La catedral de la “natura”: la “Laudato si”, químicamente pura

En un pequeño pueblo, Vallada, situado a 80 kilómetros de Valencia, antaño muy conocido por la cestería y los muebles de junco, se levanta una pequeña “aldea”, precursora de la “Laudato SI”. Jesús Belda, sacerdote hijo del pueblo, aprovechando unas tierras familiares, desde hace cinco años, anima un proyecto solidario interreligioso e intercultural con algunas ayudas de Cáritas y particulares. El objetivo es la acogida de inmigrantes para ayudarles a la integración y, al mismo tiempo, ofrecer para ellos y para todos los que se acercan un espacio de oración y encuentro.


La mayoría de los jóvenes habitantes de esta “granja de l’Ombria”, vienen del Africa Subsahariana. Narran historias de mucho sufrimiento, pero viven con la esperanza puesta en un futuro mejor en Europa. Sin duda, en sus sueños, están sus tierras y los suyos. Sin embargo, el tiempo en este lugar, alrededor de un año, es un noviciado de convivencia para resituar sus vidas en el mundo plural y muchas veces hostil que les espera.

Las razones por las cuales abandonaron su aldea natal y su país son muy variadas. El Papa Francisco nos da una de las claves en la “Laudato si”: “Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Los cambios del clima originan migraciones de personas y animales, que no siempre pueden adaptarse, lo que, a su vez afecta los recursos productivos de los más pobres, que también se ven obligados a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos”. Además de las guerras y las hambrunas, hoy, tenemos claro que el cambio climático es una de las causas más importantes de la inmigración. El avance de la “desertización” en muchos países de Africa es imparable. Muchos jóvenes huyen, porque no tienen ningún futuro en sus tierras.



El Papa Francisco denuncia claramente la falta de reconocimiento de esta situación y la indiferencia ante este problema tan serio: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil”. Esto es un hecho. Los inmigrantes por los conflictos bélicos son claramente reconocidos, pero los que abandonan sus tierras por causas ambientales no tiene un estatuto claro y preciso, ni una protección jurídica.

Ante esto ¿qué podemos hacer? se preguntó en algún momento Jesús Belda. Un bosque familiar, prácticamente yermo, se ha convertido en un lugar pobre y sencillo, pero que ofrece un camino de integración a un grupo de muchachos. Están recuperando, con la ayuda de expertos, las formas ancestrales de cultivo integral y de construcción. Podemos ver a las gallinas, a los pavos y a las ocas, que se alternan con campos de cultivos de patatas, cebollas, habichuelas…Unas cuantas cabras y ovejas., y unos perros guardianes. Al mismo tiempo, unas placas solares les suministran el mínimo de electricidad que necesitan. Los edificios nuevos están construidos de adobe. El último trabajo importante, una gran balsa para retener agua de la lluvia y de una fuente cercana, para asegurar el abastecimiento para el regadío y necesidades domésticas. Una máquina excavadora habría hecho el “vaso” de la misma en unas pocas horas, pero ellos no tienen dinero, pero si tiempo y ganas, y lo consiguen con su esfuerzo.

Pero todo esto porqué. Probablemente Jesús Belda y sus colaboradores entendieron antes de su publicación estas palabras de la “Laudato si”: “Para el creyente, el mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo”. Y esto para dar vida, a quien llega a nuestra puerta hambriento y desfallecido.

Pero todo este proyecto se circunscribe en un amplio marco ecuménico, llamado la “catedral de la natura”. Un espacio de encuentro mensual para la oración compartida. Caminando entre pinos, en una mismo espacio, aparece una pequeña sinagoga, más adelante una mezquita y una cruz. Una cruz muy singular: integradora de la naturaleza y el mundo actual, por eso está construida con una piedra del lugar y un trozo de cemento, que nos habla del mundo de hoy. Un lugar para la tolerancia activa de las religiones, desde el respeto.



Los domingos hacen una gran paella con productos que ellos mismos obtienen y se abren a compartirla con quienes les visitan. Igualmente ofrecen el espacio a jóvenes, para que vean, observen, escuchen cómo se puede vivir en sencillez y armonía con la naturaleza, con recursos tan exiguos, que nos sacan los colores a quienes necesitamos tanto. Y una gran sorpresa: la acogida amable, cariñosa de estos jóvenes que nos explican con sencillez cómo viven.

En una palabra, un proyecto sencillo, pero repleto de solidaridad fraterna, germen de humanidad nueva. ¡Animo, Jesús!

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