El templo de la 'laicidad' Marta y María. Elogio de la hospitalidad y acogida
"Jesús se dirige a Jerusalén y en este camino se alternan escenas de acogida y de rechazo, de hospitalidad afectuosa y de invitaciones provocadoras. A lo largo de este camino tiene lugar un encuentro con dos mujeres"
Marta interpreta el papel tradicional de la mujer: el de la perfecta anfitriona y ama de casa (Pr 30). María, por el contrario, inaugura un papel nuevo y esencial para una mujer: ponerse a los pies del Maestro como discípula del Maestro (Hch 22, 3)
"Marta y María encarnan dos maneras de ser que a menudo están presentes juntas también en nosotros. Una no excluye a la otra... quizás ¡éste es el verdadero reto!"
"La acogida es la virtud de quien sabe reconocer la diversidad como una riqueza y dejar que la propia vida venga cambiada por el encuentro con el otro"
"Marta y María encarnan dos maneras de ser que a menudo están presentes juntas también en nosotros. Una no excluye a la otra... quizás ¡éste es el verdadero reto!"
"La acogida es la virtud de quien sabe reconocer la diversidad como una riqueza y dejar que la propia vida venga cambiada por el encuentro con el otro"
Jesús se dirige a Jerusalén y en este camino se alternan escenas de acogida y de rechazo, de hospitalidad afectuosa y de invitaciones provocadoras. A lo largo de este camino tiene lugar un encuentro con dos mujeres:
"Mientras iban de camino, entró en una aldea y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María que estaba sentada a los pies de Jesús, escuchaba su Palabra" (Lc 10,38-39).
Es casi espontáneo un lado u otro, atribuyendo más valor a la escucha que al servicio. Conviene partir de la premisa de que Marta y María encarnan dos maneras de ser que a menudo están presentes juntas también en nosotros. Una no excluye a la otra... quizás ¡éste es el verdadero reto!
Marta interpreta el papel tradicional de la mujer: el de la perfecta anfitriona y ama de casa (Pr 30). María, por el contrario, inaugura un papel nuevo y esencial para una mujer: ponerse a los pies del Maestro como discípula del Maestro (Hch 22, 3).
"María se sienta a los pies de Jesús, se pone públicamente a su escuela, siguiéndole, y es fácil imaginar el escándalo"
Lucas presta especial atención no sólo al servicio y los cuidados que las mujeres en la comunidad, sino también a su tarea para la edificación de la Iglesia (Hch 9, 36; 16, 14; 18, 26).
Este episodio de la vida de Jesús sigue inmediatamente al del "buen samaritano", de modo que no parece que el "hacer" sea un "hacer" cualquiera, sino un "hacer" del "buen samaritano", un "hacer" que viene de dentro, del íntimo.
María se sienta a los pies de Jesús, se pone públicamente a su escuela, siguiéndole, y es fácil imaginar el escándalo. Para comprender el gesto revolucionario no olvidemos la condición de la mujer en aquella época. Pensemos en el murmullo de la gente que estaba alrededor: '¿Cómo, esta mujer, en vez de estar en la cocina, va a la escuela de teología? ¿Pero qué quiere? ¿Qué se cree que es? ¿Qué quiere llegar a ser? ¿Cuáles son sus ambiciones? De ahí la reacción de Marta.
María descubre que la belleza de su vida reside en la capacidad de escuchar al Maestro, una escucha que no permanece pasiva, es una escucha que hace temblar, que implica, que se convierte en servicio... en Marta.
María, junto con Marta, son la imagen de un ser humano que alcanza la autenticidad, la claridad y la conciencia de que la condición humana se juega en la escucha y acogida del Otro/Otredad, para aprender a realizarnos en el don y la gratuidad.
La atención al Maestro, la escucha de su Palabra es para el discípulo la "mejor parte", la que no le será arrebatada. Pero la escucha de la Palabra lleva a la acción concreta y exigente (Lc 8, 15).
"María, junto con Marta, son la imagen de un ser humano que alcanza la autenticidad"
Un segundo aspecto que se desprende del pasaje y que nos puede orientar como discípulos de Jesús es el hecho de que Marta y María están en casa, son las "discípulas de la casa". Casa aquí no es casa, sino discípulos de la vida cotidiana y en la vida cotidiana.
El hogar, el pueblo, son el 'templo' de la vida ordinaria... el templo de la 'laicidad', el lugar donde ordinariamente los fieles viven su experiencia diaria de fe; es el lugar donde uno puede encontrar a Cristo como el verdadero "Señor" de su vida... pero también se puede encontrar a muchos otros a los que nunca se encontraría en los lugares o en el tiempo' 'reservados' sólo para uno.
Acoger es una apertura: significa dejar entrar y dejar que la que entra participe en algo propio.
En la Palabra de Dios acoger significa abrir la puerta, permitir la entrada a la propia casa. Acoger es algo muy visible y tangible.
"Acoger significa hacer espacio para los demás en el entorno de vida de uno. Significa desencadenar un proceso de transformación mutua"
La hospitalidad da significado a la presencia del otro. Es, por tanto, una elección: llevar a la persona acogida con uno mismo.
Acoger significa hacer espacio para los demás en el entorno de vida de uno. Significa desencadenar un proceso de transformación mutua: doy la bienvenida al otro si parcialmente me "convierto" en el otro, y si el otro a su vez se convierte en parte en mí.
Esta vocación de la acogida no es como una invitación a perder la propia especificidad, las propias ideas, la propia identidad. En la acogida real, en la aceptación mutua, no nos reducimos a uno sino que nos convertimos en tres porque se genera una nueva realidad cuando acogemos.
La acogida es la virtud de quien sabe reconocer la diversidad como una riqueza y dejar que la propia vida venga cambiada por el encuentro con el otro. Es la virtud de quien sabe crear, inventar espacio el uno para el otro. La virtud de quien quiere buscar y sabe encontrar un idioma común, lugares y espacios para compartir el encuentro.
Acoger en nuestra casa…
Hoy existe una obligación urgente de que seamos generosamente prójimos de cada ser humano.
Si una comunidad es amorosa atrae es porque la acogida es necesariamente atractiva. La vida llama vida. Hay una gratuidad extraordinaria en su poder de procreación y creatividad. Es maravillosa la forma en la que un ser vivo genera otros seres vivos.
El amor es constantemente movimiento, nunca puede permanecer estático. Si el corazón humano no progresa, retrocede. Si no se abre más y más, se cierra y entra en proceso de muerte espiritual. Una comunidad que empieza a decir "no" a la hospitalidad, por miedo, por cansancio o por motivos de inseguridad o comodidad, entra igualmente en el proceso de la muerte espiritual.
"La acogida es la virtud de quien sabe reconocer la diversidad como una riqueza y dejar que la propia vida venga cambiada por el encuentro con el otro"
Pronunciar y realizar en la vida la dimensión de la acogida y de la hospitalidad nos abre el corazón. Es humano y divino sentir la bienvenida. Todos queremos a alguien que nos reciba tal como somos y si hemos experimentado que alguien nos 'acoge' y nos ama sin querer cambiarnos, hemos probado, por un momento, lo que significa la felicidad.
Nuestro camino discipular nos lleva hacia muchos otros a los que acoger pero también nos empuja a reflexionar, a comprender, a discernir nuestra capacidad real de acoger. Pero, ¿esta capacidad es innata o puede aprenderse?
Que aprendamos a acoger como discípulos amados y con el Corazón de Jesús. Y cultivemos esa hospitalidad.
Porque el discípulo amado es el que acoge en su casa (Juan 19, 27).