2018: Un Sínodo para la esperanza
La Iglesia es muy consciente que: “los jóvenes a menudo nutren desconfianza, indiferencia o indignación hacia las instituciones. Esto se refiere no sólo a la política, sino que afecta cada vez más a las instituciones formativas y a la Iglesia, en su aspecto institucional”. Y esta razón y otras conllevan que: ”los jóvenes no se ponen "contra", sino que están aprendiendo a vivir "sin" el Dios presentado por el Evangelio y "sin" la Iglesia, apoyándose en formas de religiosidad y espiritualidad alternativas y poco institucionalizadas o refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de identidad”. Afirmaciones de una gran lucidez y verdad, ya que pueden ser el punto de partida para un nuevo acercamiento eclesial al mundo complejo y complicado de los jóvenes. ¿Seremos capaces de ofrecerles una religiosidad y una espiritualidad serias y atractivas?
Pero ¿quienes son esos jóvenes? La Iglesia en el Documento define de esta manera a los jóvenes: ”el término jóvenes se refiere a las personas de edad comprendida aproximadamente entre 16 y 29 años, siendo conscientes de que también este elemento exige ser adaptado a las circunstancias locales. En cualquier caso, es bueno recordar que la juventud más que identificar a una categoría de personas, es una fase de la vida que cada generación reinterpreta de un modo único e irrepetible”. Es importante acotar de manera clara cuando hablamos de jóvenes qué queremos decir exactamente.
Y la Iglesia de Dios de Francisco se atreve a esta iniciativa, expresando este convencimiento claro: “La Iglesia es consciente de poseer «lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas» (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, 8 de diciembre de 1965); las riquezas de su tradición espiritual ofrecen muchos instrumentos con los que acompañar la maduración de la conciencia y de una auténtica libertad”. La Iglesia se siente una alternativa muy válida para la gente joven.
En el Documento se ofrece un análisis, que se califica de incompleto, de la sociedad y del mundo. Sin embargo algunas afirmaciones, que comentaremos son muy significativas. La exclusión de muchos hombres particularmente jóvenes se explica, de acuerdo con el Documento de esta manera: “A nivel mundial el mundo contemporáneo se caracteriza por una cultura "cientificista", a menudo dominada por la técnica y por las infinitas posibilidades que ésta promete abrir, en cuyo interior no obstante «se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes» (Misericordia et misera, 3). Como enseña la encíclica Laudato si', la íntima relación entre paradigma tecnocrático y búsqueda frenética del beneficio a corto plazo están en el origen de esa cultura del descarte que excluye a millones de personas, entre ellas muchos jóvenes, y que conduce a la explotación indiscriminada de los recursos naturales y a la degradación del ambiente, amenazando el futuro de las próximas generaciones (cfr. 20-22)”. Es un claro reconocimiento del mundo que nos ha tocado vivir con toda crudeza.
De nuevo, la Iglesia se moja a fondo reconociendo situaciones absolutamente intolerables, que comprometen unos mínimos de humanidad y, sin duda la vivencia de la Fe: “En muchas partes del mundo los jóvenes experimentan condiciones de particular dureza, en las que se hace difícil abrir el espacio para auténticas opciones de vida, en ausencia de márgenes, aunque sean mínimos, de ejercicio de la libertad. Pensemos en los jóvenes en situación de pobreza y exclusión; en los que crecen sin padres o familia, o no tienen la posibilidad de ir a la escuela; en los niños y chicos de la calle de tantas periferias; en los jóvenes desempleados, abandonados y migrantes; en los que son víctimas de explotación, trata y esclavitud; en los niños y chicos reclutados a la fuerza en bandas criminales o en milicias irregulares; en las niñas esposas o chicas obligadas a casarse contra su voluntad. Son demasiados en el mundo los que pasan directamente de la infancia a la edad adulta y a una carga de responsabilidad que no han podido elegir. A menudo, las niñas, las chicas y las mujeres jóvenes deben hacer frente a dificultades aún mayores en comparación con sus coetáneos”. Un elenco exhaustivo de inhumanidad, que condiciona negativamente los procesos de maduración personal y de fe.
Estos interrogantes, presentes en el Documento, son la mejor expresión de las preocupaciones e inquietudes de la Iglesia: “¿Cómo vivir la buena noticia del Evangelio y responder a la llamada que el Señor dirige a todos aquellos a quienes les sale al encuentro: a través del matrimonio, del ministerio ordenado, de la vida consagrada? Y cuál es el campo en el que se pueden utilizar los propios talentos: ¿la vida profesional, el voluntariado, el servicio a los últimos, la participación en la política?¿Qué significa para la Iglesia acompañar a los jóvenes a acoger la llamada a la alegría del Evangelio, sobre todo en un tiempo marcado por la incertidumbre, por la precariedad y por la inseguridad?”. Es una llamada a clarificar la propia vocación al servicio del mundo y de la Iglesia, desde parámetros evangélicos.
Para responder a ellos se presentan dos premisas previas: “Las generaciones más maduras a menudo tienden a subestimar las potencialidades, enfatizan las fragilidades y tienen dificultad para entender las exigencias de los más jóvenes. Los padres y los educadores adultos pueden tener presente sus errores y lo que no les gustaría que los jóvenes hiciesen, pero a menudo no tienen igualmente claro cómo ayudarles a orientar su mirada hacia el futuro. Las dos reacciones más comunes son la renuncia a hacerse escuchar y la imposición de sus propias elecciones”. La segunda premisa: “No podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las exclusiones a las que el mundo les expone. Que su vida sea experiencia buena, que no se pierdan en los caminos de la violencia o de la muerte, que la desilusión no los aprisione en la alienación…”. Estas dos premisas parten de la convicción que: “todo esto no puede dejar de ser motivo de gran preocupación para quien ha sido generado a la vida y a la fe y sabe que ha recibido un gran don”.
Pero para que eso sea efectivo: ”Acompañar a los jóvenes exige salir de los propios esquemas preconfeccionados, encontrándolos allí donde están, adecuándose a sus tiempos y a sus ritmos; significa también tomarlos en serio en su dificultad para descifrar la realidad en la que viven y para transformar un anuncio recibido en gestos y palabras, en el esfuerzo cotidiano por construir la propia historia y en la búsqueda más o menos consciente de un sentido para sus vidas”. ¡Qué complicado, si en la Iglesia no tenemos gente joven, preparada, convencida y con ganas de acercarse a sus iguales con firmeza!
Sin olvidar el esfuerzo para adecuar también nuestro lenguaje al de los jóvenes: ”A veces nos damos cuenta que entre el lenguaje eclesial y el de los jóvenes se abre un espacio difícil de colmar, aunque hay muchas experiencias de encuentro fecundo entre las sensibilidades de los jóvenes y las propuestas de la Iglesia en ámbito bíblico, litúrgico, artístico, catequético y mediático. Soñamos con una Iglesia que sepa dejar espacios al mundo juvenil y a sus lenguajes, apreciando y valorando la creatividad y los talentos. En particular, reconocemos en el deporte un recurso educativo con grandes oportunidades, y en la música y en las otras expresiones artísticas un lenguaje expresivo privilegiado que acompaña el camino de crecimiento de los jóvenes”. Un esfuerzo hermenéutico absolutamente necesario para convertir en creíble nuestro acercamiento. Probablemente una Iglesia más tweeter, más instagram, más spotify et reliqua…Tiempo habrá, si vuelven, para profundizar y consolidar la vida cristiana.
Estas palabras del Papa Francisco son la mejor conclusión de lo que la Iglesia espera de los jóvenes: «"¿Cómo podemos despertar la grandeza y la valentía de elecciones de gran calado, de impulsos del corazón para afrontar desafíos educativos y afectivos?". La palabra la he dicho tantas veces: ¡Arriesga! Arriesga. Quien no arriesga no camina. "¿Y si me equivoco?".¡Bendito sea el Señor! Más te equivocarás si te quedas quieto» (Discurso en Villa Nazaret, 18 de junio de 2016)”.