Juan 8, 1-11: La Misericordia reconstruye vidas.
Comentario Jn 8,1-11
Estamos ante un texto (Jn 8 1-11), desde el punto de vista de la crítica textual problemático. La crítica textual es la historia de los manuscritos en distintas lenguas, países y períodos, que comparándolos nos dan como resultado el texto final que tenemos entre manos. Por eso la pregunta de los expertos es si formaba parte del evangelio desde el primer momento o fue añadido posteriormente. Parece que por dos razones y, en distintos momentos históricos fue cuestionado el texto y entró posteriormente. Probablemente en un primer momento, copistas cristianos procedentes del judaísmo pensaron que la actuación de Jesús cuestionaba la Torah y por eso ignoraron el texto. Más tarde fueron copistas cristianos los que lo pusieron en cuarentena, al tener en cuenta la tensión entre la fidelidad al mensaje de Jesús y la disciplina de la Iglesia. En una palabra, el episodio de la mujer adultera resultaba incómodo. Si, pese a todo, acabó por ser recogido en el Evangelio de Juan, ello ha de considerarse como una victoria de la tradición de Jesús frente a los intereses de un ordenamiento eclesiástico severo. Lo cual constituye a su vez un argumento de peso en favor de que nos hallamos aquí ante una antigua tradición de Jesús auténtica.
El texto es muy sobrio aparecen los enemigos de Jesús “Los escribas y los fariseos", que una vez más le buscan para pillarle en falta “Le preguntaban esto para comprometerlo". Pero, también empieza a asomarse el proceso de Jesús: “y poder acusarlo”. Sigue el diálogo, provocado por una pregunta directa y precisa. “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: “tú, ¿qué dices?” y se cierra con una palabra singular de Jesús: ”El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, que responde de manera cortante a quienes le interpelan. En esa palabra reside el énfasis del relato. Finalmente, la conclusión de la historia con una palabra absolutoria de Jesús a la mujer: ”Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Y, en medio el gesto simbólico de escribir en el suelo con el dedo, por parte de Jesús.
Empiezan por presentar el caso: esta mujer ha sido sorprendida in flagranti. Sigue luego el punto en litigio: «En la ley Moisés nos mandó apedrear a éstas; pero tú ¿qué dices?» El v. 6 advierte que se trataba de «un lazo», para tenderle una trampa. Esperaban enredar a Jesús en esa espinosa materia legal y que diera una respuesta siempre comprometedora ante los doctores de la ley. De mostrarse severo en exceso, se vería que su pretendida clemencia no era más que mera apariencia; si, por el contrario, se mostraba demasiado liberal, la cosa no estaría de acuerdo con su piedad. Una pregunta insidiosa como en otras ocasiones.
El adulterio es algo que el Decálogo condena expresamente (Ex 20,14) y que castiga con severidad en la línea de otros preceptos de la Torah. La fidelidad conyugal absoluta sólo pesaba sobre la mujer, que en virtud del contrato matrimonial pasaba a ser propiedad del varón. El precepto, pues, tendía sobre todo a proteger el derecho del casado a la propiedad exclusiva de la mujer. No hay ninguna palabra de Jesús que expresa de manera tan categórica la corrupción de todos los hombres por el mal. Es una palabra lapidaria con la claridad cortante de una verdad que penetra hasta lo más profundo. Jesús la lanza sin ningún otro comentario, y vuelve a inclinarse para seguir escribiendo en el suelo. Y es esa palabra la que opera, afectando a todos hasta lo más íntimo (v. 9).
El efecto se pone de manifiesto: los acusadores van desapareciendo uno tras otro, siendo los más ancianos los empiezan a desfilar. Nada tienen que oponer a la palabra de Jesús, y así se largan uno tras otro; incluso los más jóvenes. Y quedan solos, la mujer, que estaba en el centro, y Jesús. Y es ahora cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer (v. 10), a la que mira cara a cara, al tiempo que la pregunta: “¿Nadie te ha condenado?” La mujer había escapado al veredicto general de sus jueces. Ahora se encuentra frente a Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y su vergüenza. Pero Jesús, en modo alguno pone de manifiesto el problema de la culpabilidad. En la respuesta de la mujer se percibe en cierto modo su alivio y liberación: «Nadie, Señor.» Y sigue la respuesta de Jesús que resuelve en sentido positivo la situación problemática de la mujer: «Pues tampoco yo te condeno; vete, y desde ahora en adelante no peques más.» Se trata, en efecto, de una palabra de pleno perdón del pecado. Jesús no quiere condenar, sino liberar. Jesús con sus palabras le ofrece una nueva oportunidad a la mujer, un nuevo impulso vital. Esto no significa, de ningún modo que Jesús da por bueno lo que la mujer ha hecho. El acento está puesto en el nuevo comienzo para la mujer. El hijo pródigo había actuado mal, pero se encuentra enfrente un Padre misericordioso y sufriente. La mujer también había actuado mal, pero enfrente se encuentra a Jesús con su misericordia. ¿Nos creemos esa misericordia del Señor? ¿Pesa tanto en nosotros el pecado, que no nos permite vislumbrar el perdón?
Estamos ante un texto (Jn 8 1-11), desde el punto de vista de la crítica textual problemático. La crítica textual es la historia de los manuscritos en distintas lenguas, países y períodos, que comparándolos nos dan como resultado el texto final que tenemos entre manos. Por eso la pregunta de los expertos es si formaba parte del evangelio desde el primer momento o fue añadido posteriormente. Parece que por dos razones y, en distintos momentos históricos fue cuestionado el texto y entró posteriormente. Probablemente en un primer momento, copistas cristianos procedentes del judaísmo pensaron que la actuación de Jesús cuestionaba la Torah y por eso ignoraron el texto. Más tarde fueron copistas cristianos los que lo pusieron en cuarentena, al tener en cuenta la tensión entre la fidelidad al mensaje de Jesús y la disciplina de la Iglesia. En una palabra, el episodio de la mujer adultera resultaba incómodo. Si, pese a todo, acabó por ser recogido en el Evangelio de Juan, ello ha de considerarse como una victoria de la tradición de Jesús frente a los intereses de un ordenamiento eclesiástico severo. Lo cual constituye a su vez un argumento de peso en favor de que nos hallamos aquí ante una antigua tradición de Jesús auténtica.
El texto es muy sobrio aparecen los enemigos de Jesús “Los escribas y los fariseos", que una vez más le buscan para pillarle en falta “Le preguntaban esto para comprometerlo". Pero, también empieza a asomarse el proceso de Jesús: “y poder acusarlo”. Sigue el diálogo, provocado por una pregunta directa y precisa. “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: “tú, ¿qué dices?” y se cierra con una palabra singular de Jesús: ”El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, que responde de manera cortante a quienes le interpelan. En esa palabra reside el énfasis del relato. Finalmente, la conclusión de la historia con una palabra absolutoria de Jesús a la mujer: ”Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Y, en medio el gesto simbólico de escribir en el suelo con el dedo, por parte de Jesús.
Empiezan por presentar el caso: esta mujer ha sido sorprendida in flagranti. Sigue luego el punto en litigio: «En la ley Moisés nos mandó apedrear a éstas; pero tú ¿qué dices?» El v. 6 advierte que se trataba de «un lazo», para tenderle una trampa. Esperaban enredar a Jesús en esa espinosa materia legal y que diera una respuesta siempre comprometedora ante los doctores de la ley. De mostrarse severo en exceso, se vería que su pretendida clemencia no era más que mera apariencia; si, por el contrario, se mostraba demasiado liberal, la cosa no estaría de acuerdo con su piedad. Una pregunta insidiosa como en otras ocasiones.
El adulterio es algo que el Decálogo condena expresamente (Ex 20,14) y que castiga con severidad en la línea de otros preceptos de la Torah. La fidelidad conyugal absoluta sólo pesaba sobre la mujer, que en virtud del contrato matrimonial pasaba a ser propiedad del varón. El precepto, pues, tendía sobre todo a proteger el derecho del casado a la propiedad exclusiva de la mujer. No hay ninguna palabra de Jesús que expresa de manera tan categórica la corrupción de todos los hombres por el mal. Es una palabra lapidaria con la claridad cortante de una verdad que penetra hasta lo más profundo. Jesús la lanza sin ningún otro comentario, y vuelve a inclinarse para seguir escribiendo en el suelo. Y es esa palabra la que opera, afectando a todos hasta lo más íntimo (v. 9).
El efecto se pone de manifiesto: los acusadores van desapareciendo uno tras otro, siendo los más ancianos los empiezan a desfilar. Nada tienen que oponer a la palabra de Jesús, y así se largan uno tras otro; incluso los más jóvenes. Y quedan solos, la mujer, que estaba en el centro, y Jesús. Y es ahora cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer (v. 10), a la que mira cara a cara, al tiempo que la pregunta: “¿Nadie te ha condenado?” La mujer había escapado al veredicto general de sus jueces. Ahora se encuentra frente a Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y su vergüenza. Pero Jesús, en modo alguno pone de manifiesto el problema de la culpabilidad. En la respuesta de la mujer se percibe en cierto modo su alivio y liberación: «Nadie, Señor.» Y sigue la respuesta de Jesús que resuelve en sentido positivo la situación problemática de la mujer: «Pues tampoco yo te condeno; vete, y desde ahora en adelante no peques más.» Se trata, en efecto, de una palabra de pleno perdón del pecado. Jesús no quiere condenar, sino liberar. Jesús con sus palabras le ofrece una nueva oportunidad a la mujer, un nuevo impulso vital. Esto no significa, de ningún modo que Jesús da por bueno lo que la mujer ha hecho. El acento está puesto en el nuevo comienzo para la mujer. El hijo pródigo había actuado mal, pero se encuentra enfrente un Padre misericordioso y sufriente. La mujer también había actuado mal, pero enfrente se encuentra a Jesús con su misericordia. ¿Nos creemos esa misericordia del Señor? ¿Pesa tanto en nosotros el pecado, que no nos permite vislumbrar el perdón?