoy día buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia ofrece no sólo la doctrina social y, en general, sus enseñanzas sobre la persona redimida por Cristo, sino también su compromiso concreto para combatir la marginación y el sufrimiento… Lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral” (CA 35).
La iglesia y su doctrina-teología social liberadora (DSI) continúa con esta opción por los pobres u obreros, denunciado la desigualdad e injusticia social a la que se ven sometidas las personas y los trabajadores, que les lleva al empobrecimiento. En un texto memorable, nos enseña Juan Pablo II que “hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (LE 8)
Esta enseñanza del Papa es continuada por los posteriores Papas como Benedicto XVI o Francisco que, de igual forma, han mostrado esta causa principal de la desigualdad e injusticia de la pobreza como es un trabajo basura e indecente. “Al considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar la relación entre pobreza y desocupación. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia»” (Benedicto XVI, CV 63). En la línea de la DSI y de Juan Pablo II, que como indicamos ha alabado y reivindicado la gran cultura de la solidaridad que hubo en el movimiento obrero (cf. LE 8), prosiguen los últimos Papas. Con una muy alta “valoración de las organizaciones sindicales de los trabajadores, desde siempre alentadas y sostenidas por la Iglesia, ante la urgente exigencia de abrirse a las nuevas perspectivas que surgen en el ámbito laboral. Las organizaciones sindicales están llamadas a hacerse cargo de los nuevos problemas de nuestra sociedad”. (Benedicto XVI, CV 64).
Esta DSI, no enseña que el capital (el beneficio, los medios productivos y empresariales) debe siempre estar subordinado al trabajo, a la persona y dignidad del trabajador que tiene la prioridad (LE 13). Un principio moral básico, para valorar esta justicia y ética del trabajo, es el salario que recibe el trabajador/a, que debe ser suficientemente digno para él y, más aun, para toda su familia (LE 19). Y es que, como ya indicamos, actualmente en nuestra realidad social, laboral y mundial existe empleo precario, basura que constituye una autentica explotación laboral. Una esclavitud del trabajador, incluida la de millones y millones de niño/as que no deben estar trabajando, sino jugar, ir a la escuela y desarrollarse integralmente. Tal como lo muestra que, en la actualidad, un muy buen sector de los pobres y familias empobrecidas estén conformadas por personas con trabajo. Son los conocidos en el mundo como “working poor” (trabajadores pobres) o “precariado”, que malviven cada día a pesar de tener un empleo que, como vemos, es injusto e inmoral. Como nos muestra Benedicto XVI, es la “falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores…provocada por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local…” (CV 22 y 63). En esta línea, hay que promover la democracia en la empresa, la socialización, participación y cogestión o copropiedad de la empresa, de los medios de producción, etc. tal como nos sigue enseñando Juan Pablo II (LE 14-15; cf. Benedicto XVI, CV 37-38).
De esta forma, la DSI ha criticado, deslegitimado y negado las dos grandes ideologías y sistemas económicos-políticos de nuestro tiempo como nos mostraría S. Juan Pablo II (cf. SRS 21). Como son el neoliberalismo, el capitalismo que ha dominado Occidente. Y esa mala respuesta a la injusticia primera del capitalismo, como fue el comunismo colectivista o colectivismo estatalista, de tipo leninista-estalinista, que imperó en zonas de Europa del Este u otros lugares del mundo y que, como nos enseña Juan Pablo II, en realidad es un capitalismo de estado (cf. CA 35). Por ello, como afirma el Papa, “queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (CA 35). “Las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia” (CA 33).
Como se observa, para concluir, la DSI y los Papas nos han enseñado que debemos comprometernos con los obreros y los pobres de la tierra, con todo este movimiento solidario de los trabajadores u obreros. Para promover la justicia social y global, la paz y el desarrollo sostenible. Denunciado y luchando contra todo mal e injusticia, contra toda ideología y sistema que, como impone actualmente el capitalismo, domina y empobrece o excluye a las personas,a los trabajadores y a los pueblos. Tal como se nos revela en el Dios manifestado en Jesús de Nazaret, el Dios encarnado en lo humano, en los pobres y trabajadores para salvarnos liberadoramente desde el amor que realiza la justicia, en la vida plena y eterna.
Estamos ya en el nacimiento del conocido como movimiento obrero, en cuya aparición es imprescindible la aportación e inspiración de la fe, del cristianismo y catolicismo. Sin la cual no se comprendería adecuadamente dicho movimiento. Una fe cristiana-católica enraizada en sus renovadas congregaciones religiosas, con testimonios de la talla de Vicente de Paul, Alfonso M. de Ligorio o José de Calasanz y más tarde San Juan Bosco. Y, posteriormente, con testigos como el obispo Kettler y F. Ozanam, con Cardijn y su JOC, Mounier y el personalismo, S. Weil y L. Milani o E. Merino, Rovirosa, Malagón y la HOAC en España.
Toda esta situación e historia es conocida como el nacimiento de la cuestión social u obrera, la desigualdad e injusticia social que padecen los obreros y trabajadores, originada por el liberalismo económico y el capitalismo. Y en el que la fe e iglesia ha optado y se ha comprometido por los trabajadores y empobrecidos, por este movimiento obrero. El cual ha sido muy estimado y valorado por los Papas, por ser una profunda corriente solidaria. Tal como recogió y expresó todo ello, en cierta forma pionera, León XIII y su RN. Por ejemplo, San Juan Pablo II afirma que “precisamente, a raíz de esta anomalía de gran alcance surgió en el siglo pasado la llamada cuestión obrera, denominada a veces «cuestión proletaria». Tal cuestión —con los problemas anexos a ella— ha dado origen a una justa reacción social, ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria. La llamada a la solidaridad y a la acción común, lanzada a los hombres del trabajo —sobre todo a los del trabajo sectorial, monótono, despersonalizador en los complejos industriales, cuando la máquina tiende a dominar sobre el hombre— tenía un importante valor y su elocuencia desde el punto de vista de la ética social. Era la reacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra la inaudita y concomitante explotación en el campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de previdencia hacia la persona del trabajador. Semejante reacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran solidaridad” (LE 8).
En este sentido, continúa enseñando el Papa Santo, se realiza “el encuentro entre la Iglesia y el Movimiento obrero, nacido como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vasta situación de injusticia… La conciencia obrera, que ponen de manifiesto una exigencia de justicia y de reconocimiento de la dignidad del trabajo, conforme a la doctrina social de la Iglesia. El Movimiento obrero desemboca en un movimiento más general de los trabajadores y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación de la persona humana y a la consolidación de sus derechos… A quienes hoy día buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia ofrece no sólo la doctrina social y, en general, sus enseñanzas sobre la persona redimida por Cristo, sino también su compromiso concreto para combatir la marginación y el sufrimiento… Lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral” (CA 35).
La iglesia y su doctrina-teología social liberadora (DSI) continúa con esta opción por los pobres u obreros, denunciado la desigualdad e injusticia social a la que se ven sometidas las personas y los trabajadores, que les lleva al empobrecimiento. En un texto memorable, nos enseña Juan Pablo II que “hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (LE 8)
Esta enseñanza del Papa es continuada por los posteriores Papas como Benedicto XVI o Francisco que, de igual forma, han mostrado esta causa principal de la desigualdad e injusticia de la pobreza como es un trabajo basura e indecente. “Al considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar la relación entre pobreza y desocupación. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia»” (Benedicto XVI, CV 63). En la línea de la DSI y de Juan Pablo II, que como indicamos ha alabado y reivindicado la gran cultura de la solidaridad que hubo en el movimiento obrero (cf. LE 8), prosiguen los últimos Papas. Con una muy alta “valoración de las organizaciones sindicales de los trabajadores, desde siempre alentadas y sostenidas por la Iglesia, ante la urgente exigencia de abrirse a las nuevas perspectivas que surgen en el ámbito laboral. Las organizaciones sindicales están llamadas a hacerse cargo de los nuevos problemas de nuestra sociedad”. (Benedicto XVI, CV 64).
Esta DSI, no enseña que el capital (el beneficio, los medios productivos y empresariales) debe siempre estar subordinado al trabajo, a la persona y dignidad del trabajador que tiene la prioridad (LE 13). Un principio moral básico, para valorar esta justicia y ética del trabajo, es el salario que recibe el trabajador/a, que debe ser suficientemente digno para él y, más aun, para toda su familia (LE 19). Y es que, como ya indicamos, actualmente en nuestra realidad social, laboral y mundial existe empleo precario, basura que constituye una autentica explotación laboral. Una esclavitud del trabajador, incluida la de millones y millones de niño/as que no deben estar trabajando, sino jugar, ir a la escuela y desarrollarse integralmente. Tal como lo muestra que, en la actualidad, un muy buen sector de los pobres y familias empobrecidas estén conformadas por personas con trabajo. Son los conocidos en el mundo como “working poor” (trabajadores pobres) o “precariado”, que malviven cada día a pesar de tener un empleo que, como vemos, es injusto e inmoral. Como nos muestra Benedicto XVI, es la “falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores…provocada por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local…” (CV 22 y 63). En esta línea, hay que promover la democracia en la empresa, la socialización, participación y cogestión o copropiedad de la empresa, de los medios de producción, etc. tal como nos sigue enseñando Juan Pablo II (LE 14-15; cf. Benedicto XVI, CV 37-38).
De esta forma, la DSI ha criticado, deslegitimado y negado las dos grandes ideologías y sistemas económicos-políticos de nuestro tiempo como nos mostraría S. Juan Pablo II (cf. SRS 21). Como son el neoliberalismo, el capitalismo que ha dominado Occidente. Y esa mala respuesta a la injusticia primera del capitalismo, como fue el comunismo colectivista o colectivismo estatalista, de tipo leninista-estalinista, que imperó en zonas de Europa del Este u otros lugares del mundo y que, como nos enseña Juan Pablo II, en realidad es un capitalismo de estado (cf. CA 35). Por ello, como afirma el Papa, “queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (CA 35). “Las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia” (CA 33).
Como se observa, para concluir, la DSI y los Papas nos han enseñado que debemos comprometernos con los obreros y los pobres de la tierra, con todo este movimiento solidario de los trabajadores u obreros. Para promover la justicia social y global, la paz y el desarrollo sostenible. Denunciado y luchando contra todo mal e injusticia, contra toda ideología y sistema que, como impone actualmente el capitalismo, domina y empobrece o excluye a las personas,a los trabajadores y a los pueblos. Tal como se nos revela en el Dios manifestado en Jesús de Nazaret, el Dios encarnado en lo humano, en los pobres y trabajadores para salvarnos liberadoramente desde el amor que realiza la justicia, en la vida plena y eterna.