Pepe Vilaplana: franciscano antes de Francisco
Pepe Vilaplana, así le llamamos en Valencia, su tierra natal. Nacido en Benimarfull, un pueblo de la montaña alicantina, concretamente del Condado de Cocentaina, que pertenece a la Archidiócesis de Valencia. Una tierra de cerezas y olivos, y de gentes del campo.
Sin duda, esos orígenes humildes han marcado su historia personal. Pepe ha sido siempre y seguirá siéndo un pastor, que huele a oveja. El “monseñorato” nunca se le subió a la cabeza. Ni siendo obispo auxiliar de Valencia, ni obispo de Santander, ni tampoco en Huelva, la mitra le ha supuesto nunca situarse por encima de nadie. Y me consta por muchos testimonios. Probablemente ese talante le ha traído más de un disgusto, entre muchos prelados, sedientos de reconocimientos y capisayos. Ninguna palabra pública altisonante, cuando fue trasladado de Santander a Huelva. Sin duda, para Pepe, era la voluntad del Señor. Y, además resulta que se lo cree. Las especulaciones acababan ahí. Los escalafones nunca le han importado.
Un hombre sencillo, nombrado obispo auxiliar de Valencia, por el recordado D.Miguel Roca. De la Vicaría Episcopal pasó a ocupar un despacho en el palacio, pero ni por un momento dejó su costumbre de visitar enfermos, escuchar a los sacerdotes jóvenes, participar en la vida de las parroquias. Un auténtico pastor, cercano y sencillo, que se siente a gusto entre la gente de los pueblos, porque era de pueblo, y se sentía de pueblo. Y este término “pueblo”, en sentido evangélico.
Los Franciscanos de Valencia, en aquel entonces, le propusieron ser terciario franciscano. Y con mucho gusto aceptó vincularse de esa manera a la vida franciscana. Y se entiende perfectamente. El se sentía profundamente franciscano en su ministerio episcopal. Como, hoy, sin estridencias y la discreción que le caracteriza, se siente profundamente de Francisco. No lo proclama a los cuanto vientos, pero su ministerio lo delata.
No es uno de los obispos más famosos de la piel de toro, ya que no se prodiga en los medios de comunicación social, pero lo más importante es que no pasa desapercibido en su Diócesis, sino todo lo contrario. La última vez que me encontré con él fue en Tierra Santa. Presidía una gran peregrinación de su Diócesis. Entre santuario y santuario, pudimos conversar un momento. Como siempre, la alegría franciscana brillaba en sus ojos. Me acerqué a un par de sacerdotes de su Diócesis, y les insinué si sabían lo que tenían, “canela en rama”, me respondió uno de ellos.
Pepe Vilaplana, no es un hombre de grandes títulos, los suficientes, pero la gente cuando predica le entiende. Su discurso siempre es directo, claro, preciso y conciso. No se anda por las ramas, con disquisiciones que nadie entiende, y tampoco a nadie le importan. Habla de Jesucristo, que es lo esencial. Los demás temas los deja para que otros hagan ruido y salgan en los medios como martillos de herejes. A Vilaplana no se le ha olvidado, que lo que da sentido a su vida sacerdotal es Jesucristo, y en consecuencia, el encuentro con cada hombre en singular en su situación. Eso es lo importante.
Por ejemplo en el tema de la supresión de la misa en televisión, dice claramente que sólo piensa en esos enfermos que él visita, y que esperan cada domingo esa misa que les hace pertenecer y sentirse comunidad de ese único modo. Así de sencillo y claro, nada de novelas de caballería.
A Pepe Vilaplana no le gustará este artículo, pero por muchas razones, me ha parecido de justicia poner de relieve la personalidad de este pastor bueno de nuestra iglesia en España. Francisco, sin duda tiene todavía unos pocos años, un puntal en la hermosa Huelva, y los onubenses, gozan de un ministerio episcopal estupendo. Y por supuesto, para que no hay dudas, me siento amigo suyo, y he conocido, en su momento, su celo y cercanía pastoral.
Sin duda, esos orígenes humildes han marcado su historia personal. Pepe ha sido siempre y seguirá siéndo un pastor, que huele a oveja. El “monseñorato” nunca se le subió a la cabeza. Ni siendo obispo auxiliar de Valencia, ni obispo de Santander, ni tampoco en Huelva, la mitra le ha supuesto nunca situarse por encima de nadie. Y me consta por muchos testimonios. Probablemente ese talante le ha traído más de un disgusto, entre muchos prelados, sedientos de reconocimientos y capisayos. Ninguna palabra pública altisonante, cuando fue trasladado de Santander a Huelva. Sin duda, para Pepe, era la voluntad del Señor. Y, además resulta que se lo cree. Las especulaciones acababan ahí. Los escalafones nunca le han importado.
Un hombre sencillo, nombrado obispo auxiliar de Valencia, por el recordado D.Miguel Roca. De la Vicaría Episcopal pasó a ocupar un despacho en el palacio, pero ni por un momento dejó su costumbre de visitar enfermos, escuchar a los sacerdotes jóvenes, participar en la vida de las parroquias. Un auténtico pastor, cercano y sencillo, que se siente a gusto entre la gente de los pueblos, porque era de pueblo, y se sentía de pueblo. Y este término “pueblo”, en sentido evangélico.
Los Franciscanos de Valencia, en aquel entonces, le propusieron ser terciario franciscano. Y con mucho gusto aceptó vincularse de esa manera a la vida franciscana. Y se entiende perfectamente. El se sentía profundamente franciscano en su ministerio episcopal. Como, hoy, sin estridencias y la discreción que le caracteriza, se siente profundamente de Francisco. No lo proclama a los cuanto vientos, pero su ministerio lo delata.
No es uno de los obispos más famosos de la piel de toro, ya que no se prodiga en los medios de comunicación social, pero lo más importante es que no pasa desapercibido en su Diócesis, sino todo lo contrario. La última vez que me encontré con él fue en Tierra Santa. Presidía una gran peregrinación de su Diócesis. Entre santuario y santuario, pudimos conversar un momento. Como siempre, la alegría franciscana brillaba en sus ojos. Me acerqué a un par de sacerdotes de su Diócesis, y les insinué si sabían lo que tenían, “canela en rama”, me respondió uno de ellos.
Pepe Vilaplana, no es un hombre de grandes títulos, los suficientes, pero la gente cuando predica le entiende. Su discurso siempre es directo, claro, preciso y conciso. No se anda por las ramas, con disquisiciones que nadie entiende, y tampoco a nadie le importan. Habla de Jesucristo, que es lo esencial. Los demás temas los deja para que otros hagan ruido y salgan en los medios como martillos de herejes. A Vilaplana no se le ha olvidado, que lo que da sentido a su vida sacerdotal es Jesucristo, y en consecuencia, el encuentro con cada hombre en singular en su situación. Eso es lo importante.
Por ejemplo en el tema de la supresión de la misa en televisión, dice claramente que sólo piensa en esos enfermos que él visita, y que esperan cada domingo esa misa que les hace pertenecer y sentirse comunidad de ese único modo. Así de sencillo y claro, nada de novelas de caballería.
A Pepe Vilaplana no le gustará este artículo, pero por muchas razones, me ha parecido de justicia poner de relieve la personalidad de este pastor bueno de nuestra iglesia en España. Francisco, sin duda tiene todavía unos pocos años, un puntal en la hermosa Huelva, y los onubenses, gozan de un ministerio episcopal estupendo. Y por supuesto, para que no hay dudas, me siento amigo suyo, y he conocido, en su momento, su celo y cercanía pastoral.