Atiende, en unas dependencias austeras, la clínica de Cáritas para los más pobres La Casa de la Misericordia de Caracas de la doctora Marietta
El episcopado venezolano puso en marcha esta iniciativa, con un equipo de médicos y voluntarios de Cáritas
"Los sueldos son miserables y estamos trabajando con las uñas", explica la doctora con una metáfora habitual en Venezuela, que quiere decir que no disponen de utensilios ni de medicamentos
"Creo que estamos tocando fondo: la gente muere por desnutrición y por falta de los más elementales medicamentos"
"Hay familias enteras que están esperando a que el camión de la basura descargue, para recoger algo para comer"
"Creo que estamos tocando fondo: la gente muere por desnutrición y por falta de los más elementales medicamentos"
"Hay familias enteras que están esperando a que el camión de la basura descargue, para recoger algo para comer"
Lleva una pequeña cruz de madera (la tau franciscana al cuello) y sus grande ojos azules irradian ternura y misericordia. Con 40 años de profesión a sus espaldas, la doctora Marietta Rea las ha visto de todos los colores. Pero nada comparable con las miserias y el horizonte cerrado y sin futuro de tantos compatriotas suyos, a los que la vida y el régimen de Maduro maltratan sin piedad. Y lo peor es que cada vez son más, y muchos de ellos, niños. Y ya no sólo de las clases populares, sino de la antaño llamada clase media venezolana.
La doctora de los pobres tiene su 'Casa de la misericordia' al lado de la finca Montalbán, donde está situado el edificio de la sede del episcopado venezolano, que puso en marcha esta iniciativa, con un equipo de médicos y voluntarios, que hace posible que Dios llegue a la vida de la gente. Allí, todos los miércoles, Cáritas ofrece a cientos de pobres lo que llaman la 'olla solidaria': una sopa consistente. Y, después de engañar al estómago, pasan a ver a Marietta, para consultarle sus dolencias. Las del alma y las del cuerpo, porque de todas hay.
Marietta tiene montada, en unas dependencias viejas, su clínica para los más pobres, que acuden en buen número. Entre 80 y 100 personas todos los días. Muchos adultos, pero sobre todo “demasiados niños desnutridos”. La doctora y una compañera hacen lo que pueden en primera instancia y derivan a los demás “a clínicas y hospitales con los que tenemos un concierto y que les cobran menos de la mitad de lo que valen los tratamientos y a los más pobres se los proporcionan gratuitamente”.
"Hay niños abusados por los que les cuidan, que se quedan con todo el dinero que para ellos mandan sus padres emigrantes"
Y es que, según cuenta la doctora, la sanidad pública está tan mal, que muchos médicos han optado por emigrar. Y los que, como ella, decidieron quedarse al lado de los suyos trabajan en precario. La pobreza es transversal. “Los sueldos son miserables y estamos trabajando con las uñas”, explica con una metáfora habitual en Venezuela, que quiere decir que no disponen de utensilios ni de medicamentos. Por no tener no tienen “ni gorras ni tapabocas ni batas, pero aún así seguimos trabajando”.
Y, con su platicar pausado y sereno, añade: “Y si nuestros sueldos son miserables, imagine usted los de los trabajadores más humildes, que no pueden ni comer con él (con 100 euros no haces una buena compra) y, mucho menos, comprarse un medicamento para la tensión”. Y desgrana ejemplos de una clase media venida tan a menos que se ha sumido en la pobreza: “Ya olvidé la agradable costumbre de hacer una compra como antes. Los sueldos dignos han desaparecido y hemos pasado del jamón a la mortadela, para darnos un capricho, de vez en cuando”.
Y, encima, la situación empeora. Tanto que en la zona de Carapita, el cerro que mira de frente a la Casa de la Misericordia, “está llena de tuberculosis, que es contagiosa por vía respiratoria”. Y Marietta, que le toma le pulso al cerro desde hace años nunca lo ha visto tan mal. “Creo que estamos tocando fondo: la gente muere por desnutrición y por falta de los más elementales medicamentos”, confiesa casi con lágrimas en los ojos.
Y si los pobres no tienen ni para comprarse un ibuprofeno, cuando, por desgracia, les toca un cáncer, entonces directamente se resignan a esperar la muerte. “Porque una radioterapia cuesta 3.000 euros, una cifra astronómica para grandes capas de la población venezolana. Tras el diagnóstico, se van a su casa a esperar la muerte. Y lo mismo pasa con la quimioterapia. Algunos van a comprarla a Colombia, pero la mayoría no puede”.
Marietta continúa desgranando el calvario de los pobres en un rosario de dolor interminable, cuando tienen enfermedades crónicas, como la diabetes o el asma. “Porque no consiguen insulina o, si la encuentran, está tan cara, que no se la pueden permitir”.
Pero, con ser esto dramático, hay otras situaciones que le rompen todavía más el alma de dolor a la doctora: los niños depresivos, que vienen a su consulta de la mano de abuelos, tíos o vecinos, porque sus padres se han visto obligados a emigrar. “Niños con cuadros depresivos, porque se están criando sin los abrazos y sin el amor de sus padres, niños abusados por los que les cuidan, que se quedan con todo el dinero que para ellos mandan sus padres, o ancianos sumidos en la depresión, porque están solos y se sienten abandonados por sus hijos”, explica la doctora.
¿Hay salida al infierno de todos estos condenados en vida? Me mira con cierta preocupación. Sabe que la respuesta puede exponerla. Y añadiría dolor al dolor. Paso, pues, inmediatamente a otra pregunta. ¿Ante una situación así, por qué no se rebela el pueblo? “Porque tiene miedo a los militares y a la policía, que reprimen a un pueblo que se ve obligado a comer literalmente de la basura. Hay familias enteras que están esperando a que el camión de la basura descargue, para recoger algo para comer”.
Porque el hambre atrasada no se sacia con la caja de alimentos que dona el Gobierno. “Entre otras cosas, porque la leche de esa caja no alimenta y los medicamentos no han pasado control sanitario”.
Pero la noche oscura de piedra no ha desarmado a esta mujer fuerte y con valores e ideales. “Después de más de 39 años de profesión, sigo trabajando por solidaridad con los empobrecidos, por la fe que profeso y por amor a mi pueblo. Me quejo, pero no me quedo paralizada y ayudo a los necesitados”.
Por eso, tampoco quiere oír hablar de emigrar. “De mi país no me voy. Primero, porque, a mi edad, ya no tengo miedo. Segundo, porque quiero a mi país y a mi gente. Y tercero, porque en otros países no nos quieren y hasta nos maltratan, cuando nosotros hemos recibido emigración de todo el mundo”.
Y, si no tiene miedo y sigue luchando es porque Marietta conserva la esperanza. “Pero la esperanza de Dios”. Y saca su móvil, para leerme las lecturas del domingo pasado. La primera, de Miqueas, que dice: “No quedará de ellos ni rama ni raíz”. Y la segunda, del evangelio de Lucas, donde Jesús profetiza que “todo será destruido”. Y, para dejarlo todavía más claro, aterriza en lo concreto y en el pasado reciente: “Chaves se enfermó y el papá Dios se lo llevó”.
“¿No es eso venganza?”, le pregunto. Y sin ápice de odio en sus ojos azules, responde: “Dios Padre tiene que atender los gritos de tantos niños que claman por sus padres y por llevarse un pedazo de pan a la boca. Por ellos, por los inocentes, tiene que actuar. Estoy segura”. Y, en su pequeño despacho parece oírse el aleteo de los ángeles del Señor, preparando el camino...