"¿Sería capaz de practicar dignamente un deporte de competición si fuera discapacitado?" Bienvenidos, Juegos Paralímpicos 2024

Los Phryges, mascotas de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024
Los Phryges, mascotas de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024

"Los atletas paralímpicos son todos ganadores por derecho propio, y la victoria que algunos de ellos logran en las competiciones es una segunda victoria, que sirve para amplificar la primera"

"Familiarizarse con los múltiples tipos de discapacidad representados en el universo de las competiciones paralímpicas no es fácil ni inmediato, como tampoco lo es desarrollar una mirada no puramente compasiva hacia las múltiples formas en que la vida puede ser injusta, sino, por el contrario, apasionada por las múltiples maneras en que la mente y el cuerpo (en muchos casos, lo que queda del cuerpo) pueden generar y producir nuevas posibilidades como reacción a acontecimientos genéticos o traumáticos"

Una vez pasada la resaca (¿se pasará de verdad alguna vez?) de las emociones olímpicas, el evento de este viaje de Olimpia a París vuelve a la capital francesa para la edición de los Juegos Paralímpicos del 28 de agosto al 8 de septiembre.

Merece la pena dedicar algunas reflexiones a un mundo que ha crecido exponencialmente en términos mediáticos, pero que merece ser apreciado en profundidad y situado bajo la lente histórica adecuada.

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La primera reflexión que me genera la cita paralímpica es la del valor de la participación, hasta ahora la principal vía simbólica por la que este acontecimiento se ha impuesto a la atención mundial. A diferencia de sus colegas olímpicos, en el caso de los atletas paralímpicos la victoria no es, de hecho, el logro de unos pocos; participar en las competiciones es ya un signo de éxito alcanzado sobre el propio destino adverso, ya sea genético o traumático. Los atletas paralímpicos son todos ganadores por derecho propio, y la victoria que algunos de ellos logran en las competiciones es una segunda victoria, que sirve para amplificar la primera.

Si esta es la base firme y evidente que ha guiado y guía el desarrollo de este movimiento, estamos avanzando gradualmente hacia su transformación. Una nueva edición de los Juegos Paralímpicos es un paso más en la plena normalización agonística del deporte paralímpico: ya no sólo un «mundo aparte» que contar por su gran valor humano y emocional, por las muchas historias de inspiración y redención, a veces con comprensibles excesos retóricos, sino también un mundo que vivir con el ritual competitivo normal de las jornadas olímpicas: la comprobación de los atletas que compiten, la bolsa de medallas, la búsqueda de horarios, la observación de las competiciones, la exultación por las medallas, el disfrute de los momentos triunfales, la mirada constante al medallero, la admiración del talento deportivo y sus infinitas posibilidades… 

Otra reflexión es que los atletas paralímpicos son cada vez más «atletas», y será interesante al final del evento analizar los datos sobre las audiencias televisivas y las interacciones sociales para buscar la confirmación de esta tesis. Seguramente se ha ido produciendo una transformación radical que marca la creciente profesionalización de este mundo. También hay un mayor protagonismo social de cada vez más chicos y chicas que en pocos días serán protagonistas en París no sólo de los que ya tienen éxito y están consagrados.

Por supuesto, sigue habiendo obstáculos a esta normalización. El académico estadounidense Andrei S. Markovits suele comparar los deportes con los idiomas. La dificultad de un aficionado europeo al fútbol para familiarizarse con el béisbol es comparable a la de un extranjero para aprender y estudiar un nuevo idioma: el impacto inicial es de rechazo, la familiarización requiere tiempo y compromiso.

Esto es también y sobre todo cierto en el caso del deporte paralímpico, que tiene en la complejidad de las numerosas categorías de competición, vinculadas a evaluaciones médicas precisas, un obstáculo para los espectadores. Familiarizarse con los múltiples tipos de discapacidad representados en el universo de las competiciones paralímpicas no es fácil ni inmediato, como tampoco lo es desarrollar una mirada no puramente compasiva hacia las múltiples formas en que la vida puede ser injusta, sino, por el contrario, apasionada por las múltiples maneras en que la mente y el cuerpo (en muchos casos, lo que queda del cuerpo) pueden generar y producir nuevas posibilidades como reacción a acontecimientos genéticos o traumáticos. Nada más que el deporte paralímpico expresa esta demostración manifiesta del cuerpo y la mente como posibilidad de un ‘más rápido, más alto, más fuerte – juntos’, y ésta es una de las razones de su atractivo. 

El interés por el deporte paralímpico tiene también otros aspectos en los que es necesaria la reflexión. El ser humano es el cuerpo, y en los tiempos modernos la mayor relación con el cuerpo es la de los atletas, que en sociedades cada vez más automatizadas y «sedentarizadas» son los herederos de la fatiga arcaica y de las capacidades físicas y coordinativas muy desarrolladas de la humanidad primitiva dedicada a la caza y a la recolección. El deporte paralímpico, por su parte, expresa una relación entre el cuerpo y el agonismo, todo ello proyectado hacia el futuro y modelado por el creciente impacto biológico de las tecnologías. El cuerpo humano, como escribió el filósofo francés Jean Luc Nancy, hace tiempo que dejó de ser un cuerpo natural, es y será cada vez más un cuerpo protésico, no sólo en la parte invisible de los órganos internos (marcapasos, por ejemplo), sino directamente en la parte externa y visible, como en el caso de los exoesqueletos que aparecen cada vez más en los equipos de personal de las grandes empresas manufactureras.

A las personas «normales» de la generación de más edad, que han pasado por los prejuicios más desapercibidos y supuestamente «naturales», y miden con asombro la mutación que se ha producido sólo en el lapso de su vida personal, les ocurre considerar la nueva opinión a la que han llegado como un punto de llegada

A las personas «normales» de la generación de más edad, que han pasado por los prejuicios más desapercibidos y supuestamente «naturales», y miden con asombro la mutación que se ha producido sólo en el lapso de su vida personal, les ocurre considerar la nueva opinión a la que han llegado como un punto de llegada.

Discapacidad, o capacidad diferente, por ejemplo: hemos aprendido no sólo a llamarlo así o con otros términos entre apropiados y eufemísticos, sino a menudo a reconocer en ello una riqueza de intercambios recíprocos, estimulantes y reveladores de la mediocridad de la idea de normalidad. Además de participar en el cambio que ha afectado a las costumbres y mentalidades colectivas, los más ancianos añaden la experiencia personal de las innumerables discapacidades que conlleva la vejez, que por haber llegado a ser, de media, mucho más larga, no ha dejado de ser una enfermedad.

Los Juegos Olímpicos son extraños. Uno ve la competición en las especialidades que más le apasionan, tanto si es un atleta en ejercicio como un espectador habitual. Pero uno observa con una dedicación aparentemente inexplicable una serie de competiciones en deportes de los que no sabe nada y que no le importarán en los próximos cuatro años. 

Los Juegos Paralímpicos son más emocionantes que los Olímpicos, que también tienen la ventaja de contar con campeones famosos y publicidad y récords. Se piensa en los Juegos Paralímpicos - me refiero a las personas supuestamente capacitadas - como un acontecimiento marcado por la discapacidad. Pero no se piensa en los Juegos Olímpicos como un acontecimiento marcado por la capacidad.

La normalidad tiene esa pretensión, pasar desapercibida. Los más sanos y robustos de entre los discapacitados no pensarán en sí mismos como discapacitados excepto cuando sufran al menos un esguince de tobillo o un dolor de muelas. Por el contrario, en el caso de los paralímpicos, la discapacidad es la premisa común declarada. Pero en cuanto los observas te das cuenta de que la categoría de discapacidad se desvanece en tantas discapacidades únicas como atletas compiten. Esto complica aún más su división en categorías, con esa multiplicación de siglas. A priori, uno se pregunta: ¿sería capaz de practicar dignamente un deporte de competición si fuera discapacitado? Entonces uno mira y se pregunta cómo debe ser la vida y la competición si uno tiene una pierna o dos menos, si tiene una rodilla o la ingle amputada, y así sucesivamente para las manos, los brazos, los ojos, y si uno es discapacitado de nacimiento o debido a un acontecimiento posterior… 

Tan maltratada que se ha convertido en un lugar común, por lo tanto y en última instancia hasta vacía, la palabra «resiliencia» se redime y encuentra su verdadera razón de ser en los rostros, los cuerpos y las historias de los atletas paralímpicos. Muy refractarios a cualquier forma de pietismo, repelidos por el deseo hipócrita de señalarlos como modelos ante quién sabe quién, como si sus vidas sólo existieran en función de la «gente normal», los deportistas paralímpicos son retratos de espléndidos seres humanos que conocen y experimentan la fatiga un poco mejor que algunos de nosotros.

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