Los santos inocentes (Tríptico)
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En los prados de Belén han florecido pañales. El arroyo, coronado de madres lavanderas, hila cadejos de espuma.
Un airecillo remedador llora y balbucea entre las casas blancas. Hay perfume de cunas, de madres, de alegrías.
Hay huellas de Reyes. Hay paz.
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No lejos hay guerra en las venas de un hombre. Es rey y mendigo. Su trono es de sangre. Sus leyes de muerte. Su nombre terror.
Tiene un castillo de piedra en la loma y otro de crímenes dentro. En las almenas hay nidos de sombras. En los salones lascivia. En las esquinas sentencias. Los nombres de hijo y esposa -vivos y ardientes- están, bajo fríos crespones, yertos.
No hay en el jardín flores, ni idilios de pájaros cantores, ni cadencias en la fuente. Sólo hipocresía, traiciones y aquelarres entre la fronda del atrio.
Hay guerra en las venas del rey. Ha sido burlada su burla. Y cae la sentencia, locura tirana, como niebla herida por la primera sombra.
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En Belén una casa ha quedado cerrada.
Están lacios los pañales.
Y hay en el campo, recién nacidas, muchas tumbas pequeñas y blancas.
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