"La franqueza del Papa, novedad profunda" Sensus misericordiae

"Más de una vez en la vida escuchamos esta misma invitación del Señor Jesús: "ve a la otra orilla", no te quedes donde estás, no te acomodes ahí"
"Una llamada a salir de situaciones de estancamiento personal y espiritual, a tomar decisiones, a afrontar nuevos desafíos, a remar mar adentro, a salir a los cruces de caminos, a ponerse en camino hacia las periferias…"
El rostro probado por la enfermedad, la convalecencia, el sufrimiento. Esta imagen nos acompaña desde el mediodía del 23 de marzo de 2025, cuando el Papa Francisco se asomó a un balcón del Hospital Gemelli, saludó a los presentes con un pulgar en alto, se dirigió como pudo a una mujer que llevaba un ramo de flores amarillas, le habló brevemente para darle las gracias.
Hay en este comportamiento, probablemente natural para él, la indicación de que el llamado «pastor» sigue, cuida y acompaña individualmente a las llamadas «ovejas» de su rebaño. E incluso en esas condiciones problemáticas el Papa Francisco lo hace.

Sorprende que le encomienden con afecto doliente no sólo los creyentes, sino también otras muchas personas no cristianas, a las que él reconoció como 'hermanos', sobre todo en aquel poderoso discurso de hace unos meses, el 15 de diciembre de 2024, en Ajaccio.
Luego salió del Hospital, en su coche, los fotógrafos le retrataron, detuvieron la imagen: el Papa Francisco está sufriendo, pero también quiso pasar por Santa María la Mayor antes de regresar a su residencia en Santa Marta.
Es, sin embargo, una imagen más de sufrimiento que de curación la que nos ofrece, aunque acompañada de confianza, esperanza y voluntad.
Esto se vio también al final de su breve aparición en el Hospital Gemelli, cuando tuvo un evidente ataque de tos, difícil de controlar, pero él siente que su tarea es volver a casa, tratando de seguir adelante retornando la normalidad familiar de su residencia.
Una vez a alguien que le dijo que tenía que cuidarse le contestó: “He aceptado no para descansar”. Así son las cosas. El Papa Francisco no está bien pero sí está mejor. Lo está sobrellevando, pero se encuentra en la fragilidad.
El dolor, la fragilidad de un hombre, sea quien sea, siempre nos habla, si queremos ver ese rostro, ese sufrimiento. Pero hay tantos, tantos rostros, por ejemplo de los teatros de la guerra, o a nuestro alrededor: entre los olvidados o entre nuestros vecinos. Y, sin embargo, el sufrimiento del Papa Francisco es el de todos y él ha elegido presentarse como un hombre normal, sin tapujos, también convaleciente y débil.
Esta «glasnost» del Papa Francisco es la novedad profunda para todos aquellos que siguen haciendo de este Papa, y de cualquier otro, un semidiós y no un hombre como nosotros.
Es sobre todo para contrarrestar esta deformación de lo «sagrado» que el Papa Francisco debe imponer la verdad, su difusión, a través de las ondas o de los boletines médicos. Pero esto no es todo lo que hubo ayer, Domingo 23.
No sé cómo será la convalecencia del Papa Francisco, no puedo saberlo. Pero también ha quedado claro que él es la voz de un mundo que camina mal, que respira con dificultad. Él es el rostro marcado por tanto dolor manifiesto u oculto. Por cuántas crisis planetarias ocultamos el dolor para hablar de otra cosa, incluso necesarias. Al final resulta, sin embargo, que él, voluntaria o involuntariamente, representa hoy nuestras fragilidades que negamos, ocultamos, no vemos. Este es quizás el secreto de su liderazgo moral global, a pesar de las no poca dificultades que le acompañan.

El Papa Francisco nos ha hablado ayer de lo que hay en nosotros que no admitimos; no de los puntos fuertes, sino de las muchas fragilidades ocultas.
En el día de su regreso a Santa Marta, el texto que preparó para la oración del Ángelus es ciertamente también actual: «La parábola que encontramos en el Evangelio de hoy nos habla de la paciencia de Dios, que nos impulsa a hacer de nuestra vida un tiempo de conversión. Jesús utiliza la imagen de una higuera estéril, que no ha dado el fruto esperado y que, sin embargo, el labrador no quiere cortar: quiere volver a abonarla para ver «si da fruto para el futuro» (Lc 13,9).
Este agricultor paciente es el Señor, que trabaja con esmero la tierra de nuestra vida y espera confiado nuestro regreso a Él. En este largo tiempo de hospitalización, el Papa ha experimentado la paciencia del Señor, que también ha visto reflejada en los incansables cuidados de los médicos y del personal sanitario, así como en las atenciones y esperanzas de los familiares de los enfermos. Esta paciencia confiada, anclada en el amor de Dios que no falla, es verdaderamente necesaria en nuestra vida, especialmente para afrontar las situaciones más difíciles y dolorosas.
Y, en sus palabras, escuchamos su tristeza por la reanudación de los intensos bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza, con tantos muertos y heridos. Y, de nuevo, su llamada al cese inmediato de las armas y a la valentía para reanudar el diálogo, de modo que se liberen todos los rehenes y se alcance un alto el fuego definitivo. Ante una situación humanitaria a todas luces muy grave se sigue requiriendo el compromiso urgente de las partes beligerantes y de la comunidad internacional.
También menciona su alegría porque Armenia y Azerbaiyán hayan acordado el texto definitivo del acuerdo de paz. Y la esperanza de que se firme lo antes posible y contribuya así a establecer una paz duradera en el Cáucaso meridional.
Sus palabras de agradecimiento a la paciente fidelidad y perseverancia de la oración por él recogen también su compromiso de rezar por todos nosotros. Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo. El Papa Francisco lo hace. También por el fin de las guerras y por la paz, especialmente en la atormentada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán, la República Democrática del Congo…
La lista final no está completa. Es una lista que nos habla de esa guerra mundial en pedazos que rara vez vemos en su totalidad. La enfermedad y la convalecencia hospitalaria también le ayudan a ver con compasión todas las debilidades y fragilidades.
La enfermedad y la convalecencia, la debilidad y la fragilidad, hasta pueden seguir permitiendo ser signo visible del “sensus misericordiae”. ¿No será éste el más evangélico "sensus fidei"?

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