¿Una Semana Santa “light” o apasionada?

El domingo de Ramos señala el inicio de la Semana Santa. Un tiempo marcado en la Iglesia por celebraciones intensas y que nosotros acompañamos con multitudinarias procesiones. Un momento privilegiado para actualizar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazareth.

Sin embargo, cada año, en este tiempo podemos tener la impresión existencial de que estamos ante una espiral temporal, que se resumiría en el eterno retorno de siempre lo mismo. Esta actitud puede paralizar una auténtica vivencia de la Semana Santa, desde la fe y la esperanza. Ni cada uno de nosotros somos los mismos del año pasado y, sin duda las circunstancias de nuestro entorno y de nuestro mundo tampoco son idénticas. Este año es distinto y diferente. Es una nueva oportunidad para vivir a fondo y, de manera apasionada, la Pasión del Señor. Esa Pasión que le llevó a la Cruz, pero que le abrió la puerta a la Resurrección.

¿Qué nos muestra la Pasión de Jesús? La absoluta vulnerabilidad de Jesús de Nazareth y la injusticia del hombre. La Pasión nos demuestra que la Encarnación iba en serio, que al Hijo de Dios se le podía insultar, patear, escupir, coronar de espinas y crucificar. Y la Pasión nos enseña también que el hombre puede decidir injustamente sobre la vida y la muerte. Que el justo puede ser condenado, sin ningún problema, en nombre de las interpretaciones de las leyes de turno, incluida, la ley de Dios. Así lo hicieron los judíos. O puede llevarle al patíbulo, por los miedos de los hombres a perder su “status”. La muerte de Cristo en la cruz ha marcado la historia de la Humanidad.

¿Qué puede significar una semana apasionada? Que tomamos en mano, de manera total y absoluta, nuestra propia historia personal, y la de todos aquellos que nos rodean y la historia de nuestro mundo real y concreto. La Pasión de Jesús de Nazareth es la Pasión del hombre, de todo hombre que sufre un itinerario parecido al de Jesús de Nazareth. Ahí están las víctimas de unas bombas químicas que destrozan vidas humanas inocentes, muchos niños incluidos; las hambrunas severas que matan miles de personas diariamente; los daños colaterales de las guerras hipócritas; los barrios calientes de nuestras ciudades; los mendigos que duermen en las aceras de nuestras calles; la mercantilización de la mujer; el negocio asesino de las drogas y, tantas y tantas situaciones de absoluta injusticia, que generan millones de víctimas. Muchos pasamos de largo sin reconocer en ellas la Pasión del Hombre, la Pasión de Jesús de Nazareth. Por esa razón no vivimos de manera “apasionada” esas “pasiones”, sino que las vivimos de modo rutinario. Preferimos una Semana Santa “light”, sin estridencias sociales o políticas. El “on” de nuestras vidas está en otras cosas. Todo lo que nos molesta, lo ponemos en “off”.

Sin embargo, la narrativa de la Semana Santa nos empuja a posicionarnos, de manera decidida y relevante, del lado de los que cada día se encuentran en los márgenes, en las periferias, en los bordes del camino. La Cruz de Cristo sólo puede tener sentido si nos lleva a identificar e identificarnos con los “cristos” de este mundo, que son fruto de las injusticias de los hombres, incluídos nosotros. La impresión es que nos sentimos espiritualmente “in” en esa historia archisabida de Jesús, pero existencialmente estamos “out” en las pasiones de nuestros hermanos sufrientes.

El camino de Jesús hasta el Gólgota grita “pasión coherente”. La Pasión de Jesús no es un destino simplemente premeditado e inevitable, es una salida sobrevenida, como consecuencia de una opción clara y decidida por el hombre. Jesús se encuentra con la injusticia más cruel y sanguinaria, cuyo objetivo final era la humillación de aquél que había descubierto y aceptado su identidad de Hijo de Dios. El relato de Jesús nos sitúa en el territorio del compromiso a favor de todas las causas pendientes del hombre, que sufre injustamente. La narrativa de los últimos días y horas de Jesús, protagonista de la liturgia de la Iglesia en Semana Santa, nos abre los ojos a muchos seres humanos que viven situaciones injustas, como la de Jesús, que esperan que demos un paso. Cada uno como pueda y como sepa, pero no continuemos con la indiferencia y el olvido.

Jesús es el primero de una larga lista de “testigos” que se lo han creído tan a fondo, que no les ha importado, ni siquiera entregar su propia vida. Una larga lista de hombres y mujeres entregados al “otro”, simple y llanamente, porque es reflejo del “Otro”, que no somos nosotros, sino la opción de Dios, la opción de Cristo.

La vivencia de la Semana Santa así, se vuelve más tensa, más apasionada, más viva; y más convincente por coherente.
Volver arriba