La sexualidad, una asignatura “muy pendiente” de la sociedad y del clero
Los casos de pederastia en la Iglesia católica, lamentablemente, tienen un amplio eco mediático y conllevan siempre una especie de hastío natural, que nos hace exclamar: ¡ya basta! ¡ya está bien! Dicho esto, tolerancia cero y absoluta a esos pederastas.
El problema de la pederastia pone en primer plano la vivencia de una sexualidad enfermiza en el mundo clerical, pero no podemos olvidar otro tipo de comportamientos patológicos, derivados de la sexualidad, más extendidos, que pasan desapercibidos, pero que generan una gran infelicidad y mucho sufrimiento. Hace unos días, el amigo Arregui en una entrevista en este digital a propósito del caso de pederastia del Vicario de la Diócesis de San Sebastián, Juan Cruz, decía: “el celibato obligatorio, tiene que ver directamente con grandes conflictos psicológicos de muchos sacerdotes y religiosos. Son conflictos ligados a la represión. Y todo lo que se reprime acaba saliendo de una forma u otra, casi siempre de manera insana, patológica”. Así es, y podemos constatarlo.
Sin olvidar que el concepto de “normalidad” en el ámbito psicológico siempre supone una cierta fluctuación, no obstante si que se pueden definir unos parámetros básicos, por encima y por debajo de los cuales se detecta una cierta “anormalidad”. Por eso, quiero afirmar de manera tajante que conozco muchos y buenos sacerdotes y religiosos, célibes, que viven profundamente felices, y cuyo tarea ministerial rezuma entrega absoluta e incondicional al Pueblo de Dios que se les ha confiado. Sin idealizaciones, ni complejos han vivido y viven una sexualidad serena y equilibrada. y su nivel de realización personal y profesional es muy alto. Estos sacerdotes se han convertido en “iconos” y referentes de la vocación sacerdotal celibataria.
Pero también, por el contrario conozco bastantes casos directa e indirectamente, en los que la represión sexual ha buscado caminos patológicos para poder soportar una vida de infelicidad y sin sentido (alcohol, dinero, consumo compulsivo etc.). En muchas ocasiones intentan racionalizar o justificar esos mundos oscuros o las dobles vidas, pero cada vez les resulta más complicado, ya que la educación recibida les lleva a vivir en una mala conciencia continua. Y esto es insano. Incluso, muchos de ellos, ya no pueden o no tienen capacidad de reacción, y por eso sobreviven malviviendo como pueden. Prefieren vivir, de noche y a escondidas, sus situaciones, de las que probablemente, por su formación moral se avergonzarían si salieran a la luz pública. Así de triste y claro en algunos casos.
Esto debería ser también preocupante para la Iglesia, ya que supone un colectivo infeliz, que al final sobreactúa en su tarea pastoral, y por lo que paga un precio muy alto. Se sienten, como me decía alguien, en una hipocresía ontológica, en una especie de mentira existencial. ¡Enfangados!. ¿Qué solución? No podemos estandarizar una respuesta a este interrogante. Se impone el caso por caso. La historia de cada uno es sagrada. Un ex-sacerdote me contaba hace unos años que a los cuarenta largos se había enamorado por primera vez, y me relataba su amor adolescente en esa edad tardía. Sin duda, una inmadurez personal supina, pero un fallo también de un sistema que no detecta esta carencia, que antes o después, se puede despertar en una crísis total. Al final un doble drama…
La buena intención y la sinceridad les llevó a muchos de ellos a esa generosidad inicial, truncada por el choque con ciertas realidades para las que no se encontraban preparados. La vulnerabilidad afloró de manera desbocada y el amor primero, la llamada al sacerdocio, se tornó impotencia para seguir asumiendo un compromiso, que les desborda. Algunos pudieron rehacer sus vidas e incorporarse de manera serena a otras dinámicas, otros continuaron luchando como “quijotes”, y pagaron, y pagan, un precio muy alto en su día a día. Y los más, sobreviven, porque ya no tienen capacidad de maniobra. ¿Cómo vivir el celibato en una sociedad hipersexualizada? ¿Hasta qué punto son conscientes los futuros sacerdotes de la complejidad de la sexualidad-afectividad, para asumir un compromiso celibatario de por vida, en nuestra sociedad actual? La inmadurez es letal en este campo tan delicado.
Hace unas semanas, en este digital, aparecía la noticia de que “un grupo de destacados sacerdotes alemanes, pidieron, a través de una carta abierta en un periódico, el fin del celibato, con el argumento de que tal precepto les obliga a una "vejez en soledad”. Y añadían que al acercarse la ancianidad: "se sienten especialmente los efectos de la vida sin pareja y la soledad", La carta está firmada por once sacerdotes setentones de la región de Renania, “que se lamentan de la obligatoriedad del celibato como precepto para los curas católicos”. ¿Qué hay detrás de este escrito? Son solamente “once” dirán muchos, pero detrás de ellos pueden haber muchas experiencias personales y pastorales, propias y de otros compañeros, que les han llevado a dar la cara públicamente cuando ya no tienen nada que ganar, ni perder. Esta carta es sólo un ejemplo de todo lo anterior.
El primer problema del célibe, a nivel humano, es la soledad. Integrar la soledad de manera sana no es tarea fácil, ya que se puede llenar de muchas otras cosas, unas más legítimas, otras menos. Convertir la soledad en una experiencia fecunda es un reto para todo ser humano, que antes o después, puede verse confrontado a ella. Evidentemente el celibato opcional no es la panacea para todos los males del clero, pero el celibato es una situación de “riesgo”, que tiene necesidad de una mayor implicación del ser humano para compensar esa carencia. También hay soledad en las parejas, cuando desaparece uno de ellos, y el otro tiene que asumir sus situación, muchas veces sin el apoyo familiar, pero es diferente.
En cualquier caso, la salud del clero es asunto importante y crucial en la Iglesia. Unos sacerdotes bien formados y maduros es un don para la Iglesia, lo contrario una desgracia y grande. Nos jugamos mucho en la formación y selección de los futuros sacerdotes y religiosos. El tiempo no cura, sino agrava determinados comportamientos, que se puede detectar de manera prematura. Y no le pidamos tampoco demasiado al Espíritu Santo, confiemos en hombres libres y con discernimiento para dirigir los Seminarios. No juguemos a lo cuantitativo, sino a lo cualitativo, sin perfeccionismo, pero tampoco sin sentimentalismos. Ese buen chico, puede convertirse en un infeliz, por no haberle hablado sinceramente a tiempo…
El problema de la pederastia pone en primer plano la vivencia de una sexualidad enfermiza en el mundo clerical, pero no podemos olvidar otro tipo de comportamientos patológicos, derivados de la sexualidad, más extendidos, que pasan desapercibidos, pero que generan una gran infelicidad y mucho sufrimiento. Hace unos días, el amigo Arregui en una entrevista en este digital a propósito del caso de pederastia del Vicario de la Diócesis de San Sebastián, Juan Cruz, decía: “el celibato obligatorio, tiene que ver directamente con grandes conflictos psicológicos de muchos sacerdotes y religiosos. Son conflictos ligados a la represión. Y todo lo que se reprime acaba saliendo de una forma u otra, casi siempre de manera insana, patológica”. Así es, y podemos constatarlo.
Sin olvidar que el concepto de “normalidad” en el ámbito psicológico siempre supone una cierta fluctuación, no obstante si que se pueden definir unos parámetros básicos, por encima y por debajo de los cuales se detecta una cierta “anormalidad”. Por eso, quiero afirmar de manera tajante que conozco muchos y buenos sacerdotes y religiosos, célibes, que viven profundamente felices, y cuyo tarea ministerial rezuma entrega absoluta e incondicional al Pueblo de Dios que se les ha confiado. Sin idealizaciones, ni complejos han vivido y viven una sexualidad serena y equilibrada. y su nivel de realización personal y profesional es muy alto. Estos sacerdotes se han convertido en “iconos” y referentes de la vocación sacerdotal celibataria.
Pero también, por el contrario conozco bastantes casos directa e indirectamente, en los que la represión sexual ha buscado caminos patológicos para poder soportar una vida de infelicidad y sin sentido (alcohol, dinero, consumo compulsivo etc.). En muchas ocasiones intentan racionalizar o justificar esos mundos oscuros o las dobles vidas, pero cada vez les resulta más complicado, ya que la educación recibida les lleva a vivir en una mala conciencia continua. Y esto es insano. Incluso, muchos de ellos, ya no pueden o no tienen capacidad de reacción, y por eso sobreviven malviviendo como pueden. Prefieren vivir, de noche y a escondidas, sus situaciones, de las que probablemente, por su formación moral se avergonzarían si salieran a la luz pública. Así de triste y claro en algunos casos.
Esto debería ser también preocupante para la Iglesia, ya que supone un colectivo infeliz, que al final sobreactúa en su tarea pastoral, y por lo que paga un precio muy alto. Se sienten, como me decía alguien, en una hipocresía ontológica, en una especie de mentira existencial. ¡Enfangados!. ¿Qué solución? No podemos estandarizar una respuesta a este interrogante. Se impone el caso por caso. La historia de cada uno es sagrada. Un ex-sacerdote me contaba hace unos años que a los cuarenta largos se había enamorado por primera vez, y me relataba su amor adolescente en esa edad tardía. Sin duda, una inmadurez personal supina, pero un fallo también de un sistema que no detecta esta carencia, que antes o después, se puede despertar en una crísis total. Al final un doble drama…
La buena intención y la sinceridad les llevó a muchos de ellos a esa generosidad inicial, truncada por el choque con ciertas realidades para las que no se encontraban preparados. La vulnerabilidad afloró de manera desbocada y el amor primero, la llamada al sacerdocio, se tornó impotencia para seguir asumiendo un compromiso, que les desborda. Algunos pudieron rehacer sus vidas e incorporarse de manera serena a otras dinámicas, otros continuaron luchando como “quijotes”, y pagaron, y pagan, un precio muy alto en su día a día. Y los más, sobreviven, porque ya no tienen capacidad de maniobra. ¿Cómo vivir el celibato en una sociedad hipersexualizada? ¿Hasta qué punto son conscientes los futuros sacerdotes de la complejidad de la sexualidad-afectividad, para asumir un compromiso celibatario de por vida, en nuestra sociedad actual? La inmadurez es letal en este campo tan delicado.
Hace unas semanas, en este digital, aparecía la noticia de que “un grupo de destacados sacerdotes alemanes, pidieron, a través de una carta abierta en un periódico, el fin del celibato, con el argumento de que tal precepto les obliga a una "vejez en soledad”. Y añadían que al acercarse la ancianidad: "se sienten especialmente los efectos de la vida sin pareja y la soledad", La carta está firmada por once sacerdotes setentones de la región de Renania, “que se lamentan de la obligatoriedad del celibato como precepto para los curas católicos”. ¿Qué hay detrás de este escrito? Son solamente “once” dirán muchos, pero detrás de ellos pueden haber muchas experiencias personales y pastorales, propias y de otros compañeros, que les han llevado a dar la cara públicamente cuando ya no tienen nada que ganar, ni perder. Esta carta es sólo un ejemplo de todo lo anterior.
El primer problema del célibe, a nivel humano, es la soledad. Integrar la soledad de manera sana no es tarea fácil, ya que se puede llenar de muchas otras cosas, unas más legítimas, otras menos. Convertir la soledad en una experiencia fecunda es un reto para todo ser humano, que antes o después, puede verse confrontado a ella. Evidentemente el celibato opcional no es la panacea para todos los males del clero, pero el celibato es una situación de “riesgo”, que tiene necesidad de una mayor implicación del ser humano para compensar esa carencia. También hay soledad en las parejas, cuando desaparece uno de ellos, y el otro tiene que asumir sus situación, muchas veces sin el apoyo familiar, pero es diferente.
En cualquier caso, la salud del clero es asunto importante y crucial en la Iglesia. Unos sacerdotes bien formados y maduros es un don para la Iglesia, lo contrario una desgracia y grande. Nos jugamos mucho en la formación y selección de los futuros sacerdotes y religiosos. El tiempo no cura, sino agrava determinados comportamientos, que se puede detectar de manera prematura. Y no le pidamos tampoco demasiado al Espíritu Santo, confiemos en hombres libres y con discernimiento para dirigir los Seminarios. No juguemos a lo cuantitativo, sino a lo cualitativo, sin perfeccionismo, pero tampoco sin sentimentalismos. Ese buen chico, puede convertirse en un infeliz, por no haberle hablado sinceramente a tiempo…