Teología de la economía y Justicia como experiencia de Cuaresma
El Papa Francisco nos ha transmitido un profundo, espiritual y liberador mensaje para esta Cuaresma que ya estamos comenzando. «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12). En donde nos presenta una vida de fe adulta, madura y de santidad. En el amor fraterno y pobreza solidaria con la comunión de vida, bienes y compromisos con las causas liberadoras de los pobres de la tierra. Frente al mal y pecado del egoísmo e individualismo insolidario con los ídolos de la riqueza-ser rico, del capital/mercado, poder y violencia que nos esclavizan, destruyen y dan muerte. Lo que, de una forma profunda, se une al día mundial de la justicia social, que celebramos este día 20 de febrero.
El Papa Francisco afirma en dicho mensaje que “lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas. También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte”.
El camino de cuaresma es, pues, esta conversión a Jesucristo y su Reino liberador de las tentaciones e ídolos del poder, de la codicia y de la riqueza-ser rico. Y que, como nos muestra la Palabra de Dios en este tiempo, Jesús rechazó para liberarnos así, integralmente, de todas estas idolatrías (Mt 4,1-11). Nada más necesario e imprescindible hoy, en el mundo e iglesia, que esta vida de santidad, misionera en salida hacia las periferias. Es la iglesia pobre con los pobres de la tierra en su ser sujetos de la misión, la promoción y la liberación integral. En una militancia con la lucha solidaria por la vida y dignidad de la persona en todas sus fases o dimensiones, por la paz, la justicia y la ecología integral. Desde la fe, la esperanza y el amor en el Dios de la vida, de la fraternidad y la justicia con los pobres tal como se nos revela en Jesucristo, el Salvador y Liberador. Es, continúa transmitiendo Francisco para esta Cuaresma, el “experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre… La condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios”.
Así nos lo transmite y vive la iglesia apostólica-originaria que Jesús convocó. "Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno" (Hch 2, 44-45). "Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y aquél era para todos un tiempo de gracia excepcional…Entre ellos ninguno sufría necesidad. Pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno" (Hch 4, 33-36). El pecado primero (original) en el Nuevo Testamento y en esta iglesia apostólica, cometido por Ananías y Safira, es el distribuir de forma injusta los bienes y recursos con su apropiación indebida. Lo que lleva a estar esclavizados por los ídolos de la riqueza que dan muerte (Hch 5, 1-11). Y es que esta desigualdad e injusticia en el compartir los bienes, como nos enseña San Pablo, es tergiversar la Eucaristía, la Cena del Señor y su salvación con su entrega en la Cruz (1 Cor 11, 17-22).
Tal como nos enseñan el Evangelio e Iglesia con sus Padres y Doctores, las riquezas no son solo inmorales por su origen: ser rico es fruto de la injusticia; sino porque, teniendo riquezas, no se comparten y distribuyen con los pobres, hasta quedarnos con lo vital, con lo necesario. Lo cual, por definición, es dejar de ser rico. "Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1,46-55)." Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados... Más ¡ay de vosotros, ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo. Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre" (Lc 6,20-23). "Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios" (Mt 19,24). "Jesús lo miró con amor y añadió: Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas" (Mc 10, 17-27).
Por todo ello, "un rico es un ladrón o heredero de ladrón” (San Jerónimo, Epístola a Hebidia, 121,1). "¿De dónde proceden sus riquezas?, ¿de quién las han recibido? «De mis abuelos por medio de mi padre». Y bien: ¿son capaces de irse remontando así por la familia y demostrar que lo que poseen lo tienen justamente? No son capaces. El principio y raíz siempre es forzosamente la injusticia. ¿Por qué? Porque al principio Dios no hizo rico a uno y pobre a otro, ni tomó a uno y le dio grandes yacimientos de oro, privando al otro de este hallazgo. No señor. Dios puso delante de todos la misma tierra" (De las Homilías de San Juan Crisóstomo)”. El magisterio de la iglesia, por ejemplo, el Vaticano II (GS 69) y S. Juan Pablo II (SRS 31), nos lo ha seguido recordando y profundizando, con su enseñanza de la fe en esa virtud esencial que es la fraternidad solidaria: compartir ya no solo de lo que nos sobra, que es liberarnos de ser rico; sino hasta de lo que necesitamos para vivir. En la comunión de vida, bienes y luchas solidarias por la justicia con los pobres como nos muestran, con su vida, la Iglesia y sus Santos.
En contra de la esencia inmoral del (neo-)liberalismo y del capitalismo, el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos enseña ya el Vaticano II (GS 69). En la LS, el Papa Francisco hace memoria de toda esta tradición de la fe e iglesia y actualiza toda esta enseñanza. “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31).
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33). Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad” (LS 93).
De ahí que la fe e Iglesia se opusiera a la usura, a todo préstamo a interés, incluido el préstamo de dinero. La doctrina de los Padres, de los teólogos medievales, de los Concilios y de los Papas estuvo en contra del préstamo de dinero a interés. A este respecto, recuérdese la Bula Vix pervenit de Benedicto XIV en 1745. Basados en el axioma de la esterilidad del dinero, «nummus nummum non parit», los autores cristianos hubieron de reconocer la injusticia de todo interés, deducido del simple préstamo del dinero. Para ellos, el dinero tenía exclusivamente un valor de intercambio . Es la "usura devoradora", según la expresión de León XIII (RN1), auténtico azote del mundo moderno. Como acaba de mostrar el Papa Francisco ante la Asociación italiana contra la usura Juan Pablo II, “la usura es un pecado grave: mata la vida, pisotea la dignidad de las personas, es vehículo para la corrupción y obstaculiza el bien común. También debilita los fundamentos sociales y económicos de un país. De hecho, con tantos pobres, tantas familias endeudadas, tantas víctimas de delitos graves y tantas personas corruptas, ningún país puede planificar una recuperación económica seria ni muchos menos sentirse seguro”.
Francisco nos llama, para combatir la usura, a “recuperar las virtudes de la pobreza y el sacrificio”. Y, en la línea de Benedicto XVI(CIV 65) contra toda esta usura, el Papa nos alienta también a promover una educación que fomente la responsabilidad de cada persona respecto a sus finanzas. “Se puede prevenir mediante la educación a una vida sobria, que sabe distinguir entre lo que es superfluo y lo que es necesario y que responsabiliza a no contraer deudas para conseguir cosas a las que se podría renunciar”.
Toda esta economía financiera-bancaria usurera y especulativa es inmoral, con sus créditos e intereses abusivos, injustos y genera las crisis permanentes (sistemáticas) que son una estafa. Al beneficiar siempre a los ricos, cada vez más enriquecidos, a costas de los pobres que crecientemente son más y con mayor empobrecimiento. Todo ello se debe terminar e implantas unos créditos morales y justos, unas empresas y finanzas-banca éticas. En una economía real, que sirva a la creación de un trabajo decente y a un desarrollo social e integral. Tal como nos transmiten Juan Pablo II (CA 43) y el Compendio de DSI (369-72).
En esta línea, para un desarrollo humano e integral, hay que asegurar un valor y principio esencial para la economía: el trabajo está antes que el capital; la dignidad del trabajo y de los trabajadores, con trabajo para todos en su reparto equitativo. "Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos; 3. su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos?. El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados " (Carta de Santiago 5, 1-5).
Es el empleo decente frente al trabajo basura, precario e indecente con unas relaciones laborales humanizadas. Un trabajo estable con un salario justo, unas jornadas de trabajo humanizadoras que permitan conciliar la vida familiar con la laboral. Y el resto de derechos sociales, laborales y humanos. De lo contrario, en palabras de Juan Pablo II, frente al capitalismo hay que promover “justamente la lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre” (CA 35).
En toda esta tradición bíblica y eclesial, como se puede observar y nos muestran los estudios e investigación, se encuentra toda una espiritualidad y teología de la economía. En la que se nos presenta a la religión y a la fe como realidad profética, crítica y ética liberadora de todos estos ídolos del dinero, de la codicia y de la riqueza-ser rico. Esas idolatrías de las cosas, económicas y monetarias que dan muerte a las personas, a los pueblos y a los pobres. Una teología que, como nos manifiesta el Dios revelado en Jesús, hace posible una economía al servicio de la vida, de las necesidades de los seres humanos y de la justicia liberadora con los pobres de la tierra. La economía que sirve al bien común, a la dignidad y a los derechos de las personas para promover la civilización del amor.
El Papa Francisco afirma en dicho mensaje que “lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas. También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte”.
El camino de cuaresma es, pues, esta conversión a Jesucristo y su Reino liberador de las tentaciones e ídolos del poder, de la codicia y de la riqueza-ser rico. Y que, como nos muestra la Palabra de Dios en este tiempo, Jesús rechazó para liberarnos así, integralmente, de todas estas idolatrías (Mt 4,1-11). Nada más necesario e imprescindible hoy, en el mundo e iglesia, que esta vida de santidad, misionera en salida hacia las periferias. Es la iglesia pobre con los pobres de la tierra en su ser sujetos de la misión, la promoción y la liberación integral. En una militancia con la lucha solidaria por la vida y dignidad de la persona en todas sus fases o dimensiones, por la paz, la justicia y la ecología integral. Desde la fe, la esperanza y el amor en el Dios de la vida, de la fraternidad y la justicia con los pobres tal como se nos revela en Jesucristo, el Salvador y Liberador. Es, continúa transmitiendo Francisco para esta Cuaresma, el “experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre… La condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios”.
Así nos lo transmite y vive la iglesia apostólica-originaria que Jesús convocó. "Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno" (Hch 2, 44-45). "Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y aquél era para todos un tiempo de gracia excepcional…Entre ellos ninguno sufría necesidad. Pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno" (Hch 4, 33-36). El pecado primero (original) en el Nuevo Testamento y en esta iglesia apostólica, cometido por Ananías y Safira, es el distribuir de forma injusta los bienes y recursos con su apropiación indebida. Lo que lleva a estar esclavizados por los ídolos de la riqueza que dan muerte (Hch 5, 1-11). Y es que esta desigualdad e injusticia en el compartir los bienes, como nos enseña San Pablo, es tergiversar la Eucaristía, la Cena del Señor y su salvación con su entrega en la Cruz (1 Cor 11, 17-22).
Tal como nos enseñan el Evangelio e Iglesia con sus Padres y Doctores, las riquezas no son solo inmorales por su origen: ser rico es fruto de la injusticia; sino porque, teniendo riquezas, no se comparten y distribuyen con los pobres, hasta quedarnos con lo vital, con lo necesario. Lo cual, por definición, es dejar de ser rico. "Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1,46-55)." Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados... Más ¡ay de vosotros, ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo. Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre" (Lc 6,20-23). "Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios" (Mt 19,24). "Jesús lo miró con amor y añadió: Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas" (Mc 10, 17-27).
Por todo ello, "un rico es un ladrón o heredero de ladrón” (San Jerónimo, Epístola a Hebidia, 121,1). "¿De dónde proceden sus riquezas?, ¿de quién las han recibido? «De mis abuelos por medio de mi padre». Y bien: ¿son capaces de irse remontando así por la familia y demostrar que lo que poseen lo tienen justamente? No son capaces. El principio y raíz siempre es forzosamente la injusticia. ¿Por qué? Porque al principio Dios no hizo rico a uno y pobre a otro, ni tomó a uno y le dio grandes yacimientos de oro, privando al otro de este hallazgo. No señor. Dios puso delante de todos la misma tierra" (De las Homilías de San Juan Crisóstomo)”. El magisterio de la iglesia, por ejemplo, el Vaticano II (GS 69) y S. Juan Pablo II (SRS 31), nos lo ha seguido recordando y profundizando, con su enseñanza de la fe en esa virtud esencial que es la fraternidad solidaria: compartir ya no solo de lo que nos sobra, que es liberarnos de ser rico; sino hasta de lo que necesitamos para vivir. En la comunión de vida, bienes y luchas solidarias por la justicia con los pobres como nos muestran, con su vida, la Iglesia y sus Santos.
En contra de la esencia inmoral del (neo-)liberalismo y del capitalismo, el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos enseña ya el Vaticano II (GS 69). En la LS, el Papa Francisco hace memoria de toda esta tradición de la fe e iglesia y actualiza toda esta enseñanza. “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31).
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33). Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad” (LS 93).
De ahí que la fe e Iglesia se opusiera a la usura, a todo préstamo a interés, incluido el préstamo de dinero. La doctrina de los Padres, de los teólogos medievales, de los Concilios y de los Papas estuvo en contra del préstamo de dinero a interés. A este respecto, recuérdese la Bula Vix pervenit de Benedicto XIV en 1745. Basados en el axioma de la esterilidad del dinero, «nummus nummum non parit», los autores cristianos hubieron de reconocer la injusticia de todo interés, deducido del simple préstamo del dinero. Para ellos, el dinero tenía exclusivamente un valor de intercambio . Es la "usura devoradora", según la expresión de León XIII (RN1), auténtico azote del mundo moderno. Como acaba de mostrar el Papa Francisco ante la Asociación italiana contra la usura Juan Pablo II, “la usura es un pecado grave: mata la vida, pisotea la dignidad de las personas, es vehículo para la corrupción y obstaculiza el bien común. También debilita los fundamentos sociales y económicos de un país. De hecho, con tantos pobres, tantas familias endeudadas, tantas víctimas de delitos graves y tantas personas corruptas, ningún país puede planificar una recuperación económica seria ni muchos menos sentirse seguro”.
Francisco nos llama, para combatir la usura, a “recuperar las virtudes de la pobreza y el sacrificio”. Y, en la línea de Benedicto XVI(CIV 65) contra toda esta usura, el Papa nos alienta también a promover una educación que fomente la responsabilidad de cada persona respecto a sus finanzas. “Se puede prevenir mediante la educación a una vida sobria, que sabe distinguir entre lo que es superfluo y lo que es necesario y que responsabiliza a no contraer deudas para conseguir cosas a las que se podría renunciar”.
Toda esta economía financiera-bancaria usurera y especulativa es inmoral, con sus créditos e intereses abusivos, injustos y genera las crisis permanentes (sistemáticas) que son una estafa. Al beneficiar siempre a los ricos, cada vez más enriquecidos, a costas de los pobres que crecientemente son más y con mayor empobrecimiento. Todo ello se debe terminar e implantas unos créditos morales y justos, unas empresas y finanzas-banca éticas. En una economía real, que sirva a la creación de un trabajo decente y a un desarrollo social e integral. Tal como nos transmiten Juan Pablo II (CA 43) y el Compendio de DSI (369-72).
En esta línea, para un desarrollo humano e integral, hay que asegurar un valor y principio esencial para la economía: el trabajo está antes que el capital; la dignidad del trabajo y de los trabajadores, con trabajo para todos en su reparto equitativo. "Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos; 3. su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos?. El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados " (Carta de Santiago 5, 1-5).
Es el empleo decente frente al trabajo basura, precario e indecente con unas relaciones laborales humanizadas. Un trabajo estable con un salario justo, unas jornadas de trabajo humanizadoras que permitan conciliar la vida familiar con la laboral. Y el resto de derechos sociales, laborales y humanos. De lo contrario, en palabras de Juan Pablo II, frente al capitalismo hay que promover “justamente la lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre” (CA 35).
En toda esta tradición bíblica y eclesial, como se puede observar y nos muestran los estudios e investigación, se encuentra toda una espiritualidad y teología de la economía. En la que se nos presenta a la religión y a la fe como realidad profética, crítica y ética liberadora de todos estos ídolos del dinero, de la codicia y de la riqueza-ser rico. Esas idolatrías de las cosas, económicas y monetarias que dan muerte a las personas, a los pueblos y a los pobres. Una teología que, como nos manifiesta el Dios revelado en Jesús, hace posible una economía al servicio de la vida, de las necesidades de los seres humanos y de la justicia liberadora con los pobres de la tierra. La economía que sirve al bien común, a la dignidad y a los derechos de las personas para promover la civilización del amor.