"El naufragio puede convertirse en la ocasión propicia para un retorno a esa experiencia original de fe" Carta abierta a los obispos: "Nuestro pequeño ídolo está destinado a hacerse añicos"
"Cuando el barco-iglesia pierde su función, su identidad, en todo se parece a otros barcos, lastrado por tantas cosas inútiles, sin una meta a la que aspirar, sin un pensamiento que lo guíe, zarandeado aquí y allá por las modas del momento, o encerrado en sus atávicas seguridades, entonces está condenado al naufragio"
"Dios se ha exiliado y pocos lo lamentan. No hay lugar para él en este mundo. Tampoco encuentra un hogar en nuestras sinagogas modernas, enfermas de clericalismo, tan incapaces de escuchar en profundidad, habitadas por los demonios de la vida tranquila, del devocionalismo que se regodea en una supuesta pureza religiosa sobre la que incluso los publicanos y las prostitutas tienen ventaja, que cambia lo santo por lo sagrado, satisfechos con el statu quo"
Hay una barca que ya ha naufragado… o que está a punto de naufragar.
Una de las últimas páginas de los Hechos de los Apóstoles relata un viaje muy afortunado: se trata de un vendaval muy violento en alta mar, en el que el apóstol Pablo se dirige a Roma, en una barca que corre constantemente el peligro de ser arrastrada por la virulencia de las aguas.
Es un relato muy detallado: al principio, todos, para aligerar la barca, arrojan al mar herramientas, anclas y muchas cosas más. El temor era que acabaran contra las rocas. Luego el barco encalla en un banco de arena con la proa pegada al fondo. Pero estamos cerca de la orilla.
Conclusión: todos se lanzan al mar, algunos aferrándose a algún pecio, otros saben nadar, otros quizá se pierdan, mientras el barco es destrozado por la violencia de las olas.
Aquí Lucas, el narrador, se adentra aún más en los acontecimientos reales.
El barco se hunde, pero "nada se perderá". Los hombres se salvan y llegan al puerto. Porque el barco es un medio. Y cuando el medio, en lugar de una ayuda, se convierte en un obstáculo, puede ser retirado y sustituido. O cambiar su aspecto e incluir otros medios de navegación.
El rechazo de una parte abre nuevas posibilidades a otras.
Cuando el barco-iglesia pierde su función, su identidad, en todo se parece a otros barcos, lastrado por tantas cosas inútiles, sin una meta a la que aspirar, sin un pensamiento que lo guíe, zarandeado aquí y allá por las modas del momento, o encerrado en sus atávicas seguridades, entonces está condenado al naufragio.
De hecho, el naufragio puede convertirse en la ocasión propicia para un retorno a esa experiencia original de fe, sin la cual, incluso las instituciones más sagradas se vacían de sentido.
¿Qué hacer?
Esta civilización nuestra que se ha privado de la posibilidad de nombrar lo divino, porque lo divino se ha debilitado, se ha aguado, tanto que ha perdido su sabor y su color, esta civilización nuestra que, en lugar de acudir a la fuente del agua que brota, prefiere beber en cisternas agrietadas, según la imaginería de Jeremías, con poca agua estancada y turbia, esta civilización nuestra necesita un cambio radical, no pequeños remiendos en un vestido deshilachado.
¿Qué significa la salvación, la resurrección? ¿Cómo hablar del escándalo de la cruz al ser humano de hoy tan seducido por la omnipotencia del yo?
Estamos en pleno cambio antropológico. El ser humano de hoy ha cambiado profundamente, y la Iglesia sigue hablando a hombres y mujeres que ya no existen.
Incluso el humanismo está superado. ¿Qué significa la salvación, la resurrección? ¿Cómo hablar del escándalo de la cruz al ser humano de hoy tan seducido por la omnipotencia del yo?
El jesuita Christoph Theobald ha descrito el fenómeno como una "exculturación" del cristianismo de las culturas europea y norteamericana en un momento en que el tema de Dios no interesa, en que la palabra de Dios no se conoce ni se busca, sino que se pierde en la babel de mensajes dentro del estruendo de la comunicación global.
Dios se ha exiliado y pocos lo lamentan. No hay lugar para él en este mundo.
Tampoco encuentra un hogar en nuestras sinagogas modernas, enfermas de clericalismo, tan incapaces de escuchar en profundidad, habitadas por los demonios de la vida tranquila, del devocionalismo que se regodea en una supuesta pureza religiosa sobre la que incluso los publicanos y las prostitutas tienen ventaja, que cambia lo santo por lo sagrado, satisfechos con el statu quo: que consigue silenciar la palabra de Dios, tan esencial, tan incómoda y provocadora, "escándalo y locura", privándola de su fuerza desbordante, volviéndola inofensiva.
La Iglesia entonces, incapaz de hacer transpirar a Cristo, se convierte en un ídolo, en todo caso uno de los menos buscados, que ciertamente no puede competir con los grandes ídolos, los que mueven las finanzas, los del despotismo del poder, de las injusticias asumidas como verdad y de todo imperio del mal
La Iglesia entonces, incapaz de hacer transpirar a Cristo, se convierte en un ídolo, en todo caso uno de los menos buscados, que ciertamente no puede competir con los grandes ídolos, los que mueven las finanzas, los del despotismo del poder, de las injusticias asumidas como verdad y de todo imperio del mal. Todos, sin embargo, unidos en la fe de la autosalvación.
Nuestro pequeño ídolo está destinado a hacerse añicos.
Sin embargo, de sus cenizas nace el buscador de Dios, ese Dios que no está donde nos gustaría encontrarlo -¿quizá en las sacristías?-, sino donde Él quiere ser encontrado, en el pobre, en el hambriento, en el encarcelado, en el perseguido por la justicia, en el enfermo mental, en el forastero y en el exiliado, en el no amado por nadie, en el niño de Belén, visitado por los pastores, alegrado por el canto de los ángeles, en el desfigurado en la cruz del Gólgota.
Esto es metanoia.
Ésta es la Iglesia que no se hunde.
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