Santidad y justicia en la alegría de la fe con Francisco
Se ha publicado la nueva, bella e imprescindible Exhortación Apostólica del Papa Francisco, "Gaudete et exsultate (GE)”, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. En este significativo documento, actualizando toda la teología y enseñanza conciliar en el horizonte del Vaticano II, Francisco nos muestra las claves que orientan la fe y espiritualidad para la vida de santidad. Frente a todo elitismo y pastoral de selectos, en el camino de la fe con los movimientos apostólicos obreros como la JOC o la HOAC (con E. Merino, G. Rovirosa…) y el Concilio, el Papa nos llama a todos para vivir esta vocación universal de la santidad. Una santidad que se realiza en la vida cotidiana, con una espiritualidad y mística que se encarna en la realidad, en el mundo y en la historia de los pueblos con sus relaciones humanas, comunitarias y sociales (GE 6-18).
Esta santidad tiene como entraña, sentido y modelo a Jesucristo (GE 19-24). Y “como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE 25). La santidad significa seguir a Jesús celebrando, anunciando y sirviendo al Reino de amor que nos trae su salvación y justicia liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. El Dios encarnado en Jesús, con el Reino y su justicia, nos viene a traer toda esta existencia de santidad que nos proporciona alegría, realización, sentido, dignidad, felicidad, liberación integral de toda esclavitud y vida humanizadora, plena y eterna (GE 32-34).
Frente al gnosticismo y pelagianismo (GE 47-59), como se observa, Francisco nos presenta una espiritualidad del Don (Gracia) del Reino con la conversión a su amor y justicia liberadora, que se encarna en el mundo e historia. La fe vive de esta humildad y reconocimiento agradecido al Dios de la vida que, de forma gratuita, con su amor y misericordia nos salva, justifica y libera de toda maldad e injusticia. Frente al poder, dominación y esclavitud de una ley si amor ni justicia liberadora, como nos manifiesta la Revelación, la caridad fraterna con el hermano (todo ser humano) es la entraña de la fe y de toda ley (Rm 13,8.10; Ga 5,14). El amor, la misericordia y la justicia que libera son lo primero.
En el seguimiento de Jesús, el camino de la santidad se nos muestra en “el programa y carta magna” del Reino, las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) que “van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad” (GE 65). La santidad se realiza en la “pobreza de espíritu”, como Jesús Pobre, una vida austera, sobria y en comunión solidaria con los pobres de la tierra. Y que como han enseñado y vivido los santos, por ejemplo San Ignacio de Loyola (EE 23), nos libera de los ídolos de las cosas y de la riqueza-ser rico, no hace libres frente a la esclavitud e idolatría del tener y poseer (GE 67-70). El camino de la bienaventuranza (felicidad), como nos propone el Evangelio de Jesús, es esta misericordia ante el sufrimiento e injusticia con el compromiso por la fraternidad, la paz y la justicia. En la defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres, oprimidos y excluidos (Is 1,17).
Lo cual conlleva la persecución, el conflicto y la cruz a causa de esta pasión por el Reino de Dios y su justicia que es impuesta por el mal, por estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia con sus poderes económicos o políticos. Frente a una existencia cómoda o mediocre, esta persecución y cruz por la vida apasionada del Reino con su justicia desde los pobres, siguiendo a Jesús Crucificado, nos da la auténtica felicidad, entusiasmo y alegría con la confianza y esperanza puesta en el Dios de la vida. Tal como nos testimonian los santos y mártires que, por el Reino de Dios y su justicia, siguen entregando la vida en amor por los otros (GE 80-94). La santidad se efectúa, pues, en esta opción por los pobres que son sacramento (presencia) real de Cristo Pobre (Mt 25, 31-46). El camino de santidad y salvación es la misericordia, el amor fraterno y la justicia con los pobres que, frente al asistencialismo paternalista, supone el compromiso transformador con la implantación de sistemas económicos y políticos más justos (GE 96-99).
Frente a toda ideologización de la fe, como nos muestra la fe e iglesia con los Papas como Francisco, no hay que separar ni contraponer la espiritualidad y la lucha por la justicia con los pobres de la tierra. La vida de santidad une la mística y el compromiso sociopolítico por la defensa de la dignidad de toda persona, defiende la vida y los derechos de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Es incoherente para la fe e iglesia decir que, por una parte, se es "pro-vida" en la defensa del no nacido y, por otra, no comprometerse por los pobres luchando contra toda desigualdad e injusticia social-global que causan los ricos sobre los pobres. Todavía peor, en esta lacra de la ideologización de la fe, es perverso desacreditar y calumniar, por ejemplo con acusaciones falsas, a aquellos que llevan a cabo toda esta militancia por el Reino de Dios y su justicia con los pobres. Y todo ello, esta ideologización de la fe que acusa y niega la justicia, para defender los privilegios y complicidad con el poder, la riqueza e injusticia establecida (GE 100-103).
Tal como nos enseña la fe en los profetas y Jesús con su iglesia, ahí tenemos a Tomás de Aquino (II-II, q.30, a.4), no hay un verdadero culto y oración a Dios: cuando nuestra vida espiritual no va unida al compromiso solidario por la justicia con los pobres; cuando nos desentendemos de la defensa de los otros que sufren la opresión e injusticia como son, por ejemplo, los hermanos migrantes y refugiados. Por tanto, el camino de santidad nos lleva a toda esta vida de amor, pobreza, humidad y sacrificio en la pasión por el Reino de Dios que, siguiendo a Jesús Crucificado, nos libera del egocentrismo. Y nos capacita para la el servicio de la fe y de la defensa de la justicia con los pobres, víctimas y oprimidos.
Es una lucha activa no violenta, pacifica que respeta siempre la vida digna del otro, que no cae en el insulto, odio, venganza u otras lacras de la violencia que son contrarias al Evangelio. Con el gozo y la alegría de la santidad, ya que un santo triste es un triste santo, que posibilita la audacia y valentía de una fe e iglesia que es misionera. Iglesia en salida, como Jesús, hacia las periferias para llevar la salvación y liberación integral de todo sufrimiento, mal e injusticia. Frente a una espiritualidad burguesa, cómoda e individualista encerrada en sus propias seguridades y privilegios; en contra del miedo y falsa prudencia que paraliza el dinamismo misionero, evangelizador y liberador (GE 112-139).
Y en esta línea, frente a una fe y espiritualidad elitista e individualista o maniquea (purista), la santidad se vive en la comunidad e iglesia. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad….Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 143).
La santidad se alimenta de la oración, que es contemplar el Rostro de Dios revelado en Jesús y su Pascua, el diálogo y comunión con Cristo Crucificado-Resucitado (GE 147-157). Frente a todo espiritualismo, esta oración no nos hace alejarnos ni evadirnos del mundo e historia. Al contrario, te dispone al discernimiento y encarnación más profunda en la realidad de los otros con sus esperanzas, alegrías, sufrimientos e injusticias. La santidad de la fe implica el discernir los signos de los tiempos con sus anhelos y causas justas, la lucha contra lo perverso y maligno que tienta, corrompe y destruye la vida (GE 158-175). Y en la vida de la fe e iglesia, siempre encontraremos a María como modelo de santidad y de alegría (GE 176).
Esta santidad tiene como entraña, sentido y modelo a Jesucristo (GE 19-24). Y “como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE 25). La santidad significa seguir a Jesús celebrando, anunciando y sirviendo al Reino de amor que nos trae su salvación y justicia liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. El Dios encarnado en Jesús, con el Reino y su justicia, nos viene a traer toda esta existencia de santidad que nos proporciona alegría, realización, sentido, dignidad, felicidad, liberación integral de toda esclavitud y vida humanizadora, plena y eterna (GE 32-34).
Frente al gnosticismo y pelagianismo (GE 47-59), como se observa, Francisco nos presenta una espiritualidad del Don (Gracia) del Reino con la conversión a su amor y justicia liberadora, que se encarna en el mundo e historia. La fe vive de esta humildad y reconocimiento agradecido al Dios de la vida que, de forma gratuita, con su amor y misericordia nos salva, justifica y libera de toda maldad e injusticia. Frente al poder, dominación y esclavitud de una ley si amor ni justicia liberadora, como nos manifiesta la Revelación, la caridad fraterna con el hermano (todo ser humano) es la entraña de la fe y de toda ley (Rm 13,8.10; Ga 5,14). El amor, la misericordia y la justicia que libera son lo primero.
En el seguimiento de Jesús, el camino de la santidad se nos muestra en “el programa y carta magna” del Reino, las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) que “van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad” (GE 65). La santidad se realiza en la “pobreza de espíritu”, como Jesús Pobre, una vida austera, sobria y en comunión solidaria con los pobres de la tierra. Y que como han enseñado y vivido los santos, por ejemplo San Ignacio de Loyola (EE 23), nos libera de los ídolos de las cosas y de la riqueza-ser rico, no hace libres frente a la esclavitud e idolatría del tener y poseer (GE 67-70). El camino de la bienaventuranza (felicidad), como nos propone el Evangelio de Jesús, es esta misericordia ante el sufrimiento e injusticia con el compromiso por la fraternidad, la paz y la justicia. En la defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres, oprimidos y excluidos (Is 1,17).
Lo cual conlleva la persecución, el conflicto y la cruz a causa de esta pasión por el Reino de Dios y su justicia que es impuesta por el mal, por estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia con sus poderes económicos o políticos. Frente a una existencia cómoda o mediocre, esta persecución y cruz por la vida apasionada del Reino con su justicia desde los pobres, siguiendo a Jesús Crucificado, nos da la auténtica felicidad, entusiasmo y alegría con la confianza y esperanza puesta en el Dios de la vida. Tal como nos testimonian los santos y mártires que, por el Reino de Dios y su justicia, siguen entregando la vida en amor por los otros (GE 80-94). La santidad se efectúa, pues, en esta opción por los pobres que son sacramento (presencia) real de Cristo Pobre (Mt 25, 31-46). El camino de santidad y salvación es la misericordia, el amor fraterno y la justicia con los pobres que, frente al asistencialismo paternalista, supone el compromiso transformador con la implantación de sistemas económicos y políticos más justos (GE 96-99).
Frente a toda ideologización de la fe, como nos muestra la fe e iglesia con los Papas como Francisco, no hay que separar ni contraponer la espiritualidad y la lucha por la justicia con los pobres de la tierra. La vida de santidad une la mística y el compromiso sociopolítico por la defensa de la dignidad de toda persona, defiende la vida y los derechos de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Es incoherente para la fe e iglesia decir que, por una parte, se es "pro-vida" en la defensa del no nacido y, por otra, no comprometerse por los pobres luchando contra toda desigualdad e injusticia social-global que causan los ricos sobre los pobres. Todavía peor, en esta lacra de la ideologización de la fe, es perverso desacreditar y calumniar, por ejemplo con acusaciones falsas, a aquellos que llevan a cabo toda esta militancia por el Reino de Dios y su justicia con los pobres. Y todo ello, esta ideologización de la fe que acusa y niega la justicia, para defender los privilegios y complicidad con el poder, la riqueza e injusticia establecida (GE 100-103).
Tal como nos enseña la fe en los profetas y Jesús con su iglesia, ahí tenemos a Tomás de Aquino (II-II, q.30, a.4), no hay un verdadero culto y oración a Dios: cuando nuestra vida espiritual no va unida al compromiso solidario por la justicia con los pobres; cuando nos desentendemos de la defensa de los otros que sufren la opresión e injusticia como son, por ejemplo, los hermanos migrantes y refugiados. Por tanto, el camino de santidad nos lleva a toda esta vida de amor, pobreza, humidad y sacrificio en la pasión por el Reino de Dios que, siguiendo a Jesús Crucificado, nos libera del egocentrismo. Y nos capacita para la el servicio de la fe y de la defensa de la justicia con los pobres, víctimas y oprimidos.
Es una lucha activa no violenta, pacifica que respeta siempre la vida digna del otro, que no cae en el insulto, odio, venganza u otras lacras de la violencia que son contrarias al Evangelio. Con el gozo y la alegría de la santidad, ya que un santo triste es un triste santo, que posibilita la audacia y valentía de una fe e iglesia que es misionera. Iglesia en salida, como Jesús, hacia las periferias para llevar la salvación y liberación integral de todo sufrimiento, mal e injusticia. Frente a una espiritualidad burguesa, cómoda e individualista encerrada en sus propias seguridades y privilegios; en contra del miedo y falsa prudencia que paraliza el dinamismo misionero, evangelizador y liberador (GE 112-139).
Y en esta línea, frente a una fe y espiritualidad elitista e individualista o maniquea (purista), la santidad se vive en la comunidad e iglesia. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad….Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 143).
La santidad se alimenta de la oración, que es contemplar el Rostro de Dios revelado en Jesús y su Pascua, el diálogo y comunión con Cristo Crucificado-Resucitado (GE 147-157). Frente a todo espiritualismo, esta oración no nos hace alejarnos ni evadirnos del mundo e historia. Al contrario, te dispone al discernimiento y encarnación más profunda en la realidad de los otros con sus esperanzas, alegrías, sufrimientos e injusticias. La santidad de la fe implica el discernir los signos de los tiempos con sus anhelos y causas justas, la lucha contra lo perverso y maligno que tienta, corrompe y destruye la vida (GE 158-175). Y en la vida de la fe e iglesia, siempre encontraremos a María como modelo de santidad y de alegría (GE 176).