Cómo es la cuarentena en el país más pobre de Centroamérica, que vive en la calle Pablo Jareño: "Quizás es el momento de plantearse que un sistema que prioriza el presupuesto militar al sanitario no es humano"
"Coincidiendo con el estado de alarma y la muerte de personas hondureñas en España, uno de los países a los que más gente hondureña ha emigrado en los últimos años, debido a la gran pobreza y violencia que hay en Honduras desde el golpe de estado, todas las medidas de prevención e higiene que nos vinieron empezando a dar los medios de comunicación se acompañaban con medidas extraordinarias del gobierno que iba imponiendo un cierre de actividad y movimientos atropellado"
"Hemos construido una economía que busca antes salvar los dogmas del sistema económico y social antes que salvar a las personas"
"En nuestras aldeas y barrios empezamos a hacer posible acciones de apoyo mutuo, donde las familias elaboran comida de más para llevar a quienes perdieron los ingresos pero siguen necesitando comer"
"En nuestras aldeas y barrios empezamos a hacer posible acciones de apoyo mutuo, donde las familias elaboran comida de más para llevar a quienes perdieron los ingresos pero siguen necesitando comer"
Desde que se declaró la pandemia por el Covid-19 han sido varias las ocasiones en que he estado decidido a escribir unas líneas para expresar todo lo que sentía, para expulsar la rabia de lo que veía, o para desahogar el dolor de las situaciones que a diario encontraba. Quizás ahora sea el momento de expresar de manera ordenada lo que ha sido el último mes y medio, cuando lo distópico es normal y lo normal ya es un recuerdo del pasado.
Coincidiendo con el estado de alarma y la muerte de personas hondureñas en España, uno de los países a los que más gente hondureña ha emigrado en los últimos años, debido a la gran pobreza y violencia que hay en Honduras desde el golpe de estado, todas las medidas de prevención e higiene que nos vinieron empezando a dar los medios de comunicación se acompañaban con medidas extraordinarias del gobierno que iba imponiendo un cierre de actividad y movimientos atropellado, mezclando a su vez restricciones laborales y sociales con privación de libertades y derechos fundamentales, como el de la libertad de expresión o la de comunicación en caso de detención, medidas que posteriormente fueron quitadas.
No llevaba más de dos días de estado de alarma en España cuando, en una reunión del clero, se nos solicitó por parte del obispo hacer un comunicado sobre la posibilidad de que llegara la pandemia, y dos días después todo lo dicho quedaba obsoleto ante la prohibición de celebrar misas y salir a la calle. Todo se aceleró y todo se paró de golpe, sin que sepamos mucho más que lo poco que nos cuentan.
Para entender las medidas en Honduras es preciso tener presente dos países: El Salvador y Nicaragua. El Salvador, presidido por un populista que hace dos meses intentaba un golpe de estado entrando con las fuerzas armadas al parlamento, inició un programa de bloqueo de fronteras, aeropuertos, movimientos y demás actividades que pareció dar muy buen resultado, aún con las medidas que anunció y se viralizaron pretendiendo erigirse su presidente como salvador del Salvador, aún cuando pasado el tiempo llegó el hambre, la carestía, las protestas y, como siempre, la represión.
En el otro lado Honduras comparte frontera con Nicaragua, un país que no ha hecho más que poner medidas higiénicas e informar sobre ellas, pero donde continúa todo más o menos como hace meses (hasta hay manifestaciones pro-gubernamentales) y con un nivel de contagios parecido a Honduras. Entre un extremo y el otro, nuestro gobierno ha sacado un presupuesto superior a la suma de todos los países de Centroamérica (incluida Panamá) sin que se muestre en qué lo gastan, más allá de los recursos que usará el presidente si enferma, y el partido gobernante ha dicho que no tienen por qué mostrar facturas al pueblo que lo mantiene vía impuestos mientras pasa hambre. Los hospitales hondureños se encuentran desabastecidos y bien parece que el pueblo no recibirá más ayuda que unas escasas bolsas de comida con el logo del partido que gobierna, para facilitar una reelección que no requiera de cortes prolongados de luz en el escrutinio.
"Los hospitales hondureños se encuentran desabastecidos y bien parece que el pueblo no recibirá más ayuda que unas escasas bolsas de comida con el logo del partido que gobierna"
Pensar en que la calle se prohiba es algo que suena a esas avenidas madrileñas, barcelonesas o londinenses sin tráfico ni personas, como una especie de remake del inicio de "Abre los ojos" de Alejandro Amenábar, algo llamativo y curioso, pero que acá no tiene nada que ver. En Honduras la mayoría de la población vive en la pobreza y más de un veinte por ciento vive en la miseria, lo que lleva a una gran parte de la población en ese subproducto capitalista que se vendía hasta hace poco como "emprendimiento", gente que con lo poco que tiene se sitúa en una esquina de una calle concurrida a vender cuatro cosas, sean jugos, fruta o comida elaborada, con lo que el tránsito de gente facilita que ese día el "emprendedor" o "emprendedora" pueda ganar lo suficiente como para sobrevivir.
Mi primer pensamiento cuando prohibieron estar en la calle y circular fue precisamente qué comerían los niños que habitualmente lavan parabrisas a cambio de limosna en tantos semáforos, los vendedores que aprovechan atascos para acercar agua o fruta a los conductores que tienen una larga espera por delante, y qué sería del circo que acababan de montar en la ciudad, que hoy sigue montado, y que salen adelante pidiendo una limosna a los pocos que pueden conducir cerca de donde acamparon.
Mi confinamiento y el de mi compañero es un lujo cuando nos comparamos con las personas que viven en la orilla de los ríos, en los basurales y zonas más pobres en que se hacinan personas sin recursos, protegidas por planchas de zinc y carentes de lo más elemental.
Desde esa conciencia, poco importan las incomodidades que suframos, como la imposibilidad de salir de la ciudad, o la limitación de movimientos. Es cierto que no llegamos a la libertad de la policía que diariamente juega un partido de fútbol detrás de la casa parroquial, ni la deseamos, porque los privilegios son un signo de desigualdad y, como tales, deben evitarse. Sin embargo el peso del tiempo va haciendo que el rechazo natural a las normativas dé paso a las ganas de acabar pronto esta etapa y pasar a la siguiente, aún con la conciencia de que será dura y más difícil.
Las rutinas se hacen cada vez más pesadas, las pantallas sirven para comunicarse pero no humanizan el trato que nos querríamos dar estos días, y que necesitaremos para el futuro, y aún somos privilegiados, como se hace presente cuando uno habla con estudiantes que no tienen internet, con familias que carecen de ocio, de espacios dignos donde confinarse, de recursos para garantizar cada día qué comer.
Precisamente en esto que parece ser el ecuador del confinamiento querría compartir el ánimo con que estamos afrontando esto, y un punto de vista positivo desde el que reflexionar. Ayer veía un vídeo que se preguntaba si queremos volver a la normalidad, y apuntaba cosas que teníamos antes de la pandemia, que no son normales y que debemos evitar cuando se acaben las medidas contra el contagio. ¿Vivíamos en un sistema justo? ¿Vivíamos en un sistema sostenible y compatible con la vida?
Hoy son muchos los vídeos que muestran cómo dejar una gran parte de actividades contaminantes ha dado paso a que la naturaleza emerja, que los delfines aparezcan en Venecia, que las nubes contaminantes que cubren diversas grandes ciudades desaparezcan, que los niveles tóxicos en el aire bajen, y, en fin, que veamos que es posible parar cosas y que la vida continúe. Quizás es el momento de plantearse que un sistema que prioriza el presupuesto militar al sanitario no es humano, como no lo es el que prioriza la economía a la salud, o el que quiere salvar al primer mundo y su ritmo de producción, consumo y destrucción invadiendo países y robándole recursos para luego dejar morir en el mar a las víctimas de ese robo que buscan un futuro huyendo y acaban, si sobreviven a los disparos de la guardia civil, trabajando en el campo en un régimen de esclavitud. ¿No sería posible un sistema basado en el apoyo mutuo, la salud y las personas?
Es fácil teclear en un ordenador los pensamientos y compartirlo con amigos y familiares, sería más difícil afrontar ese apoyo mutuo y esa economía que busque el bien común, pero aún más difícil se me antoja defender la vuelta a una economía que nos lleva al colapso de la civilización, algunas teorías apuntan incluso a la extinción, por extraer más recursos de los que se pueden reponer en la naturaleza, y agotar las fuentes de energía que sostienen un sistema económico basado en el crecimiento permanente, aún cuando vivimos en un mundo finito y limitado.
¿Cómo se le explicaría a las futuras generaciones (de existir) que había países que preferían a su población muriéndose que dejando de producir? ¿Cómo explicaremos que pudimos darnos cuenta del desastre de esta economía y preferimos seguir su absurdo antes que salvar nuestras vidas y el planeta? Y eso apunto sin entrar en la política, una política que debería ser representante de la ciudadanía y acaba enfrentando a ciudadanos por bloques de partidos que no buscan su interés. Una política que representa a este sistema aún cuando le enfrente a la población, y que busca antes salvar los dogmas del sistema económico y social antes que salvar a las personas (por eso hay países que se encuentran empobrecidos y no dejarán de estarlo).
No tengo las fórmulas mágicas, ni las pretendo, pero sí tengo interés en un mundo diferente y mejor, un mundo que, desde la luz del resucitado, intentamos hacer presente. En nuestras aldeas y barrios empezamos a hacer posible acciones de apoyo mutuo, donde las familias elaboran comida de más para llevar a quienes perdieron los ingresos pero siguen necesitando comer, queremos implantar un sistema de huertos familiares para garantizar alimento en cada hogar, y también elaborar asambleas con las que se conozcan mejor las necesidades de cada familia, de cada hogar, y podamos hacer cuanto esté a mano de cada comunidad para apoyar y ayudar a quien lo requiera. Son otros los ejemplos de apoyo mutuo y autogestión que veo en la red, y son más que quizás no aparecerán en noticias, pero que llevarán mucho bien a quien lo necesite.
"Poco da la bolsa y los valores, el estado o la Unión Europea de los mercaderes y ladrones, que salva a los bancos y condena a las personas"
Ese es el horizonte que debe preocuparnos como humanos y, en nuestro caso, como comunidad cristiana. Poco da la bolsa y los valores, el estado o la Unión Europea de los mercaderes y ladrones, que salva a los bancos y condena a las personas. No confío en ningún gobierno, ni en instituciones armadas, porque soy contrario a toda violencia, ya institucional, ya armada, pero sí confío en que la gente quiere el bien, y que juntos y juntas podemos lograrlo, lejos de la injusticia del capitalismo y la explotación, aún cuando la crisis que nos van a imponer será dura, pero ignorando las diferencias, las fronteras y demás, podremos lograr un mundo más justo donde convivir. Queda confinamiento por delante, pongamos el horizonte en lo que podremos construir después y caminemos hacia ello.