Carta de Navidad

Querida Inés: He recibido tu felicitación navideña. Escrita a mano, que transmite siempre el calor del corazón con más fidelidad. Y sobre todo recordándome cosas principales de este tiempo entrañable de Navidad: Estamos en un tiempo que nos habla de lo esencial: un Dios que se hace carne; lo divino, humano; lo eterno se estremece ante lo perecedero; lo infinito abraza amorosamente el límite de lo creado. Que hemos de poner nuestro corazón en un amor auténtico.

Contemplar este misterio es descubrir que lo positivo es sonreír ante la debilidad manifiesta de nuestra vida, y gozar del amor que Él nos tiene; vivir este misterio es vivir en Dios, comprender hasta donde llega la locura de amor de un Dios que se hace hombre.

Me ha emocionado tu felicitación, que me recuerda y me invita a contemplar a nuestro Dios como un singular camino de humanidad. De humanidad profunda. No conocemos otro Dios que el Dios de Jesucristo. La humanidad de Cristo es la humanidad vivida al modo de Dios, o más bien vivida por Dios. La libre unidad en el amor representa en la pascua de Cristo la plena manifestación de Dios y del hombre.

Estos pensamientos me llevan a recordar las palabras de san Bernardo que en su sermón sobre la Navidad donde nos dice que la venida del Señor en Navidad viene acompañada del rumor de 5 fuentes:

-la misericordia es una fuente que nunca se agota. Viene con las fuentes del perdón, que borran nuestras culpas. Dios se anonada en la gloria y en el poder, pero no en la bondad y en la misericordia.

-La fuente de la sabiduría, con las aguas del discernimiento que apagan nuestra sed. La sabiduría del mundo es revoltosa, nunca apacible. Pero la que procede de Dios es, ante todo, límpida, no busca su interés sino el de Jesucristo. Por ello ayuda a discernir la voluntad de Dios.

-Fuente de la gracia, con las aguas de la devoción para regar las plantas de las buenas obras, y no se seque el huerto de su vida recta, sino que produzca un incesante verdor.

-Fuente de aguas termales para cocer los alimentos. Condimentar y cocer nuestros sentimientos en la fuente del amor. Lo dice el salmista: mi corazón me ardía por dentro, y pensándolo me requemaba. (cfr Sal 38,4) Y en otra parte: me devora el celo de tu templo (Sal 68,10)

-Fuente de la vida, como nos recuerda el Sal 41,3: Mi alma tiene sed de Dios, el Dios de la vida.

Inés, sugieres poner el corazón en un amor auténtico. Este es, en realidad el camino de la paz. La autenticidad de este amor nos lleva directamente hacia la humanidad, hacia el hombre. Porque Cristo es el hombre, y la medida de todo lo humano. El misterio de Navidad, pues nos pide ser profundamente humanos. No tan solo en estos días, que son más bien ocasión de reflexionar sobre la verdadera condición humana, sino en la sucesión de todos los días de nuestra vida. Es la herencia que nos ha dejado el Señor; es el camino que nos iniciado y trazado con meridiana claridad.

José Alegre

Monje de Poblet
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