"No podemos entender y respetar al ser humano aislado del mundo social y natural" Cuidar con misericordia la Creación (Génesis 2, 15)
El cuidado de la casa común nos abre los ojos a la belleza de la tierra en todos sus aspectos. ¿Cómo podemos permitir que se vuelva inhabitable para las plantas y los animales, así como para los seres humanos? Todas las criaturas «tienen valor en sí mismas»
El cuidado de la casa común nos impulsa a comprender y actuar sobre las condiciones sociales y medioambientales que mantienen a las personas en la ignorancia o las impulsan a hacer daño a los demás
En el año 2016 el Papa Francisco sorprendió a muchos al anunciar la introducción de una octava obra de misericordia, tanto espiritual como corporal: el cuidado de la casa común.
Estas obras son un ejercicio de misericordia en el sentido latino del término -'tomar a pecho la miseria del otro'- que ha dado lugar a una tradición que ha evolucionado a lo largo de la historia de la Iglesia. Cuando nos ocupamos de necesidades concretas, como nos instan a hacer las obras de misericordia tradicionales, también debemos trabajar para cambiar las condiciones del mundo social y natural que pueden conducir a diversas formas de miseria, como el hambre, la sed, la incertidumbre y la ignorancia.
El Papa Francisco nos recordaba entonces que la misericordia es la esencia de la relación de amor de Dios con la humanidad: cuando la ejercemos, cooperamos con la misericordia de Dios que hemos experimentado sobre nosotros mismos. Así, aunque hemos identificado correctamente la misericordia con acciones específicas y concretas -como dar de comer al hambriento y acoger a los sin techo-, el verdadero objeto de la misericordia es la vida humana como tal y todo lo que abarca. Como reitera enérgicamente la encíclica 'Laudato si' (LS), los límites de este «todo» deben ampliarse para incluir la tierra y todo lo que está vivo en «nuestra casa común».
La introducción de una nueva obra de misericordia refleja la perspectiva LS, que hace hincapié en la interrelación de todos los seres humanos no sólo entre sí, sino con toda la creación. Existe una compleja interdependencia entre los seres humanos, las demás criaturas y el mundo natural, por lo que la naturaleza debe formar parte de nuestras prácticas de misericordia. En el mundo actual, el hambre, la violencia y la pobreza no pueden entenderse al margen de los cambios que afectan al medio ambiente.
Obras de misericordia
¿Por qué el cuidado de la «casa común» también entra dentro de las obras de la misericordia? La lista de las obras de misericordia ya ha sido modificada o ampliada en el pasado. Durante siglos, la Iglesia ha enseñado que hay catorce obras de misericordia: siete corporales (dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, cuidar de los enfermos, visitar a los encarcelados, enterrar a los muertos) y siete espirituales (aconsejar a los dudosos, enseñar a los ignorantes, amonestar a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a los molestos, rogar a Dios por los vivos y los muertos).
El punto de partida es el capítulo 25 del evangelio de Mateo: el día del juicio se salvarán quienes acepten a Jesús ayudando a los necesitados. En este texto, sólo hay seis «obras». Muchos teólogos elaboraron listas diferentes a partir del evangelio, entre ellos Orígenes (s. III), Agustín (s. IV) y Tomás de Aquino (s. XIII). Fue el teólogo medieval francés Pedro Comestore (fallecido en 1178) quien añadió «enterrar a los muertos», basándose en el libro de Tobías. Paralelamente, se elaboraron listas de obras de misericordia espiritual.
Ni ingenuas ni arbitrarias
Seguramente conviene recordar que las «diferentes enumeraciones de obras de misericordia corporales y espirituales no son ni ingenuas ni arbitrarias. Cada una tiene referencias bíblicas precisas y refleja una visión cristiana del orden y la compasión que brotan del dolor y el sufrimiento. También el cuidado de la casa común, en esta antigua pero aún viva tradición, se puede incluir como una nueva obra de misericordia.
En latín, misericordiatiene un significado más amplio que su correspondiente en el lenguaje corriente, que tiende a indicar actos generosos de ayuda o perdón, en una relación unidireccional, independientemente de la actitud del dador hacia los necesitados.
Por otra parte, el término latino misericordia significa tener en el corazón (cor) a los que sufren (miseri). Por tanto, la tradición de las obras de misericordia no se limita a una lista de acciones concretas, sino que incluye la actitud con la que se realizan y las relaciones a las que dan lugar. El amor es mucho más que la relación entre benefactor y beneficiario, como aprendemos de la vida familiar y del cuidado ilimitado y constante que une a los esposos, padres e hijos, hermanos y hermanas. El amor está siempre presente, en los buenos y en los malos momentos.
Existe un vínculo entre nuestros actos de amor y la experiencia de un Dios que cuida de nosotros. No somos el origen de la misericordia, sino que cooperamos con la misericordia que está presente y actúa en nuestras vidas
Además, existe un vínculo entre nuestros actos de amor y la experiencia de un Dios que cuida de nosotros. No somos el origen de la misericordia, sino que cooperamos con la misericordia que está presente y actúa en nuestras vidas. Si reconocemos nuestra pobreza y miseria -como hizo el hijo pródigo-, podremos recibir la misericordia de Dios. En el Padre Nuestro, Jesús nos muestra la reciprocidad del perdón: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Podemos practicar las obras de misericordia, incluido el perdón de las ofensas, si reconocemos nuestras limitaciones y aceptamos humildemente el perdón de Dios.
A partir de esta experiencia que nos nutre en profundidad, podemos participar en el bien con obras que contrarresten el mal, el pecado, la limitación, la finitud, y respondan creativamente al sufrimiento, la privación, la confusión, es decir, a las distintas formas de «miseria», a nivel individual y social. Son «simples gestos cotidianos con los que rompemos la lógica de la violencia, la explotación, el egoísmo» (LS 230), con los que contribuimos al orden y al sentido, a la justicia y a la curación del caos del mundo.
Estos gestos se transforman en cultura y estilo de vida: si realmente queremos el bien, vamos más allá de las acciones esporádicas -echar una mano aquí, una palabra de consuelo allá- para desarrollar un habitus efectivo de virtud. En este sentido, las obras de misericordia conjugan la satisfacción de las necesidades de quien se encuentra en dificultad y el crecimiento humano y espiritual de la persona o del grupo que las realiza; son un modo extremadamente concreto de actuar en la formación de nuestros deseos. Tantas veces el Papa Francisco nos recuerda que la misericordia tiene una dimensión plena e integralmente espiritual. Cuando la ejercitamos plenamente se convierte en nuestra transformación y conversión continua a través de la acción inspirada en la oración.
El Papa Francisco ha dado una nueva articulación y urgencia a un tema del que ya se habían ocupado pontífices anteriores. Las reflexiones sobre el medio ambiente y las cuestiones ecológicas se encuentran ya, por ejemplo, en laOctogesima adveniens (1971) de Pablo VI: «No sólo el ambiente material se convierte en una amenaza permanente: contaminación y residuos, nuevas enfermedades, poder destructor total; sino que es el contexto humano, que el hombre ya no domina, creándose así para el mañana un ambiente que puede resultarle intolerable» (n. 21).
Misericordia y medio ambiente
Juan Pablo II unió la misericordia al debate sobre cuestiones medioambientales. Debido al enorme y rápido desarrollo de la ciencia y de la técnica -escribió-, la humanidad «se ha hecho dueña y señor de la tierra y la ha sometido y dominado (cf. Gn 1,28). Este dominio sobre la tierra, entendido a veces unilateral y superficialmente, parece no dejar lugar a la misericordia» (Dives in misericordia, 1980, n. 2). Para combatir la degradación del medio ambiente, lanzó un llamamiento a la «conversión ecológica», que es «una ecología humana que protege el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y prepara para las generaciones futuras un medio ambiente que se acerque lo más posible al plan del Creador» (Pastores gregis, 2003, n. 70). En su encíclica Caritas in veritate (2009), Benedicto XVI puso de relieve el fracaso de los modelos económicos dominantes, proponiendo un giro hacia una economía del don y una visión que sitúe la caridad y no simplemente la justicia como fundamento del orden social. Al igual que su predecesor, sostuvo que si queremos trabajar por la seguridad global debemos ver la relación entre nuestra relación con Dios y nuestra relación con la creación.
El Papa Francisco ha añadido a esta enseñanza la originalidad de su enfoque: propone una «ecología integral» que reconozca las profundas conexiones entre todas las partes de la creación. Recordando que maltratar la naturaleza significa también maltratar a los seres humanos, nos desafía a escuchar «tanto el grito de la tierra como el grito de los pobres» (LS, n. 49). El cuidado de la casa común abarca las innumerables acciones que reducen la degradación del entorno natural, desde los pequeños gestos, como cuidar de evitar el derroche de agua y energía, hasta los grandes compromisos, como concebir políticas industriales y acuerdos internacionales que reflejen la evidencia del cambio climático.
El cuidado de la casa común nos abre los ojos a la belleza de la tierra en todos sus aspectos. ¿Cómo podemos permitir que se vuelva inhabitable para las plantas y los animales, así como para los seres humanos? Todas las criaturas «tienen valor en sí mismas». Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que nunca volveremos a conocer, que las generaciones futuras nunca verán, perdidas para siempre. La gran mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna actividad humana. Por nuestra culpa, miles de especies no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su mensaje. No tenemos derecho a hacerlo.
Cuidar es más que administrar
Articulando el cuidado de la casa común con la antigua tradición de las obras de misericordia, hemos de dar un paso más allá del modo habitual de pensar, según el cual es extraño usar la misericordia con un lago o un bosque. Cuidar es más que una buena administración o gestión. Un administrador no está obligado a amar, mientras que un padre o una madre cuidan y aman a su hijo, llegando a sacrificarlo todo. El hogar no es simplemente algo útil: estamos apegados al hogar donde recibimos alimento y protección y donde aprendemos nuestra identidad humana. Nuestro hogar terrenal nos cuida; Dios nos sostiene y gobierna a través de la tierra, nuestra madre y hermana.
La misericordia es el vínculo que nos une a los hambrientos cuando darles de comer no es sólo un gesto exterior, sino que responde a un movimiento del corazón. Y es también el vínculo que nos une a la tierra y a su generosidad cuando cuidamos de verdad nuestra casa común. El cuidado brota del corazón como la misericordia, y la casa es el entorno del que no podemos prescindir en el camino hacia la plenitud humana. Cuidar la casa común es el compromiso constante de actuar en la línea de la ecología integral para preservar y llevar a plenitud la creación que es don de Dios.
Dimensión global
Esta obra de misericordia añade una dimensión global al resto de las obras de misericordia tradicionales, que nos invitan a prestar atención a las necesidades de los individuos: alimentar a «esta» persona hambrienta, consolar a «esta» persona triste. La perspectiva ecológica integral va más allá de los individuos. Esta obra de misericordia plantea la cuestión de la integración y la totalidad.
Finalizo ya. Esta obra de misericordia complementa e ilumina nuestra compasión por los necesitados cuando practicamos las demás, y nos recuerda que no podemos entender y respetar al ser humano aislado del mundo social y natural. Cuando damos de beber al sediento, también entra en juego esta otra dimensión: cuidar de la casa común significa no detenerse en las necesidades inmediatas, sino considerar también las condiciones sociales y medioambientales que garantizan que haya agua potable no sólo para los sedientos de aquí y ahora, sino también para las generaciones futuras. Esto se aplica tanto a las obras de misericordia espirituales como a las corporales: el cuidado de la casa común nos impulsa a comprender y actuar sobre las condiciones sociales y medioambientales que mantienen a las personas en la ignorancia o las impulsan a hacer daño a los demás.
A las palabras de Jesús «tuve hambre y me disteis de comer», podemos añadir, por ejemplo: y buscasteis mejorar las condiciones de nuestra casa común para que todos puedan alimentarse. Ésta es una nueva perspectiva integral que necesitamos en este presente que mira al futuro.