Violencia, mártires y santidad en El Salvador, luz para el mundo
Acabo de pasar unos días memorables e inolvidables en El Salvador, un pueblo tan querido. Con motivo de una serie de conferencias que realicé en la Universidad Jesuita Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA), Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría-Departamento de Filosofía. En donde expuse el pensamiento social, ético y educativo latinoamericano con la aportación de los jesuitas mártires de la UCA I. Ellacuría, I. Martín-Baró u otros mártires y testimonios como Mons. Romero o L. Proaño. En esta estancia en el querido pueblo salvadoreño, pude visitar los lugares donde vivieron, fueron asesinados y reposan estos amados mártires como Mons. Romero, Ellacu, Nacho y sus compañeros jesuitas.
Además puede estar y compartir con otros supervivientes de este martirio como Jon Sobrino SJ (sacerdote jesuita), el reconocido teólogo y autor de tantos libros, en muy buena medida, acerca de estos entrañables mártires del Salvador. A pesar de su edad y salud tal como me comunicó, y desde su fe en el Dios que se nos manifiesta en Jesús de Nazaret, de forma admirable Jon Sobrino sigue incasablemente trabajando y transmitiendo ilusión, entusiasmo y pasión por el legado de los mártires. Sobre los que sigue investigando, reflexionado y escribiendo con una entrega de vida digna de elogio; o el profesor Rodolfo Cardenal SJ (sacerdote jesuita), investigador y director del Centro teológico Mons. Romero, al que puede ver y saludar.
Tuve también el regalo y alegría de ser recibido por Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, digno sucesor de Mons. Romero. Un hombre de Dios, de bien y de los demás, de paz y justicia con los pobres de la tierra como son, por ejemplo, los migrantes. El Arzobispo me transmitió esta pasión por estos santos y mártires del Salvador, sobre el que escribió un documento muy importante. Su segunda Carta Pastoral “Ustedes darán también testimonio, porque han estado conmigo desde el principio”. La cual me obsequió junto a otra, asimismo muy significativa, su primera Carta Pastoral “Veo en la ciudad violencia y discordia”. Y otros recuerdos o regalos sobre Mons. Romero y R. Grande, el otro querido mártir jesuita salvadoreño e íntimo amigo de Mons. Romero, que sigue en proceso avanzado de beatificación.
En el mismo Arzobispado, pude visitar las oficinas para la canonización de Mons. Romero y beatificación de R. Grande, con mucha documentación al respecto. En esta línea, tanto en la biblioteca y librería del Centro Mons. Romero como en la general de la UCA, con su editorial, pude hallar y adquirir una abundante documentación, publicaciones e investigaciones sobre todos estos mártires y pensadores que tanto han marcado a la fe e iglesia salvadoreña. Incluso pude acceder a los lugares donde se conservan las bibliotecas personales de Mons. Romero, Ellacuría y Martín-Baró.
Todos estos documentos, publicaciones y experiencia académica, humana y espiritual que he tenido en esta iglesia salvadoreña y relato ahora, me lleva a una serie de reflexiones o claves que comparto con ustedes. Es conocido como en la historia del Salvador y del resto de América Latina o del mundo, tanto la que vivieron nuestros mártires como la que de forma similar experimentamos ahora, existe una desigualdad e injusticia social, global y ecológica que ha retroalimentado mutuamente violencias y guerras de todo tipo. Ya nos enseña la palabra de Dios que, como nos está recordando constantemente Francisco, “la paz y la justicia se besan” (Sal 85, 11) y que “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Ti 6, 10).
Tal como nos muestran los estudios y ciencias sociales, junto a la misma Doctrina Social de la Iglesia con todo este pensamiento latinoamericano, las guerras y violencias tienen su caldo de cultivo en todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poseer, tener y poder. Lo cual genera toda esta desigualdad e injusticia del hambre, miseria, pobreza, explotación laboral, paro, esclavitud infantil o destrucción ecológica. Como ya apuntamos, por tanto, las violencias y las guerras tienen sus causas principales (más profundas): en toda esta idolatría del dinero y del capital; lo que, generando la injusticia de la pobreza, impide los derechos humanos y el desarrollo humano e integral de los pueblos del Sur como los latinoamericanos o africanos; niega el bien común, la justicia social-global y la democracia planetaria.
Nuestros queridos mártires del Salvador fueron horados con lo real. Se hacen cargo de la realidad humana, social e histórica con inteligencia. Analizan y viven toda esta violencia e injusticia socio-estructural que empobrece y humilla a las mayorías populares, lo que lleva a todos estos conflicto y guerras que tanto daño y muerte causan. Ellos, como el Dios revelado en Jesús, por amor fraterno se encarnan en la realidad de los pobres y en la pobreza solidaria con la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los empobrecidos de la tierra. Cargan con la realidad en la ética de la compasión con los pueblos crucificados, signo permanente de los tiempos. Se encargan de la realidad con el servicio, amor y praxis liberadora por la justicia. Y se dejan cargar por la realidad, por el Don (Gracia) de Dios, de los otros y de lo real que mueve al compromiso por la vida, la dignidad y liberación integral.
En el seguimiento de Jesús, fueron hombre para los demás, su misión fue servir a la fe, a la vida y a la justicia con los pobres como sujetos y principales protagonistas de la liberación integral de toda esclavitud, mal, pecado e injusticia. Y por esta exigencia de la fe que promueve la justicia, como Jesucristo, pagaron un alto precio entregando su vida hasta el martirio. Nos transmitieron, tal como se nos manifiesta en Cristo, al Dios que promueve y defiende la vida en todas sus fases, dimensiones y aspectos, que impulsa la dignidad de la persona, los derechos humanos y el bien más universal. En contra de todo falso dios que quiera estar por encima de esta vida, dignidad y bien.
Estos mártires salvadoreños viven y creen en el Dios de la fe e iglesia, el Dios del amor universal, de la fraternidad y de los pobres de la tierra. El Dios salvador y liberador de todas estas idolatrías egolátricas de la avaricia, de la dominación y de la violencia que producen el pecado del mundo. Ese Dios de la paz y de la justicia con las víctimas, de la reconciliación y el perdón, el Dios de la creación y de la naturaleza que es nuestra casa común. En el camino de la fe e iglesia, luchan por que la civilización del trabajo, la dignidad del trabajador con sus derechos- como es un salario justo- y una economía al servicio de las necesidades humanas, hiciera desaparecer a la del capital, que antepone el beneficio y el lucro a todo. Lo cual es muy significativo en este día de los trabajadores, que vamos a celebrar este primero de Mayo.
Nuestros mártires promueven el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos como es la tierra, por encima del ídolo de la propiedad que niega esta socialización de los bienes y que, en la comunión fraterna, Dios ha destinado para toda la humanidad. Un sistema financiero y bancario ético que impide la usura de los créditos con sus intereses abusivos e injustos y la especulación financiera que endeuda, empobrece y arruina a las personas, a las familia y los pueblos.
Tal como viven Jesús, sus santos y testimonios de fe, nuestros mártires hacen realidad e impulsan la civilización de la pobreza con esta solidaridad de vida, bienes y luchas por la justicia con los pobres de la tierra. En oposición a todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poseer y tener que esclavizan al ser fraterno, solidario y pacífico. Y que, con su voraz codicia y ambición, produce todo tipo de conflictos, violencias, guerras y muertes en su afán de enriquecerse y dominar. Ellos son pues testigos de la santidad de la misericordia, que asume solidariamente el sufrimiento e injusticia que padecen los otros y los pobres.
La santidad de la conversión, con la espiritualidad de encarnación en el mundo de los pueblos y de los pobres. Esa vida santa y espiritual de la caridad política que busca el bien común, la justicia social y la civilización del amor. Nuestros mártires son testimonios de Jesús Crucificado que, como Él, entregan su vida por amor al Reino de Dios con su justicia liberadora. Y, por ello, son perseguidos, calumniados y llevados a la cruz compartiendo en amor el dolor, la pasión y muerte de la humanidad y los pueblos crucificados por el mal, pecado e injusticia que generan dichos poderes e ídolos perversos de la muerte.
Desde la Gracia de Dios, los mártires del Salvador en la pasión con los pobres y pueblos crucificados de la tierra, sacramentos (presencia) real de Cristo pobre y crucificado, nos aportan luz, salvación y justicia liberadora de todas estas idolatrías, males e injusticias. Tales como la pobreza y la violencia fruto de todos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del tener y del poder. Es por todo ello que nuestros mártires siempre serán actuales y nos iluminan en el Salvador actual, en nuestra Latinoamérica de hoy y en el mundo en el que vivimos, con la creciente codicia, idolatría del dinero, desigualdad e injusticia social-global de la pobreza que generan tanta violencia de todo tipo.
Ellos siempre viven en el Dios de la vida y en la comunión de los santos que nos motivan, entusiasman e ilusionan para proseguir todo su legado en el seguimiento de Jesús. Al servicio del Reino de Dios y su amor, justicia, paz y vida humanizadora, plena y eterna que nos regala la más auténtica utopía y esperanza de ese otro mundo posible, la humanidad y tierra nueva, los cielos nuevos
Además puede estar y compartir con otros supervivientes de este martirio como Jon Sobrino SJ (sacerdote jesuita), el reconocido teólogo y autor de tantos libros, en muy buena medida, acerca de estos entrañables mártires del Salvador. A pesar de su edad y salud tal como me comunicó, y desde su fe en el Dios que se nos manifiesta en Jesús de Nazaret, de forma admirable Jon Sobrino sigue incasablemente trabajando y transmitiendo ilusión, entusiasmo y pasión por el legado de los mártires. Sobre los que sigue investigando, reflexionado y escribiendo con una entrega de vida digna de elogio; o el profesor Rodolfo Cardenal SJ (sacerdote jesuita), investigador y director del Centro teológico Mons. Romero, al que puede ver y saludar.
Tuve también el regalo y alegría de ser recibido por Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, digno sucesor de Mons. Romero. Un hombre de Dios, de bien y de los demás, de paz y justicia con los pobres de la tierra como son, por ejemplo, los migrantes. El Arzobispo me transmitió esta pasión por estos santos y mártires del Salvador, sobre el que escribió un documento muy importante. Su segunda Carta Pastoral “Ustedes darán también testimonio, porque han estado conmigo desde el principio”. La cual me obsequió junto a otra, asimismo muy significativa, su primera Carta Pastoral “Veo en la ciudad violencia y discordia”. Y otros recuerdos o regalos sobre Mons. Romero y R. Grande, el otro querido mártir jesuita salvadoreño e íntimo amigo de Mons. Romero, que sigue en proceso avanzado de beatificación.
En el mismo Arzobispado, pude visitar las oficinas para la canonización de Mons. Romero y beatificación de R. Grande, con mucha documentación al respecto. En esta línea, tanto en la biblioteca y librería del Centro Mons. Romero como en la general de la UCA, con su editorial, pude hallar y adquirir una abundante documentación, publicaciones e investigaciones sobre todos estos mártires y pensadores que tanto han marcado a la fe e iglesia salvadoreña. Incluso pude acceder a los lugares donde se conservan las bibliotecas personales de Mons. Romero, Ellacuría y Martín-Baró.
Todos estos documentos, publicaciones y experiencia académica, humana y espiritual que he tenido en esta iglesia salvadoreña y relato ahora, me lleva a una serie de reflexiones o claves que comparto con ustedes. Es conocido como en la historia del Salvador y del resto de América Latina o del mundo, tanto la que vivieron nuestros mártires como la que de forma similar experimentamos ahora, existe una desigualdad e injusticia social, global y ecológica que ha retroalimentado mutuamente violencias y guerras de todo tipo. Ya nos enseña la palabra de Dios que, como nos está recordando constantemente Francisco, “la paz y la justicia se besan” (Sal 85, 11) y que “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Ti 6, 10).
Tal como nos muestran los estudios y ciencias sociales, junto a la misma Doctrina Social de la Iglesia con todo este pensamiento latinoamericano, las guerras y violencias tienen su caldo de cultivo en todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poseer, tener y poder. Lo cual genera toda esta desigualdad e injusticia del hambre, miseria, pobreza, explotación laboral, paro, esclavitud infantil o destrucción ecológica. Como ya apuntamos, por tanto, las violencias y las guerras tienen sus causas principales (más profundas): en toda esta idolatría del dinero y del capital; lo que, generando la injusticia de la pobreza, impide los derechos humanos y el desarrollo humano e integral de los pueblos del Sur como los latinoamericanos o africanos; niega el bien común, la justicia social-global y la democracia planetaria.
Nuestros queridos mártires del Salvador fueron horados con lo real. Se hacen cargo de la realidad humana, social e histórica con inteligencia. Analizan y viven toda esta violencia e injusticia socio-estructural que empobrece y humilla a las mayorías populares, lo que lleva a todos estos conflicto y guerras que tanto daño y muerte causan. Ellos, como el Dios revelado en Jesús, por amor fraterno se encarnan en la realidad de los pobres y en la pobreza solidaria con la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los empobrecidos de la tierra. Cargan con la realidad en la ética de la compasión con los pueblos crucificados, signo permanente de los tiempos. Se encargan de la realidad con el servicio, amor y praxis liberadora por la justicia. Y se dejan cargar por la realidad, por el Don (Gracia) de Dios, de los otros y de lo real que mueve al compromiso por la vida, la dignidad y liberación integral.
En el seguimiento de Jesús, fueron hombre para los demás, su misión fue servir a la fe, a la vida y a la justicia con los pobres como sujetos y principales protagonistas de la liberación integral de toda esclavitud, mal, pecado e injusticia. Y por esta exigencia de la fe que promueve la justicia, como Jesucristo, pagaron un alto precio entregando su vida hasta el martirio. Nos transmitieron, tal como se nos manifiesta en Cristo, al Dios que promueve y defiende la vida en todas sus fases, dimensiones y aspectos, que impulsa la dignidad de la persona, los derechos humanos y el bien más universal. En contra de todo falso dios que quiera estar por encima de esta vida, dignidad y bien.
Estos mártires salvadoreños viven y creen en el Dios de la fe e iglesia, el Dios del amor universal, de la fraternidad y de los pobres de la tierra. El Dios salvador y liberador de todas estas idolatrías egolátricas de la avaricia, de la dominación y de la violencia que producen el pecado del mundo. Ese Dios de la paz y de la justicia con las víctimas, de la reconciliación y el perdón, el Dios de la creación y de la naturaleza que es nuestra casa común. En el camino de la fe e iglesia, luchan por que la civilización del trabajo, la dignidad del trabajador con sus derechos- como es un salario justo- y una economía al servicio de las necesidades humanas, hiciera desaparecer a la del capital, que antepone el beneficio y el lucro a todo. Lo cual es muy significativo en este día de los trabajadores, que vamos a celebrar este primero de Mayo.
Nuestros mártires promueven el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos como es la tierra, por encima del ídolo de la propiedad que niega esta socialización de los bienes y que, en la comunión fraterna, Dios ha destinado para toda la humanidad. Un sistema financiero y bancario ético que impide la usura de los créditos con sus intereses abusivos e injustos y la especulación financiera que endeuda, empobrece y arruina a las personas, a las familia y los pueblos.
Tal como viven Jesús, sus santos y testimonios de fe, nuestros mártires hacen realidad e impulsan la civilización de la pobreza con esta solidaridad de vida, bienes y luchas por la justicia con los pobres de la tierra. En oposición a todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, del poseer y tener que esclavizan al ser fraterno, solidario y pacífico. Y que, con su voraz codicia y ambición, produce todo tipo de conflictos, violencias, guerras y muertes en su afán de enriquecerse y dominar. Ellos son pues testigos de la santidad de la misericordia, que asume solidariamente el sufrimiento e injusticia que padecen los otros y los pobres.
La santidad de la conversión, con la espiritualidad de encarnación en el mundo de los pueblos y de los pobres. Esa vida santa y espiritual de la caridad política que busca el bien común, la justicia social y la civilización del amor. Nuestros mártires son testimonios de Jesús Crucificado que, como Él, entregan su vida por amor al Reino de Dios con su justicia liberadora. Y, por ello, son perseguidos, calumniados y llevados a la cruz compartiendo en amor el dolor, la pasión y muerte de la humanidad y los pueblos crucificados por el mal, pecado e injusticia que generan dichos poderes e ídolos perversos de la muerte.
Desde la Gracia de Dios, los mártires del Salvador en la pasión con los pobres y pueblos crucificados de la tierra, sacramentos (presencia) real de Cristo pobre y crucificado, nos aportan luz, salvación y justicia liberadora de todas estas idolatrías, males e injusticias. Tales como la pobreza y la violencia fruto de todos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del tener y del poder. Es por todo ello que nuestros mártires siempre serán actuales y nos iluminan en el Salvador actual, en nuestra Latinoamérica de hoy y en el mundo en el que vivimos, con la creciente codicia, idolatría del dinero, desigualdad e injusticia social-global de la pobreza que generan tanta violencia de todo tipo.
Ellos siempre viven en el Dios de la vida y en la comunión de los santos que nos motivan, entusiasman e ilusionan para proseguir todo su legado en el seguimiento de Jesús. Al servicio del Reino de Dios y su amor, justicia, paz y vida humanizadora, plena y eterna que nos regala la más auténtica utopía y esperanza de ese otro mundo posible, la humanidad y tierra nueva, los cielos nuevos