El “Documento sobre la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común” firmado en Abu Dhabi por el Obispo de Roma y el Gran Imán de Al-Azhar, un hito en las relaciones entre el cristianismo y el islam
Ochocientos años después del encuentro entre Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil -del que hemos hablado aquí en un post anterior-, el Papa que lleva el nombre del santo de Asís, fue a la cuna del islam, en una visita a los Emiratos Árabes Unidos, y se presentó a los “hermanos musulmanes” como “un creyente sediento de paz”. En el encuentro con ellos, Francisco manifestó su compromiso de diálogo con dos expresivos gestos: el abrazo y beso, frente a la gran Mezquita Zayed de Abu Dabi, al Sheikh Ahmed-al Tayeb, gran imán de la famosa mezquita de Al-Azhar y rector de esa Universidad egipcia –un beso que nos recordaba el magnífico abrazo entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras en 1964 tras siglo se separación-, y la firma de la declaración conjunta en la que comprometieron los esfuerzos de las dos religiones para “luchar contra el extremismo”.
Llaman la atención frases como: “Dios, Todopoderoso, no necesita ser defendido por nadie y no quiere que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente”; cuando cristianos y musulmanes han derramado a lo largo de los siglos ríos de sangre para defender el presunto “honor de Dios”. O “Oriente y Occidente pueden ayudarse mutuamente para evitar que la guerra mundial rompa con su poder destructivo”. Y más aún: “Pedimos a todos que dejen de instrumentalizar las religiones para incitar al odio, la violencia, el extremismo y el fanatismo ciego y que dejen de usar el nombre de Dios para justificar actos de asesinato, exilio, terrorismo y opresión”;¡oh, la instrumentalización de las religiones en el pasado y aún en nuestras secularizadas sociedades actuales, en oriente y occidente, sobre todo por la derecha más rancia!.
El “Documento sobre la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común” firmado en Abu Dhabi por el Obispo de Roma y el Gran Imán de Al-Azhar es un verdadero hito en las relaciones entre el cristianismo y el islam, y un mensaje pacificador con un fuerte impacto en la escena internacional. Manifiesta claramente el respeto de los creyentes de diferentes religiones, la condena de toda discriminación, la necesidad de proteger todos los lugares de culto y el derecho a la libertad religiosa, así como el reconocimiento de los derechos de la mujer. Se hace énfasis en una de las raíces más profundas del terrorismo yihadista, cuyo origen deriva de una mala interpretación de los textos religiosos, pero también de un “deterioro de la ética, que afecta a la acción internacional –como indican- y de un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de la responsabilidad”.
El documento comienza con una serie de invocaciones: el Papa y el Gran Imán hablan “en nombre de Dios que creó a todos los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad”; “en nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar, … de los pobres… de los huérfanos y las viudas, de los refugiados y los exiliados, de todas las víctimas de las guerras y de las persecuciones”. Declaran “adoptar la cultura del diálogo como camino; colaboración común como conducta; conocimiento mutuo como método y criterio”. El Prefacio, después de haber afirmado que “la fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano al que apoyar y amar”, invita a “todas las personas que llevan en el corazón la fe en Dios y fe en la fraternidad humana a unirse y a trabajar juntos”. Muy al estilo de otras declaraciones de Francisco, el documento, pide “a nosotros mismos y a los líderes mundiales… comprometerse seriamente a difundir la cultura de la tolerancia, la convivencia y la paz; de intervenir lo antes posible para detener el derramamiento de sangre inocente y poner fin a las guerras, los conflictos, la degradación ambiental y el deterioro cultural y moral que vive el mundo actualmente”.
En fin, en la Declaración firmada se define “una necesidad indispensable de reconocer el derecho de la mujer a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus propios derechos políticos. Además, se debe trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación... Por eso se deben detener todas las prácticas inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos”.
Sin duda, unas palabras importantes para las comunidades cristianas y las comunidades musulmanas que han tenido y tienen una praxis tan contradictoria a este respecto. Unas palabras esperanzadoras que ojalá no se conviertan enseguida en letra muerta. La Iglesia católica y el Islam sunní, representados por dos de sus máximos dirigentes, significan casi la mitad de la población mundial, un mundo convulso marcado por la desigualdad, la injusticia y la violencia.
En un mensaje previo a este histórico viaje, el papa Francisco había abogado por el “respeto a la diversidad”. Palabra muy querida para mí, clave en el título a este blog y de mi libro sobre el diálogo interreligioso (La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II, Verbo Divino, 2014); un diálogo del que ha dado muestras abundantes Francisco a lo largo de su pontificado. En mi libro ya escribí que “el nuevo papa Francisco podría convertirse en el sumo pontífice más comprometido con el diálogo interreligioso que se recuerde en tiempos recientes”; así ha sido a lo largo de estos más de cinco años. ¡Ojalá las posturas de Francisco fueran tan claras y comprometidas en otros aspectos de la organización y el gobierno de la Iglesia como su relación con el diálogo interreligioso!
Poco después de su nombramiento, manifestó su claro compromiso con el diálogo ecuménico e interreligioso; reafirmó la firme voluntad de proseguir en el camino del diálogo ecuménico y dijo que esta sería una de las prioridades de su pontificado. En los primeros dias en la cátedra de Pedro, dijo palabras tan expresivas como: “Yo creo en Dios, pero no en un Dios católico. No existe un Dios católico. Existe Dios” (en la entrevista realizada por Eugenio Scalfari y publicada La Repubblica el 01/10/013). Unas palabras que podría firmar perfectamente cualquier buen musulmán, que reza cada día: “No hay más Dios que Dios”.
El “Documento sobre la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común” firmado en Abu Dhabi por el Obispo de Roma y el Gran Imán de Al-Azhar es un verdadero hito en las relaciones entre el cristianismo y el islam, y un mensaje pacificador con un fuerte impacto en la escena internacional. Manifiesta claramente el respeto de los creyentes de diferentes religiones, la condena de toda discriminación, la necesidad de proteger todos los lugares de culto y el derecho a la libertad religiosa, así como el reconocimiento de los derechos de la mujer. Se hace énfasis en una de las raíces más profundas del terrorismo yihadista, cuyo origen deriva de una mala interpretación de los textos religiosos, pero también de un “deterioro de la ética, que afecta a la acción internacional –como indican- y de un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de la responsabilidad”.
En fin, en la Declaración firmada se define “una necesidad indispensable de reconocer el derecho de la mujer a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus propios derechos políticos. Además, se debe trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación... Por eso se deben detener todas las prácticas inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos”.
Sin duda, unas palabras importantes para las comunidades cristianas y las comunidades musulmanas que han tenido y tienen una praxis tan contradictoria a este respecto. Unas palabras esperanzadoras que ojalá no se conviertan enseguida en letra muerta. La Iglesia católica y el Islam sunní, representados por dos de sus máximos dirigentes, significan casi la mitad de la población mundial, un mundo convulso marcado por la desigualdad, la injusticia y la violencia.
Poco después de su nombramiento, manifestó su claro compromiso con el diálogo ecuménico e interreligioso; reafirmó la firme voluntad de proseguir en el camino del diálogo ecuménico y dijo que esta sería una de las prioridades de su pontificado. En los primeros dias en la cátedra de Pedro, dijo palabras tan expresivas como: “Yo creo en Dios, pero no en un Dios católico. No existe un Dios católico. Existe Dios” (en la entrevista realizada por Eugenio Scalfari y publicada La Repubblica el 01/10/013). Unas palabras que podría firmar perfectamente cualquier buen musulmán, que reza cada día: “No hay más Dios que Dios”.