En Valencia, las campanas con sordina y en cuarentena

Desde hace unas semanas, la polémica en torno al toque de campanas en algunas iglesias del centro de Valencia está en boca de toda la gente. Editoriales de algunos periódicos, artículos de opinión, recogida de firmas, conversaciones en las calles y en los comercios, entrevistas de los medios a los vecinos…La primera reacción de muchos es de sorpresa, otros de indignación. A una mayoría les parece algo incomprensible.

La preciosa Iglesia de San Nicolás, la llamada “Capilla Sixtina valenciana, recientemente inaugurada la repristinación de las pinturas, regentada por Antonio Corbí; los Santos Juanes, una hermosa Iglesia, situada enfrente de la Lonja, el mercado medieval; y la Iglesia de los Escolapios, con la cúpula más grande de Valencia. También ha recibido comunicación: San José de la Montaña y Dominicos. Estas Iglesias, en pleno corazón de Valencia, han sido las primeras víctimas de este latrocinio, a raíz de un informe elaborado por el Servicio de Calidad y Análisis Medioambiental, Contaminación Acústica y Playas motivado por quejas vecinales. De momento, no se han atrevido con el “Miguelete" de la Catedral de Valencia…

La orden municipal de silenciar las campanas: “Suspensión inmediata de su funcionamiento” es un ataque, desde el fundamentalismo político, a la cultura valenciana. Las Iglesias con sus campanas sonando desde hace siglos forman parte del Patrimonio Histórico-Artístico. Y, concretamente el toque de las campanas del Patrimonio Artístico Inmaterial, según el reconocimiento de la Generalitat Valenciana. Esto convierte en más grave esta torpe acción del Ayuntamiento. Por lo tanto, estamos ante un atentado, desde el sectarismo, a unos bienes preciados de nuestra cultura. Y de manera absolutamente autoritaria. Y, además añade la mencionada orden municipal, que hay tomar “medidas correctoras, causantes de las molestias”. Alguien puede decirme eso como se puede hacer…las campanas o suenan como tales o su sonido será ridículo. ¿Adulterar su sonido con badajos de plástico u otras mandangas? Espero que no se le ocurra a nadie. Otra cosa es regular las horas de los toques, para que sean lo menos molestas posibles para esos oídos tan sensibles, pero nada más.

Sin ánimo de polémicas, pero como denunciaba Alfons Llorens, en un estupendo artículo en Levante-emv que invito a leer: “Ahora resulta que las campanas hacen ruido (como el de la gritona charanga destartalada y desentonada de una falla que pasa por mi casa mientras escribo, tocando y cantando el horroroso “maricón el que no bote”). Si hay una ciudad excesivamente tolerante al ruido, en determinadas épocas, es Valencia. No nos enfrentemos por las campanas, ni por las Fallas, pero cada cosa en su sitio. Silenciar las campanas es masacrar una parte de nuestra cultura. Ya han desaparecido muchos toques, que probablemente se perderán, justamente para no causar molestias.

Las campanas de las Iglesias, durante siglos, antes que se universalizara el uso de los relojes personales, acompasaban nuestras vidas no sólo en el mundo rural, sino también en las urbes. Incluso los grandes acontecimientos civiles y religiosos eran marcados por volteos de campanas. En muchos pueblos las campanas señalan a llegada de la muerte con toques diferenciados para los hombres, las mujeres y los niños. El toque de campanas pertenece a nuestra cultura occidental. ¿Se imaginan hermosos campanarios románicos, góticos o barrocos sin campanas? Un volteo de campana es un concierto. La combinación de sonidos de cada una de ellas es tan armónico como el de otros instrumentos.

De la misma manera que en otras culturas y religiones, a nadie se le ocurre cuestionar los elementos que ofrecen una función parecida a las campanas en la sociedad, tampoco en nuestras sociedades deberíamos plantear de manera tan autoritaria el silencio de unos elementos también artísticos. Durante varios años escuché, de madrugada a pocos metros de mi habitación, el canto de la llamada a la oración por parte del muecín, desde su minarete. Era lo más normal del mundo en el contexto en el que vivía en esos momentos. Y a nadie se le ocurría silenciarlo, a pesar que en determinados momento nos despertaba a los unos y a los otros: a los que invitaba a rezar, y a los que queríamos seguir durmiendo.

Al final, un laicismo tendencioso pretende arrasar con toda la simbología religiosa, y puede caer en un fundamentalismo laicista, tan nefasto como los fundamentalismos religiosos. El reino de la intolerancia rancia y anacrónica. No quiero pensar que esta decisión, de quien sea, haya sido fruto de la ignorancia. Esto sería muy peligroso.

Nadie discute que muchas cosas tienen que desaparecer en un Estado laico y que todavía quedan reminiscencias del nacionalcatolicismo, pero de ahí a estas acciones hay un trecho. El cariz que tiene esta medida premeditada, huele a política rastrera. Uno se pregunta cuando estos señores se preocupan de estas cuestiones, de manera tan torpe y sabiendo que la sociedad civil va a reaccionar, qué están ocultando. ¿Una cortina de humo? Incluso me pregunto si les hago el juego, ocupándome de este asunto. De todos modos, esta no es una cuestión provinciana. Me consta que en Gerona, hace un tiempo, ya hubo un intento de silenciar las campanas de la catedral. Vamos ver como termina esta historia, en la capital del Turia…

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