Pensamiento y Vida desde El Salvador-Crucificado
En este tiempo ya de Semana Santa por el que nos adentramos en la Pasión y Pascua de Jesús Crucificado-Resucitado, donde celebramos asimismo el aniversario del martirio de Mons. Romero este día 24, Dios me ha concedido cumplir un sueño. El 23 de Abril tendré el regalo y la alegría de estar en el querido El Salvador. En donde realizaré un programa de conferencias en la Universidad Jesuita Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA), Departamento De Filosofía, enmarcadas dentro de la Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría. Serán 3 días intensos de ponencias sobre la filosofía y las ciencias sociales que, en el horizonte teológico de la fe, nos legaron los queridos jesuitas mártires de la UCA I. Ellacuría, I. Martín-Baró y sus compañeros.
Estos mártires del Salvador, al igual que el jesuita R. Grande, nos mostraron un pensar y razón desde la Ciencia del Crucificado. Al servicio de la fe, de la cultura solidaria y de la justicia liberadora con los pobres de la tierra, con las víctimas de la historia y los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Los pobres, víctimas y crucificados de la historia es el signo permanente de los tiempos, presencia (sacramento) real de Cristo Pobre-Resucitado, la luz que nos desvela la verdad que es aprisionada por la injusticia. El Dios que se nos revela en el Crucificado y en los crucificados es, por antonomasia, la denuncia profética del pecado del mundo que con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia producen víctimas, pobres y excluidos en serie. Jesús Crucificado es la "memoria passionis" de todos los holocaustos o genocidios que, al igual que Auschwitz e Hiroshima, se han cometido en el Sur empobrecido como la masacre en El Mozote (El Salvador).
El Crucificado es la memoria subversiva de todos los mártires asesinados por este pecado de los poderes e idolatrías del mundo, que crucifican a los que luchan por la justicia y por la verdad liberadora con los pobres de la tierra. El mal y los poderosos de este mundo no soportan a los que entregan su vida al servicio de las causas solidaria y justas con los oprimidos, excluidos y empobrecidos y denuncian a todos estos falsos dioses del dinero (tener), la dominación y guerras. Seguir a Jesús Crucificado es asumir el camino de las Bienaventuranzas: ser perseguido por el Reino de Dios y su justicia que es lo primero, antes que nada ni nadie; como Jesús, es ser llevado ante los tribunales y poderes de este mundo que no toleran que se cuestionen sus privilegios e intereses que tiranizan, oprimen y marginan a los demás.
Y es que quien osa, al igual que Jesús, a denunciar y querer derribar la mentira de los templos (sistemas) del poder, de la riqueza-ser rico y de la violencia le espera el ser apresado, juzgado y condenado hasta la muerte; asesinado en las cruces que imponen los poderes de este mundo. Más aquí está el escándalo de la Cruz, en el hecho de que el Crucificado, junto a los pueblos crucificados y los mártires, nos traen luz, verdad y salvación liberadora de todo mal, muerte e injusticia. Los falsos dioses del tener y del poseer, los ídolos del capital y del mercado o del estado, no salvan ni liberan, no traen la verdad ni la justicia sino el mal, el pecado, la muerte e injusticia.
El camino de la verdad e inteligencia verdadera es pues esta razón histórica, ética y práctica con la contemplación en la acción por la justicia, este servir al bien más universal y a la promoción de la justicia con los pobres. La historia de la salvación se va realizando en el seguimiento de Jesús Pobre-Crucificado como iglesia pobre con los pobres, en salida hacia las periferias con la opción por los pobres como sujetos de la misión, de su promoción y liberación integral. Los elitismos y poderes de este mundo siempre tratan de engañar y manipular con el asistencialismo paternalistas que impide el que las personas, los pueblos y los pobres sean los protagonistas de sus luchas liberadoras por la justicia. Tratan de calmar la conciencia y ocultar el poder e injusticia con la beneficencia paternalista sin liberación de la opresión, con la falsa limosna y perversión de la caridad que es separada del compromiso por la justicia, del bien común y de la vida digna con los derechos humanos.
Es el pan (hoy bocata o bolsa de comida) y circo (farándula o futbol) que sancionados por un falsa religión espiritualista (desencarnada), sin conversión al Reino y su justicia, se convierte en auténtico opio del pueblo. Una alienación y deshumanización con la pasividad, resignación y complicidad ante el mal e injusticia. La fe y la vida moral, una auténtica ética con un verdadero compromiso social, nunca puede caer en una supuesta neutralidad y equidistancia ante el mal e injusticia, ante los poderes que oprimen y empobrecen a los demás. Entre el opresor y el oprimido, el victimario y la víctima, no hay distancia e imparcialidad posible sino que hay que optar por la justicia real que se pone de parte de los pobres y los excluidos defendiendo su vida, dignidad y derechos. El que permanece callado, resignado y pasivo ante el mal e injusticia se hace colaborador y cómplice del pecado del mundo y su cultura de muerte, que genera las víctimas de la historia.
En contra de todo asistencialismo humillante y legitimador del mal e injusticia, la lucha por la justicia exige un trabajo digno y sus derechos como es un salario justo, que está antes que el capital. La promoción del destino universal de los bienes que, con la justa distribución de los recursos, tiene la prioridad sobre la propiedad que a la vez posee un carácter personal y social. Una economía al servicio de las necesidades de la personas, de los pueblos y de los pobres que acabe con el lucro y el beneficio como motor de la historia. Una socialización de los medios de producción que haga de la empresa una comunidad humana con los trabajadores como sujetos, dueños y artífices de la propiedad y destino de la empresa, de la vida laboral y económica. Una economía social y cooperativa, del don y de la comunión para una auténtica democracia económica que se opone al pecado de la usura (esos créditos con interés injustos), de la especulación financiera y de la corrupción como son los paraísos fiscales.
La vida de fe y ética supone ineludiblemente su inherente dimensión pública, la caridad política que, con el compromiso por la justicia con los pobres, promueve el bien común más universal y la civilización del amor. Frente a todo paternalismo asistencialista, la caridad política va a luchar contra las causas del mal, de la desigualdad e injusticia social-global que oprime, empobrece y excluye. En oposición a los elitismos del capitalismo o del comunismo colectivista, con sus dictaduras e ídolos del mercado y del estado, son las personas, los pueblos y los pobres los que deben protagonizar y gestionar la economía, la política y la vida laboral, el comercio y las finanzas. Hay que comprometerse solidariamente por el bien común e igualdad frente al capitalismo, por la libertad y la democracia en contra del colectivismo.
Tal como nos han legado todo lo anterior los mártires del Salvador junto la fe e iglesia con los Papas, como el querido Papa Francisco, y su doctrina social. Toda esta vida de fe fraterna y de pobreza solidaria en la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres-crucificados: trae la felicidad y clama por la esperanza de que otro mundo es posible. Sí, el mal, la muerte e injusticia no tienen la última palabra, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño” (Mons. Romero). Y es que el Dios Crucificado, unidos a los pueblos crucificados y los mártires por la justicia, nos manifiestan el amor profundo y solidario con las cruces, sufrimientos e injusticia que padecen la humanidad doliente y los pobres. "Si el pueblo crucificado no tiene escolta, su pastor tampoco”, afirmaba solidariamente Mons. Romero. Es el Dios y los mártires de la vida que nos regalan la esperanza en la lucha por la justicia con los pobres que nos va liberando del pecado, del mal, la muerte e injusticia.
“Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección…Toda esta sangre martirial derramada en El Salvador y en toda América Latina, lejos de mover al desánimo y a la desesperanza, infunde nuevo espíritu de lucha y nueva esperanza en nuestro pueblo. En este sentido, si no somos un nuevo mundo ni un nuevo continente, sí somos, claramente, y de una manera verificable -y no precisamente por la gente de fuera- un continente de esperanza. Lo cual es un síntoma sumamente interesante de una futura novedad, frente a otros continentes que no tienen esperanza y que lo único que realmente tienen es miedo” (I. Ellacuría).
Estos mártires del Salvador, al igual que el jesuita R. Grande, nos mostraron un pensar y razón desde la Ciencia del Crucificado. Al servicio de la fe, de la cultura solidaria y de la justicia liberadora con los pobres de la tierra, con las víctimas de la historia y los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Los pobres, víctimas y crucificados de la historia es el signo permanente de los tiempos, presencia (sacramento) real de Cristo Pobre-Resucitado, la luz que nos desvela la verdad que es aprisionada por la injusticia. El Dios que se nos revela en el Crucificado y en los crucificados es, por antonomasia, la denuncia profética del pecado del mundo que con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia producen víctimas, pobres y excluidos en serie. Jesús Crucificado es la "memoria passionis" de todos los holocaustos o genocidios que, al igual que Auschwitz e Hiroshima, se han cometido en el Sur empobrecido como la masacre en El Mozote (El Salvador).
El Crucificado es la memoria subversiva de todos los mártires asesinados por este pecado de los poderes e idolatrías del mundo, que crucifican a los que luchan por la justicia y por la verdad liberadora con los pobres de la tierra. El mal y los poderosos de este mundo no soportan a los que entregan su vida al servicio de las causas solidaria y justas con los oprimidos, excluidos y empobrecidos y denuncian a todos estos falsos dioses del dinero (tener), la dominación y guerras. Seguir a Jesús Crucificado es asumir el camino de las Bienaventuranzas: ser perseguido por el Reino de Dios y su justicia que es lo primero, antes que nada ni nadie; como Jesús, es ser llevado ante los tribunales y poderes de este mundo que no toleran que se cuestionen sus privilegios e intereses que tiranizan, oprimen y marginan a los demás.
Y es que quien osa, al igual que Jesús, a denunciar y querer derribar la mentira de los templos (sistemas) del poder, de la riqueza-ser rico y de la violencia le espera el ser apresado, juzgado y condenado hasta la muerte; asesinado en las cruces que imponen los poderes de este mundo. Más aquí está el escándalo de la Cruz, en el hecho de que el Crucificado, junto a los pueblos crucificados y los mártires, nos traen luz, verdad y salvación liberadora de todo mal, muerte e injusticia. Los falsos dioses del tener y del poseer, los ídolos del capital y del mercado o del estado, no salvan ni liberan, no traen la verdad ni la justicia sino el mal, el pecado, la muerte e injusticia.
El camino de la verdad e inteligencia verdadera es pues esta razón histórica, ética y práctica con la contemplación en la acción por la justicia, este servir al bien más universal y a la promoción de la justicia con los pobres. La historia de la salvación se va realizando en el seguimiento de Jesús Pobre-Crucificado como iglesia pobre con los pobres, en salida hacia las periferias con la opción por los pobres como sujetos de la misión, de su promoción y liberación integral. Los elitismos y poderes de este mundo siempre tratan de engañar y manipular con el asistencialismo paternalistas que impide el que las personas, los pueblos y los pobres sean los protagonistas de sus luchas liberadoras por la justicia. Tratan de calmar la conciencia y ocultar el poder e injusticia con la beneficencia paternalista sin liberación de la opresión, con la falsa limosna y perversión de la caridad que es separada del compromiso por la justicia, del bien común y de la vida digna con los derechos humanos.
Es el pan (hoy bocata o bolsa de comida) y circo (farándula o futbol) que sancionados por un falsa religión espiritualista (desencarnada), sin conversión al Reino y su justicia, se convierte en auténtico opio del pueblo. Una alienación y deshumanización con la pasividad, resignación y complicidad ante el mal e injusticia. La fe y la vida moral, una auténtica ética con un verdadero compromiso social, nunca puede caer en una supuesta neutralidad y equidistancia ante el mal e injusticia, ante los poderes que oprimen y empobrecen a los demás. Entre el opresor y el oprimido, el victimario y la víctima, no hay distancia e imparcialidad posible sino que hay que optar por la justicia real que se pone de parte de los pobres y los excluidos defendiendo su vida, dignidad y derechos. El que permanece callado, resignado y pasivo ante el mal e injusticia se hace colaborador y cómplice del pecado del mundo y su cultura de muerte, que genera las víctimas de la historia.
En contra de todo asistencialismo humillante y legitimador del mal e injusticia, la lucha por la justicia exige un trabajo digno y sus derechos como es un salario justo, que está antes que el capital. La promoción del destino universal de los bienes que, con la justa distribución de los recursos, tiene la prioridad sobre la propiedad que a la vez posee un carácter personal y social. Una economía al servicio de las necesidades de la personas, de los pueblos y de los pobres que acabe con el lucro y el beneficio como motor de la historia. Una socialización de los medios de producción que haga de la empresa una comunidad humana con los trabajadores como sujetos, dueños y artífices de la propiedad y destino de la empresa, de la vida laboral y económica. Una economía social y cooperativa, del don y de la comunión para una auténtica democracia económica que se opone al pecado de la usura (esos créditos con interés injustos), de la especulación financiera y de la corrupción como son los paraísos fiscales.
La vida de fe y ética supone ineludiblemente su inherente dimensión pública, la caridad política que, con el compromiso por la justicia con los pobres, promueve el bien común más universal y la civilización del amor. Frente a todo paternalismo asistencialista, la caridad política va a luchar contra las causas del mal, de la desigualdad e injusticia social-global que oprime, empobrece y excluye. En oposición a los elitismos del capitalismo o del comunismo colectivista, con sus dictaduras e ídolos del mercado y del estado, son las personas, los pueblos y los pobres los que deben protagonizar y gestionar la economía, la política y la vida laboral, el comercio y las finanzas. Hay que comprometerse solidariamente por el bien común e igualdad frente al capitalismo, por la libertad y la democracia en contra del colectivismo.
Tal como nos han legado todo lo anterior los mártires del Salvador junto la fe e iglesia con los Papas, como el querido Papa Francisco, y su doctrina social. Toda esta vida de fe fraterna y de pobreza solidaria en la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres-crucificados: trae la felicidad y clama por la esperanza de que otro mundo es posible. Sí, el mal, la muerte e injusticia no tienen la última palabra, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño” (Mons. Romero). Y es que el Dios Crucificado, unidos a los pueblos crucificados y los mártires por la justicia, nos manifiestan el amor profundo y solidario con las cruces, sufrimientos e injusticia que padecen la humanidad doliente y los pobres. "Si el pueblo crucificado no tiene escolta, su pastor tampoco”, afirmaba solidariamente Mons. Romero. Es el Dios y los mártires de la vida que nos regalan la esperanza en la lucha por la justicia con los pobres que nos va liberando del pecado, del mal, la muerte e injusticia.
“Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección…Toda esta sangre martirial derramada en El Salvador y en toda América Latina, lejos de mover al desánimo y a la desesperanza, infunde nuevo espíritu de lucha y nueva esperanza en nuestro pueblo. En este sentido, si no somos un nuevo mundo ni un nuevo continente, sí somos, claramente, y de una manera verificable -y no precisamente por la gente de fuera- un continente de esperanza. Lo cual es un síntoma sumamente interesante de una futura novedad, frente a otros continentes que no tienen esperanza y que lo único que realmente tienen es miedo” (I. Ellacuría).