Para muchas personas el tiempo dedicado al trabajo es como si se lo quitáramos a la oración. Pero resulta que la mayor parte de nuestra jornada está dedicada al trabajo. No acabamos de asumir que con nuestra acción me uno a la potencia creadora de Dios y así, coincidiendo con ella, no sólo soy un instrumento, sino su prolongación viviente, fundiendo, de alguna manera mi corazón con el corazón de Dios. Así se expresa P. TEILHARD DE CHARDIN en El medi diví, Nova Terra, Barcelona 1968, 72: “Cada una de nuestras obras, por la repercusión lejana y directa que tiene sobre el Mundo espiritual, concurre a preformar el Cristo en su totalidad mística”. Dios, en lo que más tiene de viviente y encarnado, no está lejos de nosotros ni fuera de la esfera tangible. Él vive en lo más intimo de nuestro ser y nos espera en cada instante en la acción, en la obra de cada momento. Gracias a la Creación y especialmente a la Encarnación no hay nada de profano para quien sabe ver. “Al contrario, todo es sagrado a los ojos de aquel que distingue, en cada criatura, la parcela de ser escogido, sometido a la atracción de Cristo en camino de consumación” (o. c., 76).
Ojalá llegue el día en que la humanidad sepa reconocer el lazo que une a todos los movimientos de este Mundo en el único trabajo de la Encarnación y podamos todos iluminar todas nuestras tareas con la conciencia de que todo trabajo, por insignificante que parezca, es recibido por un Centro divino del Universo.