A propósito de "Los discípulos de Emaús" y el acompañamiento Aprended de mí a acompañar
A través de estas notas quiero proponer el episodio conocido como «Los discípulos de Emaús» imaginándolo como una sesión de acompañamiento en la que Jesús es el acompañante y los discípulos los acompañados
En varios aspectos no lo es, ya que el evangelista Lucas no lo ha escrito con ese propósito. En cambio, Jesús lleva a cabo una relación de acompañamiento que, a través de las tres etapas, permitirá a los dos discípulos alcanzar su meta; por eso, también podemos llamarlo «perfecto»
A través de estas notas quiero proponer el episodio conocido como «Los discípulos de Emaús» imaginándolo como una sesión de acompañamiento en la que Jesús es el acompañante y los discípulos los acompañados.
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En varios aspectos no lo es, ya que el evangelista Lucas no lo ha escrito con ese propósito. En cambio, Jesús lleva a cabo una relación de acompañamiento que, a través de las tres etapas, permitirá a los dos discípulos alcanzar su meta; por eso, también podemos llamarlo «perfecto». Aquí trataré de destacar tanto los momentos en los que Jesús no actuó como acompañante como aquellos en los que sí lo hizo.
«Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos se dirigían a una aldea situada a unos once kilómetros de Jerusalén, llamada Emaús, y conversaban sobre todo lo que había sucedido. Mientras hablaban y discutían juntos, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero sus ojos eran incapaces de reconocerle».
Estos dos discípulos de Jesús, de los que sólo conocemos el nombre de uno de ellos, Cleofás, se alejan de Jerusalén, donde su maestro fue crucificado. Según los exegetas, esta partida se hace con el cuerpo y con el corazón: es demasiado doloroso lo que han presenciado. Viven un momento de gran tristeza: «se detuvieron con el rostro triste», de cólera: «hablaban y discutían», probablemente acusándose mutuamente de la responsabilidad de no haber estado cerca del maestro, de no haber podido defenderlo, y del miedo a ser también detenidos y asesinados por los romanos.
«Jesús mismo se acercó y caminó con ellos».
Jesús, como buen acompañante, opta por caminar al paso de los dos discípulos, por dejar el espacio necesario para que la relación se abra, se oriente y madure con el tiempo. De inmediato surgen dos actitudes de las más importantes actitudes que tiene el acompañamiento: acogida y alianza.
Jesús no tiene prisa por sacar conclusiones, por llegar a una solución, ni por convencer a los discípulos de que vuelvan a Jerusalén para anunciarles que ha resucitado. Camina con ellos sin juzgar su decisión de ir a Emaús. El «caminar con» contempla un clima de confianza y alianza en el que la aceptación del otro es incondicional «sin peros». Por tanto, tenemos una posición relacional simétrica en la que yo estoy bien y tú estás bien.
Fase exploratoria
Y les dijo: «¿Qué es esta conversación que hacéis entre vosotros por el camino?». Se detuvieron, con el rostro triste; y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: «¿Eres tú solo tan forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí en estos días?». Él preguntó: «¿Qué?». Ellos le respondieron: «Todo lo referente a Jesús de Nazaret, que fue un poderoso profeta de obra y de palabra, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte y luego lo crucificaron».
Aquí entramos en la primera fase del acompañamiento: la fase exploratoria.
Jesús escucha (otra actitud fundamental del acompañamiento) la situación vivida por los dos acompañados. Cleofás es invitado a decir el desaliento y la irritación relacionados con la muerte del maestro, es decir, a explicitar el bagaje de experiencias que da un cierto tono emocional al diálogo con el misterioso caminante, que parece tener la única culpa de no haber participado en la misma experiencia nostálgica de los interlocutores: «Sólo tú eres tan extraño...».
Jesús escucha activamente, interesado en la historia. No interrumpe. Podría haber cortado el discurso diciendo: «¡Sí, sé lo que estáis pensando, sé lo que queréis contarme!», o: «¿¡De verdad queréis contarme lo que le pasó a Jesús de Nazaret?». En cambio, les escucha e incluso les interroga para que hablen, para que digan hasta el fondo de su corazón lo que les preocupa. Jesús se pone en la posición socrática del «sé que no sé» y hace una pregunta justa, es decir, que no pretende indagar en el mundo del otro, sólo quiere decirle y darle su disposición a escuchar si quiere ir más allá, abrirse más.
A través de la pregunta: «¿Qué?» Jesús activa así un proceso de toma de conciencia y de reflexión por parte de los discípulos.
A diferencia de una narración realizada en una sesión de acompañamiento -en la que el protagonista de la historia debe ser el acompañante y el acompañado-, aquí el foco se centra en «Todo lo que hace referencia a Jesús Nazareno». Este es un elemento importante. De hecho, se trata de una narración fenoménica (en la que se relatan acontecimientos y personas: quién era Jesús, qué le hicieron los sumos sacerdotes, qué dijeron las mujeres), estructurada y emotiva (está la «emoción» y el «shock» de los discípulos). El aspecto personal está oculto aunque quizá presente implícitamente.
«Esperábamos que fuera él quien liberara a Israel; con todo, han pasado tres días desde que sucedieron estascosas».
Hasta ahora, en la narración de los discípulos se escucha lo que se podrías llamar el presente percibido (que no termina aquí).En este versículo, sin embargo, emerge el futuro deseado: «Esperábamos que fuera él quien librara a Israel». En el fondo, es el tema del acompañamiento. Si se quisiera forzar un poco esta narración, se podría imaginar que el objetivo de la sesión (explícitamente no enunciado) puede entenderse en el verso siguiente, en el que Cleofás y su compañero concluyen su narración:
«Pero unas mujeres nuestras nos han escandalizado; fueron al sepulcro por la mañana y no encontraron su cuerpo, y vinieron y nos dijeron que también ellas habían tenido una visión de ángeles, que afirmaban que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron».
Si Jesús hubiera preguntado en este punto: «De todo lo que me habéis dicho, ¿qué es lo que más os interesa en la práctica?», los discípulos habrían respondido con toda probabilidad: «Saber si lo que han dicho las mujeres es verdad. Saber si Jesús está vivo, y si no lo está -como sería razonable pensar- dónde han puesto el cadáver, puesto que ya no se puede encontrar». Y Jesús podría haber continuado: «Pero durante este tramo de camino que hemos recorrido juntos (tiempo de acompañamiento) ¿cómo puedo ayudaros a verificar si Jesús está vivo?» Este objetivo del tiempo de acompañamiento también sería fácilmente explicitable en cuanto es:
- Específico: Tener elementos que poner en marcha para saber qué pasó con el cuerpo de Jesús;
- Mensurable: Jesús podría preguntar cuántos criterios creen que son suficientes para alcanzar su objetivo;
- Actuable: Pensar qué pruebas buscar para responder a su pregunta;
- Relevante: Si se cumple el objetivo de la sesión, puede que tengan las herramientas para encontrar a Jesús. Si resulta que las mujeres tenían razón, que ha resucitado de verdad, la vida de los discípulos cambiaría radicalmente. Sería mucho más que el que «esperaban que fuera el que liberara a Israel» (pero también mucho menos... ¡ya que no lo hizo!).
- Temporal: el tiempo que se tarda en llegar a Emaús.
Fase de elaboración
«Y les dijo: ‘¡Necios y tardos de corazón para creer en la palabra de los profetas! ¿No era necesario que el Cristo soportara estos sufrimientos para entrar en su gloria?». Y empezando por Moisés y todos los profetas, les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él’».
Hasta ahora, Jesús ha permanecido en silencio (otra cualidad importante para un acompañante), pero ahora es el momento de pasar a la fase de procesamiento, en la que el acompañante ayuda al acompañado a dar pasos, a activar una movilidad hacia el objetivo del itinerario.
Al principio, Jesús no actúa como un buen acompañante: reprender al acompañado («¡Necios y tardos de corazón para creer en la palabra de los profetas!») no es la mejor práctica en un acompañamiento. Si Jesús hubiera dicho de manera más impersonal: 'He oído que en las Sagradas Escrituras parece mencionarse a un personaje muy parecido a este Jesús del que me habéis hablado', habría insertado un importante elemento de reflexión para los discípulos, indirectamente y sin humillarlos.
«Cuando estaban cerca de la aldea a la que se dirigían, hizo como si tuviera que alejarse. Pero ellos insistieron: ‘Quédate con nosotros porque está atardeciendo y el día ya declina’. Entró para quedarse con ellos».
Aquí Jesús se muestra como un buen acompañante: al fingir que quiere continuar el viaje, deja que los acompañados sean los protagonistas de la escena. No se impone. Es importante garantizar la autonomía y la libertad del acompañado.
«Cuando estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron».
Aquí se produce un cambio de perspectiva: ya no estamos fuera (en el camino), sino dentro (alrededor de una mesa). Se puede ver este momento como una dinámica propuesta por el acompañante. Jesús representa una escena que los discípulos ya habían vivido durante la Última Cena. En este momento, después de la enésima movilidad («se les abrieron los ojos»), fueron más allá del supuesto objetivo del encuentro: no sólo tenían los criterios para comprender si Jesús había resucitado de verdad, sino que tenían la prueba cierta porque «lo reconocieron».
A mí me gusta subrayar que esta nueva toma de conciencia no se produjo por el hecho de que Jesús mismo se hubiera declarado. El movimiento de «abrir los ojos» lo hicieron los discípulos. Estimuló sus potencialidades que derivaban de su conocimiento de la Palabra de Dios y de haber estado con el Señor, hasta el punto de reconocer sus gestos en la mesa.
«Pero desapareció de su vista. Y se decían unos a otros: «¿No ardía nuestro corazón en nuestros pechos mientras nos hablaba por el camino, cuando nos explicaba las Escrituras?».
Aunque habrá un momento en que el acompañante dejará al acompañado, esto debe ser al final del itinerario del acompañamiento, mientras que aquí Jesús desaparece antes de la última etapa, la de la ejecución.
Etapa de ejecución
«Partieron sin demora y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, que decían: 'Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón'. Entonces contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan».
Así se llega a la última fase de la sesión del acompañamiento. En la parte ejecutiva ya no está presente Jesús como acompañante sino que son los dos discípulos acompañados los que deciden por sí mismos qué hacer y adónde ir.
Al principio de la historia, se alejaban (quizá incluso «huían») de Jerusalén con el dolor de la muerte del Maestro, con el corazón «destrozado» por lo que habían dicho las mujeres. Quizá hasta el objetivo de su interés y preguntas podría haber sido tener el criterio de averiguar qué había sucedido con el cuerpo de Jesús. Al final de este encuentro de acompañamiento, los discípulos regresaron «sin demora» a Jerusalén y ya no necesitaban saber si el Señor estaba vivo. Ellos mismos tuvieron la prueba de ello y se convirtieron en testigos directos de Su resurrección.
En una Iglesia que quiere recuperar “itinerarios”, es decir, “pensar en los procesos a través de los cuales la Iglesia cambia los caminos que debemos seguir”, creo que se puede profundizar en la clave bíblica en general y evangélica en particular del “acompañamiento” o, si se prefiere, de la “compañía”.
Pensando en una Iglesia no tanto ni principalmente docente cuya tarea sería afirmar la verdad (a menudo en detrimento de la caridad) y que está ligada a un ejercicio no sinodal del poder y de la autoridad (y que quisiéramos superar), preferiría una Iglesia que mostrara más y mejor la cercanía, el compartir, la jovialidad, el hacer camino, el estar juntos.
Estar uno al lado del otro, caminar uno al lado del otro, es precisamente lo que hace Jesús en Lucas 24 con respecto a los discípulos de Emaús. El término “compañía” me evoca el apoyo, o más bien el ponerse al lado, o más bien la ayuda en pie de igualdad -recordemos a Eva desde el «flanco» de Adán- no asimétrico y, en cualquier caso, siempre y sólo temporalmente: hasta que el acompañado, digno del adulto que está ya preparado para ser, puede emprender su propio itinerario.
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