"Que el humanismo cristiano sea profecía para nuestro tiempo. También para nuestra Iglesia" Creamos que es posible el humanismo cristiano
Para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cristianos o no, es una llamada a estar en la historia, amándola, sirviéndola, construyéndola. No sé si ese humanismo cristiano es conocido por partidos políticos que, entre nosotros, son hasta afines al cristianismo o pretenden ser hasta valedores del mismo. Me refiero a PP, VOX,… Sí tengo, a ese respecto, mis serias dudas de que sea conocido y, mejor aún, asimilado
Hace unos días leía en Religión Digital un artículo con el título “¿Es posible hoy el humanismo cristiano?” Y yo desempolvaba mi memoria con mis recuerdos y apuntes de mis estudios en la Universidad. Desde aquí un homenaje a un maestro de humanidad y pensamiento, del arte de la filosofía, Don Ramón Fernández-Lomana del Río. Especialmente a través de él me acerqué, de puntillas, al humanismo cristiano.
Quiero comenzar mi breve reflexión con uno de los testigos más significativos de la historia del siglo XX y, al mismo tiempo, uno de los más olvidados: Emmanuel Mounier. Un filósofo, un creyente, un pensador del presente, como alguien le llamó, porque durante su corta vida (nació en 1905 y murió en 1950) fue a la vez un gran intelectual y un hombre apasionadamente comprometido con la política. Un autor que influyó profundamente en la conciencia de las nuevas generaciones de la Europa de posguerra.
En una época y una sociedad marcadas por la crisis de civilización y el desorden, encontró en la necesidad de volver a partir de la persona la respuesta a la crisis de valores que había desembocado en el diluvio de la Segunda Guerra Mundial. Para Mounier, reafirmar la centralidad de la persona significaba tomar conciencia de que el hombre se realiza en las categorías de encarnación y compromiso, y que su vocación es la apertura al encuentro. Persona, no individuo: persona que vive dentro de una densa red de relaciones sociales, sin las cuales se desvanece.
Mounier fue el filósofo europeo que más sintió la gravedad de la crisis mundial de 1929. Intuyó la insostenibilidad de un sistema económico basado en la rapacidad de unos pocos y se esforzó por esbozar una propuesta de renovación social que persiguiera con coherencia una «tercera vía» entre el egoísmo burgués y el totalitarismo marxista. Una vez más: Mounier fue un pensador que ayudó a los creyentes del siglo XX, muchos de los cuales seguían atrapados por el espejismo y la nostalgia del «Estado cristiano», a captar los aspectos positivos de la modernidad, a no huir de la historia en una especie de «alienación mística» tan peligrosa como la «alienación colectivista», a permanecer en la ciudad de todos, mostrando la relevancia humana de las razones de la fe, a abrigar la justicia, la igualdad y la paz.
Con valentía, sin el prurito de la dichosa y tan dañina moderaciónbuenista, la gran tentación de los cristianos de nuestro tiempo. Más bien con lucidez y claridad para leer los problemas de la época, para señalar a la persona como instancia crítica con la que juzgar los acontecimientos y los cambios, y con la fuerza del testimonio. Para permitir -¡por fin! - que el cristianismo ponga la vela grande en el mástil y, abandonando los puertos en los que crece, zarpe hacia las estrellas más lejanas, sin importarle la noche que lo envuelve.
En este autor se inspiró la persona sobre la cual me gustaría detenerme para reivindicar la posibilidad, la razonabilidad, mejor aún, la necesidad de un humanismo cristiano. En agosto de 1934, Jacques Maritain pronunció seis conferencias en la Universidad de Santander: fue un acontecimiento que, retrospectivamente, podemos definir como uno de los momentos más altos y fecundos del pensamiento de inspiración cristiana del siglo XX. Porque de aquellas seis conferencias, completadas más tarde con otras páginas, nació ‘Humanisme intégral’, un texto de reflexión filosófica tan fundacional como siempre para una praxis, para un modo de habitar el tiempo y la polis, para una manera de vivir como cristianos que pronto, en los dramas de la historia contemporánea que se hundía en el abismo de la guerra, manifestaría todo su porte e inteligencia.
No es casualidad que Giovanni Battista Montini (el futuro Papa Pablo VI) -que tradujo los ‘Trois Réformateurs’ de Maritain y también ‘Humanisme intégral’ para distribuirlo entre los estudiantes universitarios- comprendiera enseguida la posible declinación y la fuerza de los argumentos de Maritain, promoviendo su conocimiento y estimulando su aplicación y reflexión. También de ese semillero surgieron las grandes parábolas del compromiso político cristiano tras la Segunda Guerra Mundial, capaces de reconstruir un continente, de acuerdo con otras grandes tradiciones culturales y políticas.
La renovada necesidad de poner a la persona en el centro, en diálogo con otros grandes pensadores, sobre todo franceses (Emmanuel Mounier, en primer lugar), superando la dicotomía entre materialismo marxista y liberalismo capitalista, fue una semilla muy fecunda de las observaciones de Maritain, capaz como pocas veces en la modernidad de renovar el modo de pensar y de ser con valentía de inspiración cristiana, sentando las bases de un modo original de ser cristiano dentro de la historia.
Así nació el «Humanismo de la Encarnación» que evitaba el escapismo, que captaba el valor de la persona, que buscaba la colaboración con los no creyentes no tanto en la teoría, en la convicción de las ideas, sino en la obra práctica común: una fe que se hacía filosofía, que se hacía política, que se hacía praxis. Si consideramos entonces el contexto de principios del siglo XX, incluido el contexto eclesial, comprendemos cómo el tomismo renovado de Maritain fue un acto de audacia, libertad y fortaleza.
Por eso, más de cincuenta años después de la muerte del filósofo, permanece como ejemplo luminoso de un pensamiento libre -no por casualidad originado por una conversión personal-, valiente, inteligente: mucho de aquel personalismo cristiano se ha perdido hoy, debido también al cambio de las condiciones histórico-sociales y también antropológicas. Pero algunas intuiciones básicas permanecen, junto con un método para leer la realidad y elaborar categorías de pensamiento, en un hoy donde pensamiento y razón sucumben bajo los golpes de una emocionalidad dominante y también antropológicamente mutilada. Confianza en la razón, que hay que volver a despertar, sin por ello amputar otras partes del ser humano: éste es un humanismo verdaderamente integral que Maritain dejó como herencia a quienes sienten la urgencia de nuevas formas de ver, de pensar, de vivir como cristianos en el mundo, sin caer en las redes de una nostalgia medievalizante de la que Maritain se había distanciado claramente, mostrando sus muchas limitaciones.
“El cristiano está en la historia; porque da testimonio de un mundo suprahistórico del que él sólo quiere emplear buenos medios”: palabras que aún hoy resuenan proféticas. La lectura de pocos textos enriquece como el texto de ‘Humanisme intégral’ (¡gracias profesor Lomana!), a partir de aquella admonición: «No hay Humanismo de tibieza». Al recordar los más cincuenta años sin Maritain, podemos releer sus obras o, al menos, una página que es un legado y una llamada a la responsabilidad de un humanismo cristiano:
“El miedo a mancharse al entrar en el contexto de la historia es un miedo farisaico. No se puede tocar la carne del ser humano sin mancharse los dedos. La Iglesia católica nunca ha tenido miedo de dejar de ser pura al tocar nuestras impurezas. Si en lugar de estar en el corazón, la pureza se sube a la cabeza, crea sectarios y herejes. Algunos parecen pensar que tocar la realidad, este universo concreto de las cosas humanas donde existe y circula el pecado, es contraer el pecado como si el pecado se contrajera desde fuera y no desde dentro. Exigen, por tanto, que se prohíba a las conciencias utilizar cualquier medio que no sea malo en sí mismo, al que los hombres han hecho un contexto impuro (prohibir a un escritor que publique, porque la producción moderna es impura; prohibir a un ciudadano que vote, porque el parlamento es impuro); exigen que las conciencias se nieguen a cooperar en la obra común de los hombres cuando se mezclan medios impuros por accidente (como ocurre siempre)”
Esto es, reitera Maritain, fariseísmo. Lo cual no es evangélico, por supuesto. Para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cristianos o no, es una llamada a estar en la historia, amándola, sirviéndola, construyéndola. No sé si ese humanismo cristiano es conocido por partidos políticos que, entre nosotros, son hasta afines al cristianismo o pretenden ser hasta valedores del mismo. Me refiero a PP, VOX,… Sí tengo, a ese respecto, mis serias dudas de que sea conocido y, mejor aún, asimilado.
Finalizo ya. “La revolución social será moral o no será”. Así se expresaba Emmanuel Mounier en el primer número de la revista «Esprit» en 1933. La sabiduría consiste en la contemplación de la verdad eterna y la acción en consonancia con ella (Jacques Maritain). Éste es el verdadero significado de la sabiduría. No basta con tener conocimientos o información, sino que la verdadera sabiduría radica en la capacidad de contemplar y comprender la verdad eterna, aquellas ideas o principios que permanecen inmutables a lo largo del tiempo. Asimismo, la sabiduría se manifiesta en nuestras acciones y decisiones, las cuales deben estar en armonía y acorde con esta verdad eterna. La verdadera sabiduría no se limita a la mera teoría, sino que se manifiesta en la práctica, en la manera en que vivimos nuestras vidas y la forma en que nos relacionamos con los demás. También en la manera de comprender y de hacer la política. Al comprender y vivir en consonancia con la verdad eterna, alcanzamos un nivel de sabiduría que nos guía hacia una vida plena y significativa.
Que el humanismo cristiano sea profecía para nuestro tiempo. También para nuestra Iglesia.
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