Santidad, mística y sabiduría profética desde Mons. Romero con los mártires
Se ha anunciado que próximamente se conocerá el lugar y la fecha de la canonización del beato Romero, a la vez que se está tratando de impulsar el reconocimiento del Arzobispo mártir salvadoreño como Doctor de la iglesia. Todavía reciente mi estancia memorable e inolvidable en la tan amada iglesia salvadoreña. Donde estuve realizando una serie de conferencias en la Universidad Jesuita Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA), queremos seguir transmitiendo toda esta experiencia del Salvador. Con nuestros amados mártires como Mons. Romero, R. Grande, I. Ellacuría y sus compañeros jesuitas de la UCA. Tal como asimismo, por ejemplo, nos muestra Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador y digno sucesor de Mons. Romero, en su maravillosa e imprescindible segunda Carta Pastoral "Ustedes darán también testimonio, porque han estado conmigo desde el principio"; con el que tuve el regalo y la alegría de estar en dicha visita.
En el seguimiento de Jesús, Mons. Romero con esta iglesia martirial salvadoreña nos transmite una auténtica santidad y mística que, como nos enseña la fe e iglesia con los Papas como Francisco, es inseparable de la profecía con su sabiduría, en la esperanza del Reino de Dios. La experiencia de fe en el encuentro y comunión con Dios está unida indisolublemente al amor al prójimo, a todo ser humano- hermano nuestro-, que constitutivamente se realiza en la promoción de la justicia y de la liberación integral con los pobres en la realidad. La santidad y mística en Cristo es la de los ojos abiertos que es honrada con lo real, que se encarna religándose a la realidad. Y la del principio-misericordia que lleva al corazón la miseria, sufrimiento e injusticia que padecen los otros, los pobres y los pueblos crucificados.
Por tanto, la santidad y mística se asocia íntimamente con la política. Esa virtud ética, social y teologal en la Gracia de Dios como es la caridad política, que promueve el bien común más universal, la justicia social-global y la civilización del amor. La santidad y mística profética se efectúa pues en esta vida honrada, moral y de la santidad política. Y que con ese amor civil y caridad pública e institucional, de forma inteligente, discierne las raíces y causas del mal, injusticia y pecado. El pecado personal del egoísmo que rechaza el amor a Dios y al otro, al pobre, con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia que cristalizan e inter-accionan en el pecado estructural. Esas estructuras sociales e históricas de pecado. Mons. Romero con nuestros mártires de la iglesia salvadoreña, como auténticos místicos y profetas, denunciaron todas estas idolatrías y mecanismos perversos del tener, poseer y del capital que sacrifican la vida y dignidad de los seres humanos, de los pueblos y de los pobres en el altar de la codicia y del beneficio.
“Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (Mons. Romero en su última homilía, 23 de marzo de 1980, antes de ser asesinado).
Mons. Romero con la iglesia profética y martirial salvadoreña disciernen los signos permanentes de los tiempos que, en la mirada cristológica e histórica, son los pueblos crucificados por todos estos falsos dioses del lucro, de la ganancia y poder que causan muerte e injusticia a los pobres. Esos pueblos crucificados que en la fe remiten “al Divino Traspasado” (Mons. Romero), al Dios Crucificado en Jesucristo por el Reino con su justicia. Y que desde la Gracia (Amor) de Dios nos traen luz, verdad, salvación y liberación integral como el Siervo de Yahvé (Is 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-15; 53,12).
Nuestros místicos y proféticos mártires con Mons. Romero han discernido evangélicamente como el pueblo crucificado y el pobre, sacramento (presencia) real de Cristo Pobre y Crucificado (Mt 25, 31-46), son lugar (realidad) social y teologal. Allí donde se hace presente, con más verdad e intensidad, la Gracia liberadora del Dios de la vida. “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. (Mons. Romero, Hom. del 18 de noviembre de 1979). Los pobres con espíritu (Mt 5,3) son los sujetos primeros del Reino de Dios que nos traen verdad, santidad y salvación en su vida de pobreza material, social y espiritual. Con la comunión de vida, bienes y luchas por la justicia liberadora desde la Gracia y esperanza en el Dios vivo de la redención.
Mons. Romero con los mártires como I. Ellacuría (cf. “Utopía y profetismo…”), como nos enseña hoy el Papa Francisco, nos comunican una bioética global y ecología integral en la promoción de la vida en todas sus fases, formas y dimensiones. La defensa de la vida al inicio con el niño por nacer (Mons. Romero, Hom. 18-03-1979), de las víctimas y de los pobres, promoviendo la ética del cuidado, de la justicia social, intercultural, global y ecológica. En la comunión de amor con Dios, con los otros y con la naturaleza.
“Ustedes saben que está contaminado el aire, las aguas; todo cuanto tocamos y vivimos; y a pesar de esa naturaleza que la vamos corrompiendo cada vez más, y la necesitamos, no nos damos cuenta que hay un compromiso con Dios: de que esa naturaleza sea cuidada por el hombre. Talar un árbol, botar el agua cuando hay tanta escasez de agua; no tener cuidado con las chimeneas de los buses, envenenando nuestro ambiente con esos humos mefíticos; no tener cuidado dónde se queman las basuras; todo eso es parte del gran problema ecológico… Cuidemos, queridos hermanos salvadoreños, por un sentido de religiosidad, que no se siga empobreciendo y muriendo nuestra naturaleza. Es compromiso de Dios que pide al hombre la colaboración” (Mons. Romero, Hom. 11 de marzo de 1979).
Mons. Romero con su sabiduría profética y testimonio mostró el Don de la Gracia que nos trae la salvación y liberación integral de la humanidad, de la historia y de todo el cosmos. Por la que el mal, la muerte, el pecado y toda injusticia serán vencidas definitivamente por el Dios Redentor. “La liberación que la Iglesia espera es una liberación cósmica. La Iglesia siente que es toda la naturaleza la que está gimiendo bajo el peso del pecado. ¡Qué hermosos cafetales, qué bellos cañales, qué lindas algodoneras, qué fincas, qué tierras las que Dios nos ha dado! ¡Qué naturaleza más bella! Pero cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces duele a la Iglesia y espera una liberación que no sea sólo el bienestar material. Sino que el poder de un Dios que liberará de las manos pecadoras de los hombres una naturaleza que, junto con los hombres redimidos, va a cantar la felicidad en el Dios liberador” (Mons. Romero, Hom. 11 de diciembre de 1977).
En el seguimiento de Jesús, Mons. Romero con esta iglesia martirial salvadoreña nos transmite una auténtica santidad y mística que, como nos enseña la fe e iglesia con los Papas como Francisco, es inseparable de la profecía con su sabiduría, en la esperanza del Reino de Dios. La experiencia de fe en el encuentro y comunión con Dios está unida indisolublemente al amor al prójimo, a todo ser humano- hermano nuestro-, que constitutivamente se realiza en la promoción de la justicia y de la liberación integral con los pobres en la realidad. La santidad y mística en Cristo es la de los ojos abiertos que es honrada con lo real, que se encarna religándose a la realidad. Y la del principio-misericordia que lleva al corazón la miseria, sufrimiento e injusticia que padecen los otros, los pobres y los pueblos crucificados.
Por tanto, la santidad y mística se asocia íntimamente con la política. Esa virtud ética, social y teologal en la Gracia de Dios como es la caridad política, que promueve el bien común más universal, la justicia social-global y la civilización del amor. La santidad y mística profética se efectúa pues en esta vida honrada, moral y de la santidad política. Y que con ese amor civil y caridad pública e institucional, de forma inteligente, discierne las raíces y causas del mal, injusticia y pecado. El pecado personal del egoísmo que rechaza el amor a Dios y al otro, al pobre, con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia que cristalizan e inter-accionan en el pecado estructural. Esas estructuras sociales e históricas de pecado. Mons. Romero con nuestros mártires de la iglesia salvadoreña, como auténticos místicos y profetas, denunciaron todas estas idolatrías y mecanismos perversos del tener, poseer y del capital que sacrifican la vida y dignidad de los seres humanos, de los pueblos y de los pobres en el altar de la codicia y del beneficio.
“Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (Mons. Romero en su última homilía, 23 de marzo de 1980, antes de ser asesinado).
Mons. Romero con la iglesia profética y martirial salvadoreña disciernen los signos permanentes de los tiempos que, en la mirada cristológica e histórica, son los pueblos crucificados por todos estos falsos dioses del lucro, de la ganancia y poder que causan muerte e injusticia a los pobres. Esos pueblos crucificados que en la fe remiten “al Divino Traspasado” (Mons. Romero), al Dios Crucificado en Jesucristo por el Reino con su justicia. Y que desde la Gracia (Amor) de Dios nos traen luz, verdad, salvación y liberación integral como el Siervo de Yahvé (Is 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-15; 53,12).
Nuestros místicos y proféticos mártires con Mons. Romero han discernido evangélicamente como el pueblo crucificado y el pobre, sacramento (presencia) real de Cristo Pobre y Crucificado (Mt 25, 31-46), son lugar (realidad) social y teologal. Allí donde se hace presente, con más verdad e intensidad, la Gracia liberadora del Dios de la vida. “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. (Mons. Romero, Hom. del 18 de noviembre de 1979). Los pobres con espíritu (Mt 5,3) son los sujetos primeros del Reino de Dios que nos traen verdad, santidad y salvación en su vida de pobreza material, social y espiritual. Con la comunión de vida, bienes y luchas por la justicia liberadora desde la Gracia y esperanza en el Dios vivo de la redención.
Mons. Romero con los mártires como I. Ellacuría (cf. “Utopía y profetismo…”), como nos enseña hoy el Papa Francisco, nos comunican una bioética global y ecología integral en la promoción de la vida en todas sus fases, formas y dimensiones. La defensa de la vida al inicio con el niño por nacer (Mons. Romero, Hom. 18-03-1979), de las víctimas y de los pobres, promoviendo la ética del cuidado, de la justicia social, intercultural, global y ecológica. En la comunión de amor con Dios, con los otros y con la naturaleza.
“Ustedes saben que está contaminado el aire, las aguas; todo cuanto tocamos y vivimos; y a pesar de esa naturaleza que la vamos corrompiendo cada vez más, y la necesitamos, no nos damos cuenta que hay un compromiso con Dios: de que esa naturaleza sea cuidada por el hombre. Talar un árbol, botar el agua cuando hay tanta escasez de agua; no tener cuidado con las chimeneas de los buses, envenenando nuestro ambiente con esos humos mefíticos; no tener cuidado dónde se queman las basuras; todo eso es parte del gran problema ecológico… Cuidemos, queridos hermanos salvadoreños, por un sentido de religiosidad, que no se siga empobreciendo y muriendo nuestra naturaleza. Es compromiso de Dios que pide al hombre la colaboración” (Mons. Romero, Hom. 11 de marzo de 1979).
Mons. Romero con su sabiduría profética y testimonio mostró el Don de la Gracia que nos trae la salvación y liberación integral de la humanidad, de la historia y de todo el cosmos. Por la que el mal, la muerte, el pecado y toda injusticia serán vencidas definitivamente por el Dios Redentor. “La liberación que la Iglesia espera es una liberación cósmica. La Iglesia siente que es toda la naturaleza la que está gimiendo bajo el peso del pecado. ¡Qué hermosos cafetales, qué bellos cañales, qué lindas algodoneras, qué fincas, qué tierras las que Dios nos ha dado! ¡Qué naturaleza más bella! Pero cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces duele a la Iglesia y espera una liberación que no sea sólo el bienestar material. Sino que el poder de un Dios que liberará de las manos pecadoras de los hombres una naturaleza que, junto con los hombres redimidos, va a cantar la felicidad en el Dios liberador” (Mons. Romero, Hom. 11 de diciembre de 1977).