En Alepo, no hay aceite, ni “chuches”…
Hace unos días, el día 2 de enero, se reunieron los líderes religiosos de las distintas comunidades cristianas para analizar los desafíos más urgentes. Me los imagino intentando alumbrar esperanza en un infierno de destrucción. Barrios enteros arrasados por las bombas, escuelas y hospitales destruidos. Una población mermada, más de dos tercios de la misma ha muerto como consecuencia de la guerra o ha emigrado en busca de futuro. Una población sociológicamente desequilibrada, entre los que se han quedado abundan los ancianos, enfermos y las jóvenes. Se puede contar un chico para doce chicas. La mayoría de los jóvenes han huido para no enrolarse en el ejército. Y, difícilmente regresarán, ya que pueden tener graves problemas, al ser considerados traidores o desertores por el régimen actual. Los niños, que han sufrido los horrores de la guerra, sin duda verán marcadas sus vidas por esta traumática experiencia. Las escuelas cuando no estaban cerradas, funcionaban de manera intensiva, sin recreo, ni educación física, por miedo a los bombardeos. A los niños de Alepo ya se les ha olvidado a qué saben las “chuches” y las chocolatinas.
Los obispos de las distintas iglesias cristianas católicos y ortodoxos, los líderes islámicos, codo con codo, deberán cerrar filas para atender las urgencias más inmediatas de la población. El restablecimiento del suministro de agua y de electricidad, de una mínima red sanitaria y asistencial serán objetivos prioritarios en estos momentos. La vuelta a un normalidad básica. Esto costará mucho tiempo, ya que el nivel de destrucción es muy alto. La ayuda internacional será sin duda necesaria. Y los que han contribuido a la destrucción deberán rascarse a fondo el bolsillo para la construcción. Deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es la cuota de España en esta maldita guerra?
Por eso los líderes religiosos, que conocen muy bien a los actores de este drama, deberán exigir también justicia a la comunidad internacional, para que los causantes de este conflicto asuman sus responsabilidades. Y el gobierno sirio deberá dar pasos serios y firmes, como ya habían exigido los líderes cristianos en su momento, para comenzar un proceso de libertades, respeto a los derechos humanos y democratización en el país.
Siria entera y Alepo han significado el resurgir de una guerra fría, que parecía enterrada. Una vez más ha sido el tablero, en donde las grandes potencias han jugado una mácabra partida. El resultado la destrucción masiva de un hermoso país y la huída de dos tercios de la población. Tampoco las potencias de Medio Oriente están ajenas a esta guerra. Y todas ellas defendiendo sus intereses estratégicos y, lógicamente económicos. Y además, Siria ha servido de escenario para pruebas de armamento militar de todo tipo, en detrimento de la población civil. Una verdadera vergüenza. Entre todos la mataron y ella (Siria) sola se murió. Pero no enterremos la esperanza de aquellos que desde cerca quieren levantar su país.
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