Ezzati cumplirá 75 años el próximo 7 de enero y debería dejar su cargo Fernando Chomalí, el favorito para suceder a Ezzati como arzobispo de Santiago
(Alejandra Carmona, en El Mostrador).- El 7 de enero próximo, Ricardo Ezzati cumplirá 75 años. Con esta edad tendría que dar un paso el costado como arzobispo de Santiago. El contexto es uno de los más débiles de la historia reciente de la Iglesia católica chilena. También porque Ezzati deja su cargo con poco apoyo al interior del clero.
Y hay varios hitos que marcaron cuestionamientos profundos a su gestión: el caso Karadima, su comportamiento en la agonía de Daniel Zamudio, sus opiniones respecto a la Reforma Educacional, las correos electrónicos que intercambió con el cardenal Francisco Javier Errázuriz -donde un evidente lobby torpedeaba la llegada de Felipe Berríos y Juan Carlos Cruz a distintos destinos-. En este resquebrajado escenario, también influye su propia personalidad y una administración más bien dictatorial, que lo fue dejando solo.
Al interior de la Iglesia hay nombres que se repiten como los más claros para suceder a Ezzati. Entre ellos, los que suenan con más fuerza son los del arzobispo de Concepción, Fernando Chomalí, y del obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González.
Al igual que Ezzati hay varios que podrían dejar sus cargos por la edad. Hay arquidiócesis -como la de Antofagasta- cuyo arzobispo, Pablo Lizama, está a la espera de que nombren sucesor. Lo mismo pasa en la diócesis de Rancagua, donde monseñor Alejandro Goic deberá cesar sus años como obispo. Hay quienes aventuran que Chomalí se podría quedar en Santiago y González -ligado al Opus Dei- acceder a algunos de los otros cupos que queden vacantes.
La Congregación para los Obispos -un ministerio del Vaticano- es el que hará las propuestas de nombres para reemplazar a Ezzati. Para el Papa es importante la sucesión de Santiago y, en ese contexto, también lo será qué piensa el arzobispo actual, el presidente de la Conferencia Episcopal -que en este caso es también Ezzati- y lo que piensan otras personas con voz importante en Roma, como Francisco Javier Errázuriz y el cardenal Medina, quien siempre se las arregla para hacer llegar sus opiniones a Roma.
También será relevante lo que piense el nuncio apostólico en Chile, Ivo Scapolo, que -según fuentes ligadas a la Iglesia- podría dejar su cargo en el país en un par de meses.
La figura de Scapolo también ha levantado cuestionamientos. Mantiene una relación muy fría con Ezzati, y es considerado cercano a Angelo Sodano -nuncio apostólico en Chile durante la dictadura de Pinochet-. Algunas fuentes lo apuntan como uno de los actores relevantes en la denuncia contra los sacerdotes Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berríos ante el Vaticano. También es sindicado como uno de los mayores gestores y protectores del obispo Juan Barros en Osorno.
La sombra de Barros
Aunque cumplir 75 años es un hito objetivo para dejar el cargo como arzobispo, podría ocurrir lo mismo que en el caso de su predecesor, Francisco Javier Errázuriz: que el Papa prorrogue su cargo, sobre todo porque no hay impedimentos de salud. Sin embargo, un sucesor para Ezzati es clave en el camino que intente seguir la Iglesia católica chilena desde ahora.
Al interior de ella comentan que hay tareas urgentes que hacer. Entre estas, la primera es curar las heridas de Santiago, muy fracturada por el caso Karadima y las incapacidades que han tenido las autoridades para superar esas fisuras. Y luego de esto, volver la Iglesia hacia las parroquias, a la calle y a una mayor labor de servicio: la "iglesia de salida", como la ha llamado en distintas intervenciones el Papa Jorge Bergoglio y a la que ha apuntado desde noviembre de 2013, cuando publicó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium.
En la Iglesia señalan que uno de los aspectos a tener en cuenta para escoger al próximo arzobispo de Santiago es el caso Karadima. Lo que sucedió con Juan Barros en Osorno es considerado como un error. En tal sentido, la idea es evitar que existan nombres que generen ruido. Es por eso que el arzobispo de Concepción es quien corre con más ventaja.
Pese a que una de las víctimas de Karadima, Juan Carlos Cruz, le pidió varias veces ayuda por la situación que estaba viviendo con el párroco de El Bosque, Chomalí lo ignoró. Sin embargo, años después, no solo le pidió perdón públicamente sino que también señaló que la Iglesia "no estuvo a la altura de las necesidades que tuvieron personas que han sido abusadas".
Otro de los hitos en este aspecto, es que antes de que asumiera como obispo Juan Barros, Chomalí viajó a Roma a juntarse con el Papa para tratar este tema. Fuentes que conocieron el diálogo señalan que Chomalí intentó detener el nombramiento y que el Papa, sin vacilar, le habría ordenado aceptar la ratificación del cuestionado obispo. "La información que tenía el Papa era totalmente contraria al rechazo ciudadano que se vivía en Chile", cuenta una fuente con conocimiento del diálogo. "Es rígido, correcto, ejecutivo, pero también es cercano a esa élite que quedó bastante dañada con el caso Karadima", comentaban hace unos años al interior de la Iglesia sobre Chomalí.
En este sentido, el arzobispo de Concepción puede ser visto como un religioso más "chascón", flexible, pero hay materias en las que es conservador, máxime considerando el momento político y la agenda valórica del Gobierno. Actualmente es miembro de varias comisiones de la Conferencia Episcopal: la Comisión Nacional de Bioética y la Comisión Doctrinal. También es miembro del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal.
La cercanía de Fernando Chomalí con los grupos económicos ha sido un plus en la gestión financiera que llevó durante años en la Iglesia. Cultivó una amistad de largos años con el empresario Ricardo Claro; una cercanía que incluso lo llevó a ser columnista de la revista Capital, luego de que el abogado lograra el control del medio en agosto de 2005. También ha colaborado con el Diario Financiero. Fue el mismo Chomalí quien estuvo a cargo de la homilía fúnebre de Claro en la Parroquia San Francisco de Sales. "Era un hombre apasionado y esa pasión lo llevó a amar todo lo que fuese manifestación de la bondad, la inteligencia y la creatividad del hombre", reflexionó entonces sobre el difunto.
La resistencia a González
Otro de los nombres que se escuchan para convertirse en arzobispo de Santiago es el de Juan Ignacio González; sin embargo, genera menos cercanía que el de Chomalí.
El obispo de San Bernardo ha sonado en más de una oportunidad para el cargo. Cuando la vez anterior resultó elegido Ricardo Ezzati, muchos mencionaban en carrera también a Gonzalo Duarte, obispo de la diócesis de Valparaíso, y a González.
Fue el sacerdote Felipe Berríos quien, antes de viajar a Burundí -hace seis años-, en una entrevista con la revista Sábado, le echó una importante palada de tierra a las opciones de González. En ella, Berríos, explicaba que, cuando Juan Ignacio González era abogado ligado al Opus Dei, trabajó con Sergio Rillón en la oficina "de asuntos especiales de Gobierno" o de "enlace" entre "la dictadura y la Iglesia que, en realidad se podría decir que era de 'soplonaje'".
"Fueron tiempos muy duros para la Iglesia chilena, que muchas veces fue perseguida. Y él entonces trabajó para La Moneda y tengo entendido que también lo hizo en la Secretaría General de la Presidencia y en el directorio del diario La Nación. A finales de los ochenta dejó esto para ir a Roma, donde fue ordenado sacerdote y sacó un doctorado cuya tesis estaba relacionada con las capellanías castrenses en Chile", explicó entonces el sacerdote.
"Un sacerdote tan ligado a la dictadura en una de las arquidiócesis más importantes y políticas, sería un profundo error", puntualiza una fuente de la Iglesia.
El nombre de González también genera escozor por su agenda valórica. El año 2010 calificó como "esquizofrénica" la discusión que en ese minuto se estaba dando en relación con la unión civil de personas del mismo sexo.
Dentro de sus comentarios -que también están en la página del obispado- se puede encontrar asimismo su opinión sobre la píldora del día después y la moral: "Quienes profesan un respeto profundo a todos los seres humanos sin excepción, estiman que jamás uno de ellos puede ser expuesto al riesgo próximo de ser destruido, aunque ese riesgo no esté cuantificado. Basta con que la píldora sea de hecho capaz de privar de la oportunidad de vivir al embrión humano para que la acción de tomarla sea condenable. Quienes no profesan aquel respeto prefieren negar el problema ético valiéndose de ciertos cambios del lenguaje".