Entréme donde no supe II - (La Infinitud de nuestras propias aspiraciones)
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2.- La experiencia de Dios es una "sensación profunda de aspiración":
Conviene precisar previamente que en toda persona surgen dos clases de "movimientos interiores": aspiraciones y necesidades.
a) Las aspiraciones provienen de las potencialidades del ser que tienden a desarrollarse y actualizarse continuamente. Son "movimientos de salida", de entrega, de búsqueda, que mueven, desarrollan, completan y perfeccionan a la persona sin exigir respuesta. Lo único que busca la persona es "vía libre" para sus aspiraciones, que no se le pongan obstáculos.
La aspiración más básica es la aspiración a la vida (interior y exterior) que nos impulsa desde nuestro nacimiento. Las aspiraciones suelen representarse por una flecha recta hacia arriba: sale de uno mismo sin vuelta.
b) Las necesidades son la expectativa de una respuesta. Son por tanto "movimientos de exigencia o egocéntricos" (que no es igual que egoístas). Son las necesidades normales, presentes en todo ser humano (como pueden ser la necesidad física de comer o la necesidad sicológica de ser reconocido o amado). Se suelen representar en forma de anzuelo, un movimiento que sale de uno mismo pero para conseguir algo, para obtener respuesta.
Han de distinguirse de las necesidades anormales o carencias que son "necesidades exageradas", resultado de carencias pasadas, de traumas de la historia personal. Éstas son "necesidades patológicas" (aunque sean muy habituales) que precisan "curación" o "reeducación" para conseguir el equilibrio normal de la persona. Valga este breve recordatorio para situarnos.
Pues bien la experiencia de Dios es una "aspiración" neta y global (más o menos sentida en aspiraciones concretas) que sintetiza todas las aspiraciones profundas de la persona. Así parece expresarlo la conocidísima frase de san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ser tuyos y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". Ese descanso, aunque parcial y limitado, se produce en la experiencia terrena que intento describir.
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Los místicos afirman que la contemplación (una concreción de la experiencia de Dios) es "totalizadora", es decir, totaliza, integra, responde a todas las aspiraciones profundas del hombre. San Juan de la Cruz escribe: "En la noche oscura / con ansias en amores inflamada... Sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquésta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía..." (1).
Y en otro poema: "Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía..." (2). Las palabras "ansias", "ardores", "anhelos" son sinónimos poéticos de la aspiración sicológica. Además, "la certeza" es una de las características de estas aspiraciones profundas.
Otro ejemplo muy claro es todo el poema "Ayes del destierro" de santa Teresa, inundado de aspiraciones profundas: "Ansiosa de verte / deseo morir" (estribillo), "En vano mi alma / te busca, ¡oh mi Dueño! / Tú, siempre invisible, / no alivias su anhelo"; "Socorre a tu sierva, / que por ti suspira. / Rompe aquestos hierros, / y sea feliz".
La sicología y la sicopedagogía del crecimiento arrojan mucha luz sobre esta cuestión. Describen el ser de la persona (base y cimiento de la personalidad) como un cono truncado (tronco de cono) cuya plataforma superior está constituida por todos los aspectos positivos de la persona.
Esta plataforma no es estática sino que el tronco de cono va emergiendo a lo largo de la vida, impulsado por un "dinamismo de crecimiento", y su plataforma superior (roca de ser o zona emergida del ser) se va agrandando e irradiando cada vez más la sensibilidad y, por tanto, haciéndose más sensible a la persona. La base del tronco de cono estaría abierta al infinito, es decir, a una Transcendencia que se percibe como "la infinitud de todas las aspiraciones profundas del hombre".
Efectivamente, una persona puede sentir y hacerse consciente de las aspiraciones de amor, bondad, paz, justicia, etc. que le habitan en su interior. Pero esas aspiraciones nunca se colman. Cuanto más se acerca uno a esas realidades interiores (sensaciones y no conceptos), más viva, aguda y urgente se siente la aspiración.
Al mismo tiempo, el ser humano tiene evidencia intuitiva de su limitación. De forma que, esa aspiración insaciable, sentida, vital, dinámica, que late en su interior, puede ser contrastada fácilmente con su propia limitación. Este contraste le llevará a intuir el Amor total, la Bondad total, la Paz total, etc. como "la plenitud de sus aspiraciones" y como una realidad distinta de uno mismo que, sin embargo, le habita en lo más profundo de sí mismo. Esa intuida Plenitud es Dios mismo, al que percibimos como "la Infinitud de nuestros propios dones".
Es como si dentro de nosotros mismos hubiera una escotilla que se abre al infinito, a lo transcendente, a lo invisible, y a través de la cual podemos sumergirnos en ese océano que nos atrae, que nos fascina, que está hecho de la inmensidad de nuestros mismos colores. A esa realidad, que nos trasciende y nos habita al mismo tiempo, la llamamos Dios.
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(1) Noche oscura, "Canciones del alma...", versos 1, 3 y 4.
(2) "Cantico espiritual", verso 37
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Un ejemplo: Quizás estos versos expresen plásticamente esa "sensación profunda de aspiración" junto con la intuida certeza de nuestra "limitación":
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Pobres palabras
¡Qué pobres son las palabras
para decir lo que siento!
No puedo expresarte ¡Vida!
lo que palpita en mi cuenco.
Qué pequeños estos trazos,
que nadería estos versos.
No logro decirte nada
de lo que bulle en mi pecho.
¡Qué pobres son las palabras
para abarcar lo que quiero!
Amor
Alabanza
Fuego
.
Quiero besarte, Padre,
y echarme sobre tu cuello,
para decirte al oído
lo que por Ti estoy sintiendo.
¡Mas qué pobres mis palabras
para alabarte, Dios bueno!
Búsqueda
Fusión
Encuentro
.
Este hambre que pusiste
en mí de Ti, Dios excelso,
no deja en el corazón reposo
y siempre me late inquieto.
Entrega
Plenitud
Anhelo
Claman mis manos abiertas
por elevarse a tu Cielo
y no nacen las palabras
que sean para Ti incienso.
El arco iris quería
darte en ofrecimiento
y sus colores se licuan
en mis ojos entreabiertos.
.
.
Bendecirte pretendía
cual verde y crecido cedro,
mas solo tengo pobreza
y la pequeñez del romero.
¡Qué pobres son mis palabras
para alabarte, Dios bueno!
.
.
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De "Versos para orar"
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Continuará...
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2.- La experiencia de Dios es una "sensación profunda de aspiración":
Conviene precisar previamente que en toda persona surgen dos clases de "movimientos interiores": aspiraciones y necesidades.
a) Las aspiraciones provienen de las potencialidades del ser que tienden a desarrollarse y actualizarse continuamente. Son "movimientos de salida", de entrega, de búsqueda, que mueven, desarrollan, completan y perfeccionan a la persona sin exigir respuesta. Lo único que busca la persona es "vía libre" para sus aspiraciones, que no se le pongan obstáculos.
La aspiración más básica es la aspiración a la vida (interior y exterior) que nos impulsa desde nuestro nacimiento. Las aspiraciones suelen representarse por una flecha recta hacia arriba: sale de uno mismo sin vuelta.
b) Las necesidades son la expectativa de una respuesta. Son por tanto "movimientos de exigencia o egocéntricos" (que no es igual que egoístas). Son las necesidades normales, presentes en todo ser humano (como pueden ser la necesidad física de comer o la necesidad sicológica de ser reconocido o amado). Se suelen representar en forma de anzuelo, un movimiento que sale de uno mismo pero para conseguir algo, para obtener respuesta.
Han de distinguirse de las necesidades anormales o carencias que son "necesidades exageradas", resultado de carencias pasadas, de traumas de la historia personal. Éstas son "necesidades patológicas" (aunque sean muy habituales) que precisan "curación" o "reeducación" para conseguir el equilibrio normal de la persona. Valga este breve recordatorio para situarnos.
Pues bien la experiencia de Dios es una "aspiración" neta y global (más o menos sentida en aspiraciones concretas) que sintetiza todas las aspiraciones profundas de la persona. Así parece expresarlo la conocidísima frase de san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ser tuyos y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". Ese descanso, aunque parcial y limitado, se produce en la experiencia terrena que intento describir.
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Los místicos afirman que la contemplación (una concreción de la experiencia de Dios) es "totalizadora", es decir, totaliza, integra, responde a todas las aspiraciones profundas del hombre. San Juan de la Cruz escribe: "En la noche oscura / con ansias en amores inflamada... Sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquésta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía..." (1).
Y en otro poema: "Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía..." (2). Las palabras "ansias", "ardores", "anhelos" son sinónimos poéticos de la aspiración sicológica. Además, "la certeza" es una de las características de estas aspiraciones profundas.
Otro ejemplo muy claro es todo el poema "Ayes del destierro" de santa Teresa, inundado de aspiraciones profundas: "Ansiosa de verte / deseo morir" (estribillo), "En vano mi alma / te busca, ¡oh mi Dueño! / Tú, siempre invisible, / no alivias su anhelo"; "Socorre a tu sierva, / que por ti suspira. / Rompe aquestos hierros, / y sea feliz".
La sicología y la sicopedagogía del crecimiento arrojan mucha luz sobre esta cuestión. Describen el ser de la persona (base y cimiento de la personalidad) como un cono truncado (tronco de cono) cuya plataforma superior está constituida por todos los aspectos positivos de la persona.
Esta plataforma no es estática sino que el tronco de cono va emergiendo a lo largo de la vida, impulsado por un "dinamismo de crecimiento", y su plataforma superior (roca de ser o zona emergida del ser) se va agrandando e irradiando cada vez más la sensibilidad y, por tanto, haciéndose más sensible a la persona. La base del tronco de cono estaría abierta al infinito, es decir, a una Transcendencia que se percibe como "la infinitud de todas las aspiraciones profundas del hombre".
Efectivamente, una persona puede sentir y hacerse consciente de las aspiraciones de amor, bondad, paz, justicia, etc. que le habitan en su interior. Pero esas aspiraciones nunca se colman. Cuanto más se acerca uno a esas realidades interiores (sensaciones y no conceptos), más viva, aguda y urgente se siente la aspiración.
Al mismo tiempo, el ser humano tiene evidencia intuitiva de su limitación. De forma que, esa aspiración insaciable, sentida, vital, dinámica, que late en su interior, puede ser contrastada fácilmente con su propia limitación. Este contraste le llevará a intuir el Amor total, la Bondad total, la Paz total, etc. como "la plenitud de sus aspiraciones" y como una realidad distinta de uno mismo que, sin embargo, le habita en lo más profundo de sí mismo. Esa intuida Plenitud es Dios mismo, al que percibimos como "la Infinitud de nuestros propios dones".
Es como si dentro de nosotros mismos hubiera una escotilla que se abre al infinito, a lo transcendente, a lo invisible, y a través de la cual podemos sumergirnos en ese océano que nos atrae, que nos fascina, que está hecho de la inmensidad de nuestros mismos colores. A esa realidad, que nos trasciende y nos habita al mismo tiempo, la llamamos Dios.
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(1) Noche oscura, "Canciones del alma...", versos 1, 3 y 4.
(2) "Cantico espiritual", verso 37
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Un ejemplo: Quizás estos versos expresen plásticamente esa "sensación profunda de aspiración" junto con la intuida certeza de nuestra "limitación":
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Pobres palabras
¡Qué pobres son las palabras
para decir lo que siento!
No puedo expresarte ¡Vida!
lo que palpita en mi cuenco.
Qué pequeños estos trazos,
que nadería estos versos.
No logro decirte nada
de lo que bulle en mi pecho.
¡Qué pobres son las palabras
para abarcar lo que quiero!
Amor
Alabanza
Fuego
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Quiero besarte, Padre,
y echarme sobre tu cuello,
para decirte al oído
lo que por Ti estoy sintiendo.
¡Mas qué pobres mis palabras
para alabarte, Dios bueno!
Búsqueda
Fusión
Encuentro
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Este hambre que pusiste
en mí de Ti, Dios excelso,
no deja en el corazón reposo
y siempre me late inquieto.
Entrega
Plenitud
Anhelo
Claman mis manos abiertas
por elevarse a tu Cielo
y no nacen las palabras
que sean para Ti incienso.
El arco iris quería
darte en ofrecimiento
y sus colores se licuan
en mis ojos entreabiertos.
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Bendecirte pretendía
cual verde y crecido cedro,
mas solo tengo pobreza
y la pequeñez del romero.
¡Qué pobres son mis palabras
para alabarte, Dios bueno!
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De "Versos para orar"
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Continuará...
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