Mi Dios amante y amado I - (Diálogo sobre pecado original y bautismo)

Expulsion del paraiso


¿Qué hemos hecho, mi Dios, contigo? ¿Hasta dónde hemos embarrado tu verdadero rostro? Nos sembraste el camino de pan. Pero no lo hemos utilizado para las urgencias del hambre. Lo hemos endurecido, desecado y guardado. Ni se nos ocurre masticarlo y digerirlo, no, porque es "palabra de Dios" y por tanto intocable.

Solo unos privilegiados clérigos podrán moldearla y pronunciarla una vez formateada y endurecida para que no se deforme ("el hombre para la palabra y NO la palabra para el hombre"). Así nos hemos alejado de la luz a cambio de la seguridad de agarrarnos a la farola, muchas veces herrumbrosa, abollada e inservible.

En el comienzo te hemos pintado ya como un "padre despiadado", capaz de desterrar a sus primeros hijos por un pecado, un solo pecado ("Y los expulsó del paraíso" - Gen 3,23).

Y no nos ha bastado. Eres además un "padre vengativo, rencoroso e inmisericorde" porque "castigas la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación" (Ex 34,7 y otros). ¡Qué digo! ¡Hasta nuestros días sigues castigando porque nacemos con la marca del destierro, el desdichado "pecado original"!

Te hemos convertido en un "dios aborrecible" -por eso tantos te huyen y te niegan- en vez de darnos cuenta de nuestra realidad, de nuestra "limitación original". Sin ese autoconocimiento es imposible empezar a desarrollarnos y salir del pozo de las ambiciones fatuas ("seréis como dioses" - Gen 3,5). Quizás era tan solo eso lo que querías advertirnos. Sin embargo hemos interpretado que no admites ofensas, porque las castigas furibundo con el destierro a toda la humanidad.

Tampoco nos hemos percatado de tu mensaje sobre nuestra "influenciable libertad". Seguimos actuando como si ese privilegio fuera total, como si fuésemos omniscientes y omnipotentes. No somos conscientes del condicionamiento de nuestra materia, de nuestros "apetitos animales" ("Entonces la mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito" - Gen 3,6).
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Pecado original



Y, en consecuencia, despreciamos los riesgos de dejarnos aconsejar por nuestra animalidad ("La serpiente era el animal más astuto..." - Gen 3,1). No entiendo por qué hemos identificado la serpiente con "un inexistente demonio tentador" en vez de con nuestra cercana e insinuante animalidad y nuestra manipulable egolatría.

Tampoco nos hemos dado cuenta de la influencia del "ambiente" en que vivimos, de la sabiduría o necedad de las invitaciones de los otros ("Cogió fruta del árbol, comió y se la alargó a su marido que comió con ella" - Gen 3,6).

Así, abrazados a la farola de letras y sin abrirnos a la luz, hemos concluido que nos has desterrado de por vida, que eres un "padre cruel y fracasado", que desprecias a quienes has engendrado y los condenas sin piedad a vagar por la historia... ¡Claro que esto no se atreven a decirlo los sagrados exégetas! Pero es la conclusión lógica de su interpretación primera.

Ni se nos ha ocurrido pensar que somos nosotros mismos quienes, conscientes de nuestra pequeñez, podemos elegir entre el destierro o tu regazo, entre la depravación animal o el desarrollo racional, limitado pero suficiente para identificar la Luz.
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Paternidad 2



¿Cómo hemos podido enterrar la intuición cierta, profunda, palpable de que Tú siempre estás, que jamás nos expulsaste, ni te arrepentiste de habernos creado? La Escritura, roma y primitiva, solo nos advierte de nuestra doble condición y de la necesidad de discernir lo que nos construye de lo que nos destruye.

Los inicios del Génesis no relatan un mito ancestral, sino el dilema de nuestra historia personal, concreta y actual: Podemos desterrarnos o podemos germinar en tu regazo, nuestro auténtico paraíso. Para eso, lo primero es descubrir quienes somos, darnos cuenta de nuestras enormes posibilidades. Porque somos, sí, casi dioses, amasados a "tu imagen y semejanza", creados para "crecer" y acercarnos a la plenitud divina.

Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar nuestra "limitación original", nuestra desnudez ("Se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos" - Gen 3,7). Es imprescindible tener clara conciencia de nuestra desnudez para empezar a protegernos ("Entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron" - Gen 3,8).

¿Cómo somos tan necios para ver castigo, destierro y venganza donde no hay más que una mítica narración llamándonos al discernimiento, a no dejarnos engañar, a no exiliarnos de nosotros mismos, de nuestra sagrada condición humana?
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Así, hemos llegado a la fatua conclusión de que un recién nacido ya lleva la condena del "pecado original" y necesita ser lavado, perdonado. Seguramente esta interpretación la han mantenido e impuesto quienes jamás engendraron un hijo, ni se miraron en sus ojos, ni le apretaron contra su corazón, ni alimentaron su vida con sacrificio y amor.

¡Qué ciegos hay que estar para imaginar y además imponer un "dios de larguísimo brazo" que se venga de todo nacido de mujer! Hemos ignorado la realidad esencial de nuestra "limitación original" y hemos exaltado el "pecado original", el inocente pecado de nacer humano. En la "limitación humana" no hay pecado. El pecado (el error) está en negarla o pretender eliminarla.

No hemos sabido leer la básica advertencia de estar alerta sobre nuestros "instintos animales" para no magnificarlos y perder la humana libertad. Tampoco hemos prestado atención a la enseñanza sobre la decisiva influencia del "ambiente humano y material", ese aire que puede vivificarnos o envenenarnos, incluso dentro del matrimonio.

Creo y bendigo el bautismo cristiano, pero no como perdón de nada, sino como ADHESIÓN al Camino, la Verdad y la Vida que nos lleva a nuestra realización como seres humanos y, en consecuencia, a la felicidad. Esa adhesión es para los adultos "conversión" y por tanto lleva implícito el perdón. Para los niños es tan solo promesa, acogida en el regazo de tu Iglesia. ¡Si un padre se ilusiona al sacar el carnet de su equipo al recién nacido, cómo dejaré yo de introducir a mis hijos en el Camino que les hará felices de verdad!
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Hemos convertido el agua del bautismo en rito mágico que limpia donde no hay que limpiar y que salva lo que cada individuo ha de salvar con sus pasos hacia su personal realización humana.

El agua significa Vida, la vela encendida significa Verdad, la unción con oleo significa fortaleza para perseverar en el Camino en el que introducimos a nuestro pequeño. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Por ahí, junto a ti, quiero que vivan y mueran mis hijos. Por eso los he bautizado.

Sin embargo, hemos llegado al absurdo de tantos y tantos bautizados (a los que creemos salvados) que carecen de ADHESIÓN, a los que sus padres y padrinos abandonan a su suerte al pie de la pila bautismal, a los que la Comunidad acostumbra a celebrar ritos y fiestas sin ADHESIÓN, sin enseñarles lo que es el Camino y cómo se camina.

Por eso estoy aquí hoy, Señor, dolorido y lloroso. No solo porque te hemos colgado la mítica imagen de un "padre aborrecedor y cruel", sino porque nosotros nos seguimos auto aborreciendo y nos creemos salvados por "ritos externos" sin la imprescindible ADHESIÓN.

Nos llaman cristianos, nos inscriben en un libro oficial, nos dicen que se han borrado inexistentes pecados. Pero qué pocos han iniciado y se han mantenido en el camino de su humanización, de su realización. ¡Tu camino!
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Confundidos por la letra del mito primero, nos sentimos pobres, pecadores y exiliados. Eso nos debilita enormemente, nos oculta el caudal inmenso de tus permanentes dones"sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

No hemos comprendido todavía lo que nos confunden y alejan las falsas imágenes que nos hemos fabricado de Ti. Lo que nos debilita y destruye ese "auto destierro", ese salirnos del paraíso de tu Presencia, de tu Voz, de tu entrañable Paternidad, a la que nunca renunciaste ni jamás podrás renunciar.

¿Cómo hemos podido oscurecer tanto tu dulce y real Paternidad con el cuento pedagógico sobre nuestra "limitación original" -que no pecado- y las consecuencias de soltarnos de tu mano? Verdaderamente somos limitados y ciegos, aún cuando sinceramente te buscamos...

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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?

¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?

Precisamente ahí nacen las certezas y evidencias.
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¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
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Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo obras.

Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.

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