James Martin, el jesuita que asesoró al director en el filme sobre los jesuitas japoneses "Silence", de Scorsese: una realización perfecta

(Giovani María Vian, en L'Osservatore).- Quizás es la primera vez que para hacer una película uno de los actores protagonistas, carente de cualquier formación cristiana, ha hecho los ejercicios espirituales según el clásico método ignaciano mientras el otro, también lejano de la religión, ha querido participar en un retiro.

La obra es «Silence» de Martin Scorsese, una realización perfecta inspirada en la novela de Shūsaku Endō que saldrá el 23 de diciembre en Estados Unidos, y quien narra esta singular historia a L'Osservatore Romano es James Martin, director de la revista «America». Cincuenta y seis años de Philadelphia, el jesuita ha sido asesor del director neoyorquino y ha venido con él a Roma y al Vaticano para el preestreno de la película.

Todo comenzó en 2014, «cuando Scorsese y sus colaboradores Marianne Bower e Jay Cocks me buscaron porque necesitaban entender a los jesuitas». La película clara y conmovedora, se centra en el trágico suceso de los misioneros de la Compañía de Jesús llegados a Japón, los padres, y las feroces e implacables persecuciones que, sobre todo, en la primera mitad del siglo XVII, obligaron a abjurar o exterminar a los convertidos - quizás más de trescientos mil en pocas décadas - originando el fenómeno heroico y singular de los «cristianos escondidos» (kakure kirishitan), supervivientes en silencio, precisamente, durante más de dos siglos hasta la apertura al mundo externo del país en la segunda mitad del siglo XIX.

A querer entender a los jesuitas y su mentalidad ha sido sobre todo Andrew Garfield, que en la película, rodada en gran parte en Taiwan, es padre Rodrigues, discípulo junto al hermano Garupe (Adam Driver) de padre Ferreira (Liam Neeson), obligado a renegar el cristianismo -pero quizás fiel en el silencio del propio corazón- ante los atroces sufrimientos infligidos a los cristianos japoneses precisamente para obligarle a renegar de Cristo.

«Durante mucho tiempo nos hemos escrito por mail y hemos hablado por skype» recuerda padre Martin sonriendo, «y Andrew, que ha hecho los ejercicios más complicados» según el método de san Ignacio, al final tenía una relación personal con Jesús. He hablado con mi director espiritual y me ha dicho que ha sido un milagro, claro no clamoroso sino real, que esto haya ocurrido a un agnóstico».

Scorsese y Cocks estuvieron «muy abiertos a mis sugerencias» -subraya el jesuita- «tanto que cuando leía algo de la escenografía que no era correcto, se lo indicaba y ellos lo corregían».

De esta manera la película resulta históricamente muy fidedigna.«Según mi opinión Garfield es jesuita en el corazón, como también Neeson, mientras Driver además ha hecho un retiro a St Beuno's, un centro de espiritualidad ignaciano en Galles» dice Martin.

Por lo demás hay un precedente que se remonta exactamente a hace treinta años, The Mission, la película de Roland Joffé sobre la época trágica de las reducciones jesuitas en Paraguay que apenas estrenada, en 1986, ganó la palma de oro en Cannes. Daniel Berrigan, el jesuita fallecido a los noventa y cinco años el pasado mes de abril que «The New York Times» ha recordado como «el sacerdote que predicó el pacifismo» en los años más crudos de la guerra en Vietnam. Con una diferencia bromea padre Martin- porque «Berrigan apareció un momento en la película y pronunció incluso una línea».

El jesuita estadounidense, autor de libros afortunados y populares como My Life with the Saints (2006) e The Jesuit Guide to (Almost) Everything (2010) explica que ha vivido este asesoramiento para la obra de Scorsese «como una pequeña parte su ministerio para la Iglesia, en cuanto jesuita, sacerdote, periodista y escritor porque la gran mayoría de las personas no leen "América" pero van al cine». Scorsese, «que es muy religioso, muy católico», y sus colaboradores por su parte han querido realizar una obra «correcta». Y el resultado es extraordinario, hasta tal punto que «cuando la he visto por primera vez -recuerda el jesuita- he llorado: es una gran historia, una gran película, la historia de mis hermanos, la historia de esos mártires, pero también de mis amigos y de los ejercicios espirituales de Andrew».

El episodio narrado por el director americano es en definitiva una reflexión sobre la dificultad del discernimiento y de las elecciones que hay que tomar en la propia vida, «también cuando no está tan claro qué hacer» observa Martin: «Por eso veo en la película un mensaje hacia la Iglesia de hoy, con una espiritualidad fuerte, que inspira la fe en Dios».

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