A propósito de unas declaraciones del Cardenal Omella sobre la Dana Aprender de las catástrofes
"Obvia, demasiado obvia, la afirmación de la fragilidad de la condiciones humana tan vulnerable"
"Parece que hay señales, ahora son las que han ocurrido en España, y que están bien fundadas, de que son indicios de una catástrofe que ya ha comenzado"
"El tema del cambio climático es paradigmático de cómo la humanidad no enfrenta una catástrofe"
"El tema del cambio climático es paradigmático de cómo la humanidad no enfrenta una catástrofe"
Por supuesto que ante una catástrofe se puede pensar y decir, como ha dicho el Cardenal Omella ante la tragedia de la Dana: "Nos recuerda la fragilidad de la condición humana" . Y me parece una afirmación obvia, demasiado obvia, si obvio es lo que se encuentra o pone delante de los ojos o lo que es muy claro o que no tiene dificultad. Así es como lo define la Real Academia de la Lengua Española.
Obvio, demasiado obvio, Cardenal Omella. En realidad, su aserto en esta ocasión vale para cualquier centro hospitalario, cualquier unidad de cuidados intensivos o de enfermos terminales…, incluso ante las víctimas de un feminicidio, de un atentado terrorista o de un conflicto armado. Obvia, demasiado obvia, la afirmación de la fragilidad de la condiciones humana tan vulnerable.
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Pero, también creo, se pueden decir más cosas, y otras, menos obvias, menos políticamente correctas, menos equidistantes, prudentes y sensatas, desde diferentes puntos de vista: desde el clima, las finanzas, las estructuras, los recursos, etc.
Desde hace algún tiempo observo cómo en el ámbito del cambio climático el tono se vuelve cada vez más preocupante. Incluso en los artículos científicos, en los que el lenguaje es por naturaleza frío, racional y aséptico, a menudo se desprende que los científicos están realmente preocupados. En algunas conferencias he escuchado discursos ante la crudeza de los análisis que la ciencia climática puede ofrecer sobre los peligros que nos esperan en las próximas décadas.
Aquellos que prefieren no escuchar las tonterías sobre las supuestas predicciones pero quieren reflexionar más profundamente sobre el futuro y sobre el tema de la catástrofe, también tienen otras opciones científicas. Y, sin embargo, también necesitamos la catástrofe o el desastre, el cataclismo impredecible, que reordena las cartas, reabre los juegos, devuelve la esperanza a quienes estaban al margen de la historia, trastoca el equilibrio de poder, rompe la lógica anterior que parecía invencible. Se completa un ciclo y comienza un nuevo tiempo.
Catástrofe, apocalipsis, colapso, alarma, abismo, peligro, conmoción, desastre,…, son palabras que aparecen ahora a diario en los periódicos y en la televisión. ¿Son sólo una estrategia editorial, alarmismo para captar la atención porque nada vende mejor que la ansiedad, o hay algo que empieza a no cuadrar en el relato de las fortunas magníficas y progresistas, en la narrativa del libre mercado que asegura el bienestar y riqueza para el mundo entero?
Los signos de un clima cambiante (como la de las crisis, catástrofes, desastres financieros por ejemplo) recurrentes insinúan la duda de que una larga fase histórica está amenazada y corre el peligro de disminuir y desaparecer… pero ¿cómo distinguir a tiempo el maleficio habitual del profeta clarividente?
Parece que hay señales, ahora son las que han ocurrido en España, y que están bien fundadas, de que son indicios de una catástrofe que ya ha comenzado. No reconocida, a veces negada, por miedo o costumbre, pero no menos real. Perceptible desde el sentimiento generalizado de que no puede haber otras formas de vivir y de estar en el mundo, otros futuros, otros horizontes.
No sé si estamos a tiempo de comprender lo que estamos aprendiendo y lo que aprenderemos de la catástrofe en curso, y qué enfoques pueden acompañarnos mejor en ella, ayudándonos a adoptar una actitud resiliente y productiva. Cómo iniciar un trabajo personal y social, cultural y político, para aceptar lo que está pasando y aprender a verlo y vivirlo de manera plena, consciente y compartida.
Una pedagogía de las catástrofes y de desastres quizá hasta sea necesaria a modo de intento de supervivencia para orientarnos en la profunda crisis en curso, una pequeña cartilla para rastrear sus palabras clave, una mirada al futuro para intentar ver más allá y empezar a imaginar el después y lo nuevo.
El tema del cambio climático es paradigmático de cómo la humanidad no enfrenta una catástrofe.
Durante mucho tiempo el problema fue ignorado, ridiculizado y considerado más o menos una obsesión por algunos científicos visionarios. Posteriormente, ante una cantidad impresionante de datos y artículos científicos sustancialmente coincidentes, los titulares se inclinaron hacia el alarmismo y el sensacionalismo.
Incluso hoy conviven, por un lado, el negacionismo, a veces obtuso hasta el punto de resultar cómico, y, por otro, la exageración, en la que los peligros para el clima del planeta se muestran por el temor a perturbaciones a muy corto plazo, mayores de las que la ciencia puede realmente predecir.
La alternancia de títulos como ‘El clima se ha vuelto loco’, ‘Temperaturas y mares fuera de control’, con otros ‘El efecto invernadero es un engaño’, ‘El cuento de la Tierra más caliente’, hace que quienes leen artículos se desinteresen en comprender más, como si fuera una diatriba para especialistas.
Los peligros reales del cambio climático no cumplen con los requisitos del catastrofismo periodístico. No se prevén las gigantescas oleadas de películas de Hollywood, ni los escenarios de destrucción total y generalizada. Ya se están produciendo muchos impactos, pero los más graves se refieren a las próximas décadas, en los que casi todos los lectores o espectadores ya no estaremos presentes en el planeta. Se trata de proyecciones que, por tanto, tienen poco atractivo, son mucho menos interesantes que las previsiones meteorológicas previstas para el fin de semana. El problema climático desde una perspectiva centenaria, como inicio de procesos (el derretimiento de los casquetes polares, la subida del nivel del mar, las Danas,…) que son peligrosos porque son imparables una vez iniciados, tiene mucho menos interés que las hambrunas, las inundaciones y desastres de los próximos años.
Quizás se deba a una necesidad inconsciente de equilibrar la falta de previsión que los riesgos inmediatos se exasperen, más de lo que realmente justifican los informes científicos.
La catástrofe climática no es, por tanto, la que describen los medios de comunicación, los titulares que describen un mundo que "termina muriendo", con "costas y litorales sumergidos por todas partes", la "corriente del Golfo que corre el riesgo de volverse loca", y un larguísimo y variopinto etcétera de titulares.
Pero ¿qué es una catástrofe climática?
¿Cuánta tierra debe quedar sumergida para calificar la subida del nivel del mar como "catastrófica"? ¿Son suficientes las llanuras de Bangladesh, donde viven millones de personas desfavorecidas, o son más importantes las Maldivas, repletas de centros turísticos y un destino para los occidentales ricos? ¿Y realmente hay que sumergirlos o la intrusión de agua salada en los acuíferos subterráneos ya es una catástrofe? ¿O no es ya una catástrofe tener que defendernos de una probable llegada del mar a territorios donde viven decenas de millones de personas? O, ¿qué magnitud debe tener un aumento de la temperatura atmosférica para que sea catastrófico? ¿Cuantos grados? ¿Qué tan rápido puede ocurrir este aumento de temperaturas? ¿Es catastrófica la pérdida del 50% de la extensión y del 80% del volumen del hielo marino del Ártico, que se ha producido en los últimos treinta años?
Los sistemas naturales siempre se han adaptado a los cambios de temperatura. Pero fueron variaciones lentas, que se produjeron a lo largo de decenas de miles de años. Los actuales, sin embargo, no tienen parangón en cuanto a velocidad y por ello los sistemas naturales luchan por adaptarse. La acción combinada de las variaciones climáticas y la pérdida de biodiversidad ligada a la antropización del territorio pone a prueba numerosos sistemas ecológicos y ha llevado a ecólogos y biólogos a hablar del riesgo de una "sexta gran extinción".
En la larga historia del planeta Tierra se han producido cinco grandes extinciones, la más reciente de las cuales tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando en un corto período de tiempo (un instante geológico compuesto por miles de años) perecieron los grandes dinosaurios. Fueron catástrofes inimaginables y en al menos un caso, la llamada extinción del Pérmico, la vida corrió el riesgo de desaparecer de la faz de la tierra: el 95 por ciento de todas las especies vivas fueron aniquiladas. El motivo de las grandes extinciones del pasado sigue siendo objeto de debate, ya que las causas (meteoritos, volcanes,…) no son fáciles de identificar. El espectacular aumento de las tasas de extinción actuales está, por el contrario, documentado y vinculado con gran rigor a las causas, discutidas en numerosas revistas científicas. Las responsabilidades de los siete mil millones de humanos no solamente son evidentes… sino lo siguiente.
Cuanto más tiempo pasa, más aumenta el riesgo de sufrir daños importantes. Y es por eso que en revistas científicas autorizadas y generalmente serias leemos artículos que están muy preocupados, si no asustados, por el futuro del planeta; o discusiones sobre si el método científico, con su meticulosa cautela en la definición correcta de las incertidumbres sobre escenarios futuros, no conduce en última instancia a una reticencia fundamental, una prudencia de la que uno podría lamentarse mañana.
Sí, eminencia Cardenal Omella. También se podría pensar, e incluso formular, que esta situación incluso es susceptible de una perspectiva “estructural”. Es necesario, ahora, centrarse en la gestión eficiente de las emergencias. Pero, a la larga, no hay que limitarse a ello. Y seguramente ha sido necesario un enfoque más estructural de este tipo de situaciones. Enfoque que, presumiblemente, hasta puede ser más premuroso y necesario ante la perspectiva de un cambio climático donde los efectos extremos de un cambio climático no solamente van a ser más frecuentes sino más habituales y normales.
Y, por supuesto, siempre la condición humana ha sido, es y seguirá siendo frágil ante una Dana, un cáncer terminal o una guerra. Por poner un ejemplo. Obvio, demasiado obvio.
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