Tiempo de cerezas, albaricoques y comuniones…
El mes de mayo es, sin duda, un mes mágico para muchos niños y niñas, que después de unos años de preparación, ven realizarse su sueño: tomar la primera comunión. Es un día de gozo, de fiesta familiar y de nostalgias, porque siempre falta alguien…las lágrimas de pena y de alegría se entremezclan. Pero sobre todo es un día que tiene sentido para los creyentes. Para los que creen que ese pan y ese vino, que toman esos niños, se han convertido en el cuerpo y la sangre del Señor. Esta es la premisa fundamental para que ese maravilloso día quede grabado en el corazón de esos niños. Todo puede tener su lugar, si lo esencial es patente. Y no me cabe la menor duda que los catequistas y los párrocos se esfuerzan por dejarlo claro a los niños y a los padres.
Pero qué sucede, después de la primera comunión. En muchos casos, es la primera y la última comunión. Distintas razones hacen que ese niño, ya no vuelva a pisar la Iglesia, más que en contadas ocasiones. Evidentemente, la falta natural de autonomía hace que los niños dependan en este caso de los padres. Y si estos, no son practicantes -como se suele decir- la comunión poco a poco pasa al olvido. Así de triste muchas veces.
En otros casos, las parroquias tienen unas estructuras establecidas de continuidad y seguimiento de la fe, que posibilitan el crecimiento natural en el compromiso cristiano. Esos movimientos infantiles y juveniles, combinan lo lúdico y lo espiritual, y por supuesto hacen mucho bien a esa Iglesia joven e incipiente. De ahí la importancia, que las parroquias se tomen muy en serio el seguimiento de esa fe naciente, para que esa luz no se apague y crezca con vigor. También en los Colegios católicos es necesario, en comunión con las parroquias, establecer iniciativas complementarias en la misma dirección. Sin esta complicidad, los niños están abocados a la jungla, que les aparta de esta oportunidad de vivir de manera progresiva la Fe.
No obstante, la fe de esos niños hay que cuidarla con mimo. No en vano la celebramos en tiempos de cerezas y albaricoques…Dos frutas muy dulces y sabrosas, pero muy delicadas. Necesitan mucho cuidado para que maduren, y su duración es muy corta. Es una metáfora muy significativa de los cuidados que necesita ese germen de fe. La preguntas inocentes de los niños en esa etapa son, a veces muy profundas y sorprendentes. Desde su mundo, completamente distintos al nuestro, a padres, catequistas y educadores, nos emplazan a dar un testimonio serio y coherente de nuestra fe.
Ellos empiezan a intuir el misterio de la vida cristiana, pero les cuesta asumir nuestras contradicciones. Por eso necesitan un tiempo de evolución progresiva y maduración en la fe. Quedarse en la primera comunión, y vivir de ella toda su vida, es condenarles a la inmadurez, incapaz de comprender la totalidad de la vida cristiana. De ahí la importancia del seguimiento en las Parroquias y Colegios. La apuesta eclesial por la continuidad en el acompañamiento en la fe es lo que puede dar sentido a ese maravilloso día, envuelto en regalos, comida familiar y otros aditivos.
Me cuentan de las no-comuniones y comuniones civiles para no frustrar a los niños, ya que sus compañeros les narran lo vivido, pero sobre todo la retahíla de regalos, recibidos con motivo de la primera comunión. Evidentemente cada uno es dueño de organizar lo que considere oportuno y llamarlo como quiera, y por supuesto vestir a sus hijos de blanco o de azul. Sin embargo, estos actos deberían plantearse, no a la contra, sino en positivo, ya que no tienen nada que ver con la comunión. Se trata, simplemente, de un encuentro familiar, en el que los niños tienen un protagonismo desde un punto de vista absolutamente distinto al de la comunión. Esto me parece que debería quedar claro, ya que las confusiones en nuestra sociedad conducen a identificar cuestiones absoluta y radicalmente distintas. Por supuesto, no comparto, cualquier aproximación o utilización del termino comunión en esas legítimas fiestas familiares. Seamos, semánticamente honestos, la comunión en la Iglesia, la no-comunión o la comunión civil en ninguna parte. Eso si, paella para todos en el restaurante de turno. Pero no engañemos a los niños con el lenguaje: no todos es lo mismo. Un poco de creatividad para inventar algún término. Al día siguiente, en el Colegio, unos contarán que han tomado la comunión y otros, que han ido de fiesta con su familia, y les han dado también muchos regalos.
Pero qué sucede, después de la primera comunión. En muchos casos, es la primera y la última comunión. Distintas razones hacen que ese niño, ya no vuelva a pisar la Iglesia, más que en contadas ocasiones. Evidentemente, la falta natural de autonomía hace que los niños dependan en este caso de los padres. Y si estos, no son practicantes -como se suele decir- la comunión poco a poco pasa al olvido. Así de triste muchas veces.
En otros casos, las parroquias tienen unas estructuras establecidas de continuidad y seguimiento de la fe, que posibilitan el crecimiento natural en el compromiso cristiano. Esos movimientos infantiles y juveniles, combinan lo lúdico y lo espiritual, y por supuesto hacen mucho bien a esa Iglesia joven e incipiente. De ahí la importancia, que las parroquias se tomen muy en serio el seguimiento de esa fe naciente, para que esa luz no se apague y crezca con vigor. También en los Colegios católicos es necesario, en comunión con las parroquias, establecer iniciativas complementarias en la misma dirección. Sin esta complicidad, los niños están abocados a la jungla, que les aparta de esta oportunidad de vivir de manera progresiva la Fe.
No obstante, la fe de esos niños hay que cuidarla con mimo. No en vano la celebramos en tiempos de cerezas y albaricoques…Dos frutas muy dulces y sabrosas, pero muy delicadas. Necesitan mucho cuidado para que maduren, y su duración es muy corta. Es una metáfora muy significativa de los cuidados que necesita ese germen de fe. La preguntas inocentes de los niños en esa etapa son, a veces muy profundas y sorprendentes. Desde su mundo, completamente distintos al nuestro, a padres, catequistas y educadores, nos emplazan a dar un testimonio serio y coherente de nuestra fe.
Ellos empiezan a intuir el misterio de la vida cristiana, pero les cuesta asumir nuestras contradicciones. Por eso necesitan un tiempo de evolución progresiva y maduración en la fe. Quedarse en la primera comunión, y vivir de ella toda su vida, es condenarles a la inmadurez, incapaz de comprender la totalidad de la vida cristiana. De ahí la importancia del seguimiento en las Parroquias y Colegios. La apuesta eclesial por la continuidad en el acompañamiento en la fe es lo que puede dar sentido a ese maravilloso día, envuelto en regalos, comida familiar y otros aditivos.
Me cuentan de las no-comuniones y comuniones civiles para no frustrar a los niños, ya que sus compañeros les narran lo vivido, pero sobre todo la retahíla de regalos, recibidos con motivo de la primera comunión. Evidentemente cada uno es dueño de organizar lo que considere oportuno y llamarlo como quiera, y por supuesto vestir a sus hijos de blanco o de azul. Sin embargo, estos actos deberían plantearse, no a la contra, sino en positivo, ya que no tienen nada que ver con la comunión. Se trata, simplemente, de un encuentro familiar, en el que los niños tienen un protagonismo desde un punto de vista absolutamente distinto al de la comunión. Esto me parece que debería quedar claro, ya que las confusiones en nuestra sociedad conducen a identificar cuestiones absoluta y radicalmente distintas. Por supuesto, no comparto, cualquier aproximación o utilización del termino comunión en esas legítimas fiestas familiares. Seamos, semánticamente honestos, la comunión en la Iglesia, la no-comunión o la comunión civil en ninguna parte. Eso si, paella para todos en el restaurante de turno. Pero no engañemos a los niños con el lenguaje: no todos es lo mismo. Un poco de creatividad para inventar algún término. Al día siguiente, en el Colegio, unos contarán que han tomado la comunión y otros, que han ido de fiesta con su familia, y les han dado también muchos regalos.