Hace unos días tuvimos la ocasión de hablar largo y tendido con el Padre Ibrahim Sabagh, párroco de la Iglesia de San Francisco en Alepo.
Su semblante franciscanamente alegre, a pesar de la situación tan terrible, denotaba serenidad y paz de corazón. evidentemente no escondía la impotencia ante la oceánica necesidad. La narración, acompasada por la confianza en la providencia, era realmente inaudita. Casas destruidas, hospitales, escuelas. Increíblemente, en pleno siglo XXI, la crueldad de la guerra en su estado más puro.
Desde el primer momento manifestó, el Padre Ibrahim, su apuesta por el hombre, ese hombre que sufre injustamente las consecuencias de una maldita guerra.
Y a ese hombre sin distinción de credo o religión. Ayudar a ese hombre, en el cual Cristo se hace presente y se manifiesta. Combinar la tarea pastoral con la ayuda humanitaria es realmente una tarea agotadora, pero ni se lo plantean los franciscanos allí presentes. Eso es lo que hay que hacer en estos momentos y punto. Tienen más de 24 proyectos de ayuda humanitaria. En estos momentos, nos decía, la urgencia es lo básico. Todavía no es el momento de la reconstrucción. Falta la alimentación, las viviendas en gran parte destruidas, las medicinas son escasas, la electricidad cara y fragmentaria, el agua de los antiguos pozos con sus problemas. El gran alimento básico y bíblico en todo Oriente Medio, el aceite, es un sueño para mucha gente. Increíble, pero cierto.
Los franciscanos preparan una cesta, cuyo coste es unos 35 euros, para que una familia de unos cuatro miembros pueda comer durante un mes. A los 15 o veinte días, como máximo, ya se termina, pero la estiran para terminar el mes. Y si no tuvieran esto, morirían de hambre. El 85% de la población está en paro. La mayoría de los jóvenes para evitar el servicio militar obligatorio han emigrado, pereciendo en el Mediterráneo, asesinados por los piratas o se encuentran en campos de refugiados. De su territorio parroquial ha quedado un tercio de la población. La mayoría son ancianos y enfermos que no han podido emigrar. También muchas mujeres, cuyos maridos han salido con la esperanza de encontrar futuro en algún país y regresar para llevarse sus familias. Una sociedad absolutamente desequilibrada. Por cada muchacho, nos decía el Padre Ibrahim, hay 12 muchachas.
Y de las escuelas nos contaba que
los niños sufren graves trastornos psicológicos, ya que no pueden dormir a causa del miedo a los bombardeos. Y si acudían algún día, ya que los padres tienen miedo de llevarles, a causa de las bombas; tenían las clases seguidas sin poder salir al patio, ni clase de educación física, por el mismo temor. Un relato patético, detrás del cual se encuentran rostros concretos de seres humanos, que nacieron para vivir en un mundo de paz y libertad. Y, sin embargo, se encuentran cada día confrontados a la muerte violenta, sin comérselo, ni bebérselo.
Este relato no es para amargarnos las navidades, sino para que todos reflexionemos sobre cómo vivimos nosotros. A pesar de la crisis, todos tenemos las necesidades básicas cubiertas o, al menos, tenemos muchas obras asistenciales o subsidios, que nos pueden proporcionar una mínima ayuda. Pero en Alepo todo es en cantidades industriales y desproporcionadas. La tarea de los franciscanos es una gota de agua en medio de un océano de empobrecimiento a causa de la guerra. La gente vivía más o menos bien, y de golpe se ha visto envuelta en esta vorágine de muerte. En Alepo, una vez más, junto a los hijos de san Francisco, encuentran los pobres ayuda y cobijo.
Probablemente, el fin de las hostilidades conlleve una mayor tranquilidad, pero, ahora, la tarea de reconstruir un país, enfrentado por el recelo y el odio, no será tampoco fácil. Las secuelas de las guerras y sus heridas son una factura con iva que se paga durante mucho tiempo.
Esta no es una guerra de Dios, ni de Alá…Es una maldita guerra de los hombres, que anteponen sus blasfemos intereses económicos, el petróleo y el gas, a cualquier otra realidad. La etapa de la guerra fría ha renacido con el conflicto sirio. Las grandes potencias están utilizando este escenario para mostrar su prepotencia y sus intereses. Y los daños colaterales, como se suele decir de manera eufemística, son inmensos, como hemos visto, en el relato anterior.
Los hombres de bien, tienen que preguntarse: ¿que puedo hacer?. Acudamos donde sea, que nos ofrezca garantías, para secundar la tarea del Padre Ibrahim y de tantas personas, que cada día se juegan la vida para ayudar a los demás.
Y, a pesar de todo, recemos por la paz con los niños de Alepo.