Comentario a la lectura evangélica (Marcos 9, 30-37) del XXVº Domingo del Tiempo Ordinario La lógica del Reino
"Cuando uno quiere dominar a los demás, se crea una situación en la que uno ejerce el poder y los demás son infelices y serviles; en el servicio, sin embargo, todos se benefician de la grandeza de uno"
"El que es grande en el servicio es grande él mismo y hace grandes a los demás; en lugar de elevarse a sí mismo por encima de los demás, eleva a los demás con él. Sobresalir de esta manera es una bendición para el mundo entero"
"La lógica del Reino nos resulta difícil, porque sabemos en nuestro corazón que, tal vez, de vez en cuando, explotamos a Dios para la gloria de Dios: ¿quizás nunca hemos oído a es sirena?"
"La lógica del Reino nos resulta difícil, porque sabemos en nuestro corazón que, tal vez, de vez en cuando, explotamos a Dios para la gloria de Dios: ¿quizás nunca hemos oído a es sirena?"
"Si alguno quiere ser el primero…" (Mc 9, 35). ¿Y quién no querría ser el primero? La tendencia a destacar, a sobresalir, es parte de la naturaleza humana. Hoy esta tendencia a emerger se ha acentuado más, provocando que las personas hagan las cosas más extrañas y absurdas para llamar la atención, incluso en el mal y el crimen. Sin embargo, incluso cuando no se alcanzan estas formas extremas, existe el arribismo y la competitividad exasperada que caracterizan a nuestra sociedad.
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"Si uno quiere ser el primero", dice Jesús: entonces es posible querer ser el primero, no está prohibido, no es pecado. Con esta expresión, Jesús no sólo no prohíbe el deseo de querer ser el primero, sino que lo fomenta. Solo revela una forma nueva y diferente de lograrlo: no a expensas de los demás, sino en beneficio de los demás. De hecho, añade: "sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35).
Cuando uno quiere dominar a los demás, se crea una situación en la que uno ejerce el poder y los demás son infelices y serviles; en el servicio, sin embargo, todos se benefician de la grandeza de uno. El que es grande en el servicio es grande él mismo y hace grandes a los demás; en lugar de elevarse a sí mismo por encima de los demás, eleva a los demás con él. Sobresalir de esta manera es una bendición para el mundo entero.
El Evangelio nos llama a esta competición especial en la que gana el que se hace último y servidor de todos. Tratemos entonces de comprender bien lo que significa ser siervo. Las palabras “siervo” y “servicio” pueden tener dos sentidos: uno pasivo y otro activo.
Tomado en sentido pasivo, "siervo" indica alguien que no es libre, que es sumiso a los demás, dependiente. Sin embargo, tomado en sentido activo, "siervo" indica alguien que ayuda, que se ofrece libremente, que se gasta y se sacrifica voluntariamente por otros que lo han elegido; por tanto, denota amor activo, disponibilidad, altruismo y generosidad.
El servicio del cristiano debe seguir el modelo del de Cristo. Realmente se hizo último y servidor de todos, dando su vida en rescate por muchos. En la última cena quiso lavar los pies de los apóstoles, precisamente para grabar en sus mentes este ideal. No nos queda más que seguirlo, imitarlo, compartir su victoria, que es la victoria del amor.
De vez en cuando, incluso fuera de la Cuaresma, es saludable detenerse frente al crucifijo... sólo para refrescar que el Hijo del Hombre vino a dar vida.
Esa muerte no fue cosa fácil. Solamente los visionarios logran transfigurarlo, quitarle peso, haciendo pensar que, más allá del dolor, se esconde la felicidad. Porque sirvió para algo la muerte de Jesús fue fecunda. Debemos intentar ver la muerte de Jesús no sólo con nuestros ojos sino con los ojos de Dios. Jesús físicamente lloró, gritó, pero en su espíritu bailó de alegría porque el hombre fue reconciliado con Dios por él. En tres años había logrado explicar quién era Dios, al menos a quienes habían vivido con él, diciéndoles: Vuestro Padre que está en los cielos, vuestro verdadero Padre, es aquel que da su vida para ti.
Jesús dice cuál debe ser el espíritu de servicio. Lo cual, si se centra sólo en el sacrificio, en el camino cuesta arriba, en el esfuerzo de ser cristiano, sólo puede llevar a medir la fe por la cantidad de sufrimiento sufrido.
En cambio, un termómetro sería más útil para medir la temperatura del espíritu: para verificar, es decir, el entusiasmo hacia Dios y los hermanos, el deseo de vivir la vida y comprometerse a hacer lo mejor de sí.
Por ejemplo, la temperatura que tienen Jesús y Zaqueo en su encuentro, cuando uno quiere hacer fiesta y se invita a la casa del otro sin poner condiciones; y el otro, después de dar la mitad de sus bienes a los pobres, devuelve lo que robó multiplicado por cuatro. O la temperatura de Jesús y de la adúltera, aplastados por la culpa y por quienes la culpan, cuando él la pone de nuevo en pie haciéndola sentir ligera de perdón (y pidiéndole que no vuelva a pecar)…
El Jesús sonriente de Javier (Navarra) no me parece desenfadado. En todo caso, nos ayuda a comprender que se necesita ligereza, agilidad y fluidez cuando queremos asumir la vida y la felicidad en clave de entrega servicial. Debemos aprender a vivir y servir con una sonrisa, alejándonos de un cliché de seriedad y sufrimiento.
Una vez más Jesús nos provoca a un estilo de vida diferente (que por supuesto, para la lógica del mundo, es ilógica locura y necedad). Este comportamiento, de exagerada disponibilidad, se extiende en forma de entrega servicial.
La lógica del Reino brilla en el centro de esta Palabra dominical: no ambición, elevación, supremacía,…, no poder y éxito, sino servicio, pequeñez, humildad, escondimiento. Y nosotros, en la época de parecer existir (¿y quién es inmune a ello?), en la época de sobresalir como meta, sentimos todo el peso de esta lógica del Reino. Quisiéramos ser adultos y el Evangelio nos muestra al niño; quisiéramos el primer lugar y Cristo urge al último taburete, profetizando también su innoble muerte, dolorosa antesala de la resurrección.
Incluso nosotros, que frecuentamos la Escritura, que conocemos las liturgias y los cultos, podemos finalmente admitir que experimentamos la tentación de la pregunta de los discípulos, que es el deseo de ser los primeros, de saber un poco más, de gestionar un poco más, para elevarnos un poco más. Con el agravante de la justificación: ¡lo hacemos por Dios! Cuántas excusas para intentar estar entre los primeros...
Y por eso la lógica del Reino nos resulta difícil, porque sabemos en nuestro corazón que, tal vez, de vez en cuando, explotamos a Dios para la gloria de Dios: ¿quizás nunca hemos oído a es sirena? Al contrario, quizás en ocasiones hemos experimentado la libertad del ansia de reconocimiento y hemos disfrutado de paz y serenidad. Otras veces, tal vez, mantuvimos a Dios a un lado, para no correr el riesgo de utilizarlo para nuestra conveniencia, y parecíamos haberlo respetado más.
Un buen antídoto contra todo esto sería utilizar el nombre de Dios con precaución, según el antiguo mandamiento, sin mezclarlo con el éxito y el poder. Así como otra buena ayuda en la humildad servicial sería considerarnos todos en un camino accidentado hacia un solo Padre.
Ya sea en la vida individual o en la vida eclesial desconfiemos de quienes llevan siempre "el crucifijo en la boca" para aspirar a lugares de poder sin servicio. Ésta, en efecto, es la medida que Jesús pone en el centro: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". La lógica del Reino, liberadora y exigente, nos empuja al último puesto del servidor.
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