¿Solo es persona quien se ha curado de la violencia?
En las grandes religiones, como el hinduismo, taoísmo, confucianismo, budismo, es patente la conciencia de que la experiencia de lo santo tiene que ver con el anhelo de paz y con la delimitación de la violencia, ya que si los conflictos se resuelven con ésta, se pone en entredicho la experiencia divina y su culto. En Jesucristo se pone de manifiesto de una manera singular la buena nueva de la paz y de los caminos que a esta conducen. Así, las personas que prendidas por completo por la paz de Cristo la guardan en su corazón e irradian por doquier paz, dan testimonio de ella con toda su vida y se esfuerzan por establecerla en la medida de sus fuerzas, se les aplica la bienaventuranza de Jesús: “Serán llamados hijos e hijas de Dios” (Mt 5,9). Son conscientes de que vivir en el engaño y la mentira, la avaricia y la ambición no pueden tener paz en sus corazones ni estar al servicio de la misma.
La tragedia de nuestro mundo enfermo y agitado, en palabras de Bernhard Häring, “es que, quienes ejercen el poder con bastante frecuencia son a su vez personas agitadas, psíquicamente atormentadas y espiritualmente subdesarrolladas, que no quieren ver su necesidad de curación… y no son capaces de percibir de un modo más claro las conexiones entre su propia curación y el saneamiento de la vida pública“ (La violencia, Herder, Barcelona 1989, 32-33).
Una de las causas más arraigadas de la enfermedad de la violencia en los individuos y en la sociedad es la agresividad desenfrenada que muchas veces se intenta justificar con argumentos éticos o incluso religiosos. Ante esta agresividad se puede afirmar que una persona sana es aquella que ha sido curada de la hostilidad de la violencia. La fuerza curativa de la violencia está en la paz que Dios nos ofrece. Si no se lleva a cabo un cambio radical de la manera de pensar y sin una curación a fondo de la ética superficial de la producción y del éxito no podrán prosperar entre nosotros los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 5,22).
La tragedia de nuestro mundo enfermo y agitado, en palabras de Bernhard Häring, “es que, quienes ejercen el poder con bastante frecuencia son a su vez personas agitadas, psíquicamente atormentadas y espiritualmente subdesarrolladas, que no quieren ver su necesidad de curación… y no son capaces de percibir de un modo más claro las conexiones entre su propia curación y el saneamiento de la vida pública“ (La violencia, Herder, Barcelona 1989, 32-33).
Una de las causas más arraigadas de la enfermedad de la violencia en los individuos y en la sociedad es la agresividad desenfrenada que muchas veces se intenta justificar con argumentos éticos o incluso religiosos. Ante esta agresividad se puede afirmar que una persona sana es aquella que ha sido curada de la hostilidad de la violencia. La fuerza curativa de la violencia está en la paz que Dios nos ofrece. Si no se lleva a cabo un cambio radical de la manera de pensar y sin una curación a fondo de la ética superficial de la producción y del éxito no podrán prosperar entre nosotros los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 5,22).