¿EN QUÉ COSMOLOGÍA NOS SITUAMOS?
Frente a la cosmología de la conquista, el dominio y la explotación del mundo en función del progreso y de un crecimiento ilimitado donde se han construido armas de destrucción masiva capaces de acabar con toda vida humana, siendo la consecuencia última de todo ello el desequilibrio del sistema-Tierra, que se manifiesta en el calentamiento global, nos situamos a favor de una cosmología alternativa y potencialmente salvadora: la cosmología de la transformación, que sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, ese inmenso proceso evolutivo iniciado a partir del big bang, hace cerca de 13.700 millones de años. Este modelo “busca construir sociedades autosostenibles dentro de las posibilidades de las biorregiones, basadas en la ecología, en la cultura local y en la participación de las poblaciones, respetando la naturaleza y buscando el ‘bien vivir’, que es la armonía entre todos y con la Madre Tierra” (L. BOFF, La Tierra está en nuestras manos. Una nueva visión del planeta y de la humanidad, Sal Terrae, Santander 2016, 19).
Siguiendo al profesor Leonardo Boff, por más diversas que sean las formas de vida, todas ellas provienen de un único ser vivo primordial, aparecido hace 3.800 millones de años: “Todos los seres vivos, desde los más ancestrales, pasando por los dinosaurios, los colibríes y los caballos, hasta nosotros mismos, los seres humanos, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleídos. Este es el alfabeto universal con el que se inscriben todas las palabras vivas: la inconmensurable biodiversidad de la naturaleza. Y, ¿quiénes somos nosotros? Somos un eslabón de la corriente única de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens/demens; dotado de un cuerpo formado por treinta mil millones de células, continuamente renovado por un sistema genético formado a lo largo de 3.800 millones de años; portador de tres niveles de cerebro con entre diez y cien mil millones de neuronas, el reptiliano, aparecido hace 300 millones de años, en torno al cual se formó el cerebro límbico hace 220 millones de años y completado, finalmente, por el cerebro neo-cortical, aparecido hace entre 5 y 7 millones de años, aproximadamente, con el que organizamos conceptualmente el mundo; portador de una psique con la misma ancestralidad que el cuerpo y que le permite ser sujeto, estructurada en torno al deseo, a arquetipos ancestrales y a todo tipo de emociones; un ser coronado por el espíritu, que es ese momento de la conciencia que le permite sentirse parte de un todo mayor, que le hace estar siempre abierto al otro y al infinito; un ser capaz de intervenir en la naturaleza, hacer cultura, crear y percibir significados y valores e indagar sobre el sentido último del Todo, hoy en su fase planetaria, rumbo a la noosfera, por la que mentes y corazones habrán de converger en una humanidad unificada" (Ibid., 33, 39).
Según la nueva cosmología, el espíritu posee el mismo carácter ancestral que el universo. Antes de estar en nosotros, ya está en el cosmos. El espíritu es la capacidad de interrelación que todas las cosas tienen entre sí. Son el tejido relacional, cada vez más complejo, que genera unidades cada vez más elevadas y cargadas de significado. Así, nuestro autor concibe la espiritualidad como “toda actitud y toda actividad que favorecen la relación consciente, la vida refleja, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia rumbo a horizontes cada vez más amplios, hasta incluir la Realidad Suprema” (Ibid., 42). Finalmente, “la espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios como el Eslabón que enlaza a todos los seres, interconectándolos y constituyéndonos a nosotros mismos juntamente con el cosmos” (Ibid. 43). Leonardo Boff considera al ser humano como la porción consciente de la Tierra y afirma que: “Junto a esta inteligencia intelectual y emocional, existe también en el ser humano la inteligencia espiritual, que no es tan solo un dato del ser humano, sino, según la opinión de reconocidos cosmólogos, una de las dimensiones del universo. El espíritu y la conciencia tienen su lugar propio dentro del proceso cosmogénico. Podemos decir que están primero en el universo y después en la Tierra y en el ser humano. La distinción, por una parte, el espíritu de la Tierra y del universo y, por otra, nuestro espíritu no es de principio, sino de grado. Este espíritu, activo desde el primerísimo instante después de producirse el big bang, es aquella capacidad que el universo manifiesta de hacer de todas las relaciones e interdependencias una unidad sinfónica” (Ibid., 45). Teniendo presente que la ley básica del universo no es la competición que divide y excluye, sino la cooperación que suma e incluye, probablemente sea la ecología profunda la que crea el mejor espacio para la experiencia de Dios, sumergiéndose en aquel Misterio que todo lo penetra y todo lo sustenta.
Siguiendo al profesor Leonardo Boff, por más diversas que sean las formas de vida, todas ellas provienen de un único ser vivo primordial, aparecido hace 3.800 millones de años: “Todos los seres vivos, desde los más ancestrales, pasando por los dinosaurios, los colibríes y los caballos, hasta nosotros mismos, los seres humanos, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleídos. Este es el alfabeto universal con el que se inscriben todas las palabras vivas: la inconmensurable biodiversidad de la naturaleza. Y, ¿quiénes somos nosotros? Somos un eslabón de la corriente única de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens/demens; dotado de un cuerpo formado por treinta mil millones de células, continuamente renovado por un sistema genético formado a lo largo de 3.800 millones de años; portador de tres niveles de cerebro con entre diez y cien mil millones de neuronas, el reptiliano, aparecido hace 300 millones de años, en torno al cual se formó el cerebro límbico hace 220 millones de años y completado, finalmente, por el cerebro neo-cortical, aparecido hace entre 5 y 7 millones de años, aproximadamente, con el que organizamos conceptualmente el mundo; portador de una psique con la misma ancestralidad que el cuerpo y que le permite ser sujeto, estructurada en torno al deseo, a arquetipos ancestrales y a todo tipo de emociones; un ser coronado por el espíritu, que es ese momento de la conciencia que le permite sentirse parte de un todo mayor, que le hace estar siempre abierto al otro y al infinito; un ser capaz de intervenir en la naturaleza, hacer cultura, crear y percibir significados y valores e indagar sobre el sentido último del Todo, hoy en su fase planetaria, rumbo a la noosfera, por la que mentes y corazones habrán de converger en una humanidad unificada" (Ibid., 33, 39).
Según la nueva cosmología, el espíritu posee el mismo carácter ancestral que el universo. Antes de estar en nosotros, ya está en el cosmos. El espíritu es la capacidad de interrelación que todas las cosas tienen entre sí. Son el tejido relacional, cada vez más complejo, que genera unidades cada vez más elevadas y cargadas de significado. Así, nuestro autor concibe la espiritualidad como “toda actitud y toda actividad que favorecen la relación consciente, la vida refleja, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia rumbo a horizontes cada vez más amplios, hasta incluir la Realidad Suprema” (Ibid., 42). Finalmente, “la espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios como el Eslabón que enlaza a todos los seres, interconectándolos y constituyéndonos a nosotros mismos juntamente con el cosmos” (Ibid. 43). Leonardo Boff considera al ser humano como la porción consciente de la Tierra y afirma que: “Junto a esta inteligencia intelectual y emocional, existe también en el ser humano la inteligencia espiritual, que no es tan solo un dato del ser humano, sino, según la opinión de reconocidos cosmólogos, una de las dimensiones del universo. El espíritu y la conciencia tienen su lugar propio dentro del proceso cosmogénico. Podemos decir que están primero en el universo y después en la Tierra y en el ser humano. La distinción, por una parte, el espíritu de la Tierra y del universo y, por otra, nuestro espíritu no es de principio, sino de grado. Este espíritu, activo desde el primerísimo instante después de producirse el big bang, es aquella capacidad que el universo manifiesta de hacer de todas las relaciones e interdependencias una unidad sinfónica” (Ibid., 45). Teniendo presente que la ley básica del universo no es la competición que divide y excluye, sino la cooperación que suma e incluye, probablemente sea la ecología profunda la que crea el mejor espacio para la experiencia de Dios, sumergiéndose en aquel Misterio que todo lo penetra y todo lo sustenta.