Razón, utopía e historia en la esperanza con el Crucificado-Resucitado
Decía Hegel que la historia es el dinamismo de la conciencia de la libertad, ya que el mismo pensamiento o filosofía se confronta con esa nada o absurdo que es la negación de toda razón, vida y libertad. El Por qué existe el ser y no la nada que indica Heidegger, o la nada y no el ser, la muerte e injusticia de los pobres, con la historización de Ellacuría. La historia de la humanidad, con su razón o pensamiento y cultura, se caracteriza por esta búsqueda e inquietud de un mundo mejor, más libre, con más ser y alma, más vida, justicia y bien. Así lo presenta la Biblia que, como señaló el también filosofo E. Bloch, es un libro que contiene una colección de utopías, un hilo rojo con “el principio-esperanza” que orienta en el horizonte utópico y liberador. La experiencia humana y espiritual nos mueve, el alma de la persona que expresa la trascendencia y el espíritu nos guía. "Pensar es trascenderse. La razón no puede florecer sin esperanza; la esperanza no puede hablar sin razón", tal como nos seguía enseñando ese filosofo de la utopía y de la esperanza que es Bloch.
Como nos mostró el viejo Kant, la misma razón, con su vertiente más práctica-ética, no se resigna que la desdicha, injusticia e infelicidad tenga la última palabra; que el mal y la opresión se impongan sobre la justicia, que la muerte derrote a la misma vida moral y honrada. Como nos enseña Adorno, Kant no se conforma con lo establecido, tiene el anhelo de la salvación, el secreto de la filosofía kantiana “es la imposibilidad de pensar la desesperación”. En esta línea, el mismo Adorno afirma que “el pensamiento que no se decapita se abre a la trascendencia, la luz del conocimiento es la redención”. Y Unamuno señalaba que el “hombre Kant no se resigna a morir del todo”, que la razón crítica kantiana desemboca en la afirmación de la vida sobre la muerte, postulando así la misma existencia de Dios. Esa trascendencia del otro que atisbó Kant, que es fin y no medio ya que tiene dignidad porque no es un precio, es radicalizada (profundizada) en Levinas. Con el encuentro y responsabilidad ante el rostro de ese otro, como es el del huérfano o la viuda (el pobre-excluido), que es apertura y encuentro con el Rostro del Otro Trascendente, con Dios mismo.
Como se observa, todos estos pensadores modernos y contemporáneos como el ya mencionado Adorno, Horkheimer, Benjamin con su escuela de Frankfurt o el mismo Laín Entralgo han pensado la espera y la antropología de la esperanza. La compasión y esperanza ante el sufrimiento e injusticia que padecen las víctimas de la historia, condición de verdad según Adorno, que se abre al anhelo de justicia plena y de sentido. Con la chispa-temporalidad mesiánica, el kairos/tiempo en el que, por las grietas de la historia, se introduce el Mesías que eche el freno de emergencia a esta historia, descarrilada por un supuesto progreso que se hace sobre las ruinas y víctimas. Es la interrupción de la historia por este tiempo mesiánico de esperanza y liberación. Como nos sigue mostrando todo ello Benjamin que, en este sentido, indica que la tradición de los oprimidos nos enseña que ellos siempre viven en un estado de excepción, donde es negado permanentemente un orden justo, se rechaza la justicia y dignidad con las víctimas que nos traen la esperanza. “Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza"(Benjamin).
Todo este caudal de la razón e historia de la esperanza, en diálogo con estos autores como Bloch o la escuela de Frankfurt u otros, lo recogen y profundizan pensadores y teólogos tan significativos como Rahner, Chenu y Congar, Moltmann o Metz. Con una teología trascendental, histórica y política de la esperanza o escatológica, la historia de la salvación y la salvación en la historia con sus liberaciones, la fe en la inteligencia y el Evangelio en el tiempo con una teología del trabajo. La "memoria passionis" y subversiva del Dios Crucificado-Resucitado que transforma la sociedad e historia, en anticipación y apertura a ese futuro pleno que rechaza toda idolatría y absolutización de cualquier sistema e injusticia. Ya en América Latina, prolongando a su maestro Zubiri, Ellacuría nos mostró que la realidad e historia de salvación y liberación integral nos vienen por los pueblos crucificados por el mal e injusticia, en el sentido o medida que se asocian al mismo Jesús Crucificado-Resucitado y Salvador. Tal como ya nos había mostrado, cada uno a su manera, E. Wiesel o D. Bonhoeffer que indicaban a este Dios crucificado y presente en los crucificados y víctimas de la historia. Con Ellacuría, G. Gutiérrez ha articulado muy bien todo este dinamismo y unidad de la historia de la salvación que, en el Don de la Gracia, se va realización en la liberación histórica e integral de todo mal, pecado e injusticia. Una salvación y liberación a nivel espiritual, personal, socio-histórico, político y escatológico-trascendente en el amor, caridad política y justicia con la opción por los pobres.
Efectivamente, el cristianismo nos presenta un Dios que nos salva y libera de todo mal e injusticia a través de Jesús, el Crucificado-Resucitado por el Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres de la tierra. La existencia real e histórica de Jesús está más que mostrada por la historia con fuentes de todo tipo como Flavio Josefo, Suetonio, Plinio el Joven, Tácito, etc. y por las mismas referencias de los Evangelios u otros libros del Nuevo Testamento como las cartas de Pablo, documentos muy fiables por la cercaría temporal al acontecimiento que nos muestran. Es decir, la experiencia religiosa e histórica, tal como se manifiesta en Jesús de Nazaret. El Jesús de la historia y de la fe, la realidad histórica de Jesucristo, tiene este hilo conductor de Jesús como revelador de Dios Padre, al que estuvo unido de forma singular y única con respecto a cualquier otra persona. Jesús, como el Cristo y Señor, realizador escatológico del Reino de Dios que nos trae la salvación liberadora de todo mal, pecado e injusticia.
Desde esta comunión espiritual y trascendente con Dios Padre, Jesús nos presenta la utopía del Reino de Dios como el sueño que tiene Dios para toda la humanidad. Ese proyecto de vida y felicidad, de amor, paz y justicia liberadora con los pobres de la tierra que nos trae la vida humana, digna, plena y eterna. El Reino es el plan y propuesta que tiene Dios para el mundo e historia en donde, a través de Jesús, va actuando e interviniendo en toda esta realidad histórica a la que va trayendo la salvación y liberación integral. Este acontecimiento es único en la historia, con respecto al judaísmo u otras religiones. El Reino de Dios con su salvación liberadora, las promesas-esperanzas mesiánicas de vida y redención, ya empiezan a realizarse en la historia, en el tiempo presente transido de toda esta liberación integral. Lo que culmina en el futuro, cuando el tiempo e historia lleguen a su plenitud, a su consumación trascendente, escatológica con la vida definitiva y eterna que vence a todo mal, muerte e injusticia.
Este acontecimiento original e histórico que nos trae Jesús une definitivamente el amor de Dios con el amor al prójimo, a toda la humanidad en la razón compasiva y el principio-misericordia ante el sufrimiento e injusticia que padece el otro, el pobre y la víctima. Nos trae este amor universal y ética sin fronteras ni barreras, que abraza a toda la humanidad y que se realiza en la justicia liberadora con los pobres de la tierra frente a todo pecado, egoísmo con sus idolatrías del poder y la riqueza-ser rico. El amor y misericordia universal que supera las injusticias, odios y toda clase de violencia en el perdón incondicional a todo ser humano. Una reconciliación fraterna y una no violencia activa, una lucha pacífica y activa por la justicia liberadora con los pobres. Esta auténtica utopía y sueño de Dios que nos muestra Jesús con su Reino, al que entrega su vida por amor de forma incondicional, es rechazada por los poderes históricos como el judío y el romano, atrapados por el pecado y mal Con la alianza de todos estos poderosos y ricos como eran los saduceos, ancianos, sumos sacerdotes y fariseos que se unen con Pilatos, gobernante del imperio romano, para dar muerte a Jesús, que es crucificado con la colaboración y complicidad de sectores del pueblo o ciudadanía judía y romana.
No se puede separar ni menos oponer: la vida de Jesús y su muerte con la crucifixión a manos de todos estos poderes del pecado e ídolos; la entrega de la vida de Jesús, en fidelidad al Reino de Dios con su justicia liberadora, y el conflicto que desataron contra él, con la persecución que le llevará hasta la cruz. La entrega y fidelidad de Jesús al Dios del Reino, hasta sus últimas consecuencias como es la decisión de la entrada en Jerusalén y su acción profética contra el templo, culmina la “pro-existencia” de Jesús como nos indica H. Schürmann. Jesús “es el hombre para los demás” (Bonhoeffer). Una vida entregada, fiel y coherente al servicio del Reino de misericordia ante el sufrimiento e injusticia, de defensa y promoción de la vida humana, digna y realizada que culmina en la eternidad. En contra del mal, pecado y poderes de este mundo que con sus idolatrías de la dominación, del tener y de la riqueza-ser rico: han llevado a Jesús a la cruz. Estos poderes e ídolos, y todos nosotros envueltos en el pecado del mal- siendo colaboradores y cómplices del mal e injusticia-, no han soportado tanta humanidad, bien y bondad como nos mostró Jesús.
Su entrega y muerte por amor al Reino con su justicia, que nos salva liberadoramente, llega a su consumación en el acontecimiento de la Resurrección. Decía Marcel que amar al otro es que querer que nunca muera. Y Jesús Crucificado-Resucitado nos manifiesta que el amor y la justicia verdadera, que se va realizando en la liberación integral con los pobres de la tierra, es la vida, lo definitivo, verdadero y eterno. Dios Padre en el Espíritu le ha dado la razón a Jesús que, con su Resurrección, nos transmite que vale la pena luchar por el Reino de Dios y su justicia con los pobres de la tierra. Jesús Crucificado-Resucitado es la respuesta y verdad de Dios ante el mal e injusticia que no tienen la última palabra, que el amor y la justicia vencen a los poderes de la historia que sacrifican a los pobres y a las víctimas. Con palabras de Mons. Romero, con su santidad hasta el martirio por la justicia de Dios, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y de otro mártir por la fe y la justicia, Ellacuría, “sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”.
Todo lo anterior, como nos ha mostrado el Papa Francisco en esta Semana Santa, nos sigue motivando e impulsando al servicio de la fe y de la justicia con los pobres de la tierra, animados por el Espíritu del Crucificado-Resucitado que habita entre nosotros. En esos “pobres con espíritu” (Ellacuría), como vemos entre las comunidades indígenas de Imbabura-Ecuador, que te muestran los signos de la vida, amor y solidaridad que tanto nos dan. En estas fechas alrededor del 16 de Abril, día contra la esclavitud infantil, todos estos testimonios de fe, amor y solidaridad muestran al Crucificado-Resucitado. Como el del niño pakistaní y mártir Iqbal Masih, que con su fe dio su vida por los otros, por los niños esclavos, para que tuvieran vida, dignidad y justicia. Ellos viven en la comunión de los santos, en la comunión de la iglesia militante, purgante y triunfante. Gracias a Dios.
Como nos mostró el viejo Kant, la misma razón, con su vertiente más práctica-ética, no se resigna que la desdicha, injusticia e infelicidad tenga la última palabra; que el mal y la opresión se impongan sobre la justicia, que la muerte derrote a la misma vida moral y honrada. Como nos enseña Adorno, Kant no se conforma con lo establecido, tiene el anhelo de la salvación, el secreto de la filosofía kantiana “es la imposibilidad de pensar la desesperación”. En esta línea, el mismo Adorno afirma que “el pensamiento que no se decapita se abre a la trascendencia, la luz del conocimiento es la redención”. Y Unamuno señalaba que el “hombre Kant no se resigna a morir del todo”, que la razón crítica kantiana desemboca en la afirmación de la vida sobre la muerte, postulando así la misma existencia de Dios. Esa trascendencia del otro que atisbó Kant, que es fin y no medio ya que tiene dignidad porque no es un precio, es radicalizada (profundizada) en Levinas. Con el encuentro y responsabilidad ante el rostro de ese otro, como es el del huérfano o la viuda (el pobre-excluido), que es apertura y encuentro con el Rostro del Otro Trascendente, con Dios mismo.
Como se observa, todos estos pensadores modernos y contemporáneos como el ya mencionado Adorno, Horkheimer, Benjamin con su escuela de Frankfurt o el mismo Laín Entralgo han pensado la espera y la antropología de la esperanza. La compasión y esperanza ante el sufrimiento e injusticia que padecen las víctimas de la historia, condición de verdad según Adorno, que se abre al anhelo de justicia plena y de sentido. Con la chispa-temporalidad mesiánica, el kairos/tiempo en el que, por las grietas de la historia, se introduce el Mesías que eche el freno de emergencia a esta historia, descarrilada por un supuesto progreso que se hace sobre las ruinas y víctimas. Es la interrupción de la historia por este tiempo mesiánico de esperanza y liberación. Como nos sigue mostrando todo ello Benjamin que, en este sentido, indica que la tradición de los oprimidos nos enseña que ellos siempre viven en un estado de excepción, donde es negado permanentemente un orden justo, se rechaza la justicia y dignidad con las víctimas que nos traen la esperanza. “Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza"(Benjamin).
Todo este caudal de la razón e historia de la esperanza, en diálogo con estos autores como Bloch o la escuela de Frankfurt u otros, lo recogen y profundizan pensadores y teólogos tan significativos como Rahner, Chenu y Congar, Moltmann o Metz. Con una teología trascendental, histórica y política de la esperanza o escatológica, la historia de la salvación y la salvación en la historia con sus liberaciones, la fe en la inteligencia y el Evangelio en el tiempo con una teología del trabajo. La "memoria passionis" y subversiva del Dios Crucificado-Resucitado que transforma la sociedad e historia, en anticipación y apertura a ese futuro pleno que rechaza toda idolatría y absolutización de cualquier sistema e injusticia. Ya en América Latina, prolongando a su maestro Zubiri, Ellacuría nos mostró que la realidad e historia de salvación y liberación integral nos vienen por los pueblos crucificados por el mal e injusticia, en el sentido o medida que se asocian al mismo Jesús Crucificado-Resucitado y Salvador. Tal como ya nos había mostrado, cada uno a su manera, E. Wiesel o D. Bonhoeffer que indicaban a este Dios crucificado y presente en los crucificados y víctimas de la historia. Con Ellacuría, G. Gutiérrez ha articulado muy bien todo este dinamismo y unidad de la historia de la salvación que, en el Don de la Gracia, se va realización en la liberación histórica e integral de todo mal, pecado e injusticia. Una salvación y liberación a nivel espiritual, personal, socio-histórico, político y escatológico-trascendente en el amor, caridad política y justicia con la opción por los pobres.
Efectivamente, el cristianismo nos presenta un Dios que nos salva y libera de todo mal e injusticia a través de Jesús, el Crucificado-Resucitado por el Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres de la tierra. La existencia real e histórica de Jesús está más que mostrada por la historia con fuentes de todo tipo como Flavio Josefo, Suetonio, Plinio el Joven, Tácito, etc. y por las mismas referencias de los Evangelios u otros libros del Nuevo Testamento como las cartas de Pablo, documentos muy fiables por la cercaría temporal al acontecimiento que nos muestran. Es decir, la experiencia religiosa e histórica, tal como se manifiesta en Jesús de Nazaret. El Jesús de la historia y de la fe, la realidad histórica de Jesucristo, tiene este hilo conductor de Jesús como revelador de Dios Padre, al que estuvo unido de forma singular y única con respecto a cualquier otra persona. Jesús, como el Cristo y Señor, realizador escatológico del Reino de Dios que nos trae la salvación liberadora de todo mal, pecado e injusticia.
Desde esta comunión espiritual y trascendente con Dios Padre, Jesús nos presenta la utopía del Reino de Dios como el sueño que tiene Dios para toda la humanidad. Ese proyecto de vida y felicidad, de amor, paz y justicia liberadora con los pobres de la tierra que nos trae la vida humana, digna, plena y eterna. El Reino es el plan y propuesta que tiene Dios para el mundo e historia en donde, a través de Jesús, va actuando e interviniendo en toda esta realidad histórica a la que va trayendo la salvación y liberación integral. Este acontecimiento es único en la historia, con respecto al judaísmo u otras religiones. El Reino de Dios con su salvación liberadora, las promesas-esperanzas mesiánicas de vida y redención, ya empiezan a realizarse en la historia, en el tiempo presente transido de toda esta liberación integral. Lo que culmina en el futuro, cuando el tiempo e historia lleguen a su plenitud, a su consumación trascendente, escatológica con la vida definitiva y eterna que vence a todo mal, muerte e injusticia.
Este acontecimiento original e histórico que nos trae Jesús une definitivamente el amor de Dios con el amor al prójimo, a toda la humanidad en la razón compasiva y el principio-misericordia ante el sufrimiento e injusticia que padece el otro, el pobre y la víctima. Nos trae este amor universal y ética sin fronteras ni barreras, que abraza a toda la humanidad y que se realiza en la justicia liberadora con los pobres de la tierra frente a todo pecado, egoísmo con sus idolatrías del poder y la riqueza-ser rico. El amor y misericordia universal que supera las injusticias, odios y toda clase de violencia en el perdón incondicional a todo ser humano. Una reconciliación fraterna y una no violencia activa, una lucha pacífica y activa por la justicia liberadora con los pobres. Esta auténtica utopía y sueño de Dios que nos muestra Jesús con su Reino, al que entrega su vida por amor de forma incondicional, es rechazada por los poderes históricos como el judío y el romano, atrapados por el pecado y mal Con la alianza de todos estos poderosos y ricos como eran los saduceos, ancianos, sumos sacerdotes y fariseos que se unen con Pilatos, gobernante del imperio romano, para dar muerte a Jesús, que es crucificado con la colaboración y complicidad de sectores del pueblo o ciudadanía judía y romana.
No se puede separar ni menos oponer: la vida de Jesús y su muerte con la crucifixión a manos de todos estos poderes del pecado e ídolos; la entrega de la vida de Jesús, en fidelidad al Reino de Dios con su justicia liberadora, y el conflicto que desataron contra él, con la persecución que le llevará hasta la cruz. La entrega y fidelidad de Jesús al Dios del Reino, hasta sus últimas consecuencias como es la decisión de la entrada en Jerusalén y su acción profética contra el templo, culmina la “pro-existencia” de Jesús como nos indica H. Schürmann. Jesús “es el hombre para los demás” (Bonhoeffer). Una vida entregada, fiel y coherente al servicio del Reino de misericordia ante el sufrimiento e injusticia, de defensa y promoción de la vida humana, digna y realizada que culmina en la eternidad. En contra del mal, pecado y poderes de este mundo que con sus idolatrías de la dominación, del tener y de la riqueza-ser rico: han llevado a Jesús a la cruz. Estos poderes e ídolos, y todos nosotros envueltos en el pecado del mal- siendo colaboradores y cómplices del mal e injusticia-, no han soportado tanta humanidad, bien y bondad como nos mostró Jesús.
Su entrega y muerte por amor al Reino con su justicia, que nos salva liberadoramente, llega a su consumación en el acontecimiento de la Resurrección. Decía Marcel que amar al otro es que querer que nunca muera. Y Jesús Crucificado-Resucitado nos manifiesta que el amor y la justicia verdadera, que se va realizando en la liberación integral con los pobres de la tierra, es la vida, lo definitivo, verdadero y eterno. Dios Padre en el Espíritu le ha dado la razón a Jesús que, con su Resurrección, nos transmite que vale la pena luchar por el Reino de Dios y su justicia con los pobres de la tierra. Jesús Crucificado-Resucitado es la respuesta y verdad de Dios ante el mal e injusticia que no tienen la última palabra, que el amor y la justicia vencen a los poderes de la historia que sacrifican a los pobres y a las víctimas. Con palabras de Mons. Romero, con su santidad hasta el martirio por la justicia de Dios, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y de otro mártir por la fe y la justicia, Ellacuría, “sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”.
Todo lo anterior, como nos ha mostrado el Papa Francisco en esta Semana Santa, nos sigue motivando e impulsando al servicio de la fe y de la justicia con los pobres de la tierra, animados por el Espíritu del Crucificado-Resucitado que habita entre nosotros. En esos “pobres con espíritu” (Ellacuría), como vemos entre las comunidades indígenas de Imbabura-Ecuador, que te muestran los signos de la vida, amor y solidaridad que tanto nos dan. En estas fechas alrededor del 16 de Abril, día contra la esclavitud infantil, todos estos testimonios de fe, amor y solidaridad muestran al Crucificado-Resucitado. Como el del niño pakistaní y mártir Iqbal Masih, que con su fe dio su vida por los otros, por los niños esclavos, para que tuvieran vida, dignidad y justicia. Ellos viven en la comunión de los santos, en la comunión de la iglesia militante, purgante y triunfante. Gracias a Dios.