La auténtica felicidad es fruto de un proceso de crecimiento gracias a una unificación de nosotros mismos en lo profundo de nuestro ser; por la unión de nuestro ser con otros seres, nuestros iguales; y, finalmente, por la subordinación de nuestra vida a una vida superior a la nuestra. Y en la práctica cada uno de nosotros debe descubrir la actitud, el gesto inimitable que nos hace coherentes y nos produce paz interior en comunión con el Universo.
En relación a lo dicho, se pueden formular tres reglas para ser felices: 1ª. Para ser felices debemos reaccionar contra la tendencia al mínimo esfuerzo y no preocuparse por la búsqueda de la perfección interior, tanto intelectual, artística o moralmente (centrase); 2ª. Debemos reaccionar contra el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos o que coloca a los demás bajo nuestro dominio (descentrase); 3ª. Debemos implicar el interés final de nuestras existencias con la marcha y el éxito del Mundo que nos rodea, es decir, transferir el polo de nuestra existencia a algo mayor que nosotros mismos y así, con esta conciencia, hacer lo mejor posible las pequeñas cosas (adorar). Llegados a este punto P. TEILHARD DE CHARDIN afirma:"La mística cristiana no cesa de empujar siempre más lejos sus perspectivas de un Dios personal; no sólo creador, sino también animador y totalizador de un Universo que Él conduce hacia sí a través del juego de todas las fuerzas que reagrupamos bajo el nombre de Evolución” (Sobre el amor y la felicidad, PPC. Madrid 1997,87).