“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.” (Lc 1, 57-58)
Hoy, Isabel, la estéril, da a luz. El niño nace santificado desde el seno materno. Zacarías, su padre, irrumpe en alabanzas a Dios. Padre y madre coinciden en poner a su hijo el nombre de Juan, porque han experimentado la misericordia divina.
Hoy comienza a menguar la luz, Juan dirá de sí mismo: “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.” (Jn 3, 30). Es fiesta cósmica, solar, de inicio del verano, tiempo en el que cabe la experiencia restauradora del desierto, a la manera del Bautista.
Las Escrituras nos dicen que el pequeño Juan, en el momento de la visita de María a su madre, se conmovió y saltó de gozo en su seno. Y resuenan los textos bíblicos: “Lo guie desde el seno materno” (Job 31, 18); “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno.” (Sal 138,13) “Esto dice el Señor, tu libertador, que te ha formado desde el seno materno.” (Isa 44, 24) “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.” (Jr 1, 5)
Si personalizamos la Palabra de Dios, no solo celebraremos la fiesta de san Juan, sino que tomaremos conciencia del origen de nuestra propia existencia, cuidada y amada desde antes de nacer por quien es nuestro Creador y Padre.
¿Te consideras nacido por bendición divina? ¿Agradeces a Dios la misericordia que ha tenido contigo?