El camino de la fe e iglesia en la memoria de Medellín

Ya se está conmemorando el 50 aniversario de la celebración de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, que tuvo lugar en Medellín (1968). El episcopado latinoamericano en Medellín quiso realizar la actualización y profundización de la fe, de la misión e identidad de la iglesia en América Latina a la luz del Concilio Vaticano II. Y para comprender esta encarnación y hondura del Vaticano II en Medellín, hay que situarse en el contexto de la realidad social e histórica latinoamericana. Una realidad que, como nos muestra Medellín, es dominada por la "miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria (que) como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo…El subdesarrollo latinoamericano es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz" (n. 1). Es la "situación de injusticia", "situación de pecado", "violencia institucionalizada" (n. 16). Y "donde existen injustas desigualdades… se atenta contra la paz" (n. 14). Estas "desigualdades" internas y otras formas de "opresión" son "colonialismo interno" (nn. 2-7) y la "dependencia" económica y política de fuera es "neocolonialismo externo" (nn. 8-10).

Tal como se observa, siguiendo el método más inductivo del Vaticano II y de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) con el ver-juzgar-actuar, que habían promovido los movimientos apostólicos obreros como la JOC o la HOAC, Medellín efectúa la lectura creyente de la realidad. En la inter-relación inseparable de la fe y vida, es el análisis de la realidad que, a la luz de la Palabra de Dios y con la mirada del Evangelio, discierne los signos de los tiempos. Esa realidad humana, social e histórica del mundo empleando asimismo la razón y sus expresiones como las ciencias (estudios) sociales. Y, de esta forma, escrutar donde está clamando el Espíritu de Dios revelado en Cristo, tal como es manifestado en el grito de los pobres y de los pueblos oprimidos que se contrapone con el Plan (Reino) de Dios.

Ya que ese mundo de desigualdad e injusticia es un realidad de pecado personal, social y estructural, una auténtica estructura histórica de pecado que niega la vida y dignidad de las personas, de los pueblos y de los pobres. La cual está caracterizada, como afirmaría más tarde Juan Pablo II en Puebla siguiendo a Pablo VI, como “la riqueza creciente de unos pocos que sigue paralela a la creciente miseria de las masas…Los mecanismos que, por encontrarse impregnados no de auténtico humanismo sino de materialismo, producen a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres” (III, 4).

Por tanto, Medellín supone una auténtica encarnación del Evangelio y del Vaticano II, con la DSI, en la realidad humana e histórica de los pobres y pueblos crucificados por el pecado del egoísmo e injusticia. En el seguimiento del Dios encarnado en el Jesús histórico. El Cristo de Nazaret, Pobre-Crucificado por el Reino de Dios y su justicia liberadora, el Señor Salvador y Liberador de todo mal, pecado, muerte e injusticia. “Como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está llamada a seguir ese mismo camino. Cristo Jesús, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo y por nosotros, se hizo pobre, siendo rico; así la Iglesia no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación incluso con su ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, para buscar y salvar lo que estaba perdido. De manera semejante, la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana. Más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo" (Vaticano II, LG 8).

Medellín, por ejemplo en su documento sobre la “Justicia”, nos muestra el verdadero rostro de Dios en Cristo que vino "a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes" (n. 3). Una liberación "que envuelve una "profunda conversión". Es la "liberación integral" como acción de la "obra divina" (n. 4) y que con el amor es "la gran fuerza liberadora de la injusticia y la opresión" (n.5). Como afirma Medellín en su Documento XIV, "Pobreza de la Iglesia", es una Iglesia "libre de ataduras temporales, de connivencias y de prestigio ambiguo" (n. 18), cercana a los pobres (n. 9). Una fe e iglesia libre y liberadora de las complicidades e idolatrías de la riqueza-ser rico, del lujo y del poder (n. 2). Una iglesia que, siguiendo al Evangelio de Jesús, vive en la "pobreza como compromiso que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este mundo" (n. 4). Se trata del compromiso "en la pobreza material y espiritual", asimismo, como "denuncia de la carencia injusta de los bienes de este mundo" (n. 5).

Siguiendo a Jesús como nos enseña la fe e iglesia con los Papas, por ejemplo Francisco, es la iglesia pobre con la opción por los pobres como sujetos de la misión, promoción y liberación integral. La iglesia en conversión misionera y pastoral, en salida hacia las periferias, los márgenes y reverso de la historia. Frente a todo paternalismo y asistencialismo, es la fe iglesia en la pobreza solidaria con la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres de la tierra como protagonistas de su desarrollo humano, liberador e integral. En oposición a todas estas idolatrías del poseer, de la propiedad y del tener que impiden el ser persona fraterna en toda esta vida de solidaridad, paz y justicia.

La iglesia promueve la fe y la educación con una "tarea de concientización, la formación de la conciencia social” (n. 17), en contra de toda esta realidad de mal, pecado e injusticia. “Una educación liberadora que convierte al educando en sujeto de su propio desarrollo, como medio clave para liberar a los pueblos de toda servidumbre" (n. 8). “Ésta es la educación liberadora que América Latina necesita para redimirse de las servidumbres injustas, y antes que nada, de nuestro propio egoísmo. Ésta es la educación que reclama nuestro desarrollo integral" (Doc. IV, n. 8).

La fe e iglesia con su misión se compromete pacíficamente (n. 19) en la “transformaciones profundas" (n. 17), para "crear un orden social justo" (n. 20), impulsando la defensa de los "derechos de los pobres y oprimidos" (n. 22). La iglesia en Medellín critica la omisión y complicidad ante las injusticias, el no comprometerse en la vida pública, social y política. La misión profética de la iglesia lleva a "denunciar enérgicamente los abusos y desigualdades excesivas entre ricos y pobres" (n. 23). Y también la misión de favorecer "todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base" (n. 27).

En este sentido, Medellín promueve las comunidades eclesiales de bases (ceb) donde surge y se vive toda esta teología y espiritualidad liberadora en la opción por los pobres, todo un "hallazgo" de la pastoral latinoamericana (n. 10, 11 y 12). Las ceb es "una comunidad local o ambiental, que corresponde a la realidad de un grupo homogéneo, y que tiene una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros" (n. 10). Se trata del "primero y fundamental núcleo eclesial", "célula inicial de estructuración eclesial y foco de la evangelización", "factor primordial de promoción humana y desarrollo" (n. 10). Las parroquia, en este sentido, se constituye como "un conjunto pastoral vivificador y unificador de las comunidades de base" (n. 13). En las ceb se realiza la "pastoral popular" (Doc. VI), se propone la "formación del mayor número de comunidades eclesiales, que deben basarse en la Palabra de Dios. Y realizarse, en cuanto sea posible, en la celebración eucarística” (n. 13), una "liturgia" (Doc. IX) con la "celebración de la eucaristía en pequeños grupos y comunidades de base" (n. 12). Con esta formación integral y "catequesis" (Doc. VIII), para fructificar en comunidades "abiertas al mundo e insertadas en él" (n. 10).

Todo este legado esencial e imprescindible de la fe e iglesia en Medellín, que es un don y profecía para las iglesias locales de todo el mundo, fue posible gracias a un significativo grupo de obispos, testimonios y mártires en la fe. Tales como don Hélder Camara, Enrique Angelelli, don Sergio Méndez Arceo, Leonidas Proaño, Monseñor Romero, etc. que dieron frutos fecundos de fe, santidad y justicia hasta el martirio. Como se ha reconocido con el querido Arzobispo del Salvador, próximamente canonizado. A todos ellos nos encomendamos, en la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, para proseguir su herencia de una fe, iglesia y misión humanidazora, crítica y liberadora al servicio del Reino de Dios y su justicia. El Dios de la vida realizada, plena y eterna.
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